Tema: La concesión del Premio Nobel de la Paz 2010 al disidente Liu Xiaobo plantea candentes cuestiones sobre la realidad política china y la relación de Pekín con el exterior.
Resumen: El presente análisis se propone, en primer lugar, contextualizar la figura de Liu Xiaobo, ganador del Premio Nobel de la Paz 2010. En segundo término, intenta explicar el sentido de la brecha ideológica del desencuentro con Occidente del que ha hablado Pekín como consecuencia del premio. Finalmente, reflexiona sobre el impacto que puede tener el premio en la política interna de China.
Análisis: La concesión del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo tiene varias lecturas posibles. Durante más de dos décadas Liu ha sido un esforzadísimo activista en la promoción de los derechos humanos en China. Se ha enfrentado repetidamente a la autoridad en su defensa de mayores libertades y del cumplimiento en la práctica de las garantías que concede la Constitución china en su artículo 35. Pekín le condenó el pasado diciembre a 11 años de prisión y a dos de privación de derechos. Tras ser galardonado con el Nobel de la Paz, el 8 de octubre, Pekín reaccionó calificando el galardón de “obsceno” y dirigido a contener a China. En estas circunstancias cabe hacer un análisis de tipo intercultural sobre la forma en la que se ha explicado desde Oslo el premio a una cultura política como la china, tan alejada de la civilización euroatlántica. Además, ha surgido la pregunta de qué efecto puede tener el Nobel en un país en el cual algunos dirigentes, empezando por el primer ministro, Wen Jiabao, han indicado, desde bastante antes del anuncio del premio, que el país necesita reformas democráticas para consolidar sus modernizaciones.
Liu Xiaobo, ¿el mejor candidato?
La Academia del Nobel de la Paz anunció el 8 de octubre que el premio 2010 se concedía al disidente Liu Xiaobo “por su larga y pacífica lucha por los derechos fundamentales en China”. Su activismo abarca dos décadas y tiene su prueba de fuego en la plaza de Tiananmen, en la madrugada del 4 de junio de 1989, cuando junto a otros líderes negoció la salida de los estudiantes de la explanada en el acontecimiento más dramático de aquellas conocidas protestas. Liu es una figura tardía en la plaza, aunque no en el espíritu de efervescencia crítica de los años inmediatamente anteriores a las protestas. Regresa a China desde la Universidad de Columbia, en Nueva York, donde se hallaba como investigador visitante (y antes en la Universidad de Oslo), pocos días antes del fin de esas protestas.
Como es sabido, posteriormente varios de los cabecillas escaparon del país. Entre otros, los líderes más conocidos de Tiananmen, como Wu Erkaixi y Chai Ling. Otros cayeron en las redadas de la policía, como Liu Xiaobo. A partir de allí su destino sigue un curso propio, sin eco en la amplia vida nacional, y seguimiento sólo en los reducidos círculos de disidentes. Así ha ocurrido debido a las intermitentes condenas de cárcel que ha sufrido en las últimas dos décadas, a la censura y a la gran indiferencia que ha tenido su causa entre la población china. De este último factor Liu ha sido consciente todos estos años, considerándolo tanto o más importante que la censura. Su valerosa y minúscula incidencia en la vida pública de China contrasta con su ascendiente notoriedad internacional hasta alcanzar el Nobel de la Paz.
Probablemente si en 1989 no hubiese regresado a Tiananmen, Liu podría haber permanecido en la Universidad de Columbia. Hoy sería profesor de literatura en alguna universidad estadounidense y no considerado un criminal en la periférica prisión de Jinzhou, 500 kilómetros al nordeste de Pekín, donde cumple el primer año de su condena a 11 años y dos de privación de sus derechos civiles que se le impuso en diciembre de 2009.
Destaca en Liu su empecinamiento, como en el caso del también encarcelado líder estudiantil Wang Dan, mucho más conocido que Liu durante Tiananmen. Pero tras unos años Wang fue liberado y enviado al exilio (perdiendo toda influencia en China). Liu se esforzó dentro del país y afinó el fondo y la forma de sus demandas. Algunas de ellas están fuera del ámbito de la legalidad china y otras constituyen una presión dentro de la legalidad. Estas últimas están todas garantizadas por la misma Constitución china en su artículo 35. Allí se garantiza la “libertad de expresión, prensa, reunión, asociación y manifestación”. Sin embargo, en la práctica, Pekín se ha reservado el derecho de su interpretación.
