Tema: Desde el 29 de mayo de 2005, el tema de Europa se ha ido excluyendo, poco a poco y de forma muy discreta, del debate político francés y es poco probable que las próximas elecciones presidenciales vayan a incrementar su visibilidad de forma sustancial. Aun así, el futuro presidente de la República tendrá que posicionarse con respecto a esta cuestión desde el comienzo de su mandato.
Resumen: El rotundo “no” de los franceses en el referéndum sobre el Tratado Constitucional para Europa celebrado en mayo de 2005 fue un resultado inesperado tanto para Francia como para el resto de Europa. El “no” neerlandés pocos días después no hizo sino confirmar que la construcción de Europa se enfrenta a importantes obstáculos. Es importante señalar que algunos países (entre ellos, por referéndum, Luxemburgo) han cumplido sus compromisos y se han mantenido fieles al proceso de ratificación constitucional. Sin embargo, un número considerable de Estados han decidido poner en suspenso el procedimiento, alimentando la incertidumbre sobre el futuro del Tratado. Por tanto, no es de extrañar que la decisión de “tomarse un tiempo para reflexionar” alcanzada por los jefes de Estado y de Gobierno en junio de 2005 haya ido convirtiéndose paulatinamente en una especie de parálisis europea, en el mejor de los casos una situación de “esperar a ver qué pasa”, pero sin que pase nada.
Dicho esto, están volviendo a surgir esperanzas con la Presidencia alemana del Consejo de la Unión Europea. La “hoja de ruta” que debería adoptar el Consejo Europeo en su cumbre de junio supone un compromiso por parte de los Estados miembros de encontrar una solución a la crisis y aplicar las medidas necesarias antes de las elecciones europeas de 2009. Aun así, en gran medida, el contexto europeo depende de un calendario electoral francés no muy favorable al progreso. Francia deberá elegir un nuevo presidente de la República mediante un sistema de votación en dos vueltas, que tendrán lugar, respectivamente, los días 22 de abril y 6 de mayo de 2007. Poco tiempo después tendrán lugar las elecciones al Parlamento (los días 10 y 17 de junio).
¿Constituye Europa un asunto que vaya a debatirse en la campaña presidencial francesa? Las pasiones suscitadas por el referéndum de mayo de 2005 han dado paso a un profundo silencio y las elecciones presidenciales se enfrentan, por tanto, a la tarea de acabar con el “tabú europeo”. Puede que se mencione el asunto europeo, pero no es un tema muy recurrente, ni siquiera como excusa (esgrimida a menudo) para justificar medidas impopulares (ya que éstas no constituyen la base de las campañas electorales). Por tanto, el verdadero debate sobre Europa brilla por su ausencia: está en mente de todos pero nunca en primera línea de debate. La primera parte del presente documento examina cómo los franceses han pasado de una “eurobulimia” a una dieta extremadamente baja en calorías, por no decir un ayuno completo, en lo que respecta a la cuestión europea.
Aun así, en un discurso pronunciado en Bruselas el 8 de septiembre de 2006, Nicolas Sarkozy trató tímidamente de poner en marcha el debate sobre Europa y, más concretamente, sobre cómo salvar los avances introducidos en el Tratado Constitucional. Tras unas cuantas reacciones improvisadas, en los últimos meses han empezado a llover declaraciones. Aunque las opiniones expresadas a este respecto rara vez constituyen el centro de los discursos de los candidatos y a pesar de que reciben escasa atención mediática, no por ello dejan de ser poco precisas ni de estar cargadas de un amplio abanico de consecuencias para el futuro rumbo de Europa. Por ello deberían explicarse, aunque sea brevemente. Ése será el objeto de la segunda parte del presente artículo. En la tercera parte se analizarán las propuestas formuladas y se tratará de calcular sus probabilidades de éxito en el decisivo período que se inició con la Presidencia alemana del Consejo de la Unión Europea.
