Tema: El incremento sostenido de la población hispana en Estados Unidos y su concentración en determinadas áreas –algunas de ellas de elevada importancia estratégica para los comicios presidenciales– la convierte en objeto de interés para las dos grandes formaciones políticas que pugnan por hacerse con su apoyo. Los resultados de las últimas elecciones en California aportan nuevos indicios respecto a la conducta política y tendencias de sus miembros.
Resumen: El plebiscito de California, en el que se decidía la continuidad o sustitución del gobernador Gray Davis, ha vuelto a traer a primer plano el debate respecto al papel y peso que pueden tener los votantes hispanos. Los principales contendientes dedicaron especial atención a este electorado y se esforzaron en ganarse su favor. Frente a especulaciones previas sobre la presumible unidad de voto de los hispanos y la soberanía de la opción demócrata, los resultados han puesto de manifiesto la heterogeneidad existente en el conjunto.
Análisis: El 7 de octubre de 2003, los californianos acudían a una cita excepcional con las urnas. A menos de un año del último ejercicio electoral, en el que el demócrata Gray Davis fue reelegido como gobernador –con el 47% de los votos y una elevada abstención–, y gracias a una antigua cláusula de la Constitución estatal, los electores tuvieron una nueva oportunidad de ratificar o retirarle su confianza y, en este caso, optar por un nuevo nombre para el cargo. Los resultados, como es bien sabido, han supuesto un terremoto político dentro y fuera del Estado. Con una participación superior a la cita previa (59,2% frente al49,2%), más de la mitad de los votantes (55%) afirmaba su radical deseo de cambio rubricando la destitución de Davis y nombrando en su lugar por amplio margen (49%) al conocido astro de Hollywood Arnold Schwarzenegger, republicano moderado y un completo neófito en la política. Su victoria –a la que contribuyeron miembros de las bases tradicionales del partido demócrata (sindicatos, liberales e hispanos)–, junto a la derrota del candidato alternativo, el vice-gobernador Cruz Bustamante, fueron las grandes sorpresas de la jornada.
El voto hispano, coto vedado a los republicanos desde 1994 –cuando el entonces gobernador Pete Wilson impulsó la Propuesta 187 que negaba a los indocumentados los servicios públicos más básicos–, aparecía dividido. Así, mientras algo más de la mitad (55%) respondía a las consignas demócratas secundando al gobernador y a Bustamante, una buena parte daba por zanjados viejos recelos decantándose por los candidatos republicanos, que recogían en conjunto el 40% de los votos del grupo. Ello rebate el estereotipo que lo representa como un bloque unitario y pone en evidencia la segmentación interna y el potencial de voto móvil existente en el conjunto y que, ya hace tiempo, vienen detectando los estudios.
Lo ocurrido en California tendrá, sin duda, eco a diversos niveles que van más allá del ámbito estatal. El Estado más poblado y rico de la unión constituye el principal feudo demócrata y es el que cuenta, a la vez, con mayor cifra de hispanos. El resultado supone, pues, un regalo inesperado para Bush que puede ver colmado su sueño de reelección en 2004 si logra asegurarse los 55 votos electorales de California. Por otra parte, tanto la convocatoria –totalmente inusual– como su desenlace –igual de inesperado– sientan un precedente que puede condicionar el ejercicio del gobierno en otros lugares. En cuanto a la respuesta del electorado hispano, revela, de un lado, su relativa sintonía con las preocupaciones e intereses de otros sectores sociales y, de otro, el desfase respecto al arquetipo más en uso –determinación del factor étnico, unidad de intereses y soberanía de la opción demócrata– y la limitación de las fórmulas tradicionales utilizadas hasta ahora para lograr su favor. Veamos, antes de examinar este proceso, un breve apunte de cómo se llegó a esa situación.
