Tema: La Federación Rusa trata de mejorar la capacidad militar de sus Fuerzas Armadas para reforzar su posición en la jerarquía internacional como una potencia alternativa dentro de un sistema multipolar.
Resumen: Las Fuerzas Armadas rusas perdieron capacidad y credibilidad militar tanto fuera como dentro de la Federación Rusa desde el fin de la Guerra Fría. La falta de recursos, la corrupción y la perpetuación de las mentalidades y los hábitos soviéticos determinaron la progresiva caída de su operatividad hasta tocar fondo a finales del siglo pasado. El proceso se ha invertido a partir de la voluntad de los presidentes Vladimir Putin y Dmitri Medvédev de invertir en la modernización de las fuerzas armadas parte de los ingresos derivados de la exportación de energía y materias primas para recuperar a las Fuerzas Armadas como instrumento de prestigio interno y externo de la nueva Rusia. Esto se hizo visible con su empleo para restituir a Osetia del Sur dentro del ámbito de la influencia rusa y, posteriormente, tanto para presionar a la nueva Administración estadounidense como a la OTAN, los mandatarios rusos han anunciado programas de rearme y cambios doctrinales para consolidar el resurgimiento militar de Rusia.
Este ARI describe el proceso de deterioro sufrido por las Fuerzas Armadas rusas, el estado de sus capacidades actuales y los retos que afrontan con su modernización. También aborda las directrices estratégicas y doctrinales que orientan esa modernización y el valor instrumental de las fuerzas convencionales y nucleares en la geopolítica rusa.
Análisis: Las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa consiguieron una victoria estratégica en el conflicto de Georgia de agosto de 2008 que devolvió a Rusia su credibilidad como potencia hegemónica en la región 20 años después de que desapareciera la antigua Unión Soviética. A pesar de que desde un punto de vista occidental las Fuerzas Armadas rusas demostraron tener graves carencias como, por ejemplo, en la coordinación ínter armas, comunicaciones y reconocimiento y utilizaron material antiguo y poco sofisticado, el conflicto de Georgia demostró que el Kremlin podía influir en su periferia empleando una capacidad militar significativa. La combinación de la capacidad militar y de la voluntad política de usarla ha cambiado completamente la percepción internacional de Rusia entre las naciones occidentales, que ahora prestan más atención a los intereses de Moscú en su zona de influencia.
Rusia heredó en 1991 unas enormes Fuerzas Armadas del Ejército Rojo, constituidas por más de 4.000.000 de hombres y organizadas para llevara a cabo una guerra global con EEUU y la OTAN. Dotadas principalmente de militares de reemplazo con una formación baja y una estructura enormemente centralizada, sus cadenas de mando dejaban muy poca oportunidad a la iniciativa y liderazgo de los mandos intermedios. Esta situación empeoró a partir de entonces, cuando se invirtió la pirámide jerárquica debido a la salida masiva de tropas no rusas y a la permanencia en activo de una gran mayoría de oficiales rusos. La falta de recursos o de voluntad para mantener esa inmensa e ineficaz maquinaria militar debido a la gravísima crisis social y económica de los años 90 condujo a la desmoralización generalizada en las Fuerzas Armadas y a su pérdida de credibilidad. Todo ello dejó a las Fuerzas y a la industria militar rusa en un estado de postración al que contribuyeron las medidas del entonces presidente Yeltsin para evitar que las Fuerzas Armadas pudieran participar con éxito en otro nuevo golpe de Estado. La incapacidad de generar una respuesta militar creíble a las acciones de la OTAN en Kosovo en 1999, la conducción de la guerra de Chechenia y el desastre del submarino Kursk (K-141) en el verano de 2000 son, entre otras, unas muestras del deterioro progresivo del instrumento militar de ese período.
La presidencia de Putin
Desde que llegó al poder en 2000, el nuevo presidente, Vladimir Putin, tomó nota de las lecciones aprendidas en esas experiencias negativas, especialmente de la del hundimiento del Kursk, y adoptó medidas para revertir la tendencia. En los últimos años han mejorado manifiestamente la eficacia operativa y el nivel de alistamiento de las Fuerzas Armadas, han aumentado los despliegues navales y aéreos y han demostrado su capacidad operativa en Georgia, aunque todavía no han alcanzado los estándares occidentales de eficacia, sobre todo en el campo convencional. Las Fuerzas Armadas rusas se han reducido y reorganizado considerablemente gracias al incremento de la inversión procedente de las exportaciones de gas, petróleo y materias primas, por lo que su modernización se verá afectada por la actual crisis económica global y los bajos precios de la energía.
