Tema: El resultado electoral de las elecciones presidenciales guatemaltecas ha llevado al poder a Álvaro Colom, representante de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE). Su presidencia, que comenzará en enero, deberá hacer frente a una agenda compleja, que incluye tanto temas de orden público y seguridad ciudadana como la necesidad de mantener el crecimiento económico.
Resumen: La segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Guatemala, celebrada el pasado 4 de noviembre, se desenvolvió en completa normalidad y arrojó un ganador que no promete, en principio, demasiados cambios. Álvaro Colom, abanderado de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), con un programa moderado de izquierda, logró imponerse con el 53% de los votos en su tercer intento de alcanzar la presidencia. La seguridad y el empleo fueron los temas centrales de la campaña y la fuerza organizativa de la UNE, en especial en las zonas rurales, resultó decisiva en este triunfo. Sin mayoría en el congreso, aunque con la minoría mayoritaria, la UNE tendrá que apelar a una política de consensos para poder desarrollar su programa. El derrotado Otto Pérez Molina, del Partido Patriota (PP), surgió como una figura política de alcance nacional, consolidando a su partido como una pieza clave del panorama político de Guatemala.
Análisis: Guatemala elige democráticamente sus gobernantes desde hace más de 20 años, con escasos sobresaltos y con un sistema electoral que se ha ido perfeccionando con el tiempo. La constitución de 1985 establece un régimen presidencialista con una vicepresidencia fuerte, capaz de contrapesar en parte el poder del primer magistrado. En las últimas elecciones, que han requerido siempre una segunda vuelta, se han impuesto por lo general fuerzas de centro o de centro derecha, con programas poco definidos y con vicepresidentes más inclinados hacia la izquierda. Sólo durante la presidencia de Alfonso Portillo (2000-2004), del Frente Republicano Guatemalteco (FRG), se adoptaron políticas de corte populista que, como suele suceder, no produjeron mayores resultados concretos. Ni estas políticas, ni la personalidad carismática del fundador del partido –el general Efraín Ríos Montt– pudieron evitar el pronunciado declive del FRG ante los múltiples casos de abierta corrupción que se dieron durante este período de gobierno. A Portillo, que reside ahora en México, se le siguen juicios por peculado y malversación de fondos que no se han concretado hasta el momento en ninguna sanción.
La administración actual, que entregará el poder el 14 de enero próximo, está encabezada por Oscar Berger, figura principal de la Gran Alianza Nacional (GANA), una alianza de partidos considerada por lo general de centro derecha pero que no posee perfiles ideológicos demasiado acusados. Desde hace más de 20 años los partidos políticos guatemaltecos carecen de definiciones políticas precisas, tienden todos hacia el centro político y son bastante personalistas, organizándose siempre alrededor de algún líder. Son, por eso mismo, bastante propensos a las divisiones y a los acuerdos efímeros con otras fuerzas políticas, todo lo cual da por resultado una cierta inestabilidad en el panorama general de la política guatemalteca.
El presidente Berger ha hecho un gobierno discreto, sin grandes aciertos ni fracasos, y su administración en general se considera buena. Ha habido un crecimiento económico sostenido, aunque no demasiado notable, por lo que la pobreza se ha ido reduciendo pero de un modo lento, sobre todo por el alto crecimiento de una población que todavía es en gran parte rural. Las cifras del último año han sido especialmente buenas: se calcula que habrá un crecimiento del 5,6%, con una inflación del 7,3% y un aumento de las exportaciones de más del 20%. Este último hecho y la gran cantidad de remesas que envían los guatemaltecos que residen en los EEUU (más de un millón, la mayoría ilegales) han permitido fortalecer la moneda nacional en un ambiente de estabilidad macroeconómica favorable al crecimiento de los negocios.
Pero la GANA, sin embargo, no ha podido cosechar los frutos de esta relativa bonanza. Dividida internamente y con diversos problemas que le impidieron escoger un buen candidato a tiempo, se presentó debilitada a la primera vuelta electoral y quedó tercera en el recuento de los votos, aunque con una fuerza importante en el parlamento.