Los antecedentes
La campaña para la destitución de Gray Davis empezó a gestarse al mes de tomar posesión de su cargo tras su reelección en noviembre de 2002. Tres grupos distintos pero contrarios al resultado se acogieron a una vieja norma de la Constitución (1911), que establece un procedimiento para deponer a miembros de la administración cuando lo exija por escrito el equivalente al 12% de los votos recogidos en los comicios que se desean anular. Una cláusula que comparten otros 17 Estados y que hasta ahora sólo se había utilizado a nivel local. Diversos grupos han intentado, en otras 31 ocasiones, destituir al gobernador de California –incluyendo a Ronald Reagan y a Pete Wilson–, pero nunca lograron completar el proceso. Esta vez, sin embargo, el movimiento capitalizó el descontento popular por la crisis energética del pasado año y la grave crisis fiscal que arrastra el Estado, cuya deuda asciende a más de 38.000 millones de dólares, lo que va a suponer fuertes recortes en gastos sociales. De febrero a julio se habían recogido cerca de millón y medio de firmas a favor, cifra superior a la requerida para convocar el referéndum (897.158, el 12% de los 7,7 millones que votaron en noviembre de 2002). El 24 de julio de 2003 el vicegobernador, Cruz Bustamante, decretaba, pues, los nuevos comicios que habían de celebrarse el 7 de octubre de 2003.
Una extensa (136) y variopinta lista de aspirantes –sólo se requería abonar 3.500 dólares y el aval de 65 firmas–, convirtió el plebiscito en un lance más cercano al espectáculo que al ejercicio democrático. Tres días antes del cierre de la lista, Arnold Schwarzenegger –que parecía decidido a apoyar a Richard Riordan, ex alcalde de Los Ángeles– anunciaba su candidatura desde un programa televisivo (The Tonight Show). El juego político tomaba así un rumbo inesperado. R. Riordan, republicano moderado y popular, ajeno a la línea oficial del partido, anunció al día siguiente su renuncia y su apoyo al protagonista de Terminator. Dos días más tarde las encuestas favorecían al actor con una intención de voto del 35%. La evolución positiva de su campaña impulsó la retirada del resto de candidatos republicanos, entre ellos Bill Simon, aspirante oficial en la elección previa, y el congresista Darrell Issa, principal promotor del referéndum, en el que invirtió casi 2 millones de dólares. Sólo el senador estatal Tom McClintock, un conservador, hizo oídos sordos a quienes pedían su retirada para evitar la división del voto republicano y se mantuvo hasta el final.
En las filas demócratas empezó a verse factible la destitución de Davis, lo que rompió su estrategia de cerrar filas en torno a su legitimidad y no presentar otro candidato. Cruz Bustamante lanzó entonces su candidatura con el aparato demócrata dividido sobre su oportunidad y desde una posición, a todas vistas, compleja y delicada. De ahí lo confuso de su campaña, fiel reflejo de su lema –“No a la destitución. Sí a Bustamante”–, consigna oficial de los responsables demócratas. Y es que, si no presentar candidato conllevaba el riesgo de dejar el campo libre a los republicanos si vencía la revocación, no pocos temían, entre ellos el propio Davis –que se negó en todo momento a reconocer la candidatura de su ayudante y más aún a darle su apoyo–, que el hacerlo debilitaba aún más su posición, sin descartar que la perspectiva de elegir a un hispano como gobernador –el primero desde 1875– pudiera alentar el voto étnico y añadir votos a la revocación. Un mes antes de las elecciones, según el sondeo de Los Angeles Times (LATimes), ninguno parecía tener muchas posibilidades de éxito. Schwarzenegger, superada la sorpresa inicial, se encontraba a 12 puntos de Bustamante, cuyo apoyo rondaba el 23%. La semana previa, sin embargo, y tras el debate que sostuvieron los principales candidatos, un sondeo de opinión de CNN, USA-Today y Gallup recogía la ventaja, en intención de voto, del actor (40%) frente a Bustamante (25%) y el avance de McClintonck (18%). A la vez, una crecida mayoría (63% vs 35%) apoyaba la destitución de Davis. Las indicios vaticinaban, pues, el ascenso de los republicanos y el declive demócrata así como las líneas de división –étnicas y raciales y, en el caso de los hispanos, también lingüísticas– que segmentaban el voto (ver USC Annenberg’s Institute, Pew Hispanic Center, New California Media y Tomás Rivera Institute, 2003Multilingual Survey of California Voters).