En 2001 se nombró al primer civil al frente de la cartera de Defensa, Sergei Ivanov, quien en 2007 fue sucedido por el actual ministro Anatoly Serdyukov. Ambos han intentado modernizar la administración militar rusa, proverbialmente ineficiente y corrupta, recuperando para el Ministerio el control de áreas como personal, adquisiciones, infraestructura y finanzas, tradicionalmente controlados por el Estado Mayor General. A partir de la Ley de Defensa Nacional de 2004, la estructura del Ministerio de Defensa se reformó para incrementar el control del poder político sobre la defensa y el Estado Mayor General se transformó en un órgano de asesor y de planeamiento. Actualmente los jefes de los servicios dependen directamente del ministro, que ahora ejerce el mando operativo sobre las Fuerzas Armadas, como también sobre los comandantes de los distritos militares que constituyen la principal estructura administrativa y operativa en las Fuerzas Armadas rusas.
Las actuales Fuerzas Armadas rusas están constituidas por tres servicios principales: el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. Junto a ellos existen otras organizaciones militares que dependen directamente del ministro de Defensa y del jefe del Estado Mayor General, como las Fuerzas de Misiles Estratégicos y las Fuerzas Militares del Espacio. En total suman 1.027.000 efectivos en servicio activo según datos del IISS.[1] Se distribuyen en seis distritos militares desde los que se apoyan, controlan y ejercen el mando en el nivel estratégico de las unidades militares desplegadas en sus áreas: Lejano Este, Leningrado (mantiene esa denominación), Moscú, Cáucaso Norte, Siberia-Transbaikal y Volga-Urales. Además, en Chechenia existe un mando independiente de las Fuerzas Federales, en la región de Kaliningrado despliega el 11º Ejercito de Armas Combinadas de Guardias, en Tayikistán despliega un grupo de fuerzas militares y de guardias de fronteras y existen guarniciones militares rusas fuera de sus fronteras como en Moldavia y Kirguizistán. Asimismo, el Ministerio del Interior dispone de un total de 449.000 tropas, disponiendo algunas unidades de significativa capacidad de combate como las que despliegan en Chechenia integradas con las unidades del Ministerio de Defensa en el Mando de Fuerzas Federales.
El Ejercito ruso dispone actualmente de unos 395.000 efectivos repartidos irregularmente por todo el territorio, con un claro desequilibrio hacia el oeste, desplegando en la Rusia europea 269.000 miembros, el 68% de la fuerza, mientras que en el Lejano Este dispone solamente de 75.000 que, en teoría, deberían asegurar la frontera con China. La Marina rusa continúa operando los mismos buques de la época soviética con diseños anticuados y de inferior calidad a los buques occidentales: 41 buques principales de superficie y 69 submarinos, muchos de ellos en reserva, o en estado de operatividad reducida, organizados en cuatro flotas –Norte, Pacífico, Mar Negro y Báltico–, más una flotilla en el Caspio. A pesar de ello, la Marina rusa pudo realizar en 2008 un total de 10 patrullas con submarinos nucleares balísticos, desplegar en las aguas mediterráneas y caribeñas y apoyar las operaciones en Georgia, lo que muestra un incremento de la operatividad.
