Tema: Los problemas que el nuevo presidente y el nuevo Gobierno de Ucrania tienen que afrontar son difíciles y de solución a largo plazo. El futuro de una nueva Ucrania depende en mayor medida de la profundidad de los cambios internos que de la reforma de la política exterior.
Resumen: Después de la victoria de Víctor Yúshenko en las elecciones presidenciales en Ucrania, tras observar las escenas de protestas callejeras y sentir el entusiasmo popular en cuanto al futuro del país, es comprensible que las expectativas investidas en el nuevo Gobierno de Yulia Tymoshenko sean tan altas. Sin ninguna intención de minusvalorar la importancia histórica de los cambios políticos en Ucrania, el presente artículo sugiere que para convalidar el título de revolución el Gobierno tendrá que cumplir sus promesas electorales. Por otro lado, a la hora de analizar la situación en Ucrania es necesario tener una idea clara de la distribución de los diferentes intereses dentro del ámbito nacional y abstenerse de buscar paralelismos donde no los hay. Las elecciones en Ucrania y las elecciones en Irak son dos acontecimientos distintos en países que poco tienen en común.
Análisis: Últimamente en los medios internacionales de comunicación de diversa índole se tiende a comparar los recientes cambios en Ucrania y su futuro político con el rumbo y aspiraciones de tres países tan distintos como Georgia, Irak y Turquía. Desde el comienzo de la “revolución naranja”, pocos analistas han podido resistir la tentación de comparar las protestas callejeras en Kiev con la “revolución de las rosas” en Tbilisi y de hacer pronósticos sobre la posible difusión del modelo “georgiano-ucraniano” a otros países del espacio post-soviético, citando como posibles ejemplos a Moldova, Kirguizistán e incluso a Bielorrusia. Por otro lado, contraponiendo la tensa situación vivida antes de las elecciones en Irak a la bienvenida que el Foro Mundial Económico en Davos dio al nuevo presidente ucraniano Víctor Yúshenko, Timothy Garton Ash advertía en The Guardian que “Ucrania y Irak son dos rutas, una correcta y otra errónea, de la difusión de la libertad”, explicando el papel de los actores internacionales, los EEUU en particular. Por su parte, Martin Wolf en su artículo en el Financial Times, afirmaba que las aspiraciones europeístas de Ucrania y Turquía deben mostrar a los que tienen dudas sobre el futuro de la Unión Europea que “el atractivo irresistible de la Europa libre y prospera” sigue vivo.
Es comprensible que, después de más de diez años de vacío informativo sobre Ucrania en los medios de comunicación al oeste de los Cárpatos, mucha gente, incluidos periodistas y analistas, sólo ahora hayan descubierto este país que hasta hace tan poco era terra incognita. La mayoría de los periodistas extranjeros que cubrían las elecciones ucranianas en Kiev eran los enviados especiales o bien los corresponsales en Rusia de sus respectivos periódicos o cadenas de radio y televisión. No cabe duda de que la visión de los acontecimientos en Kiev fue algo distinta desde Moscú. Si bien este nuevo interés que han despertado los cambios en Ucrania merece abrobación, también se debe reconocer que existe una cierta exaltación y falta de información certera en algunos comentarios sobre las perspectivas del nuevo presidente y Gobierno de Ucrania. Por otro lado, está surgiendo una tendencia entre los analistas mejor informados de utilizar el ejemplo de Ucrania para reforzar sus argumentos en defensa de la nueva constitución de la Unión Europea o sobre las perspectivas de paz en Oriente Próximo, sin llegar a un análisis sólido de un tema puramente ucraniano.
La aprobación de la candidatura de Yulia Tymoshenko y su nuevo Gobierno por la Rada Suprema, el Parlamento de Ucrania, ha sido significativa porque ratifica categóricamente el cambio de gobierno, algo que nunca había sucedido en Ucrania. Tras un mes de tensiones entre varios aspirantes al puesto de primer ministro, la candidatura de Yulia Tymoshenko fue aprobada por la sorprendente mayoría de 373 de los 450 votos parlamentarios, lo que provocó, a pesar de varias abstenciones, comentarios sobre el “voto unánime”. Acompañados por las fotos de Tymoshenko con un enorme ramo de rosas, varios artículos calificaban a la nueva primera ministra de ser la “princesa de la revolución”, “princesa del gas” o, como Gonzalo Aragonés de La Vanguardia, se preguntaban si era “[la] princesa o [la] diablesa”. Tras la terminología exagerada del culebrón político se ha perdido de vista la pregunta legítima de por qué hasta los adversarios políticos más acérrimos de Tymoshenko en el Parlamento, incluidos los miembros del SDPU(O), el partido encabezado por la eminencia gris del antiguo presidente Kuchma, Víctor Medvedchuk, y muchos partidarios del fracasado Víctor Yanukovych, han votado por ella.