Las elecciones de septiembre
En la primera vuelta electoral la ciudadanía tuvo ante sí numerosas opciones tanto para la presidencia como para los diputados al congreso y los gobiernos municipales. La UNE resultó la primera fuerza política, obteniendo el primer lugar para su candidato a presidente, con el 28% de los votos, seguida por el PP, con un 24%: apenas algo más de la mitad de los ciudadanos se pronunciaron por estas dos opciones, quedando repartido el resto entre una docena de otros candidatos. Igual de dispersa resultó la votación para el congreso: la UNE obtuvo en definitiva 51 escaños, seguida por la coalición de gobierno, la GANA, con 37, el PP con 29, el FRG con 14, y otras fuerzas políticas menores, que en conjunto lograron 27 diputados. El Congreso de Guatemala tiene un total de 158 escaños, por lo que ninguna fuerza aislada está en condiciones de controlarlo. En esta primera vuelta la extrema izquierda, representada por la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y la Alianza Nueva Nación (ANN), que aglutinan a quienes pertenecieran a la guerrilla en décadas anteriores, obtuvo apenas el 2% de los votos y consiguió sólo dos diputados. La candidata indígena Rigoberta Menchú, vinculada en otro tiempo a la organización guerrillera Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y Premio Nobel de la Paz en 1992, logró una votación muy inferior a la esperada, superando apenas la barrera del 3%. Particularmente notable fue su escaso poder electoral en las zonas indígenas del altiplano, donde obtuvo aún menos de esa cifra; dichas zonas se inclinaron hacia la UNE y, en algunas partes, hacia candidatos de grupos locales y del FRG.
Durante esta primera vuelta pudieron notarse ya las fortalezas y debilidades de los dos principales candidatos. El mensaje de Álvaro Colom, un ingeniero de 56 años, estuvo concentrado en promesas de tipo social, como educación, salud y vivienda, que resultó atractivo para una buena parte del electorado pero no llegó a suscitar verdadero entusiasmo. Colom –un hombre tranquilo y poco carismático– ya se había presentado en las dos elecciones anteriores, llegando a la segunda vuelta en 2003 que perdió, ante Oscar Berger, con el 47% de los votos. La UNE, el partido que fundara unos años atrás, se había ido extendiendo en todos los distritos del país consolidando una maquinaria política que, después del proceso de disgregación sufrido por la GANA y del ya mencionado declive del FRG, la colocó como la principal fuerza política de Guatemala, la única con una presencia activa en todo el territorio nacional. Esta ventaja fue bien aprovechada por el partido, que obtuvo 108 de los 332 alcaldes del país en la primera vuelta y le dio un buen punto de partida para intentar otra vez ganar la presidencia.
El otro candidato, Otto Pérez Molina, centró su mensaje casi exclusivamente en el problema de la seguridad con su lema “mano dura”. La consigna caló sin dificultad en un electorado que está sumamente preocupado por el clima de inseguridad ciudadana que se vive en el país, con altas tasas de homicidios y proliferación de bandas de narcotraficantes y de “maras”, pandillas juveniles dedicadas al crimen que extorsionan de un modo despiadado a los habitantes más pobres del país. Otto Pérez Molina, un general retirado que había sido uno de los firmantes de los Acuerdos de Paz de 1996, logró identificarse plenamente con el eslogan, al punto que mucha gente lo apela aún, simplemente, “mano dura”. Con una organización partidaria relativamente nueva, pero con una imagen definida y una campaña que comenzó antes que las de los demás candidatos, el PP alcanzó un éxito al colocarse en el segundo lugar de las preferencias y poder concurrir, así, a la segunda y definitiva ronda de las elecciones, superando a partidos mejor organizados y con más larga trayectoria política.
La elección del 4 de noviembre
El Tribunal Supremo Electoral había decidido que la segunda vuelta electoral se hiciese casi dos meses después de la primera. Esta circunstancia produjo cierto desgaste entre los partidos concurrentes y una cierta saturación del electorado, que enseguida se vio frente a una campaña “negra” de rumores, insultos más o menos velados y acusaciones entre los dos candidatos. A ambos se les atribuyeron lazos con el crimen organizado (sin que hubiese forma alguna de comprobar tales denuncias) en tanto que a Colom se lo presentaba como un hombre débil, dominado por su esposa, y a Pérez como un militar sin sutilezas e incapaz de presentar una agenda social. No hubo realmente violencia en la campaña aunque sí un lenguaje duro, multitud de rumores y un clima que en definitiva produjo cierto rechazo en una fracción del electorado.
