Tema: En este ARI se trata la situación política en Líbano tras las elecciones parlamentarias de 2009.
Resumen: Los resultados de las elecciones parlamentarias del pasado 7 de junio han sorprendido a los libaneses, a la comunidad internacional e incluso a la coalición ganadora del “14 de Marzo”, que no esperaba obtener 71 de los 128 escaños. Estas elecciones, denominadas históricas por muchos medios, consagran la legitimidad de la coalición mayoritaria y otorgan una nueva confianza a sus líderes, pero no resuelven la crisis que ha caracterizado a Líbano en los últimos años. Lejos de los titulares triunfalistas y simplistas de gran parte de la prensa estadounidense y europea, proclamando la victoria de Occidente sobre Siria e Irán en el frente libanés, los resultados y las consecuencias de las elecciones esconden un panorama mucho más complejo. En este ARI se hace un balance de las consecuencias de estas elecciones para Líbano y los dilemas a los que se enfrenta el país ante esta nueva etapa.
Análisis: Contra todos los pronósticos que apuntaban a unos resultados más ajustados, la coalición del “14 de Marzo” –que está compuesta principalmente por políticos suníes, drusos y cristianos, y cuyo nombre hace referencia al día de la multitudinaria manifestación pidiendo la retirada siria de Líbano en 2005– se ha alzado con la mayoría parlamentaria de Líbano en las elecciones del 7 de junio, logrando 71 de los 128 escaños, frente a 57 del grupo de la oposición del “8 de Marzo”.[1] Muchos expertos en opinión pública preveían una victoria marginal para la alianza del “8 de Marzo” –formada principalmente por los dos partidos chiíes, Hezbolá y Amal, y por el Movimiento Patriótico Libre del líder cristiano maronita Michel Aoun (ex primer ministro y ex jefe del Ejército, que estuvo exiliado durante 15 años en Francia por su enfrentamiento con el ex presidente sirio Hafez al Asad).
Resultados inesperados
Las especulaciones sobre las causas de estos resultados son numerosas, pero todas coinciden en señalar a la recuperación de la ley electoral de 1960 como la clave, ya que da un mayor peso a los distritos de mayoría cristiana, donde la principal batalla enfrentaba al Movimiento Patriótico Libre con los partidos cristianos del “14 de Marzo”: los de la derecha Falangista, dirigida por la familia Gemayyel, y los de la derecha de las Fuerzas Libanesas, encabezadas por Samir Geagea.
Aunque el partido de Aoun sigue constituyendo el mayor bloque cristiano en el Parlamento tras las elecciones, los resultados trajeron algunas derrotas para el partido: (1) no consiguió ganar ningún escaño en Zahle, Batroun y Beirut (incluyendo el distrito beirutí de Ashrafieh, exclusivamente cristiano); (2) las victorias del partido de Aoun en los distritos de Baabda (tres diputados), Jizzin (tres), Kesrouan (cinco), Matn (cinco) y Biblos (tres) se cosecharon con un margen notablemente más estrecho que en las elecciones de 2005; y (3) la derrota de los candidatos más cercanos a Aoun –su yerno, Jebran Bassil, e Issam Abu Jamra– fueron un golpe simbólico para el partido.
Los resultados en los distritos cristianos reflejan dos tendencias que han marcado estas elecciones: la consolidación de un monopolio del poder dentro de las comunidades suní, chií y drusa y la división del voto cristiano. Nunca antes unas elecciones se habían caracterizado por un proceso de votación tan monolítico. Según datos recogidos por encuestas electorales, el Movimiento del Futuro del líder suní Saad al Hariri ha consolidado su control sobre la comunidad suní, obteniendo casi el 85% de los votos suníes en Beirut, Sidón, Zahle (en el centro del país) y en el norte. Políticos suníes no afiliados al movimiento (como Osama Saad en Sidón, el ex primer ministro Omar Karame y Jihad Samad en Denniye) sólo han obtenido, en el mejor de los casos, entre el 20% y el 28% del voto. De 27 escaños reservados para suníes en el Parlamento, 26 serán ocupados por candidatos pertenecientes o aliados al Movimiento del Futuro. Los partidos chiíes Hezbolá y Amal han consolidado su posición en el sur del país y en el valle de la Bekaa –en el interior del país– con más de un 85% de apoyo en la comunidad chií. De 27 escaños reservados para chiíes en el Parlamento, 11 serán ocupados por miembros de Hezbolá (que ganó todos los escaños que disputaba), 11 por Amal, uno por el partido Baaz, uno por el Movimiento Patriótico Libre y tres por candidatos afiliados al grupo del “14 de Marzo”. Los resultados de las elecciones también reflejan que casi el 70% de la comunidad drusa apoya a su líder Walid Jumblat. De ocho escaños reservados para los drusos, su partido obtuvo cinco, mientras que otros dos de los vencedores estaban apoyados implícitamente por Jumblat. Cabe destacar que el análisis del reparto del voto por sectas es fiable porque cada secta vota en una urna separada en el mismo distrito.
