El terrorismo reconsiderado

El terrorismo reconsiderado

Tema: Uno de los efectos deseados de los ataques terroristas en Madrid parece haber sido el de fracturar la alianza occidental. Los aliados deben ver más allá de la trampa, reconocer errores incurridos, concebir una definición más estricta de la amenaza del terrorismo y crear una nueva estrategia para combatir las raíces del problema.

Resumen: Las secuelas de los ataques de Madrid han demostrado que entre EEUU y sus aliados europeos existe una profunda división en torno al papel que desempeña Irak en la guerra contra el terrorismo islámico. La opinión generalizada en Europa (a diferencia de la de América) es que son dos problemas completamente distintos y que el efecto de las acciones que ha llevado a cabo Norteamérica son contraproducentes para la guerra contra el terrorismo. Si se quiere evitar que las diferencias en torno a Irak lleguen a crear un cisma en la coalición occidental, es importante reformular la definición de las causas y la naturaleza del terrorismo y alcanzar un consenso sobre principios básicos. El perfil de una cooperación continuada se percibe con claridad: EEUU y Europa comparten la sensación de que el terrorismo islámico representa una amenaza potencialmente catastrófica, cooperan para detener la propagación de las armas de destrucción masiva y están dispuestos a llegar muy lejos (empleando, si es necesario, la fuerza militar) para impedir nuevos ataques.

Análisis: A menudo se han explicado las diferencias entre EEUU y Europa de los últimos y turbulentos años a través del prisma del 11 de septiembre. Se ha argumentado que seguramente los europeos no pueden entender los deseos de Washington de alterar el statu quo, ya que no comparten los traumas emocionales que impulsan su política exterior y de seguridad. La lógica de este argumento es que si se produjera un ataque de estas dimensiones en suelo europeo, la opinión de los aliados se volvería a alinear.

Sin embargo, este argumento ha perdido fuerza desde que el pasado 11 de marzo una serie de atentados terroristas coordinados en vísperas de unas elecciones generales asesinara a cerca de 200 personas. En el momento de escribir estas líneas, todas las pruebas apuntan a que los culpables son extremistas islamistas. No obstante, lejos de alinearse con la guerra de Washington contra el terrorismo, la respuesta de los españoles fue más bien la de retirarle del poder al aliado de América, el presidente José María Aznar y a su partido. El presidente electo socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, prometió sin dilación que retiraría las tropas españolas de Irak. “No se puede organizar una guerra por mentiras”, afirmaba, Bush y Blair “tendrán que hacer reflexión y autocrítica”.

Y muchos experimentados observadores de la política europea deberán hacer lo mismo; la decisión española (y la vertiginosa y repentina salida del poder del Partido imPopular) sorprendió a la mayoría de los analistas. Sería un error dar una excesiva importancia a la interpretación de la reacción a los atentados: parece más bien que los votantes respondían a lo que se percibió como una ocultación por parte del gobierno de Aznar, que en un primer momento culpaba a los terroristas de ETA, más que a su gestión de la crisis de Irak. A pesar de que el 90% de la población estaba en contra de la guerra de Irak, parecía que los españoles estaban dispuestos a perdonar al partido de Aznar, que hasta el día de los ataques aventajaba al entonces opositor Partido Socialista con un ligero pero sólido margen.

Sin embargo, la sucesión de los acontecimientos debería darnos qué pensar a todos. Apunta a dos conclusiones. El problema real no es el 11 de septiembre, sino la guerra de Irak. A pesar de la intensa campaña pública llevada a cabo por la diplomacia de Washington, la opinión mayoritaria de los europeos (a diferencia de la de los americanos) percibe a Irak y al terrorismo como dos problemas completamente separados. Para la mayoría de los europeos, la guerra de Irak no solo era innecesaria, sino que además alimentó al terrorismo al aportarle a al-Qaeda una nueva causa y un nuevo objetivo. Desde esta perspectiva, el voto de los españoles (que algunos expertos calificaron rápidamente de contemporizadora) parece ser más un voto de desconfianza hacia la definición de terrorismo de EEUU que una cesión ante el chantaje y la violencia. Una cosa es querer impedir futuros ataques terroristas y otra bien distinta es apoyar políticas que en nuestra opinión van a empeorar una, ya de por sí, mala situación.

Esto nos conduce a la segunda conclusión. La reacción de los españoles viene a demostrar cómo la guerra ha envenenado las buenas relaciones que mantenían EEUU y Europa. Se extienden las sospechas y la desconfianza (lo que empezó como una diferencia en cuanto a Irak ahora amenaza con afectar a las operaciones conjuntas contra grupos terroristas). La frustrante realidad es que no importa quién pensemos que es el responsable, ahora Irak es ahora un problema terrorista. La paradoja a la que se enfrenta actualmente Europa es que resulta difícil que, habiendo expuesto que la guerra declarada por EEUU ha convertido a Irak en refugio de terroristas, se opte por permanecer al margen (o retirado) del proceso de reconstrucción que se está llevando a cabo en el país.