Durante esas largas semanas las encuestas comenzaron a favorecer, primero, al candidato del PP, para luego dar en algunos casos resultados que reflejaban un empate técnico y en otros una leve ventaja para uno u otro de los contendientes. Otto Pérez comenzó bien, atrayendo el voto del electorado de centro derecha que reconocía la importancia de la seguridad pública en el desarrollo del país y desconfiaba del candidato de la UNE y sus posibles vínculos con personas supuestamente ligadas al crimen, como el general retirado Ortega Menaldo. Pero “mano dura” cometió algunos errores que luego debería lamentar: creyendo que ya tenía en sus manos el triunfo, no concurrió a un debate público que se había organizado, se mostró incapaz de ampliar el foco de su campaña hacia otros temas de interés, su mensaje comenzó a aparecer repetitivo y hasta algo vacío y, finalmente, hubo un pequeño escándalo en relación con diputadas de su partido que le hizo perder también algo de credibilidad.
Colom, en cambio, trató de proyectar la imagen del hombre calmado y sereno que ha analizado a fondo los problemas del país y que tiene soluciones bien estudiadas para resolverlos. Pero, más que la imagen, el candidato de la UNE estableció compromisos a nivel local y consiguió apoyos nuevos, de modo que, sobre todo en las regiones rurales, pudo mantener y acrecentar el caudal de votos que ya poseía gracias a su bien aceitada maquinaria política.
Los resultados, en todo caso, mostraron una diferencia bastante reducida entre estas dos fuerzas políticas: Colom obtuvo un 52,7% de los votos contra un 47,3% de Otto Pérez, en una elección donde la abstención creció respecto a la primera vuelta. El voto de Colom se distribuyó de un modo bastante uniforme en las áreas rurales, pues ganó en 20 de los 22 departamentos del país, en tanto que el de Otto Pérez se concentró en la ciudad de Guatemala, que ganó con casi el 60% de los sufragios.
La abstención fue alta, de alrededor del 53%, y resultó mayor que en la primera vuelta electoral, como sucede siempre en Guatemala y en muchos otros países. Diversos factores explican esta cifra: en primer lugar existe un padrón electoral en el que figura aún buena parte de los guatemaltecos que han emigrado a los EEUU y que suman más de un millón de personas. El sistema de registro actual, algo anticuado, impide cuantificar este factor que, de todos modos, resulta importante en un padrón de no más de 6 millones de votantes. En segundo lugar, parte de la abstención se explica porque, al reducirse la elección a sólo dos candidatos que habían obtenido apenas un 52% de las preferencias en la primera vuelta, muchos electores se encontraron sin motivación real para acudir a las urnas; el hecho de que ninguno de los dos presidenciables provocase intensas reacciones en contra explica también, en cierta medida, por qué la gente no acudió a votar en mayor proporción, pues pocos eran los que veían algún peligro inminente para la vida política de Guatemala, a diferencia de lo que ha ocurrido en Perú, Ecuador y Bolivia en los meses pasados. Otros votantes, de preocupaciones más locales, no concurrieron a las mesas de votación simplemente porque su interés se concentraba en la elección de los alcaldes, ya realizada, o porque no se sentían muy motivados a hacerlo ante el mensaje poco sugerente que se les presentaba. El hecho de que el domingo electoral culminase un largo feriado iniciado el día 1 de noviembre puede explicar también una cierta proporción del total de la abstención.
Por otra parte, conviene destacar que no hubo un número significativo de votos nulos o en blanco y que el proceso se desarrolló con una pulcritud digna de encomio. No hubo incidentes que destacar, ninguna confrontación violenta, y el recuento de los votos no fue objetado por ninguno de los participantes. A tres horas del cierre de las mesas se conocían ya los resultados oficiales, prácticamente definitivos, y muy poco después el candidato derrotado reconocía la victoria de su oponente con altura y sin ninguna reserva. Los mensajes de ambos, esa misma noche, fueron conciliadores y políticamente maduros; el presidente electo, entre otras cosas, manifestó: “a partir de hoy soy presidente de una elección y no secretario de un partido político”, llamando a un gran acuerdo nacional y manifestándose abierto a compromisos con todas las fuerzas políticas.
El panorama político postelectoral
En estos momentos el presidente electo comienza a dar, poco a poco, los nombres de las personas que lo acompañarán en su equipo de gobierno, que posiblemente no quede completo hasta finales de año. Entretanto, con el resto de los partidos políticos, se realizan reuniones para ir logrando consensos en cuanto a la agenda legislativa a avanzar.