En los distritos clave de la mayoría cristiana, los votantes suníes jugaron un papel muy importante en la victoria de los candidatos cristianos del grupo del “14 de Marzo”. La derrota de Aoun en Zahle se debe probablemente al alto índice de participación de la comunidad suní que, en su mayoría, apoya a la coalición del “14 de Marzo”. Por su parte, los votantes chiíes otorgaron la victoria a Aoun en otros distritos.
El partido de Aoun también fue víctima de la división del voto cristiano. En Beirut, la derrota del partido puede haber sido debida a que muchos votantes cristianos no veían con buenos ojos la alianza de Aoun con Hezbolá, forjada a finales de 2005. Tampoco ayudó la decisión de Hezbolá de desplegar sus milicianos por Beirut y alrededores en mayo de 2008 a raíz de una disputa por el control de un sistema de comunicaciones paralelo al estatal. Lo anterior pudo alienar a esos votantes y en particular a los cristianos de Beirut (Ashrafieh), circunstancia que supieron aprovechar los partidos cristianos del “14 de Marzo” con la organización de una campaña negativa.
Estas dinámicas demuestran que las elecciones libanesas reflejan en gran parte estrategias y cálculos locales y se disputan distrito por distrito, en contradicción con el razonamiento de muchos analistas y periodistas estadounidenses que atribuyen la victoria del “14 de Marzo” a la política del presidente de EEUU, Barack Obama, y algunos hasta a la visita preelectoral del vicepresidente Joseph Biden.[2]
Dejando a un lado los pronósticos fallidos, el recuento final deja un panorama casi idéntico al de las elecciones parlamentarias de 2005 (aunque las coaliciones eran diferentes y el campo político aún no estaba polarizado entre dos grupos). En 2005 los grupos que hoy forman la alianza del “14 de Marzo” obtuvieron 72 escaños, frente a 56 de grupo del “8 de Marzo”.
Esta comparación indica que las elecciones del pasado 7 de junio han dado ventaja y legitimidad a la coalición del “14 de Marzo”, pero no dan lugar a un nuevo equilibrio de fuerzas ni mucho menos suponen un golpe definitivo para el grupo del 8 de Marzo. La política libanesa nunca otorga una victoria definitiva a ningún bando, sólo acomodos insatisfactorios tras enfrentamientos violentos. Desde este punto de vista, las elecciones devuelven a Líbano al statu quo que se estableció tras la ruptura de la alianza entre Hezbolá y el “14 de Marzo” en 2005, y con ello a los dilemas que llevaron a la parálisis política.
Dilemas de la nueva etapa
Las elecciones libanesas han marcado la última fase del acuerdo de Doha del 21 de mayo de 2008 que intentó poner fin a la parálisis política en que se veía envuelta la política libanesa desde hacía año y medio. Los principales grupos políticos libaneses se reunieron en Qatar para pactar la formación de un Gobierno de unidad nacional (que otorgaba a la oposición 11 de las 30 carteras del gabinete y, consecuentemente, el derecho de veto por el sistema del “tercio de bloqueo”) y una nueva ley electoral.[3] En Doha se marcaron dos objetivos: instaurar una tregua y restablecer el funcionamiento de las instituciones. La lógica era que estos pasos sirvieran para alejar a Líbano del abismo y retornar a un cierto nivel de normalidad institucional hasta la celebración de elecciones. El proceso iniciado en Doha culminó con el consenso general de la elección del comandante del Ejército Michel Sleiman al puesto de presidente de la República.