Análisis
Europa, de centro de atención a tema tabú
El que desde el 29 de mayo de 2005 se haya ido excluyendo de los debates nacionales el tema de Europa, poco a poco y muy discretamente, ha sido un fenómeno bastante extraño. Ciertamente, no es nada nuevo que las noticias y los comentarios sobre un referéndum sean un globo que se desinfle por completo al día siguiente de la votación. Después de todo, en los últimos años, desde la oleada de retórica y polémica desatada por el Tratado de Maastricht, lo único que han oído los franceses sobre Europa han sido informaciones fragmentadas y sesgadas. Sin duda, ésta es una de las tragedias que caracterizan el modo en que funciona hoy en día el espacio público europeo: la ausencia de debates nacionales sobre cuestiones europeas más allá de los momentos de carga emotiva correspondientes a este tipo de episodios de democracia directa. Nuestros dirigentes políticos nacionales no parecen ser capaces de revivir la cuestión de Europa día a día, y no conseguirán hacerlo mientras no abandonen el modelo de dos caras por el que un día se toman decisiones en el Consejo de ministros de la UE mientras que al día siguiente se acusa a “Bruselas” de imponer legislación.
De hecho, las cuestiones europeas rara vez se sitúan en el centro de los debates políticos franceses, que por tradición suelen centrarse en los problemas internos del país. Los debates organizados en el marco de las elecciones “primarias” del Partido Socialista son un magnífico ejemplo de ello. Los dos primeros debates apenas hicieron referencia a Europa, aun cuando las cuestiones debatidas (economía, investigación y medio ambiente) invitaran a ello; las cuestiones europeas se debatieron “por separado”, en medio de un maremágnum de cuestiones de carácter internacional de variada índole, y con la mayor de las cautelas. En cualquier caso, los programas de los partidos representados por los diversos candidatos conceden una parte muy reducida de su valioso espacio a los problemas europeos.
Pero más allá de estas deficiencias recurrentes en las prácticas democráticas (que deben ser erradicadas si se pretende que la construcción de Europa tenga futuro), es importante fijarse en el ambiente que se respiraba en Francia al día siguiente del referéndum, dominado por el tremendo trauma sufrido por una clase política ampliamente a favor del “sí”: todos los partidos de Gobierno, desde el Partido de los Verdes hasta la UDF (Unión por la Democracia Francesa, de centro) y desde el PS (Partido Socialista) hasta la UMP (Unión por un Movimiento Popular, de centro-derecha), habían pedido el voto a favor del “sí”. Por tanto, las elites oficiales del país tuvieron que enfrentarse a una negación de su legitimidad y al amargo recuerdo del episodio de “abril de 2002”, cuando el candidato de extrema derecha llegó a la segunda ronda de las elecciones presidenciales. Hablar de Europa se ha convertido en un riesgo para todo político que desee recuperar su legitimidad.
Pero además, el silencio en torno a esta cuestión se mantiene también por otro motivo: los colectivos favorables al “no” (pertenecientes sobre todo al ala de izquierdas y de extrema izquierda) han sido incapaces de crear el movimiento alternativo que pretendían extender a toda Europa. Aunque siguieron existiendo después del 29 de mayo de 2005, no tardaron en volver a experimentar divergencias internas en materia política. Además, estos colectivos no consiguieron explicar en detalle la amplia variedad de motivos existentes para rechazar el Tratado Constitucional en Francia. Si bien es cierto que las críticas al corsé “neoliberal” impuesto por la integración europea se vieron ampliamente respaldadas por las corrientes de euroescépticos, era básicamente una cuestión de intereses personales. En realidad no se trataba más que de conservar el proyecto “alter-europeo” (defendido sobre todo por la izquierda del espectro político, liderado, entre otros, por el socialista Laurent Fabius), es decir, el de quienes reivindicaban estar a favor de otra Europa, más progresista en algunos aspectos como el de la gobernanza económica. Es imposible encontrar una sola reivindicación común entre este grupo y quienes, tanto desde la izquierda como desde la derecha, abogan por un regreso a las naciones que, según ellos, se están viendo amenazadas por la cada vez mayor federalización de los métodos de toma de decisiones de “Bruselas”.[1] Prueba de que los partidarios del “no” fracasaron a la hora de llevar a buen puerto la postura adoptada en 2005 es el pobre resultado obtenido por Laurent Fabius en las primarias organizadas por los socialistas para elegir a su candidato presidencial.