La ahora conocida Carta 08, encabezada por Liu, resume estas demandas. Fue hecha pública el 10 de diciembre de 2008, coincidiendo con los 60 años de la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. Está inspirada en la Carta 77, que en su momento demandó el respeto a los derechos humanos en Checoslovaquia en la época soviética. Con el tiempo, a sus 303 adherentes se han sumado 10.000 firmas más.Aparte del movimiento del Falun Gong, la Carta 08 es el mayor reto articulado que ha enfrentado el régimen chino desde Tiananmen.
Como se ve, Liu puede perfectamente acumular reconocidos galardones por su admirable trayectoria de activista pro-democrático. Sin embargo, su trayectoria encuentra algunos reparos si se reflexiona desde la perspectiva de la estatura de un Nobel.
Primero, las normas de este premio indican que se otorga a quien en el año precedente “haya hecho el mayor o el mejor trabajo por la fraternidad entre las naciones, por la abolición o la reducción de los ejércitos regulares y por la celebración y promoción de congresos de paz”. Liu no se ajusta a esta definición y este es uno de los argumentos que inmediatamente expuso Pekín tras conocer la noticia.
Segundo, en 1989 Liu pudo coadyuvar a negociar la salida de los estudiantes en el último momento de la plaza de Tiananmen. Pero no pudo influir para lograr una salida negociada unos días antes, que evitase llegar al desenlace de la madrugada del 4. De haberlo logrado (un desafío titánico), cabe perfectamente especular que el curso político seguido hoy por China sería más abierto. Su figura sería mayor para la historia de su país y su acción modélica, como fue con el impacto internacional de las acciones de Nelson Mandela (Nobel en 1993) y de Gandhi, quien pese a varias nominaciones no lo recibió, pero es hoy un referente universal.
Tercero, Liu es respetado entre sus compañeros de causa en China, y hoy, tras el Nobel, aún más. Sin embargo, cabe destacar que en perspectiva Liu Xiaobo no es Wei Jingsheng, la figura aún viva más heroica e inspiradora de la disidencia china contemporánea (siete veces candidato al Nobel). Wei llegó a lo largo de la década de los 80 a ser famoso en las urbes chinas, mucho más que Liu Xiaobo hoy.
¿Abre el Nobel una brecha ideológica con Occidente?
Pekín reaccionó ante el premio calificándolo de “obscenidad”. Impuso a la vez una mayor censura de lo normal y los editoriales de opinión de los medios reaccionaron con columnas dedicadas al extranjero. Destacó el China Daily, subrayando que el premio mostraba el deseo de Occidente de “contener” a China, reflejando “la amplia brecha ideológica con Occidente”. Fue la línea editorial predominante.
Por su parte, el presidente del Comité del Premio Nobel y ex primer ministro noruego, Torbjørn Jagland, haciendo una analogía con EEUU, declaró el mismo día del anuncio del Nobel que China, debido a su actual importancia mundial, podía ser tan criticada como lo había sido EEUU en su ascenso al rango de superpotencia tras la Segunda Guerra Mundial. Agregó que hoy era el momento de plantearse, al igual que se lo plantearon él y otros occidentales durante la Guerra Fría (a propósito del peso mundial de EEUU), “qué tipo de China queremos tener”. Esta frase, reproducida destacadamente en el buscador Google, se halla asociada a la emisora del gobierno norteamericano La Voz de América. Es muy fácil descontextualizarla para un propagandista en Pekín.
La explicación de Jagland se entiende dentro de lo que comúnmente conocemos como “comunidad internacional”, en líneas generales sinónimo de comunidad euroatlántica. Pero no es un discurso inteligible para el habitante medio de las urbes chinas. Una gran parte de la sociedad es por completo indiferente al tema de las libertades tal como las conocemos. Está más concentrada en sus propios intereses inmediatos. Al fin y al cabo, cuenta con una libertad de movilidad, residencia, empleo y posibilidades de consumo como nunca antes en la historia contemporánea (y anterior) del país. Por añadidura, se ha acentuado el nacionalismo en los últimos años, que de cara al exterior normalmente se activa en periódicos y alternados desencuentros con Japón, EEUU o con la UE.
Además, los dirigentes chinos saben de las crónicas divisiones de la UE y de los periódicos desencuentros entre ésta y EEUU. Pero también perciben que actúan coordinadamente cuando se trata de desencuentros con China. Precisamente, el 8 de octubre, día del anuncio del premio, el secretario general de la OTAN hizo un llamamiento a la colaboración de China y la India en la lucha contra nuevas amenazas.
