Versión original en inglés: The 2015 Israeli elections: the non-existent ‘right vs left’ reality
Tema
En el clima político actual israelí, en lugar de una brecha ideológica entre “derecha” e “izquierda”, las principales divisiones ideológicas existentes hoy se producen entre dos tipos de partidos que están dispuestos a participar en cualquier coalición, ya sea con el Likud, con los laboristas o con ambos.
Resumen
Desde el asesinato en 1995 de Yitzhak Rabin, no ha habido bloques políticos en Israel. Ni izquierda ni derecha, solo combinaciones de supervivencia. Por consiguiente, el debate existente en torno al “tamaño de los bloques” solo sirvió para distorsionar la deprimente realidad de la política israelí, en la que los problemas reales apenas se someten a debate. En ausencia de bandos ideológicos o de debates concretos sobre cuestiones sociales, económicas o políticas, tanto los políticos, a nivel individual, como los grupos y partidos políticos están preocupados, fundamentalmente, por sobrevivir y elaborar eslóganes eficaces que les permitan movilizar apoyos. Ante esta ausencia de bloques ideológicos, no cabe esperar alternativas sólidas al gobierno del Likud. Es probable que el nuevo gobierno israelí siga expandiendo los asentamientos en los territorios ocupados, al tiempo que aparenta dar su apoyo a las negociaciones de paz con la Autoridad Palestina con el fin de obtener legitimidad internacional.
Análisis
Una democracia ilusoria
En los regímenes democráticos, entendemos que la voluntad de los ciudadanos se manifiesta de forma periódica en las urnas, dando por hecho que el “pueblo” tendrá opciones entre las que elegir. Las elecciones legislativas israelíes de 2015 son, en apariencia, una prueba de lo anterior. El primer ministro Benjamín Netanyahu decidió disolver el parlamento israelí (la Knesset) y convocar nuevas elecciones. Estas se celebraron a mediados de marzo y su partido, el Likud, quedó primero y aumentó su número de escaños en la Knesset en un 50%, pasando de 20 a 30 (de un total de 120) tras la salida de de Yisrael Beiteinu.1 La coalición formada por el Partido Laborista y “el Movimiento” –conocida como Unión Sionista–, que recibió el apoyo explícito dmayoría de los medios de comunicación, aparentemente perdió las elecciones tras obtener sólo 24 escaños.2
En el presente análisis argumentaré que la democracia en Israel no es solo una realidad imaginada, como la mayoría de las democracias, sino ilusoria: el “pueblo” está profundamente dividido en términos étnicos, religiosos y nacionales y los partidos políticos se muestran incapaces de forjar coaliciones alternativas a las encabezadas por el Likud. Netanyahu comprendió esta realidad políticamente construida, de manera que al convocar elecciones no solo fue eficaz, sino que no asumió riesgo alguno de perder el poder. Sin embargo, pese a ganar las elecciones, lo cierto es que no logró controlar la dinámica de la campaña electoral, lo cual le llevó a formar el gabinete más escorado a la extrema derecha de cuantos pudieran darse, cuando probablemente hubiera preferido una coalición de centro-derecha con la Unión Sionista y otros “partidos de centro”, como ya hiciera en 2009 y 2013. Tal coalición podría haber sido más estable y legítima en la escena internacional. A la luz de los resultados electorales de 2015, en ciertas coyunturas de crisis cabría esperar la disolución de la actual coalición y la formación de una coalición más amplia incluso sin comicios de por medio.
La pregunta que se plantea aquí es por qué Netanyahu ni siquiera intentó formar una coalición de centro-derecha en 2015, como hizo en 2009 y 2013. Inmediatamente después de las elecciones, Netanyahu se vio atrapado por la polarización y hostilidad entre “izquierda” y “derecha” empleada para movilizar apoyos durante la campaña electoral, así como por la euforia de la aparente victoria de la “derecha”. Fue una victoria “aparente” porque no hubo alternativas reales entre los dos campos ideológicos, y también porque lo que podría describirse como la “extrema derecha” se vio debilitada.3 El discurso polarizado de “izquierda frente a derecha” resulta altamente eficaz a la hora de movilizar apoyos a favor del Likud, debido al “peligro” de una coalición “de izquierdas”,4 pese a que no existe una “alternativa de izquierdas” real en la configuración actual de la política israelí.