El nuevo Parlamento tiene programada su primera reunión para el 25 de junio, cuando tendrá que elegir a su portavoz. El Pacto Nacional dicta que el presidente del Parlamento tiene que ser un diputado chií y todo apunta a que Nabih Berri será reelegido, aunque muchas voces del “14 de Marzo” pedían un cambio. El primer ministro, según la Constitución, debe ser nombrado por el presidente de la República que, a su vez, debe consultar (obligatoriamente) antes del nombramiento a todos los diputados y comunicárselo al nuevo presidente del Parlamento. El primer ministro tiene que pertenecer a la secta suní y puede ser no parlamentario. La opción más barajada es que Saad Hariri, hijo del ex primer ministro Rafiq Hariri y líder del Movimiento del Futuro, ocupe este puesto. El primer ministro tiene la responsabilidad de formar gabinete tras consultar con los diputados. En el sistema político libanés un diputado puede simultanear su cargo con el de ministro.
La formación del nuevo gabinete es sin duda la tarea política más polémica de la etapa postelectoral. El secretario general de Hezbolá, Hasan Nasrallah, ha insinuado que tiene la intención de acaparar 11 de los 30 cargos del gabinete (“el tercio de bloqueo” según el “14 de Marzo” o “el tercio asegurador” según el “8 de Marzo”), y Aoun ha hecho oficial su demanda de obtener una representación ministerial en proporción con su representación parlamentaria. Muchos políticos del “14 de Marzo”, y en particular Saad Hariri, han asegurado que están dispuestos a formar un Gobierno de “unidad nacional”, pero rechazan conceder a la oposición el derecho de veto, alegando que no quieren una repetición de la situación que llevó a la parálisis política en la que se sumió el país durante año y medio antes del acuerdo firmado en Doha. Desde esta perspectiva, los resultados de las elecciones se ven relegados a un segundo plano, sobrepasados por la principal cuestión en la política libanesa hoy: ¿cómo llegar a un acuerdo que respete el principio de consenso pero que también permita gobernar el país eficazmente sin vetos continuos? Una alternativa que se baraja es que ambos bandos acepten que algunos ministros sean elegidos por el presidente de la República, Michel Sleiman, formando así un bloque “neutral” dentro del gabinete.
El proceso de diálogo y negociación puede durar varias semanas. Si el grupo del “14 de Marzo” rechaza las demandas del “8 de Marzo”, un boicot del grupo de la oposición podría propiciar una nueva parálisis política. En el caso de una nueva crisis institucional, no se prevén enfrentamientos militares ya que ningún bando parece interesado en una escalada de la situación en este momento, en gran parte porque a las potencias internacionales con mayor influencia en la política libanesa tampoco les interesa. En los últimos meses ha disminuido la tensión entre los principales actores en la región –Irán, Siria, Israel y EEUU–, que a menudo se ve reflejada en Líbano. La visita del enviado especial de EEUU para Oriente Medio, George Mitchell, a Siria el pasado día 13 es la señal más reciente del acercamiento de la Administración estadounidense del presidente Barack Obama a Siria y su intención de normalizar las relaciones con este país. La Administración Obama también ha adoptado una postura más conciliadora con Irán e indicado que está dispuesta a negociar sobre la base de intereses comunes. La reacción de Obama a la polémica victoria de Ahmadineyad en las elecciones del 12 de junio no revela un cambio en esta política.
EEUU y Europa se han librado del desafío que habría supuesto una victoria del grupo del “8 de Marzo”. Tras la visita del vicepresidente de EEUU, Joseph Biden, a Líbano antes de las elecciones, el Gobierno estadounidense dejó clara su intención de reconsiderar su contribución a Líbano en el caso de una victoria de la oposición (o más concretamente de Hezbolá). Con la victoria del “14 de Marzo”, EEUU se ha librado de tener que tomar esta importante decisión. La UE, que desde el principio de la crisis libanesa ha mostrado una posición más conciliadora, indudablemente también ha sentido alivio por los resultados. La entrevista de Javier Solana con un diputado de Hezbolá (Husein Hajj Hasan) el pasado 14 de junio resalta la importancia para la política europea de mantener un diálogo con todos los grupos libaneses con representación parlamentaria.
Más allá de la formación de un gabinete, muchas de las cuestiones sin resolver pueden brotar a la superficie, como la radicalización de las posturas políticas acerca del futuro del país, la polarización entre suníes y chiíes, una nueva radicalización de los grupos cristianos históricamente anti-sirios y el debate sobre las armas de Hezbolá.