Las contundentes repercusiones políticas de los ataques de Madrid han hecho que las relaciones transatlánticas hayan tocado fondo. Para muchos europeos, los ataques de Madrid parecían justificar todos sus temores sobre la dirección de la política exterior y de seguridad de EEUU. Los resultados de las elecciones españolas asimismo suponen un enorme desincentivo para seguir a su aliado norteamericano. La coalición occidental, que parecía recuperarse de la crisis de Irak, aparece ahora más frágil que nunca.

Este es un momento de inquietud. A aquellos europeos que todavía recuerdan los horrores del totalitarismo, les viene a la memoria el dilema del ‘toque de medianoche’: Qué hacer cuando un vecino es detenido en pleno noche por la policía secreta. ¿Qué se puede hacer? Uno puede elegir entre tratar de pasar inadvertido y sin protestar con la esperanza de que la siguiente visita sea a otro. El inconveniente es que quienes perpetran estos horrores tienen la libertad de campar a sus anchas. También significa que el siguiente puede ser uno mismo, y que si vienen, sería inútil esperar ayuda.

También se puede optar por protestar y exigir que acabe el clima del miedo. En este caso, suele ocurrir lo siguiente: si nadie más alza la voz, la policía secreta irá por el disidente. Éste es el peor de los resultados. Si (y sólo si) todos alzan la voz habrá una esperanza de que el horror acabe. No hace falta decir que éste es el mejor de los resultados posibles.

Y éste era precisamente el dilema al que se enfrentaban España y Europa tras los ataques del 11 de septiembre. Europa indudablemente adoptó la decisión acertada al unirse con EEUU para declarar la guerra a las fuentes de las que emana el nuevo terrorismo catastrófico. Las fuerzas europeas lucharon en Afganistán y buques europeos buscan por todo el mundo barcos cargados con armas de destrucción masiva que puedan estar relacionadas con el terrorismo. Los cuerpos de policía del continente han frustrado numerosos planes terroristas, entre los que se incluyen ataques contra objetivos de EEUU en Europa, por lo que no cabe hablar de apaciguamiento ni de abdicación.

Pero las decisiones que se toman en el mundo real no son ni ordenadas ni sencillas. En el caso de América, la guerra de Irak ha generado dudas sobre su causa. Siguiendo con la analogía del “toque de medianoche”, resulta que EEUU (a quien primero visitó la policía secreta) últimamente había tenido unas relaciones problemáticas con sus vecinos. Cuando se sintió herido, atacó a alguien que sólo mantenía una lejana relación con quien le infirió la herida original. Y ahora, uno de sus amigos (España) ha recibido la visita en persona de los asesinos. Era inevitable que a esta visita le siguieran momentos de dudas y reformulaciones. El reto ahora reside en desvincular la oposición a Irak de la cooperación contra el terrorismo; reformular la definición de las causas y la naturaleza del terrorismo y lograr un consenso sobre principios básicos.

Perspectivas de futuro tras el ataque de Madrid

Las tensiones posteriores al ataque de Madrid no vienen sino a demostrar la inutilidad del concepto de terrorismo para las relaciones internacionales. El autor estadounidense y politólogo Zbigniew Brzezinski afirmaba recientemente: “el terrorismo es una técnica destinada a asesinar personas. Eso no puede ser un enemigo. Es como si dijéramos que la Segunda Guerra Mundial no se declaró a los nazis sino a la guerra relámpago”. No cabe duda de que la enorme amplitud de la “guerra contra el terrorismo” es útil en términos políticos: permite que en su nombre se defiendan todo tipo de medidas. Pero este enfoque no está exento de inconvenientes: las diferencias transatlánticas sobre las partes “opcionales” de la campaña, como Irak (la postura europea), amenazan ahora a la cooperación en partes cruciales de la campaña de la lucha contra los terroristas.

Se requiere una mayor claridad sobre la naturaleza de la amenaza terrorista (y de las correspondientes respuestas). Hay tres preguntas concretas que ayudan a encauzar el debate (y las diferencias entre Europa y EEUU) sobre el terrorismo.