Puesto que Pekín había considerado el premio como un ataque a China, y el mismo día se le hacía una oferta de colaboración estratégica del mayor calibre, se reeditaba así a sus ojos la recurrente dualidad occidental. Esto es, ver que periódicamente se le demanda más compromiso en la escena internacional y a la vez se le califica como una “amenaza” por transgredir normas internacionales o “valores universales” que no respeta dentro de su país.
Sin embargo, considerar a Pekín es más importante que antes. Hasta hoy el Estado chino es muy efectivo en el control de la información. No hay nada en China comparable al impacto de los clandestinos zamisdat (los textos autoeditados, pro-democráticos, que incidieron en el debilitamiento de la ex URSS y en el logro de mayores libertades).
Y aunque Pekín encuentre la manera arbitraria de justificar la no correspondencia entre lo que afirma su Constitución y la práctica, es de la mayor importancia tener en mente que sus líderes se ven a sí mismos como gobernantes virtuosos cumpliendo una labor que bien ameritaría un premio. Como es sabido, el Banco Mundial ha reconocido el extraordinario logro chino de sacar de la miseria absoluta a cerca de 400 millones de personas en menos de una generación.
Para hacer el diálogo de sordos aún mayor en relación con las libertades, conviene recordar que China superpone a esta cuestión su visión de sí misma en el cambiante orden internacional. Por un lado, el citado Jagland ahonda en lo que entiende como superado orden “westfaliano” (y su inherente concepto de soberanía nacional) a la hora de hablar del respeto a los derechos humanos. Y enmarca al Nobel en los valores internacionales aceptados en la Carta de Naciones Unidas (de la que forma parte China). Lo señala Jagland en su más reciente artículo de opinión del 22 de octubre, publicado en The New York Times.
Por lado chino se alza la visión idealista en boga que dice que se pasará de la lógica de la dominación y control geopolítico (occidental) a la lógica de la cooperación (china y asiática). Así, por ejemplo, lo señala el teórico chino Lin Limin en un reciente artículo, “Cambios geopolíticos globales y las opciones estratégicas occidentales”, en Xiandai guoji guanxi, de abril de 2010. Allí Lin llega a afirmar que los valores cristianos que justificaron la dominación del mundo por las potencias occidentales están progresivamente dando paso a la emergencia de valores confucianos.
¿Repercute el Nobel de la Paz en la política china?
Siguiendo la valoración de Jagland respecto a que China asciende y el mundo se ha de sentir concernido en sus asuntos, cabría pensar que el Comité del Nobel ha querido influir ahora, cuando se aproxima la transición de la actual administración Hu Jintao.
Si fuera así, implícitamente se reconoce que situar el tema en lo alto del Partido es más importante que dedicarlo en términos generales a China. En esta perspectiva elitista coincide, por su lado, Liu Xiaobo, consciente de que la gigantesca población china, con su atávico respeto a la autoridad y su indiferencia a la causa que promueve, constituyen una actitud tanto o más adversa que la acción represiva del Estado dictatorial.
Se ha dado la coincidencia de que la 5ª sesión plenaria del XVII Comité Central del Partido Comunista se celebrase unos pocos días después de la decisión del Nobel, entre el 15 y el 18 de octubre. De allí, como se sabe, ha salido fortalecido Xi Jinping como muy probable sucesor de Hu Jintao en 2012. Pero no ha habido un efecto del Nobel en esa sesión plenaria. Es muy debatible que por él se haya supuestamente alterado el (supuesto) objetivo inicial del cónclave, que habría sido discutir sobre cómo fortalecer el poder de gestión del Partido en tiempos inestables y no sobre el tema preacordado, relacionado con la reforma política.
Sí ha resultado sorprendente que tres días antes del inicio del cónclave del Partido, el 12 de octubre,saliera a la luzuna carta abierta firmada por 23 antiguos e influyentes cargos del Partido Comunista chino. Hecha pública en el continente desde Hong Kong y durante unas horas (hasta que la borraron los servicios de seguridad chinos), destaca por la profundidad de sus demandas. Se menciona la necesidad de desmantelar la actual relación entre los medios de comunicación y las más altas autoridades, darle un gran protagonismo a la opinión pública en el sector de la información, abolir la ciberpolicía, y apoyar medios de comunicación de propiedad ciudadana, entre otras varias medidas. Son demandas tan sensibles que implican desconectar el nervio de comunicaciones del sistema de informaciones, y por lo tanto de los instrumentos de control más inmediatos del régimen tal como se conoce.