Radicalización del discurso político y sectario
Las campañas electorales y los resultados de las recientes elecciones han demostrado contundentemente que la crisis política de los últimos años ha ido radicalizando las posturas sectarias de la mayoría de los políticos y de gran parte de la población libanesa. El discurso electoral hoy es mucho más agresivo y presenta un mensaje explícitamente sectario. En Líbano se ha pasado de hablar de cuestiones electorales a hablar de que está en juego la identidad, la integridad y el futuro del país. El grupo del “14 de Marzo”, que recibe apoyo diplomático de EEUU, Francia, Arabia Saudí, Jordania y Egipto, acusa a Hezbolá de sacrificar a su país a cambio de promover los intereses de Siria e Irán. Por su parte, la coalición del “8 de Marzo”, apoyada por Irán y Siria, acusa a la mayoría parlamentaria de promover intereses estadounidenses e israelíes en Líbano.
Para el grupo del “14 de Marzo”, el objetivo principal de contener las ambiciones sirias en Líbano se ha mezclado con la cautela acerca del ascenso político de la comunidad chií. El temor a una “hegemonía chií” en Líbano se magnificó tras los enfrentamientos de mayo de 2008, cuando el Movimiento del Futuro no pudo defender Beirut –considerada por la comunidad suní como “ciudad suní”– de una “ocupación chií”. El grupo con mayoría parlamentaria también está viviendo una nueva radicalización de sus aliados cristianos.
En la coalición del “8 de Marzo”, Hezbolá intenta resaltar causas panarabistas que atraigan a la comunidad suní y así encubrir el carácter sectario de su base política, pero la retórica, rituales y visión del movimiento siguen firmemente anclados en la memoria popular chií de siglos de opresión por la elite suní. A raíz de la crisis política, este discurso ha tomado nueva fuerza y ha llegado a equiparar a los políticos suníes con la política israelí. Las tensiones sectarias también juegan un papel en los cálculos del Movimiento Patriótico Libre de Aoun, donde el temor a la marginalización de los maronitas y la histórica competición con la elite suní por el poder y los recursos del Estado sin duda ayudan a explicar su alianza inverosímil con los partidos chiíes.
Líbano también está presenciando la consolidación de un monopolio del poder dentro de las comunidades suní y chií, lo cual no implica que éstas sean homogéneas, sino que la heterogeneidad de Líbano se refleja cada vez menos en el sistema político. Aunque el reparto sectario sigue siendo el mismo, existen menos oportunidades de que surjan nuevas voces dentro de cada grupo. Como consecuencia de este monopolio, que va acompañado de la distribución de recursos y favores, la población más necesitada y más desposeída en términos socioeconómicos va a estar aún más ligada a la dirección de su secta.
Un nuevo papel para los cristianos
La manera en que se intentó calmar la tensión generada por la crisis de los últimos años (en concreto, el acuerdo de Doha) ha servido de oportunidad para que la elite política cristiana pueda restablecer su antiguo papel en los equilibrios confesionales y pueda hacer de árbitro o mediador en la polarización entre chiíes y suníes. Los enfrentamientos callejeros en Beirut entre jóvenes chiíes y suníes en enero de 2007 dieron la señal de alarma sobre la peligrosidad que estaba adquiriendo el conflicto. La elección de Michel Sleiman como presidente ha devuelto a los cristianos la convicción de que la institución que les pertenece vuelve a tener el poder que había perdido en los últimos años. Asimismo, la ley electoral que restablece el qada’ (pequeño distrito electoral) otorga un papel decisivo a los votantes cristianos para elegir a sus representantes. Finalmente, para combatir la popularidad de Aoun tras su retorno del exilio, los políticos del “14 de Marzo” recurrieron a las familias cristianas “históricas”. Como consecuencia, el nuevo Parlamento libanés presencia el retorno de los grupos históricamente radicales: la Falange de Gemayyel, las Fuerzas Libanesas de Geagea y el Partido Liberal de Chamoun.
Las armas de Hezbolá
Otro problema esencial debatido en los últimos años y que seguramente resurgirá en el proceso postelectoral concierne las armas de Hezbolá. El debate sobre el desarme de Hezbolá es muy complejo, ya que trasciende los límites de la política libanesa y transcurre en el contexto del conflicto árabe-israelí y de las relaciones entre EEUU, Siria e Irán. Desde la retirada de Israel del sur de Líbano en el año 2000, y desde la retirada de Siria cinco años más tarde, las llamadas internacionales y nacionales para el desarme se han acentuado. Muchos libaneses argumentan que ya no existen razones que justifiquen que Hezbolá sea el único grupo (oficialmente) que mantenga sus armas.