Las Fuerzas Aéreas rusas también han afrontado una notable transformación, integrando en su seno tanto a la aviación de apoyo a tierra del Ejército como a las fuerzas de defensa antiaérea, que antes eran armas separadas. Al igual que los demás servicios, ha sufrido numerosas penurias en material y personal que les ha obligado a aplazar los programas de modernización de material, al mantenimiento deficiente de su flota de aviones y centros de alerta y a una grave carencia de personal, aspectos que tienen un significativo impacto en la operatividad. La Fuerza Aérea dispone de 160.000 hombres y 2.152 aeronaves en un estado de operatividad bastante variable y, prácticamente, los mismos tipos de los últimos años de la Guerra Fría. Mientras, ha conseguido mejorar el nivel de alistamiento y adiestramiento de sus unidades; así, un piloto de combate, que en 2003 en general volaba una media de 30 horas anuales, ahora en algunas unidades como la 37ª Fuerza Aérea Estratégica, o las de aviación táctica de apoyo, ha aumentado su tiempo de vuelo hasta unas 80 horas al año. Sin embargo, los pilotos de caza y bombardeo siguen volando menos de 40 horas al año.[2]
Figura 1. Distribución de personal en las Fuerzas Armadas rusas
El Kremlin tiene por delante el enorme reto de transformar lo que queda de la estructura y de la organización militar soviética en contra de la propia inercia de la institución militar. Así, la mayor transformación que requieren las Fuerzas Armadas rusas es un cambio de mentalidad que las haga evolucionar desde la visión que tienen de ellas mismas como el principal instrumento para la proyección a escala mundial del estatus de gran potencia de Rusia. La reforma de las Fuerzas Armadas ha sido una prioridad para el gobierno del presidente Putin y de su sucesor, Dmitri Medvédev, y para ello han realizado un enorme esfuerzo presupuestario, pasando de 214.000 millones de rublos en 2000 (8.137 millones de dólares) a 956.000 millones (36.350 millones de dólares) en 2008. Asimismo, y aunque su participación en el PIB ruso ha permanecido en una cifra casi constante en torno al 2,63%, hay que tener en cuenta que el PIB ruso ha crecido últimamente a un ritmo medio de más del 6% anual, con lo que se han doblado los recursos en términos reales.[3]
Las Fuerzas Armadas están actualmente compuestas por un número inmenso de oficiales, más de 300.000 (un 30% del total), que se pretende reducir a la mitad para 2012. Ello hace necesario reforzar la autoridad de los cuadros intermedios, transformando la rígida cadena de mando vertical en diferentes cadenas más flexibles que potencien la iniciativa y el liderazgo en las pequeñas unidades y la creación de un cuerpo de suboficiales, hasta ahora inexistente. Ligado a lo anterior está el paso de una fuerza de reemplazo a un modelo mixto, en el qué coexistan reclutas y soldados profesionales, como los previstos para 2012 en ciertas unidades especiales como las fuerzas nucleares, aerotransportadas, infantería de marina, infantería motorizada y las unidades de operaciones especiales. La reforma militar también deberá resolver otros graves problemas, como la brutalidad del trato a los reclutas, las más que deficientes condiciones de vida de la tropa y el alcoholismo ampliamente extendido en el ámbito militar. Tampoco se puede olvidar que todo el proceso de profesionalización dependerá de la disponibilidad presupuestaría y, fundamentalmente, de la capacidad de las Fuerzas Armadas para atraer y reclutar a la juventud rusa, un segmento de población decreciente debido a la caída demográfica de los últimos años.
La geopolítica de Rusia y la proyección de las Fuerzas Armadas
La geografía, o mejor, la indefensión geográfica de Rusia, condiciona desde hace siglos el pensamiento geopolítico ruso en un modo difícil de entender para los occidentales. Actualmente la estrategia rusa, como en su tiempo la de la Unión Soviética, refleja la constante histórica de la necesidad de un enorme ejército para asegurar unas extensas e indefensibles fronteras, siempre dispuesto a ocupar los espacios vacíos hasta el siguiente accidente geográfico útil como posición defensiva, el Cáucaso, los Cárpatos, el río Amur o las montañas Tien Shan. Por otra parte, la percepción de que las Fuerzas Armadas rusas en su estado actual son incapaces de defender el país frente a una invasión, una hipótesis siempre presente en el pensamiento ruso, ha llevado a confiar cada vez más en el uso de las armas nucleares con lo que se ha desarrollado una nueva –y peligrosa– doctrina de empleo.
Las Fuerzas Armadas también son para el Kremlin un instrumento esencial a la hora de realizar sus ambiciones internacionales, particularmente con respecto a los países de su periferia, como ha sido el caso de Georgia. Así, la nueva política exterior rusa establecida por el presidente Medvédev en agosto de 2008[4] deja bien claro que las Fuerzas Armadas tienen un importante papel que desempeñar en la consecución de los objetivos exteriores de Moscú, tanto defendiendo a los ciudadanos e intereses de Rusia allí donde se hallen como preservando una “esfera de influencia” en naciones donde Rusia tiene especiales intereses. Sin embargo, tanto la carencia actual de unas Fuerzas Armadas eficaces y numerosas, como la crisis social y de población que atenaza a Rusia dejan a Moscú sólo, por ahora, con la posibilidad de utilizar su fuerza militar de forma limitada y únicamente en su periferia.