La carta está encabezada por el ex secretario de Mao Zedong, Li Rui (de 93 años), el antiguo editor en jefe del Diario del Pueblo, Hu Jiwei (de 94 años), además del ex director de la Agencia de Noticias Xinhua, Li Pu, y el ex vicedirector del Departamento Político de la Comandancia Aérea de Guangzhou, Zhou Shaoming, entre otros, todos en edad venerable.
En principio, se vuelve al tema anterior, esto es, a la diferencia entre los valores chinos y los occidentales, que en este caso, por la escala de demandas de libertad, parece no existir. Sorprende que figuras de una era pasada mucho más ortodoxa en la vida ideológica del país aparezcan ahora protagonizando coordinadamente y conectando con el espíritu del Nobel. Pero sería un espejismo considerar una causalidad. La carta fue escrita mucho antes del anuncio del premio y ni lo menciona.
Mucho más importante es que la carta menciona los llamamientos a una mayor reforma política que ha lanzado el primer ministro Wen Jiabao, en agosto y en septiembre de este año, tanto en China como en el exterior, y que han sido silenciados por la prensa nacional. Igualmente, la carta es autónoma de influencias exteriores inmediatas puesto que es la expresión más reciente de las ideas de sus firmantes, que han llegado a un alto grado de pensamiento independiente durante los últimos años.
Conclusiones: Causa mucha sorpresa constatar que Liu no merece realmente el Nobel con arreglo a las tres líneas de la Academia que definen quiénes lo deben obtener y que coinciden, en uno de sus aspectos, con los argumentos críticos de Pekín. De igual modo, si se trataba de encontrar un receptor chino, cabe pensar que mejor candidato que Liu era Wei Jingsheng, el auténtico padre de la disidencia china contemporánea. Wei ya demandó la democracia en 1979, enfrentándose frontalmente con el régimen y sin apoyo internacional. En total cumplió 18 años de cárcel. Sin embargo, de acuerdo a las reglas del premio paradójicamente tampoco merecería un Nobel.
Por otra parte, hay candidatos entre los activistas pro-democráticos con mucho mayor impacto en sus países, y hoy prisioneros anónimos, que cumplen con los prerrequisitos del Nobel. Conviene recordar que se presentaban este año, aunque no por una actuación puntual en el último año, pero sí con un gran impacto en cada sociedad o a nivel global, la Fundación Vicente Ferrer (con un trabajo humanitario descomunal en la India durante décadas), los creadores de Internet (invento de impacto universal) o Helmuth Kohl (figura clave en la reunificación alemana).
Igualmente, en esta era de civilización digital interconectada, el Comité del Premio Nobel de la Paz podría ser extremadamente consciente de que su función no es infalible. Decidido en un país democrático modélico, el Comité tiene una altísima responsabilidad a la hora de explicar bien el premio a una cultura política tan alejada en la que vive una quinta parte de la Humanidad.
Probablemente, como efecto del Nobel, Liu Xiaobo será puesto en libertad mucho más pronto que tarde. Además, siguiendo la ruta de otros famosos disidentes liberados y expulsados al extranjero, una vez en el exterior probablemente su figura se diluya en China. Son las condiciones reales de un país cuya historia indica que para lograr por lo menos una minúscula visibilidad en estas causas hay que defenderlas en la misma China.
Quizá toda esta cuestión podría resumirse en la interpretación de la conocida imagen del derrotado ex secretario general del Partido Comunista, Zhao Ziyang, despidiéndose de los estudiantes en Tiananmen, en mayo de 1989, antes de su forzado ostracismo. Detrás de él se ve al actual primer ministro, Wen Jiabao, entonces secretario de Zhao. En su cara no hay un rictus de apoyo o desaprobación. El equilibrio de poder entonces no permitía más y Wen lo sabía. Veintitrés años después Wen ha planteado que si China no adopta reformas políticas no podrá mantener las conquistas económicas y sociales alcanzadas. Este es el contexto al que se ha venido a superponer a su manera la concesión del Nobel de la Paz al abnegado luchador que ha sido Liu Xiaobo.
Augusto Soto
Consultor y profesor en ESADE