Por último, el silencio político francés (incluido el de Jacques Chirac) se unió al “tiempo para reflexionar” decretado en junio de 2005 y renovado en junio de 2006 por los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. Aunque ese tiempo iba a servir para celebrar debates nacionales y locales a gran escala entre la opinión pública, éstos fueron escasos en Europa e inexistentes en Francia. La sobredosis de ellos tras el referéndum explicaría en parte este fracaso democrático.
Una discreta campaña en favor de la causa europea
Dicho todo lo anterior, el discurso pronunciado en Bruselas por Nicolas Sarkozy el 8 de septiembre puso en marcha una discreta “campaña en favor de la causa europea”. Por primera vez, un aspirante con grandes posibilidades de victoria en las elecciones presidenciales de 2007 (aunque su candidatura no se hubiera aprobado oficialmente aún; fue aprobada posteriormente por el 98% de su partido mediante elecciones internas de la UMP, el 14 de enero de 2007) presentaba una hoja de ruta para empezar de cero en la cuestión europea. Según Sarkozy, eso sólo podía conseguirse en dos fases: mediante un “minitratado” en primer lugar, puramente institucional, elaborado en 2007 y ratificado por los parlamentos en 2008, y un texto más ambicioso, posteriormente, elaborado tras las elecciones al Parlamento Europeo de 2009.
Para Nicolas Sarkozy, la reforma institucional es urgente y relativamente sencilla. Consiste en reafirmar los elementos “consensuados” de la antigua Parte I del Tratado Constitucional, a saber: la extensión de la votación por mayoría cualificada y la codecisión, el principio de la votación por mayoría doble (de los Estados miembros y los ciudadanos), un ministro de Asuntos Exteriores de la Unión, una Presidencia estable del Consejo Europeo, etc. Estas mejoras en el Tratado Constitucional podrían recopilarse en un nuevo texto adoptado por una Conferencia Intergubernamental (CIG) y ratificado posteriormente por los Parlamentos nacionales para que entrase en vigor en 2009. Esta propuesta se aproxima a la de Pierre Lequiller,[2] presidente de la Delegación de la Asamblea Nacional para la Unión Europea, si bien éste también propugnaba que se incluyeran en ese tratado reducido la Parte II y algunos elementos de la Parte III.
El otro componente de la propuesta de Sarkozy, menos detallado, es la convocatoria de una Convención tras las elecciones europeas de 2009. En base a un amplio mandato, su objetivo sería propiciar un debate en profundidad sobre el futuro de la Unión. Sin embargo, Sarkozy se mostró poco explícito acerca de las modalidades de esta tercera Convención (la primera fue la Convención de la Carta de los Derechos Fundamentales de 2000 y la segunda, la Convención “Giscard” de 2002-2003). Tampoco aclaró esta cuestión en el discurso que pronunció en Estrasburgo en febrero de 2007, en el que no hizo mención alguna al segundo elemento de su proyecto de reavivar la cuestión europea. En aquel momento parecía estar más preocupado por llegar a los franceses partidarios de la campaña del “no”. Puede que en el futuro tome su texto de la propuesta de Hubert Haenel,[3] presidente de la Delegación del Senado para la Unión Europea[4]. La idea del Senador Haenel es que, tras la aprobación de un tratado “provisional”, tenga lugar un amplio debate destinado a concebir un nuevo “tratado fundamental”, objeto de una nueva Convención, y en el que se traten, sobre todo, las cuestiones de la ampliación, la cohesión, la identidad cultural y el modo de acercar Europa a sus ciudadanos.