La necesidad de asegurar en primer lugar la defensa del territorio y las actuales limitadas capacidades de proyección de las Fuerzas Armadas rusas hacen difícil concebir la posibilidad de que, por el momento, el Kremlin pueda involucrarse en operaciones expedicionarias lejos de sus fronteras. Mientras Rusia no cuente con unas fuerzas navales oceánicas capaces de proyectarse por los mares del globo, como lo fueron las soviéticas, y carezca de una estructura de apoyo logístico capaz de sostener despliegues terrestres y aéreos lejos de sus fronteras, la posibilidad de emplear las Fuerzas Armadas como herramienta de las ambiciones internacionales de Rusia como potencia global continuará siendo dudosa. Sin embargo, y como demostró el conflicto con Georgia, Rusia cuenta con capacidad para proyectar sus fuerzas militares, particularmente terrestres, a través de líneas de comunicación interiores hacia su “esfera de influencia”, lo que otorga al Kremlin una gran capacidad de influencia regional.
Más allá, su capacidad de influencia depende del arma nuclear. La capacidad estratégica nuclear tiene la prioridad más alta en la política de defensa de la Federación Rusa porque proporciona a Rusia su reconocimiento como potencia internacional y refuerza su capacidad de interlocución frente a EEUU y otras potencias nucleares. Aunque la situación actual de sus Fuerzas Estratégicas Nucleares no tiene comparación con la de tiempos anteriores ni mantiene la paridad nuclear con las fuerzas estadounidenses, Rusia dispone aún de una capacidad terrorífica (a enero de 2009 disponía de 678 plataformas de lanzamiento, capaces de lanzar 3.081 cabezas nucleares según refleja la Tabla 1). Sin embargo, Moscú se enfrenta a la obsolescencia de sus misiles y cabezas nucleares porque los modelos más modernos entraron en servicio a principios de los años 90 y se diseñaron para unos ciclos de vida de 10 a 15 años. Actualmente, las fuerzas estratégicas tienen en marcha varios programas para la racionalización y modernización de su inventario de misiles balísticos, tales como el Topol-M (SS-27), que entró en servicio en 2006, utiliza un lanzador móvil y dispone de una sola cabeza nuclear y de los que actualmente existen 65 misiles desplegados. También se encuentra en pruebas desde 2003 el misil Bulava (SS-NX-30), que dotará a la nueva clase de submarinos SSBN Borey y contará con seis cabezas nucleares.
Tabla 1. Capacidad nuclear de la Federación Rusa
Plataformas | Misiles | Cabezas | |
Fuerzas Estratégicas de Misiles | – | 426 ICBM (SS-19, SS-19, SS-25 y SS-27) | 1.586 |
Fuerza Submarina Estratégica | 14 SSBN (Delta III y IV y Typhoon) | 173 SLBM (SS-N-18, SS-N-20 y SS-N-23) | 611 |
Aviación Estratégica, 37ª Fuerza Aérea | 79 (Tu-160 Blackjack y Tu-95 Bear) | 884 ALCM (AS-15A Kent) | 884 |
Fuente: The Russian Nuclear Forces Project, http://russianforces.org/missiles/
Otra función importante de las fuerzas nucleares soviéticas es la de recurrir a ellas cuando las fuerzas convencionales no puedan defender las fronteras e intereses vitales de seguridad, lo que convierte a las armas nucleares en una opción muy valiosa para la defensa territorial de Rusia.[5] La estrategia rusa sigue considerando posible una invasión de su territorio por los adversarios militares occidentales, por lo que continúa preparando su defensa con simulacros de lanzamientos de armas nucleares como en los ejercicios anuales “Zapad”. Esta función de defensa territorial ha llevado al Kremlin a desarrollar una nueva doctrina de uso de estas armas,[6] frente a una supuesta invasión de su territorio por una fuerza convencional enemiga, que curiosamente sostiene cierto paralelismo con la “respuesta nuclear flexible” con la que la OTAN pretendía contrarrestar la abrumadora superioridad convencional soviética en los años 60. Esta doctrina de primer uso, que los rusos llaman de “desescalada”, requiere igualmente la disponibilidad de una fuerza nuclear de ataque de largo alcance y capacidad masiva, para disuadir al contrario de una respuesta nuclear sobre territorio ruso, y resulta peligrosa porque rebaja el umbral de empleo de las armas nucleares. El establecimiento de esta doctrina ha llevado a Rusia poner en marcha el desarrollo de armas nucleares de baja potencia,[7] que pueden ser instaladas en las ojivas de los misiles balísticos y de crucero de largo alcance y que permitirían a Moscú extender la aplicación de la doctrina de “desescalada” a operaciones en el exterior, introduciendo el concepto de empleo del arma nuclear incluso en crisis regionales.