Los resultados
En California reside, como es sabido, el mayor número de hispanos: cerca de 12 millones en julio de 2002, según las estimaciones más recientes de la Oficina del Censo, lo que supone algo más de la tercera parte (34%) de su población. De ahí que, al igual que en los restantes núcleos en los que se concentran, los ejercicios electorales susciten grandes expectativas sobre el papel que puede jugar su voto en los resultados. Si bien, y sin minusvalorar el peso que en determinadas circunscripciones y circunstancias pueda tener, el cumplimiento de esos pronósticos está subordinado a otra serie de factores que limitan y median en la participación electoral. Y la primera, y más obvia, es la posibilidad de votar, algo que, bien por no ser ciudadanos, o por edad, no está al alcance de muchos hispanos. En efecto, casi la mitad de los hispanos californianos no son ciudadanos y tienden, además, a ser más jóvenes, pobres y menos educados que los miembros de otros grupos. Ello redunda en una baja participación electoral y hace que aunque aumente la población sigan sub-representados en el electorado (véase J. Citrin y B. Highton, How Race, Ethnicity, and Immigration Shape the California Electorate, Public Policy Institute, 2002). Así, en las elecciones gubernativas de 1994 sólo votó el 12,8%, cuando entre los no-hispanos la tasa fue del 41,4%; en 1998, lo hizo el 14,8%, representando el 13,5% del total de votos emitidos, y en noviembre de 2002, aunque subió la cifra de votantes registrados del 14,1% al 16,7%, la participación efectiva fue, en sintonía con la de la población general, ligeramente inferior a la del ejercicio previo según datos del William C. Velásquez Institute (WCVI). No cabe hablar, pues, de un empuje radical y sostenido en la evolución del voto hispano (véase tabla 1).
En 2003, la popularidad de Schwarzenegger y la cobertura de los medios de comunicación, mucho más intensa que en otros ejercicios electorales, contribuyó a elevar el interés del público, observándose un aumento notable de la participación a nivel general, extensible también a los latinos que acudieron a las urnas en mayor número (ver tabla 1). Aún así, de los votantes registrados (2,5 millones), votó algo menos de la mitad (1,2 millones) manteniéndose estable la cuota (13%) respecto al total de votos emitidos. Ello supone un índice de asistencia superior a la convocatoria previa (47% vs 39%), cuando los votos hispanos no llegaron al millón, pero dista de la dada en 1998 (55,2%) y aún más de la media estatal (59%) (ver tabla 1).
Tabla 1. Votantes registrados y voto en California, 1998-2003
|
Fuente: Secretaría de Estado de California, Political Data, Inc., Estudio WCVI.
* Análisis preliminar del WCVI
Dado el perfil más demócrata del Estado (44% vs 35% según datos oficiales), éstos esperaban que ello beneficiaría a sus candidatos. Sin embargo, lo que prevaleció fue el descontento y más de la mitad de los votantes (55,4%) votó la destitución del gobernador; once puntos más que los que se decantaron por su continuidad (44,6%). Y el principal beneficiario del malestar fue Schwarzenegger. Así, a tenor de la encuesta a pie de urna de LATimes, la generalidad de sus votantes (85%) acudió a la urna para respaldar la destitución de Davis, mientras que, entre los de Bustamante, una proporción similar (87%) lo hizo para votar en contra, datos que difieren de la distribución a escala general mucho más homogénea (46% y 43% para votar a favor o en contra, respectivamente, de la destitución).