La declaración de Nicolas Sarkozy acerca de la necesidad urgente de reformar las instituciones comunitarias provocó reacciones bastante negativas en Francia. Siempre dispuesto a contradecir a su ministro del Interior, Dominique de Villepin declaró, también en Bruselas, que más que una reforma institucional, lo que Europa necesitaba ante todo, eran resultados concretos. Esta postura se acerca a la de Ségolène Royal, para quien lo más importante son de los proyectos” y la “Europa de los resultados”. Por lo que respecta a la ratificación en el Parlamento, hasta ahora el resto de candidatos se muestran contrarios a privar a los ciudadanos del derecho a tener la última palabra, incluso en asuntos institucionales.
La brecha existente en el seno del Partido Socialista con respecto al Tratado Constitucional, evidente desde el referéndum interno celebrado por el partido en diciembre de 2004, se ha reducido en parte gracias al “Proyecto socialista” para 2007. El proyecto, que actuará como marco para la aspirante socialista a presidente, incluye un subapartado dedicado a “garantizar el éxito de Francia en Europa”. Muy a grandes rasgos, esta propuesta de reavivar el proyecto constitucional se fundamenta en un nuevo texto, estrictamente constitucional, distinto al “minitratado” de Sarkozy en dos aspectos: exige una “renegociación” del Tratado Constitucional y una ratificación por medio de referéndum. Entre las demás propuestas se concede importancia a la cooperación reforzada y al objetivo de alcanzar un Tratado social.
A diferencia de lo que ocurrió en la UMP, donde el nombramiento de Nicolas Sarkozy como candidato a la Presidencia se daba por hecho, el Partido Socialista organizó unas elecciones primarias en toda regla para escoger entre tres aspirantes. Cada uno de ellos podría definirse por una postura ligeramente distinta con respecto a las cuestiones europeas. Laurent Fabius, a pesar de la respuesta favorable dada durante el referéndum interno, había militado a favor del “no” durante la campaña previa al referéndum francés. Fortalecido por la victoria de su bando, Fabius se apoyó en ese resultado para promover una “Europa social” reforzada por la aprobación de Tratados sociales y fiscales. Esta idea de una “Europa desde la izquierda” giraría en torno a una reforma constitucional mediante una CIG en 2007, seguida de la elección de una Asamblea Constituyente que se reuniera de forma paralela a la celebración de las elecciones al Parlamento Europeo (2009). La Asamblea Constituyente asumiría la tarea de modificar las Partes I y II (Carta de los Derechos Fundamentales) y IV del Tratado Constitucional y de elaborar un nuevo texto que debería ser aprobado por todos los europeos el mismo día. Fabius fue el candidato socialista que más habló sobre Europa en calidad de portavoz autoproclamado del 55% de los franceses que votaron en contra del Tratado Constitucional.
Los otros dos candidatos, Dominique Strauss-Kahn y Ségolène Royal, habían militado a favor del “sí” en 2004-2005. Expuestos por el resultado del referéndum francés (independientemente del “sí” mayoritario de los socialistas durante la consulta celebrada en diciembre de 2004), no se mostraron demasiado comunicativos con respecto a reavivar el proyecto constitucional de la UE. Dominique Strauss-Kahn hace especial hincapié en el papel clave del Consejo Europeo en cualquier idea de reavivar el proyecto constitucional de la Unión Europea. En su opinión, Europa sólo conseguirá volver a avanzar de nuevo con el impulso proactivo del eje franco-alemán.
Elegida por el 60,62% de los votos en los nuevos comicios internos celebrados por el Partido Socialista el 16 de noviembre de 2006,[5] Ségolène Royal declaró que la construcción de Europa “en base a los resultados” sería una prioridad y que la reforma institucional debería derivarse del proyecto, y no a la inversa. En una alocución en el Senado, en octubre de 2006, abogó por la celebración de un debate democrático sobre los objetivos europeos durante la Presidencia alemana (en consulta con los Parlamentos, los actores sociales, la sociedad civil y los ciudadanos a través de Internet) y la aprobación de la Declaración de Berlín. Esos debates serían sometidos a seguimiento y se resumirían durante las Presidencias de Portugal y Eslovenia. Posteriormente, durante la Presidencia francesa, se pondría en marcha una Convención para redactar el texto de la reforma institucional. Ségolène Royal propuso que el texto fuera ratificado el mismo día en todos los Estados miembros, según el procedimiento acordado por cada uno de ellos. Una vez expuestos los argumentos a favor de un referéndum en Francia, posteriormente sugirió junio de 2009 como fecha para la consulta.