Desde el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995, no ha habido bloques políticos en Israel. Ni izquierda ni derecha, solo combinaciones de supervivencia. Por consiguiente, el debate existente en torno al “tamaño de los bloques” solo ha servido para distorsionar la deprimente realidad de la política israelí, donde los problemas reales apenas se someten a debate. En ausencia de campos ideológicos o de debates concretos sobre problemas sociales, económicos y políticos, tanto los políticos, a nivel individual, como los grupos y partidos políticos se preocupan fundamentalmente por sobrevivir y elaborar eslóganes eficaces que les sirvan para movilizar apoyos.
El motivo por el que no existen bloques desde 1995 es sencillo: el asesinato de Yitzhak Rabin fue un ataque contra la propia existencia de un “bloque de izquierdas” integrado por el Partido Laborista, Meretz y los partidos árabes. El mensaje fue bien comprendido y desde entonces no existe cooperación alguna a este respecto. Desde el asesinato, todos los partidos judíos –tanto de “izquierda” como de “derecha”– no han tenido apenas inconveniente en integrar una coalición y excluir a los partidos que representan a los ciudadanos árabes. Así, Meretz, de “extrema izquierda”, decidió asociarse con el Partido Religioso Nacional (PRN), de “extrema derecha”, en 1999; otras coaliciones incluyeron partidos de centro como Shinui (y sus herederos, Yesh Atid),5 Kadima6 y los laboristas codo con codo con el Likud y la extrema derecha, Bayt Yehudi.7 Los laboristas no sólo cerraron filas en torno al Likud en los gobiernos de Ariel Sharon (en 2001 y 2004) sino también en el gobierno de Netanyahu en 2009.
Lo cierto es que los dos dirigentes del partido Unión Sionista –Livni y Herzog– formaron parte del gobierno de Netanyahu hasta que fueron expulsados: Herzog fue apeado después de que Ehud Barak se separara de los laboristas en la víspera de las elecciones de 2013, y Livni fue expulsada por el propio Netanyahu en la antesala de las últimas elecciones. En lugar de existir una brecha ideológica entre “la derecha” y “la izquierda”, las principales divisiones ideológicas existentes a fecha de hoy se dan entre dos tipos de partidos que están dispuestos a formar parte de cualquier coalición, ya sea con el Likud, con los laboristas o con ambos. La división se produce, por tanto, entre los partidos ultraortodoxos Shas y Agudat Israel8 por un lado y el partido ultralaico Yesh Atid9 por el otro.
El ocaso de los bloques ideológicos
En el pasado, hubo bloques de “izquierda” y de “derecha” que propiciaron cambios de gran calado en la política israelí. Concretamente, el Likud llegó al poder en 1977 gracias a los 61 diputados de la Knesset del bloque de derechas, y la victoria de los laboristas en 1992 fue propiciada por los 61 diputados del bloque de izquierdas anteriormente mencionado. Actualmente, el Likud y los laboristas continúan hablando de bloques para conservar su condición de “cártel dominante”, siendo estos los dos únicos partidos cuyos líderes son candidatos legítimos al puesto de primer ministro. Esta construcción política “cartelista” de la realidad sigue brindando al Likud y a los laboristas posiciones fuertes, pese a que ambos han quedado relegados a la condición de “terceros” en los últimos años (recordemos que en 2006 el Likud obtuvo 12 escaños en la Knesset, y que en 2009 y 2013 los laboristas obtuvieron, respectivamente, 13 y 15 diputados).
No obstante, en ausencia de bloques ideológicos, no debemos esperar alternativas sólidas al gobierno del Likud. Cabrían esperarse, más bien, nuevas “combinaciones de supervivencia” bajo la batuta del Likud (Netanyahu). En lugar de aportar cambios en la política nacional o exterior, se prevé que todo nuevo gobierno, sea del color que sea, continúe expandiendo los asentamientos israelíes en los Territorios Ocupados, al tiempo que aparenta apoyar las negociaciones de paz con la Autoridad Palestina para obtener cierta legitimidad internacional. El público israelí es consciente de que utilizar la “mascarada de la paz” es necesario para el consumo externo; ahora bien, también sabe que la mayoría de los israelíes y palestinos no creen realmente en la solución de los dos Estados tras 15 años de violentos enfrentamientos.