La impresión predominante, al menos en estos primeros días después de las elecciones, es que Colom no realizará grandes cambios en la conducción del país, manteniendo una línea que, vagamente, podría llamarse socialdemócrata. Esto significa que se mantendrán y ampliarán, casi de seguro, las políticas sociales actuales, con posibles incrementos en los gastos en educación y salud, aunque estos no serán de una magnitud que resulte impactante. La UNE ha prometido concentrar sus esfuerzos en las áreas rurales y avanzar una agenda que favorezca a la mujer y a los indígenas, eliminando cualquier vestigio de discriminación. Pero la rigidez del presupuesto actual y los compromisos ya adquiridos con el gremio docente –dominado por la izquierda radical– ponen límites máximos y mínimos a las modificaciones presupuestarias que pudieran hacerse. En Guatemala, a pesar de la imagen internacional que existe, la presión impositiva es relativamente importante y no hay posibilidades concretas de aumentarla de un modo significativo, sobre todo si se mantiene el interés por atraer inversiones externas, ampliar la capacidad turística y favorecer el desarrollo de la producción local. Las tasas impositivas actuales no son bajas comparadas con el resto de la región y, si bien la presión impositiva general es menor que la de los países vecinos, ello no obedece a que haya pocos impuestos o que estos sean reducidos, sino al amplio sector informal que existe, sobre todo en el área rural.
En círculos empresariales se teme que Colom intente aumentar los impuestos, aunque nada definido se haya dicho hasta ahora a este respecto. Pero, en todo caso, tales cambios no se harán de un modo drástico o inconsulto sino, como en el pasado, a través de un proceso de negociación que sin duda será largo y complicado y que requerirá de acuerdos parlamentarios de difícil negociación. Bueno es destacar que el nuevo presidente no forma parte de la ola populista que, alentada desde la Venezuela de Chávez, ha sembrado inquietud e inestabilidad en varios países de América Latina, como Bolivia y Ecuador, por ejemplo. Por el contrario, Colom no se propone modificar la constitución, no tiene un discurso agresivo ni conflictivo que llame a la lucha de pobres contra ricos y, en los planes de futuros viajes que el mandatario electo ha proporcionado el lunes 5 a la prensa, no figura ninguno de los tres países que acabamos de mencionar. La pertenencia al tratado de libre comercio de América Central y República Dominicana (DR-CAFTA) –que incluye a las cinco naciones centroamericanas, los EEUU y la República Dominicana– no está, para nada, en tela de juicio, en especial por los buenos resultados económicos que ya está proporcionando al país a un año de su vigencia efectiva.
Conclusiones: No es probable que se produzcan cambios notables en Guatemala en los próximos años o, al menos, esta es la impresión más o menos generalizada que existe en los ambientes políticos. El nuevo gobierno se enfrentará a serios desafíos y deberá responder a las variadas promesas que hizo el candidato durante la pasada campaña electoral. El modo en que responda a estos retos determinará su aceptación en la opinión pública y su capacidad efectiva de negociación con las demás fuerzas políticas.
Entre los principales temas que requerirán la atención del nuevo mandatario está el combate al crimen organizado que, con su dilatada extensión, impide el progreso económico de los sectores más pobres y ahuyenta las inversiones, tal como lo destacó el candidato opositor durante toda su campaña. El problema es complejo y, hasta ahora, no parece haberse alcanzado una fórmula que permita resolverlo de un modo eficaz en el corto plazo. Alentador en este sentido puede resultar la promesa de España, con la que se mantienen excelentes relaciones, de proporcionar una ayuda de 100 millones de dólares para cooperar con el tema de la seguridad en todo el istmo centroamericano. Pero Colom tendrá que satisfacer también las demandas de los sectores rurales que lo votaron sin descuidar, por otra parte, el clima favorable a los negocios que existe actualmente en el país. El presidente electo tendrá ante sí la delicada misión de proporcionar mayor seguridad ciudadana, mantener y ampliar el crecimiento económico y dar satisfacción, además, a los innumerables grupos de presión que tratarán de influir en su gestión. No tiene ante sí a una oposición unida ni muy vigorosa pero, si no avanza en soluciones rápidas y efectivas, esta circunstancia podría variar en muy poco tiempo encontrándose entonces, como el actual gobierno, en una posición de debilidad política que en nada podría favorecerlo. Habrá que esperar a las primeras semanas de 2008, sin embargo, para determinar con exactitud cuáles son las prioridades reales del nuevo gobierno, cuáles las medidas que pondrá en ejecución y cómo evolucionará el clima político del país en los próximos años.
Carlos Sabino
Doctor en Ciencias Sociales de la UCV y profesor de esa universidad y de la U. Francisco Marroquín, Guatemala