(1) ¿Se enfrenta Occidente a una amenaza existencial?
Es importante llegar a un acuerdo sobre la gravedad que entraña la amenaza del terrorismo, ya que lo que está en juego determina los medios a emplear. Si un gobierno cree que el terrorismo es un problema que puede atajarse, ya sea en gran parte o en su totalidad, mediante soluciones políticas, se mostrará más reticente a convertirlo en una prioridad y a tratar potencialmente los orígenes del mismo con medios radicales como la utilización de la fuerza. No cabe duda de que EEUU contempla la recién surgida Jihad terrorista en términos existenciales, pero cabe preguntarse si los países europeos comparten esta sensación de premura. O bien, descomponiendo el problema en sus partes constituyentes, ¿Tendrán algún motivo los militantes islamistas para imponer un límite a la violencia que ejerzan contra sus objetivos europeos y norteamericanos? Y si optan por causar el mayor de los daños posibles, ¿Serán capaces los terroristas de hacerse con los medios para ser una amenaza existencial para la civilización occidental?

En el primer punto, la mayoría de las opiniones de EEUU comparten rasgos comunes con las de sus aliados europeos, y las diferencias son muy sutiles. Los países de ambos lados del atlántico están de acuerdo en que no se pueden ni se deben satisfacer las exigencias que imponen elementos extremistas de un Islam radical. En palabras del Alto Representante de la UE Javier Solana: “existe un sector fanático que es ajeno al diálogo político”. Tampoco existe ningún indicio de que el otro lado esté dispuesto a negociar: los terroristas que perpetraron los ataques del World Trade Center y de Madrid sabían que sus actos aniquilarían cualquier esperanza de legitimidad política para los objetivos de la Jihad en Europa o EEUU.

Los aliados discrepan en parte sobre el papel que desempeña la ocupación israelí de Palestina a la hora de alimentar los ataques terroristas contra objetivos europeos y norteamericanos. Prácticamente todos los países europeos culpan a EEUU por el estancamiento en el que se encuentra inmerso el proceso de paz entre Israel y Palestina. Sin embargo, al mismo tiempo, todos los miembros de la UE y de la OTAN coinciden en que las claves para impedir el terrorismo en el futuro pasan por un Oriente Próximo más abierto, más próspero y más democrático. Y a este respecto parecen dispuestos a acelerar sus iniciativas (el proceso de Barcelona y el Gran Oriente Próximo), al margen del estado de las discusiones israelo-palestinas. Por tanto, el impacto corrosivo de la disputa israelo-palestina sobre las relaciones transatlánticas es limitado.

¿Podrían los terroristas hacerse con los medios para paralizar la vida política y económica de Occidente mediante un ataque terrorista con armas nucleares o biológicas? La respuesta es que ningún miembro de la coalición está dispuesto a arriesgarse. EEUU y Europa, a pesar de que sus relaciones políticas tocaran fondo en 2003, han logrado forjar una cooperación satisfactoria para detener el flujo de armas de destrucción masiva (ADM). Se ha puesto en marcha una nueva Iniciativa de Seguridad contra la Proliferación (ISP), y las respectivas doctrinas contra la proliferación de la UE y de EEUU parecen prácticamente calcadas la una de la otra. En el momento de escribir estas líneas, el Consejo de Seguridad de la ONU está preparando una resolución destinada a prohibir la distribución de armas de destrucción masiva y la tecnología relacionada con ellas; se trata de uno de los componentes cruciales de estas doctrinas respectivas.

(2) ¿Deben participar los militares en la campaña contra el terrorismo?
La pregunta de la utilización de la fuerza militar en la campaña contra el terrorismo suele tomar un tinte innecesario de controversia. Muchos europeos reaccionan frente a la confianza excesiva que tiene EEUU en el poderío militar creando una visión de seguridad centrada en el rechazo casi absoluto del uso de la fuerza. El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, reflejaba estos sentimientos cuando afirmaba al periódico La Stampa del 15 de marzo que “utilizar la fuerza no es la respuesta para resolver el conflicto con los terroristas”. Pero en cuanto sus palabras parecían excluir cualquier uso de la fuerza militar para combatir al terrorismo, en realidad son poco representativas de la opinión de la mayoría de los gobiernos europeos.

Todo indica que el desacuerdo con EEUU no reside tanto en la idea de la fuerza militar como instrumento sino en la manera en que se aplica la misma. Europa respaldó y ofreció un apoyo activo en el derrocamiento del régimen talib. España envió a Afganistán 120 soldados para mantener la paz, y pagar un alto precio: 61 murieron trágicamente en un accidente de avión en mayo de 2003. Más recientemente, el presidente electo Zapatero insinuaba que las tropas españolas que se retirasen de Irak serían reubicadas en Afganistán, lo que confirma el compromiso de España con las misiones en dicho país.