Solo podrán producirse cambios significativos si se dan los profundos giros ideológicos que definen la identidad política compartida de un bloque. En 1977, esto fue posible gracias el giro ideológico del PRN, que pasó de ser un aliado histórico de los laboristas a convertirse en un defensor de la ideología del “Territorio integral de Israel” del Likud. El nuevo “bloque de derechas” incluyó a 61 diputados del Likud, el PRN y los partidos ultraortodoxos. Fruto de su responsabilidad de cara al futuro del Estado, el Likud moderó su discurso y se mostró dispuesto a devolver la Península del Sinaí a Egipto y a conceder autonomía a los palestinos inmediatamente después del giro “derechista-nacionalista” de 1977.
En 1992 fueron Yitzhak Rabin y su partido laborista quienes dieron un giro ideológico radical para embarcarse en negociaciones con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Por primera vez los laboristas obtuvieron el poder necesario para formar un bloque político de 61 diputados, no sólo con Meretz sino también con los dos partidos que habían sido deslegitimizados hasta entonces debido a su ideología antisionista y a su electorado árabe (denominados, con frecuencia, los “partidos árabes”): Hadash y el Partido Democrático Árabe. Si bien estos dos últimos no fueron invitados a participar en el gobierno, firmaron acuerdos en los que prometían prestarle su apoyo. El gobierno de Rabin gozaba del apoyo político necesario para reconocer a la OLP y negociar los Acuerdos de Oslo, pero fue deslegitimado una y otra vez debido a sus apoyos “árabes”. En ambos casos, tanto en 1977 como en 1992, podemos hablar de giros políticos porque hubo evidentes bloques ideológicos que propiciaron importantes cambios en la política exterior, en la firma de acuerdos de paz y la implantación de cambios de gran calado en la economía israelí.
¿Cuál es el motivo por el que el asesinato de Rabin puso fin a los bloques políticos de “izquierda” y “derecha”? Las tres balas que acabaron con la vida de Rabin cerraron de inmediato el espacio político de los ciudadanos árabes de Israel. Rabin fue quien les trajo y su asesinato fue lo que les expulsó. Sin ciudadanos árabes no había “bloque de izquierdas” ni tampoco la necesidad de contar con un “bloque de derechas” al que enfrentarse. El linchamiento público de Rabin que precedió a su asesinato le puso en la diana por depender de los votos árabes para llevar a cabo sus políticas. El principal instigador fue el líder del primer partido de la oposición: Benjamín Netanyahu. Los detractores de Rabin defendían que sin el apoyo de una mayoría judía, no lograría el mandato para ceder partes del Gran Israel. Rabin rechazó tales críticas tildándolas de racistas. Para legitimizar su asesinato, los detractores de Rabin lo retrataron ataviado con una keffiyeh. En otras palabras, el asesinato de Rabin fue un ataque racista.
Desde entonces, el discurso racista ha calado en el escenario político israelí en su conjunto, no solo en la “derecha”, sino también en lo que podríamos describir como la “izquierda” y el “centro”. Todos ellos han adoptado la visión de que no es legítimo hacer concesiones en torno al Territorio de Israel por depender del apoyo político de los “árabes”. Esta actitud política es muy similar a la reivindicación nacional-religiosa de que el Territorio de Israel pertenece al pueblo de Israel, de manera que solo los judíos tienen derecho a decidir quién lo gobernará y si puede o no dividirse. En términos prácticos, esto se traduce en que se priva automáticamente al 10% de los miembros de la Knesset (y al 20% de los ciudadanos) de participar legítimamente en la política y de formar parte de posibles coaliciones. Por este motivo no debe sorprendernos la ausencia recurrente de un “bloque de izquierdas” y, en su oposición, de un “bloque de derechas”. La heterogénea composición de las coaliciones que se han formado desde el asesinato de Rabin demuestra que no existe continuidad política y que todos los partidos sionistas (judíos) pueden formar parte de ellas. Los dos socios del “cártel”, véanse el Likud y el Partido Laborista, utilizan el discurso polarizado de la izquierda frente a la derecha para incitar a la “hostilidad tribal” entre los grupos sociales que les apoyan. El Likud tiene más que ganar, si bien los laboristas tienen mayor éxito cuando la “movilización tribal” de la izquierda frente a la derecha se ve debilitada por cuestiones socioeconómicas, como ocurrió en las elecciones de 1999 y 2006.