Tras la guerra de 2006, muchos libaneses también culparon a Hezbolá de haber causado la actual crisis. Sin embargo, la mayoría de los chiíes del sur de Líbano y de los suburbios del sur de Beirut, que fueron las zonas más castigadas en la guerra, no se sumaron a esas críticas. Como consecuencia de la ruptura del consenso libanés sobre la necesidad de las armas de Hezbolá, el movimiento ha visto reducida su capacidad de atender a las demandas e intereses de muchos chiíes y de otros grupos en Líbano, además de Siria e Irán. La guerra de 2006 también supuso algunas pérdidas tácticas para el partido: Hezbolá tuvo que ceder el control de la zona al sur del río Litani al Ejército Libanés y a la Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano (FINUL).
A pesar de estas presiones, la realidad política indica que las posibilidades de un desarme quedan muy lejanas. Primero, Hezbolá sigue siendo capaz de crear coaliciones con otros grupos libaneses, como demuestra la existencia de la alianza del “8 de Marzo”. Segundo, Hezbolá sigue demostrando que puede llenar el vacío de servicios sociales que un Gobierno débil no termina de ofrecer. Tercero, la guerra del verano de 2006 demostró que Israel continúa siendo una grave amenaza para la seguridad de Líbano, por lo que Hezbolá puede seguir reivindicando su identidad de resistencia contra Israel y EEUU. Y, por último, no se prevén movimientos dramáticos en el frente regional: Hezbolá continuará disfrutando de apoyo financiero y militar de Irán y Siria.
La decisión de Hezbolá de emplear sus armas en el conflicto interno en mayo de 2008 ha demostrado que el movimiento tiene medios de sobra para combatir la presión interna y externa (EEUU e Israel) y que está dispuesto a llegar lejos para dejar claro que el tema de las armas que posee es innegociable. Quizá haya acallado un debate entre académicos que se disputaban cuáles eran las intenciones verdaderas del movimiento. Muchos de estos analistas opinaban que el desarme de Hezbolá vendría a cambio de dar a la comunidad chií un mayor papel y no sólo protagonismo en la política libanesa. La crisis reciente ha subrayado que las armas siguen constituyendo la clave para la política y convicción del movimiento.
En resumen, las acciones de Hezbolá desde el año 2000 indican que este movimiento se guía principalmente por el objetivo de preservar sus armas y su identidad de movimiento de resistencia, jugando un papel decisivo no sólo en el futuro de la política libanesa, sino también en la región (una meta que va más allá de liberar las granjas de Chebaa). Aunque este objetivo se ha dificultado en los últimos años, Hezbolá lo sigue considerando alcanzable.
Reforma política
¿Qué implicaciones tiene este panorama para la reforma política de la que tanto se especula? Desde una posición optimista, las elecciones del 7 de junio reflejan algunas señales alentadoras. Estas son las primeras elecciones desde la guerra civil (1975-1990) que transcurren bajo una ley electoral que no ha sido dictada por Siria. Los resultados inesperados destacan en una región donde casi todas las elecciones están predeterminadas. También se producen tras una serie de reformas apoyadas por el nuevo ministro del Interior, Ziad Baroud, y con la ayuda de organismos internacionales y europeos. Lo más destacado en estas últimas reformas es que se celebren las elecciones en todo el territorio nacional en una sola jornada, lo cual disminuye la capacidad de las diferentes maquinarias políticas de manipular los resultados. También cabe destacar el nombramiento del Consejo Constitucional, encargado de investigar alegaciones de fraude en las elecciones, tras un largo suspenso por divergencias sobre los nombramientos.[4]
A pesar de estos pasos positivos, la vuelta a la ley electoral de 1960 ha defraudado las expectativas de los reformistas y hecho caso omiso de las propuestas de la comisión nacional formada en agosto de 2005. Esta comisión propuso un sistema mixto que incorporaba en parte la lógica de representación proporcional a nivel nacional, para intentar forzar la creación de programas electorales concretos y renovar la elite política. La vuelta a los 26 distritos de la ley de 1960 marca un retroceso muy significativo en este sentido. Estas elecciones también serán recordadas por la compra masiva de sufragios, así como por el pago de vuelos a los expatriados para que acudiesen a votar. Por último, la competitividad de las elecciones no se ve reflejada en la representación femenina en el parlamento. De 587 candidatos presentados, sólo 12 eran mujeres y, de éstas, sólo cuatro estarán en el nuevo Parlamento y todas ellas representan a dinastías políticas.