Recientemente ha ido más allá, adoptando una postura aún más a la izquierda. Ha abogado por la aprobación de un “Protocolo social” que permita elevar el nivel de vida y la protección social en todos los países europeos. Otra de las medidas prioritarias esbozadas en sus propuestas electorales es la inclusión en los estatutos del Banco Central Europeo del objetivo de crecimiento-empleo y la creación de un Gobierno de la zona euro. Ségolène Royal dedicó unas duras palabras al Pacto de Estabilidad: “Debe eliminarse el umbral del 3% para la ratio déficit-PIB. La zona euro debe estar en situación de poder hacer evolucionar los criterios de Maastricht en función de las tendencias económicas para poder adaptar las limitaciones a los objetivos empresariales y de creación de empleo”.[6] Probablemente, ese endurecimiento esté relacionado con el hecho de que Jean-Pierre Chevènement se haya unido a la causa de la candidata socialista; el viejo enemigo del Tratado de Maastricht y el Tratado Constitucional ha publicado recientemente un libro con un título que habla por sí solo: La Faute de Monsieur Monnet (La culpa es del Sr. Monnet).[7]
Una de las sorpresas de la actual campaña presidencial es sin duda la reaparición del candidato de la UDF, François Bayrou. El líder de centro, tradicionalmente pro-europeo y cuyos discursos a menudo han girado en torno a cuestiones europeas, parece estar tan afectado por el ambiente de cautela imperante en torno a las cuestiones comunitarias como el resto de los candidatos. Bayrou se posicionó más tarde que sus rivales y definió sus ambiciones europeas principalmente en dos discursos, uno en Estrasburgo (12 de febrero de 2007) y otro en Bruselas (8 de marzo de 2007). Su postura es, a todas luces, claramente europea, especialmente por la defensa (única en el panorama político francés)[8] que hace del BCE. El candidato de centro defiende la idea de un tratado institucional corto y legible, una “ley fundamental” que suponga una reafirmación de los principios, las instituciones, las competencias y los procedimientos. François Bayrou considera que sería necesaria una nueva Convención si se propusiera crear un sistema completamente nuevo. Sin embargo, en el contexto actual, Bayrou aboga por que una CIG, que sería una “CIG +” en este caso, lleve a cabo una reforma y la presente a una Asamblea de Parlamentarios nacionales y europeos. Con respecto a la ratificación en Francia, el candidato de la UDF está convencido de que el pueblo por sí solo puede rehacer lo que ha deshecho e insta, al igual que su rival socialista, a que se celebre un referéndum.
Sin embargo, este nuevo Tratado Constitucional no bastará, según Bayrou, para convertir a Europa en un actor político importante a nivel mundial. Por ello, propone adoptar medidas políticas en seis ámbitos: economía (incluida la armonización presupuestaria y fiscal), energía, cambio climático, biodiversidad, investigación, inmigración, codesarrollo y defensa, creando así un “núcleo duro europeo” basado en la zona euro, dentro de un segundo círculo constituido por una “Europa más amplia”.
En lo que respecta a los candidatos “menores”, euroescépticos tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, rara vez centran en la Unión Europea las preocupaciones que declaran, a excepción del candidato del Mouvement pour la France (Movimiento por Francia), Philippe de Villiers, que parece dispuesto a hacer de su “no” a Bruselas un tema recurrente en su campaña. El candidato del FN (Frente Nacional), Jean-Marie Le Pen, sigue expresando con claridad cuál es su postura con respecto a Europa: sacar a Francia de la UE y del euro. Paradójicamente, sin embargo, también aboga por regresar a una “opción preferencial comunitaria” para la agricultura, con un regreso a aranceles elevados. En el bando de la extrema izquierda, se aboga por una Europa más social. La candidata comunista, Marie-George Buffet, construye su campaña en torno a una concurrencia de izquierdas “popular y antiliberal”, tratando de basarse en el movimiento partidario del “no” que surgió “a la izquierda de la izquierda” durante el referéndum de mayo de 2005 pero sin haber conseguido dejar demasiada impronta hasta la fecha.