Conclusiones: La campaña de Osetia del Sur contra Georgia, en el verano de 2008, demostró la capacidad de las Fuerzas Armadas rusas para actuar en su periferia inmediata y, lo que es más importante aún, la determinación del Kremlin de utilizar su poder militar como instrumento de su política internacional. Sin embargo, las Fuerzas Armadas rusas todavía tienen un largo camino para transformarse en una maquinaria militar moderna y eficaz, según el modelo occidental. El proceso no está exento de enormes dificultades y tiene que empezar por un cambio de mentalidad que deje atrás el viejo molde de pensamiento soviético por el que sólo las fuerzas armadas aseguran el prestigio y poder de Rusia como gran potencia internacional.
El presidente Medvédev, en su discurso al Consejo Principal del Ministerio de Defensa de Rusia del 17 de marzo de 2009, anunció el comienzo de un programa para el rearme de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa y lo justificó en la posibilidad de conflicto con EEUU y la OTAN debido a su expansión hacia las fronteras rusas y en su presunta intención de apropiarse de los recursos naturales y energéticos de las naciones de su periferia. El programa de rearme del presidente Medvedev no es sino el resultado de la puesta en marcha de una línea de acción política de alcance que pretende recuperar el estatus de gran potencia para Rusia y reafirmar su posición internacional por medio de la disponibilidad de unas Fuerzas Armadas de primer orden.
Sin embargo, la obtención de un poder militar de potencia mundial no es algo que se pueda improvisar de un día para otro y, más allá de explotar y consolidar la ventaja estratégica obtenida con el conflicto de Georgia, manteniendo una postura de firmeza, el programa de rearme se enfrenta a serias dificultades. Entre otras, la actual crisis económica, la caída demográfica de la población rusa, la carencia de infraestructuras y unas Fuerzas Armadas con graves limitaciones de material y personal, suponen retos importantísimos para la transformación de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa en una maquinaria eficaz.
Por otra parte, el pensamiento militar ruso establece las necesidades de la defensa territorial de Rusia como la prioridad, algo que muy posiblemente seguirá considerando la nueva Estrategia de Seguridad de Rusia, tanto tiempo esperada y cuya elaboración inminente se anticipó por el presidente Medvédev en el mismo discurso. La defensa territorial obligará a Moscú a mantener un enorme despliegue militar a lo largo de todo su inmenso territorio, a desarrollar nuevas infraestructuras de transporte, o a disponer de unas fuerzas de alta movilidad, todo ello demasiado costoso para obtenerlo en un plazo razonable. Precisamente, la carencia de unas fuerzas convencionales eficaces a las que se pueda confiar la defensa de Rusia, convierte a la opción de las armas nucleares en una alternativa atrayente y quizá, por el momento, en la única viable conforme al pensamiento estratégico militar ruso actual.
En los próximos años, y en gran medida dependiendo de la evolución de la situación económica de Rusia, veremos avanzar unos programas de reforma de las Fuerzas Armadas que intentarán mejorar su eficacia y capacidades convencionales y simultáneamente un gran esfuerzo en la modernización del arsenal nuclear, no sólo con objeto de asegurar su estatus de gran potencia y mantener la paridad nuclear con EEUU, sino también para asegurar la defensa territorial de Rusia, y esto es algo que resulta realmente peligroso por basarse en una doctrina que considera el uso del arma nuclear como una opción de respuesta ante un posible conflicto convencional.
Alejandro MacKinlay
Capitán de Fragata
[1]The Military Balance 2009, The International Institute for Strategic Studies, Londres, pp. 207-216.
[2] Jane’s World Air Forces, Russia – Air Force, Jane’s Information Group, Londres, 5/II/2009.
[3] World Bank, Russian Economic Report No.17, noviembre de 2008, http://web.worldbank.org/.
[4] Entrevista concedida por el presidente Medvédev al Canal Uno de televisión rusa, NTV, 31/VIII/2008.
[5] Expresado en estos términos por el general Yury Baluyevsky, jefe del Estado Mayor General, en una conferencia en la Academia de Ciencias Militares de Moscú, el 19 de enero de 2008.
[6] Steven J. Cimbala, ‘Russia’s Strategic Nuclear Deterrent: Realistic or Uncertain?’, Comparative Strategy, nº 26:3, 2007, pp. 185-203.
[7] Mark Schneider, ‘The Nuclear Forces and Doctrine of the Russian Federation’, Comparative Strategy, nº 27:5, pp. 397-425.