La decisión de volver a la ley de 1960 marcó el fin de la ilusión de lo que entonces se llamó la “revolución de los cedros”. El grupo político del “14 de Marzo” no ha demostrado ni liderazgo, ni competencia ni creatividad. Volcados en la intriga política y la supervivencia, los líderes feudales históricos y los más recientes no han sabido articular una agenda de gobierno y han defraudado las esperanzas de mucha gente que se manifestó en las calles en 2005. Las divisiones y la falta de confianza entre los diferentes partidos, grupos y personalidades (en particular entre el Movimiento del Futuro y Walid Jumblatt) han salido a la superficie. Esta coalición también ha marginado a los políticos independientes (diputados como Nassib Lahoud, Elias Atallah y Samir Franjiyye) y ha alejado a algunos moderados.
Por su parte, la alianza del “8 de Marzo” nunca pasó de ser una alianza pragmática unida por su oposición al Gobierno, y no han logrado convertirse en una coalición con un programa de gobierno coherente. Aunque las plataformas electorales basadas en iniciativas concretas son prácticamente inexistentes en la política libanesa, el movimiento de Aoun intentó desde un primer momento distinguirse por un mensaje reformista.
Muchos políticos admiten que el sistema actual es ineficiente, ingobernable y arcaico, pero no existe ningún esfuerzo serio y tangible para buscar una nueva fórmula que conlleve una reforma profunda. Más allá de la reforma política, Líbano se enfrenta a desafíos económicos y de infraestructuras. Veinte años después del final de la guerra civil, los ciudadanos libaneses siguen viviendo con cortes de luz de entre tres y 12 horas diarias y con falta de agua corriente potable. El nivel de desempleo ronda entre el 20% y el 30% y afecta en gran parte a la juventud, y los sistemas públicos de sanidad y educación necesitan una reforma profunda. Detrás de las batallas existenciales sobre las cuestiones de identidad nacional y las alianzas internacionales, existen necesidades básicas que afectan la calidad de vida de la gran mayoría de los ciudadanos libaneses.
Conclusión: Las elecciones parlamentarias en Líbano han dado ventaja y legitimidad a la coalición del “14 de Marzo”, pero no rescatan a Líbano de los dilemas que llevaron a la crisis política. Más allá del primer reto de formar nuevo Gobierno, los problemas inherentes del sistema político libanés continuarán desafiando la gobernabilidad del país. En los últimos años, Líbano ha sobrevivido a la retirada de las tropas sirias, la cadena de asesinatos de políticos y personalidades antisirias, la devastadora guerra israelí de 2006, la sangrienta batalla entre el Ejército libanés y los milicianos de Fatah al Islam en 2007, un año y medio de parálisis institucional y un ensayo general de una nueva guerra civil en mayo de 2008. Una de las consecuencias ha sido la radicalización de las posturas sectarias de la mayoría de los políticos y de gran parte de la población libanesa. Los resultados de las recientes elecciones lo demuestran contundentemente.
Julia Choucair Vizoso
Experta en el mundo árabe contemporáneo y doctoranda en Ciencias Políticas en la Universidad de Yale, EEUU
[1] En el sistema político libanés cada confesión tiene asignado un número de escaños en el Parlamento. De 128 diputados, la mitad deben ser cristianos y la otra mitad musulmanes. Los 64 escaños musulmanes comprenden 27 chiíes, 27 suníes, ocho drusos y dos alauíes. Los 64 escaños cristianos incluyen 34 maronitas, 14 greco-ortodoxos, ocho greco-católicos, cinco armenios ortodoxos, un armenio católico, un evangelista y uno perteneciente a otras minorías.
[2] Véanse, por ejemplo, Robert Satloff, http://blogs.law.harvard.edu/mesh/2009/06/bidens-hardball-pays-off-in-lebanon, y Thomas Friedman, http://www.nytimes.com/2009/06/10/opinion/10friedman.html.
[3] Según la Constitución libanesa, el Gobierno se disuelve cuando un tercio de los ministros dimiten. Obteniendo 11 de las 30 carteras, la oposición puede disolver el Gobierno en cualquier momento a través de una dimisión colectiva, lo cual le otorga el derecho de vetar cualquier legislación.
[4] Otras reformas incluyen el hecho de que por primera vez se ha contado el voto en blanco y medidas más estrictas sobre la financiación de las campañas electorales.