Expectativas electorales equivocadas
Hubiera sido un grave error esperar un giro político cuando los israelíes acudieron a su cita con las urnas el pasado 17 de marzo, si bien fueron muchos los que albergaron esperanzas de que así fuera debido a la cobertura altamente distorsionada de la campaña electoral por parte de la mayoría de los medios independientes, que se mostraron hostiles con Netanyahu (con la excepción del diario Yisrael Hayom de Sheldon Adelson). Tras las elecciones, hubo numerosas muestras de sorpresa y decepción, además de un sentimiento generalizado de que la “derecha” había ganado las elecciones, sentimiento este que llevó a Netanyahu a crear una coalición extremista de la que probablemente se terminará arrepintiendo. Sin embargo, se impidió tanto al Likud como a los laboristas colaborar inmediatamente después de las elecciones, como lo hicieron en 2009-2013, debido a la campaña hostil y a la construcción política del triunfo de “la derecha”.
Ahora bien, los datos “objetivos” apuntan a lo contrario: el poder político de los partidos que rechazan un compromiso con los palestinos se vio reducido (de 43 a 38) debido al nuevo partido de centro creado por Kahlon, un disidente del Likud, y a su nuevo partido Kulanu (10 diputados) y también a la ruptura de Lieberman y a su abierto rechazo a la ideología del Gran Israel. Sin embargo, en política lo que importa no son los datos “objetivos” sino su interpretación pública, algo a lo que me he referido con anterioridad10 con la expresión “construcción política de la realidad”. Debido al discurso “izquierda-derecha”, en la víspera de las elecciones los analistas políticos se centraron sobre todo en especular en torno a cuáles serían las distintas combinaciones que podrían garantizar la supervivencia política de Netanyahu y Herzog. Se preguntaron si el Likud tendría el poder suficiente para construir una coalición de “derechas” con Hogar Judío, el partido de Lieberman, los partidos ultraortodoxos y Kulanu, o si Herzog gozaría del apoyo necesario para construir una coalición de “centro-izquierda” con los ultraortodoxos, Yesh Atid, Kulanu y Meretz. La “lista árabe” no fue incluida en sus quinielas, una exclusión que se dio por hecho.
Los resultados electorales de 201511 muestran que la coalición de “derechas” con la que se había especulado previamente podría ser avalada por 67 diputados MK, y 53 en la oposición, mientras que la coalición de “centro-izquierda” que se había vaticinado podría obtener 69 escaños con solo 38 de la oposición de derechas y los 13 de la lista árabe, con una actitud más neutral o positiva. De hecho, el gobierno formado por Netanyahu solo cuenta con 61 escaños, debido a la decisión de Lieberman de sumarse a la oposición, lo cual apunta a que la inestabilidad y la búsqueda constante de posibles coaliciones serán la tónica general de la política de los próximos años. Ahora bien, lo que ha de quedar claro es que la coalición de derechas podrá ser débil e inestable y, más importante si cabe, que la coalición de centro-izquierda no es (y nunca fue) una opción real.
El problema no radica en la “derecha” o la “izquierda”, sino en el “centro” y, más concretamente, en los partidos que están, teóricamente, dispuestos a formar parte de las coaliciones lideradas por el Likud o los laboristas. La principal división se produce entre el ultralaico Yesh Atid y los ultraortodoxos Shas y Judaísmo de la Torá. La tensión entre los partidos laicos ashkenazi y los partidos ultraortodoxos ha dividido la política israelí desde el intento fallido de formar una coalición laborista-ultraortodoxa por parte de Simon Peres en 1990 (la denominada “sucia treta”). Fue la principal fuente de tensión en las coaliciones de Rabin y Netanyahu en los 90 y lo que tumbó el gobierno de Ehud Barak en 2000 en menos de un año. Esta tensión llevó al Likud a expulsar a los partidos ultraortodoxos cuando decidieron colaborar con la familia Lapid en 2003 y 2013.12 En ausencia de agendas políticas o económicas, se recurre a la “hostilidad tribal” entre los ultralaicos y los ultraortodoxos para movilizar al electorado. Además, la “movilización tribal polarizada” de la izquierda versus la derecha lleva implícita una agenda hostil que enfrenta lo laico a lo ortodoxo. ¿Puede Yitzhak Herzog crear una coalición de “centro-izquierda” con los partidos ultraortodoxos y los ultralaicos Meretz y Yesh Atid? Esta podría ser la única alternativa a la coalición de Netanyahu en el nuevo Parlamento, pero no resulta en absoluto realista. Pese al hecho de que tanto Yesh Atid como los partidos ultraortodoxos estaban dispuestos a formar parte de las coaliciones del Likud o de los laboristas, lo cierto es que no lo están para colaborar y participar en la misma coalición.