En cuanto al voto latino, aunque no fue unitario, presentó en general una pauta inversa al conjunto global. Así, y según la encuesta de LATimes, el 55% respaldó la continuidad del gobernador Davis, mientras algo menos (45%) lo hacía en su contra, cifras parejas –aunque opuestas– al resultado global. La primera coincide, a su vez, con la de los electores de Bustamante, pero quedó muy lejos del 70% que esperaba. Hace menos de un año, casi dos tercios apoyaron a Davis y el 70% le votó en 1998, su primera elección. Según el citado sondeo, Bustamante recogió mayor proporción de votos entre los afroamericanos (65%) que de los latinos (55%). Mientras, los candidatos republicanos acumulaban, a su vez, el 41% del voto latino (31% Schwarzenegger y 10% McClintock).
Tabla 2. Resultados del plebiscito de California según categoría étnica, octubre de 2003
|
% del total de votantes |
Destitución |
Sustituto |
|||
Si |
No |
Schwarzenegger |
Bustamante |
McClintock |
||
Total |
100 |
55,4 |
44,6 |
48,7 |
31,7 |
12,4 |
Blancos |
72 |
59 |
41 |
53 |
27 |
14 |
Afro-americanos |
6 |
21 |
79 |
18 |
65 |
8 |
Latinos |
11 |
45 |
55 |
31 |
55 |
10 |
Asiáticos |
6 |
47 |
53 |
45 |
34 |
15 |
Fuente: Secretaría de Estado de California (resultados globales) y Los Ángeles Times, encuesta a pie de urna (datos desagregados por categorías étnicas).
El apoyo a la destitución de Davis entre los latinos provino, en la mayor parte, de republicanos e independientes y, a tenor de los datos de LATimes, estuvo en relación directa a los ingresos, lo cual corroboraría lo apuntado por diversos estudios respecto a que el ascenso en la escala social incrementa la tendencia a adoptar la opción republicana. Así, a nivel estatal, más de 3 de cada 5 de votantes, cuyos hogares ingresan menos de 40.000 dólares, estaban en contra de la destitución y apoyaron a Bustamante; mientras que la mitad de los que reúnen entre 60.000 y 100.000 dólares dio su voto a alguno de los candidatos republicanos, siendo menos (46%) los que secundaron a Bustamante. La tendencia se acentúa entre quienes superaban los 100.000 dólares, que se inclinaron más decididamente a favor de la destitución (57%) y los candidatos republicanos (60%). El voto latino en California añade evidencia, pues, de que la opción electoral de la minoría más numerosa, no es tan incondicional y predecible como desearían los demócratas –sobre todo a medida que ascienden en la escala social–, ni tan fácil de alcanzar como querrían los republicanos.
Esclareciendo los resultados
¿Qué fue lo que alejó a los votantes, y a los latinos, entre ellos, de los demócratas, partido que recoge habitualmente en California del 70% al 85% de los votos de ese conjunto? Pues, se debió fundamentalmente a la insatisfacción con la gestión de Gray Davis y, en general, con la clase política, que exacerbó la subida de impuestos y el crítico estado de la economía. Así lo refleja la encuesta a pie de urna de LATimes, en la que los electores le recusan por administrar mal el Estado (64%), el manejo de la crisis energética (31%) y la crisis presupuestaria (22%). Según el sondeo del Field Institute, la generalidad (83%) consideraba “pésimo” el estado de la economía, índice muy por encima al del año previo (56%) y aún más del anterior (22%). Muchos ven en él, además, algunos de los defectos del político profesional (alejamiento de los votantes, oportunismo político, falta de principios, pleitesía a intereses particulares, etc.). Profundamente impopular, Davis no supo granjearse tampoco el aprecio de los latinos, a pesar de que tanto en 1998 como en 2002 recogiera, según datos del WCVI, la mayoría de sus votos (84% en 1998 y 76,6% en 2002). Casi la mitad de los hispanos, según el sondeo de opinión efectuado por el Annenberg’s Institute et al. en septiembre, tenía una opinión “muy” (27%) o “algo negativa” (22%) del gobernador. Aunque su impopularidad era aún mayor entre los blancos no hispanos (49% y 11% respectivamente) que son los que conforman el grueso del electorado, como puede verse en la tabla 2. Tres de cada cuatro de los últimos y dos de cada tres latinos (67%) calificaba su gestión de “mediocre” (27% y 40% respectivamente) o “mala” (48% y 27% en cada caso). Un mes antes del referéndum, en un último intento de ganar el voto hispano, Davis firmó la ley SB60, impulsada por el senador Gil Cedillo y que restituía a los inmigrantes irregulares la posibilidad de obtener un permiso de conducir, un derecho anulado por los republicanos a mediados de los años noventa, con apoyo de conocidos demócratas, entre ellos el vice-gobernador Cruz Bustamante. Sólo un año antes Davis había vetado una ley menos inclusiva. Y aunque el 70% de los latinos, según un sondeo del WCVI, se manifestaba a su favor –frente a un 26% en contra–, el gesto, según representantes de organizaciones hispanas, llegó demasiado tarde y contribuyó, además, a alejar a la población general (2 de cada 3 votantes contrarios a la SB60 votaron por la destitución según las encuestas a pie de urna).