Propuestas francesas y realidad europea
Al tomar la iniciativa con respecto a la cuestión de Europa, Nicolas Sarkozy ha conseguido cosechar éxitos en diversos frentes. Sin duda, su finalidad era reforzar su imagen como estadista pro-europeo, como desearía la tendencia de su base electoral, que en su gran mayoría votó “sí” el 29 de mayo de 2005. Pero además, también ha obligado a los socialistas, muy divididos en torno a la cuestión de Europa desde su referéndum interno, a posicionarse con respecto a esta incómoda cuestión. Parece haber conseguido poner en marcha el juego, puesto que, como cabe destacar, uno por uno, Laurent Fabius, Ségolène Royal y, posteriormente, Dominique de Villepin y François Bayrou han visitado Bruselas.
Por muy atractiva que pueda resultar a primera vista, la propuesta de Sarkozy de un tratado simplificado ratificado por los Parlamentos pasa por alto dos factores fundamentales. En primer lugar, minimiza los delicados equilibrios que engranan el texto constitucional y el riesgo asociado a centrarse en las cuestiones institucionales, siempre propensas a hacer resurgir cuestiones de soberanía que siguen siendo delicadas para muchos Estados. Resulta difícil imaginar que Polonia vaya a iniciar una CIG institucional sin tratar de volver a poner sobre la mesa de negociaciones el principio de mayoría doble. El segundo escollo es que los ciudadanos no deberían sentir que se les deja de lado en el proceso de aprobación de la reforma; esto resultaría especialmente peligroso en un país como Francia, en el que siguen latentes los resultados del referéndum, si la reforma consagrara los principios rechazados por los franceses, aunque fueran tan sólo los institucionales. Hay que decir, además, que esa propuesta ha recibido respuestas poco entusiastas en los países que ya votaron “sí” al Tratado Constitucional, para quienes la diferencia existente entre el contenido del minitratado y el del Tratado Constitucional es demasiado grande.
Ségolène Royal, representante de los socialistas, disfruta de una gran legitimidad como resultado de la votación interna en el seno del PS y de un claro impulso, en marcado contraste con la cautela mostrada en torno a las cuestiones europeas. Cuidadosamente calculada para evitar nuevas divisiones en su partido y entre sus simpatizantes, esta cautela hace difícil sacar conclusiones inmediatas de sus declaraciones. Su propuesta de un tratado institucional que se ratifique en junio de 2009 sugiere una operación de rescate del Tratado Constitucional no muy distinta a la prevista por el plan de Sarkozy. Y por lo que respecta a la fórmula de revisión, sólo ha mencionado una vez la posibilidad de una Convención, hecho que difícilmente constituye un llamamiento favorable. La opción de un referéndum como fórmula de ratificación, en cambio, sí que difiere claramente de lo propuesto por su rival de la UMP. Y es precisamente esta opción de un referéndum la que preocupa a sus socios europeos, que temen que Europa no sea capaz de soportar otro “no” francés, en caso de llegar a producirse. Su llamamiento en favor de un protocolo social y sus críticas al BCE también la sitúan en desventaja de cara a algunos de sus homólogos europeos.