Conclusiones: El gobierno formado por Netanyahu tras las elecciones legislativas israelíes de 2015 solo cuenta con 61 escaños (de los 120 totales). Esto significa que la inestabilidad y la búsqueda constante de posibles coaliciones serán la tónica general durante los próximos años. Sin embargo, lo que ha de quedar claro es que la coalición de derechas podrá ser débil e inestable y, más importante si cabe, que la coalición de centro-izquierda no es (y nunca ha sido) una opción real. Obviamente, esto podría cambiar si se siguiera la senda sin precedentes que abrió en su día Rabin, incorporando a la Lista Árabe Conjunta (13 escaños) en lugar de a Yesh Atid o a los ultraortodoxos, si bien un paso así resulta difícilmente imaginable en la actualidad. Se trata, sin duda, de un movimiento que podría provocar un giro político real en términos sociales, económicos y políticos. Ahora bien, para que esto ocurra, no basta con una mayoría en la Knesset: se requieren tanto liderazgo con una nueva visión de futuro para Israel, ambos claramente inexistentes en las elecciones de 2015.
Lev Luis Grinberg
Profesor en la Universidad Ben Gurion de Israel especializado en política, economía y sociedad israelí y autor de análisis sobre distintas cuestiones de interés público en varios idiomas y multitud de foros. Sus últimas publicaciones incluyen Política y Violencia en Israel/Palestina- Democracia versus Gobierno Militar (Prometeo, 2012) y Mo(ve)ments of Resistance – Politics, Economy and Society in Israel/Palestine, 1931-2013 (Academic Studies Press, 2013).
1 Que significa “Israel, nuestra casa”. Dicho partido, liderado por el ex ministro de Exteriores Avigdor Liebermann, cuenta fundamentalmente con el apoyo de inmigrantes de la antigua Unión Soviética. De cara a las elecciones de 2013, Yisrael Beitenu y el Likud formaron una lista conjunta que obtuvo 31 escaños (20 para el Likud y 11 para Yisrael Beitenu).
2 En las elecciones de 2013 obtuvieron, por separado, 21 escaños (15 el Partido Laborista y seis el Movimiento). Este último es un partido de centro que engloba a personas del antiguo partido de Ariel Sharon, Kadima (Tzipi Livni y Meir Shitrit) y el Partido Laborista (Amir Peretz y Amram Mitzna).
3 El partido extremista religioso nacional pasó de 12 escaños a ocho, mientras que la extrema derecha que representa el partido ultraortodoxo Shas liderado por Eli Yishai no logró alcanzar el mínimo del 3,5% de los votos y desapareció.
4 Véase el llamamiento desesperado de Netanyahu a sus votantes a la luz del voto masivo de la comunidad árabe.
5 Shinui (“cambio” en hebreo) era un partido de centro laico fundado en 1999 por el periodista Tommy Lapid que formó parte de la coalición de Sharon en 2003, con 15 escaños y desapareció en las elecciones de 2006. En 2013, su hijo, Yair Lapid, creó Yesh Atid (“Hay futuro”), y dijo representar las demandas de la clase media laica que surgieron del movimiento de protesta de 2011. Obtuvo 19 escaños y fue el principal socio en la coalición de Netanyahu.
6 El partido creado por Sharon como escisión del Likud, así como la salida de Simon Peres del Partido Laborista. Kadima se alzó con 29 escaños en 2006 y formó un gobierno de coalición con los laboristas. Obtuvo 28 escaños en 2009 pero se negó a formar parte de un gobierno de coalición con Netanyahu. Se separaron en 2013, un pequeño partido obtuvo dos escaños en la Knesset y el movimiento de Livni logró seis.
7 Significa “Hogar judío”. Se trata de una versión renovada del antiguo Partido Religioso Nacional.
8 Juntos acumularon 13 escaños en las elecciones de 2015.
9 El partido pasó de tener 19 escaños en 2013 a 11 en 2015.
10 L.L. Grinberg (2012), Política y Violencia en Israel/Palestina – Democracia versus Gobierno Militar, Prometeo, Buenos Aires, 2012.
11 Likud 30, Unión Sionista 24, Lista Árabe Conjunta 13, Yesh Atid 11, Kulanu 10, Bayt Yehudi 8, Shas 7, Judaísmo de la Torá 6, Yisrael Beiteinu 6 y Meretz 5.
12 Me refiero aquí al partido Shinui de Lapid padre de 2003 y a su hijo, que obtuvo 19 escaños en 2013 con una plataforma ultraortodoxa similar.