En cuanto a Cruz Bustamante –demócrata moderado y el latino que ocupa el puesto más alto en la administración estatal–, tampoco contaba con el respaldo unánime de los latinos. De hecho, aunque la mayoría de los sondeos le vaticinaban casi el 60% de su voto, los de LATimes y el del Annenberg’s Institute et al., reflejan que alrededor de un 30% no tenía buen concepto del político hispano, lo que no impide que fuera el mejor valorado por el colectivo (dos de cada tres, el 67%, tenían una opinión “muy” (37%) o “algo positiva” (30%) de él). Sus detractores le acusan de oportunismo y de beneficiar a distintos grupos de interés. Aún así, su origen latino, la impopularidad de Davis y la singularidad de Schwarzenegger, le señalaban, en principio, como el candidato con más posibilidades si triunfaba la revocación. En la campaña cortejó a los tres colectivos que podían posibilitar su elección: sindicatos, latinos y afro-americanos. Para ello frecuentó los medios de comunicación hispano-hablantes, enfatizó su origen hispano y rememoró con frecuencia las raíces campesinas de su familia. Asimismo, se pronunció a favor de la inmigración, aunque limitando partidas de gastos, y prometió reconsiderar el alza del impuesto sobre vehículos, que firmó Davis unos meses antes, muy rechazado por la población en general. Frente a la crisis fiscal, propuso subir las tasas al tabaco y el alcohol y a los residentes con mayores ingresos. Un programa poco atractivo para las clases medias y los de mayores rentas, que son, como es bien sabido, los que suelen acudir más a las urnas. Al final de la campaña fue acusado de uso ilegal de fondos, acusación que no supo remontar y que le asemejó aún más a Davis. La sombra de éste, lo confuso de su campaña, la falta de apoyo en su propio partido –de los aspirantes a participar en las próximas presidenciales, por ejemplo, sólo Lieberman le respaldó expresamente–, los recelos que suscitaba en algunos latinos, junto a los errores cometidos, fueron socavando su candidatura y alejando a posibles votantes.