La “sabia” aportación que François Bayrou podría haber hecho al debate europeo, dada su experiencia y su ya longevo compromiso con la causa europea, se ha visto afectada en parte por la firmeza y rigidez de su postura acerca de la cuestión de una ratificación mediante referéndum en Francia. Su motivación para convocar un referéndum probablemente no tenga mucho en común con la de Ségolène Royal, la cual se ve obligada a ello, como poco, por la necesidad de tener en cuenta el “no” emitido por la mayoría de los simpatizantes de su partido (la mayoría de los partidarios de la UDF apoyaron el Tratado Constitucional). Probablemente la línea de pensamiento de Bayrou consista en aprovechar su imagen proeuropea para conseguir una victoria en un referéndum que su predecesor perdió, reforzando así su legitimidad como hombre de Estado. Aunque su preferencia por el referéndum provoca la misma preocupación en Europa que la de Ségolène Royal, su postura plantea además otra serie de preguntas, especialmente sobre el modo de proceder en una Europa de dos velocidades. ¿Exigirá el núcleo duro nuevas instituciones? ¿Hablará el futuro ministro de Asuntos Exteriores de la Unión en nombre del núcleo duro? ¿Resulta realista basar el núcleo duro, más integrado, en la zona euro, teniendo en cuenta, por ejemplo, la reticencia de Irlanda a una armonización fiscal?
Salvo en lo que respecta a la fórmula de la ratificación, no existen demasiadas diferencias sustanciales en el modo en que los tres principales candidatos afrontan la cuestión de la revitalización del Tratado Constitucional. Tampoco presentan posturas sustancialmente distintas con respecto a otras cuestiones europeas como las políticas en materia de gobernanza económica, agricultura, energía o investigación. En los debates previos a la campaña, probablemente la cuestión que dio más que hablar fue el posible ingreso de Turquía en la UE. Mientras que Nicolas Sarkozy y François Bayrou se han manifestado a favor de una forma de asociación distinta a la pertenencia plena, Ségolène Royal, que durante algún tiempo no se manifestó al respecto, anunció finalmente que no tenía intención de poner fin a las negociaciones pero que se sometería a la voluntad del pueblo francés emitida mediante referéndum.
Conclusiones: La repercusión mediática de esta discreta campaña europea sigue siendo bastante moderada. En cualquier caso, los medios franceses no dedican demasiada atención al modo en que otros Estados miembros perciben las posturas de sus candidatos. Esto favorece que los franceses tengan una impresión desproporcionada de que la solución a la crisis está en manos de Francia y de que ésta será capaz de imponer su hoja de ruta a sus socios europeos. A medida que la campaña presidencial se va adentrando en su fase decisiva, el interés relativo de la prensa y la reticencia de los candidatos, que no tienen intención alguna de reabrir las heridas ocasionadas por el referéndum de 2005, apuntan a que no es probable una mejora significativa de la visibilidad de las cuestiones europeas durante las elecciones presidenciales. Aun así, el futuro presidente de la República tendrá que posicionarse con respecto a esta cuestión desde el mismo comienzo de su mandato, en el Consejo Europeo de junio de 2007. Esto implica que se agota el tiempo para cambiar de actitud y pasar de la cautela al diálogo y la proactividad.
Gaëtane Ricard-Nihoul
Secretaria General de Notre Europe
[1] Para un análisis en profundidad de las razones que motivaron el “no”, véase Gaëtane Ricard-Nihoul, “The French ‘No’ Vote of 29 May 2005: Understand, Act”, Notre Europe, octubre de 2005, www.notre-europe.eu.
[2] P. Lequiller, Europe, comment sortir de l’impasse ? Un traité institutionnel pour l’Europe, Fundación Robert Schuman, nota 39.
[3] Thoughts of a Former Convention Member on European Renewal, Fundación Robert Schuman, nota 40.
[4] Cámara Alta francesa.
[5] Sus oponentes, Dominique Strauss-Kahn y Laurent Fabius, obtuvieron el 20,83% y el 18,54% de los votos, respectivamente, con la participación del 82,04% de los 218.771 miembros del partido.
[6] Rueda de prensa, 11/X/2006.
[7] El título en español ha sido sugerido por el traductor de este ARI. El libro todavía no ha sido traducido.
[8] La crítica de Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal a las acciones del BCE se centra excesivamente en la inflación y no lo suficientemente en el crecimiento.