Hay que reconocer que los desacuerdos en torno a Irak, que dividieron a Europa en dos, apuntan a una futura limitación del uso de la fuerza por parte de los aliados. Será difícil convencer acerca de la necesidad de un cambio de régimen, incluso como parte de la campaña antiterrorista. Se enfrentaría a un escrutinio legal exhaustivo, y cualquier aliado potencial necesitaría primero asegurarse de que no se llegaría a una situación de posguerra de caos e inestabilidad desproporcionados. De manera similar, Irak ha hecho que sea más difícil convencer de la necesidad de un ataque preventivo contra supuestos fabricantes o agentes proliferadores de armas de destrucción masiva. Resulta inevitable que uno se cuestione la información empleada para justificar los ataques, por lo que en este caso los objetivos tendrían que ser mucho más claros que en el caso de Irak para que se formara una amplia coalición.

No obstante, todo lo anterior no debería interpretarse como una división psicológica entre Europa y EEUU sobre la cuestión de la utilización de la fuerza militar. Efectivamente existen diferencias, pero giran en torno al grado de aplicación más que en torno a la utilización del poder militar en sí.

(3) ¿Forma parte Irak de la lucha contra el terrorismo?
Sin duda, hoy en día lo es, por mucho que pese a la oposición popular a la guerra en Europa. Los gobiernos que no participan en la reconstrucción del país se enfrentan a unas opciones muy difíciles. Unirse a la coalición significa correr el riesgo de sufrir bajas y de parecer legitimar la guerra declarada por EEUU; los electores que se oponen a las acciones de EEUU en Oriente Próximo también podrían pasar una factura de orden político. Por otra parte, nadie duda de que el terrorismo de la misma hornada de la Jihad que produjo los ataques de Madrid se ha trasladado a Irak. Europa, también, puede perder si los iraquíes y los americanos no logran construir un gobierno post-Sadam y un aparato Estatal viables. El reto reside en encontrar un acuerdo que combine el deseo europeo de mayor legitimidad en el proceso de reconstrucción de Irak, impidiendo además que el país se convierta en un nuevo refugio para terroristas. José Luis Rodríguez Zapatero apuntaba hacia ese mismo compromiso al supeditar la presencia continuada de las tropas españolas en Irak a un mandato firme de la ONU.

Conclusión: La finalidad de los párrafos anteriores no es ofrecer unas respuestas definitivas, sino simplemente enmarcar el debate que deberían mantener los aliados. Aunque parezca un tópico, la realidad es que Occidente es mucho más fuerte cuando permanece unido que cuando está dividido. Lo que resulta aún más serio es que ninguna de las partes es capaz de atajar el terrorismo eficazmente sin aliados. Esto es especialmente relevante en cuanto a las dimensiones de inteligencia e investigación de la campaña, y en los casos en los que se pueda tener que recurrir al poderío militar. Es importante que ambas partes se centren en lo que están de acuerdo a la hora de evaluar la amenaza y elaborar una respuesta conjunta.

El perfil de una cooperación continuada se percibe con claridad. EEUU y Europa comparten la sensación de que el terrorismo catastrófico representa el reto de seguridad más grave planteado desde el final de la Guerra Fría. A ambos les preocupa que lo peor pueda estar todavía por venir, por lo que cooperan en detener la propagación de armas de destrucción masiva. Y están dispuestos a llegar muy lejos (empleando, si es necesario, la fuerza militar) para impedir futuros ataques. También están de acuerdo en que el Gran Oriente Próximo tiene que ser más democrático y ofrecer mejores condiciones de vida a sus generaciones venideras.

La opinión de la coalición occidental nunca ha sido unívoca; su fortaleza histórica se asienta sobre la voluntad de trabajar hacia la convergencia de las respectivas estrategias de los aliados. Una parte de esta unidad desapareció inevitablemente con el colapso del enemigo común de la OTAN: la Unión Soviética. Pero llegados a cierto punto, el creciente distanciamiento entre los aliados les debilita a ambos, y nada podría gustarle más a su común enemigo que ver cómo la acritud hace que la alianza occidental se venga abajo. Una acepción de terrorismo lo define como “violencia política estructurada para transmitir una sensación de agravio y producir un efecto psicológico que trascienda al objetivo inmediato’. Uno de los efectos deseados del atentado de Madrid, si nos basamos en las evidencias preliminares, es precisamente escindir la alianza de occidente. Es el deber de los aliados ver más allá de la trampa, reconocer los errores incurridos en la “guerra contra el terrorismo”, concebir una definición más estricta de la amenaza del terrorismo y crear una nueva estrategia para combatir las raíces del problema

 

Tomas Valasek
Director de la oficina de Bruselas del Center for Defense Information, organización independiente de investigación especializada en asuntos de seguridad y defensa