Por otra parte, Arnold Schwarzenegger, experto en el arte de la imagen y el espectáculo, desplegó, con la ayuda de sus asesores, la campaña más eficaz. Republicano moderado, supo neutralizar, e incluso sacar partido, a las recriminaciones de sus rivales. En su campaña, de claro corte populista, formuló una larga lista de promesas y enfatizó su carácter de ajeno a la maquinaria política y su condición de inmigrante (de origen austriaco, llegó a EEUU en 1968), postulándose como la solución a los problemas y el representante de todos (una hábil réplica a la figura y campaña de Bustamante, escorada hacia la población de origen hispano y los sectores menos favorecidos). Contrarrestaba así, de un lado, la acusación de inexperiencia en el ejercicio público y, de otro, la inquietud que pudiera despertar entre inmigrantes y latinos la presencia de Pete Wilson como director de campaña, su respaldo a la Iniciativa 187 –de infausta memoria entre los hispanos– y su afiliación a la organización US English (que busca hacer del inglés la lengua oficial). Ante la inmigración –tema espinoso y controvertido dado que cerca del 30% de la población (unos 9 millones) es inmigrante– supo dar una de cal y otra de arena. Así, afirmó apoyar el derecho de los indocumentados para vivir y trabajar en EEUU y su sintonía con sus preocupaciones, a la vez que rechazó de plano la SB60 que les daba acceso al permiso de conducir, una ley por la que presionaron muchos latinos pero que, según una encuesta a pie de urna, era rechazada por el 70% de los votantes (entre los que respaldaron a Davis la apoyaba el 78%). En línea con una concepción de la administración estatal similar al de una empresa privada, propuso una auditoria fiscal independiente y privada de las cuentas del Estado. Asimismo, supo manejar hábilmente su imagen de triunfador, de hombre de acción y hecho a sí mismo, lo suficientemente hábil para superar los obstáculos y realizar sus objetivos. Un perfecto icono del “sueño americano” que acabó de completar con su enlace con Maria Shriver, sobrina del asesinado presidente J.F. Kennedy, lo que le entronca, a la vez, con la principal estirpe política.
El triunfo de Schwarzenegger, no se debió, pues, tanto a razones políticas, como a haber sabido convertirse en el símbolo del outsider y capitalizar el descontento de la población frente a los políticos profesionales. Las previsiones de quienes creyeron que las circunstancias podían beneficiar la candidatura de Bustamante –el candidato institucional, llamado a ser, por regla natural, el que debería reemplazar al gobernador; con una campaña breve y, por tanto, de bajo coste– fallaron al percibírsele más como una garantía de continuidad de la política que ha llevado a la quiebra al Estado más rico de la Unión. A ello se unió lo poco lucido de su campaña y sus frías relaciones con el gobernador, lo que ahondó las divisiones entre el partido demócrata y los líderes latinos y desilusionó a muchos votantes. Pero también pecó de exceso de confianza dando, de un lado, por descontado el voto de las bases e ignorando a los latinos de clase media –que odian verse representados como necesitados– y, de otro, subestimando las posibilidades y capacidad de sus rivales. El último debate poco antes del sufragio –el único en el que participó Schwarzenegger– fue, en este sentido, un claro punto de inflexión. Tras el mismo, los sondeos reflejaron un descenso de más de 10 puntos en intención de voto a Bustamante (ver, por ejemplo, el de WCVI).
En cuanto a la conducta electoral de los latinos, manifiesta lo erróneo de la tendencia a uniformarles deslindándoles del conjunto de la población, una visión que contradicen los estudios más recientes, que apuntan a unas pautas relativamente similares a las genéricas. Esto es, comparten en buena medida las inquietudes e intereses más generales, orientando su voto en función de la posición que adoptan de los candidatos, al igual que responden a un patrón análogo al común: los más educados y de mejor posición económica son los que más votan. Esperar una posición unitaria por el mero hecho de que se comparta una etiqueta étnica –que no deja de ser externa, ambigua y lasa– supone una notoria omisión del papel que juegan el resto de variables, más específicas, en el comportamiento político.
Conclusiones: Lo más destacado, en suma, de las última elecciones de California es, de un lado, la significativa participación de los latinos en la convocatoria, en línea, por otra parte, con la general; si bien, en mi opinión, aún están lejos de ser una fuerza decisoria, a no ser en coincidencia con circunstancias excepcionales. Y, de otro, la creciente diversidad y movilidad interna respecto a las opciones políticas. Las diferencias que se observan manifiestan las muchas líneas que segmentan a un conjunto intrínseca y enormemente variado. Los resultados muestran, en suma, que el voto latino no es un bloque unitario ni sigue ciegamente consignas étnicas ni partidarias. Esto aumenta, sin duda, la importancia del conjunto, que va a requerir una mayor atención y esfuerzo de persuasión para lograr su respaldo.
María Jesús Criado
Real Instituto Elcano