Según la opinión del Wall Street Journal, el fuerte voto a favor de Tymoshenko indicaba el grado del “crecimiento de la autoridad del presidente Víctor Yúshenko” entre los parlamentarios. En primer lugar, sería mejor ejercer más cautela antes de sugerir que los propietarios de grandes empresas, que al mismo tiempo disfrutan de inmunidad parlamentaria, de repente hayan decidido unirse bajo la figura del nuevo presidente. Víctor Pinchuk, uno de los “social-demócratas (unidos)” y propietario de Kryvorizhstal, resumía mejor que nadie la postura de su grupo parlamentario antes del voto y, por supuesto, antes de la anulación por el nuevo Gobierno de la privatización de su planta siderúrgica: “Hoy, en principio, [los representantes de grandes empresas] consideramos que podemos apoyar a Yúshenko. Más allá, ya veremos.”
Antes de pasar al análisis de los primeros pasos del nuevo Gobierno, se debe advertir que la llamada unanimidad del voto del Parlamento a favor de Tymoshenko sin duda ha sido el resultado de poco escrupulosos tejemanejes políticos. También es un síntoma de que la oposición en la Rada Suprema está desapareciendo, lo que ha sido aplaudido con un entusiasmo precipitado en algunos círculos del país. Ihor Zhdanov, analista político del Centro de Investigación Razumkov, cuyo director Anatoliy Grytsenko es el nuevo ministro de Defensa, concluía: “La oposición está desapareciendo. Estos partidos [de la oposición] siempre han apoyado al antiguo régimen. No tienen ni idea de cómo se comporta uno cuando está en la oposición.” Desde luego, el nuevo Gobierno ha llegado al poder gracias a los ucranianos que, según Víctor Yúshenko, “han decidido luchar por el derecho a decidir sobre su destino”. Es un gobierno de los ganadores. Sin embargo, haríamos bien en recordar que cerca del 44% de los ucranianos votaron a Víctor Yanukovych y tienen derecho a estar representados en el Parlamento. Sin una oposición parlamentaria efectiva antes de las elecciones de 2006, el nuevo Gobierno corre el riesgo de tener que volver a negociar directamente con las elites regionales, especialmente en el este y el sur del país, buscando apoyo, pactando acuerdos a puerta cerrada y abandonando asimismo su promesa electoral de transparencia en el poder. En este contexto, la visita de Yulia Tymoshenko a Donetsk unos días después del voto del 26 de diciembre y su encuentro con Rinat Akhmetov, su antiguo socio comercial y copropietario de Kryvorizhstal, no constituye un buen augurio.
El tira y afloja político empezó inmediatamente después del voto del 26 de diciembre y mucho antes de que los resultados oficiales del cómputo se anunciaran. Cundía la alegría popular por la derrota del nefasto régimen de Leonid Kuchma, especialmente durante la Nochevieja, cuando millares de personas se reunieron una vez más en la Plaza de la Independencia de Kiev para dar la bienvenida al año 2005. Esa fue la última ocasión en que se pudo observar la solidaridad entre los miembros de la coalición de Yúshenko, que desde la tribuna felicitaron, uno tras otro, al pueblo ucraniano por la victoria y por el año nuevo. Estaba claro que Yúshenko tenía que proponer la candidatura de su primer ministro al Parlamento escogiendo entre cinco aspirantes, tres representantes de su bloque Nuestra Ucrania (Tymoshenko, Petro Poroshenko y, posiblemente, Víctor Pynzennyk) y dos candidatos presidenciales que apoyaron la candidatura de Yúshenko en la segunda vuelta (Anatoliy Kinakh y Oleksandr Moroz). Tarea bastante delicada dado el conflicto abierto entre la ambiciosa Tymoshenko por un lado y el influyente Poroshenko, propietario de la cadena 5 de TV, independiente y abiertamente crítica con el Gobierno saliente, por el otro. Mientras tanto, el socialista Moroz volvía a insistir en la validez de la reforma constitucional aprobada apresuradamente por el Parlamento en diciembre, que recortaría los poderes del presidente asignando más responsabilidades al Parlamento a partir de septiembre de 2005. Una vez más, Yúshenko, el político transigente a ultranza, tuvo que pactar con distintas fuerzas internas.
De momento Yúshenko continúa beneficiándose de la comparación con la imagen negativa del ex presidente Kuchma. La afectuosa acogida que Yúshenko recibió en Davos y en el Consejo de Europa una vez más nos hacía recordar las escenas del embarazoso aislamiento diplomático en que se encontró Kuchma durante la cumbre de la OTAN en Praga en 2002. En Ucrania, por de pronto, el color naranja se ha convertido en el símbolo del voto a favor del nuevo presidente. Sin embargo, está situación no durará para siempre. Es por esta razón que Yúshenko debe aprovecharse de las circunstancias favorables para, primero, definir los papeles del presidente y de su primera ministra, teniendo en cuenta la reforma política pendiente; segundo, pasar del eslogan electoral (“profesionalismo, patriotismo y honestidad”, “no a la corrupción” y otros) a los objetivos concretos en su política interna; tercero, dar pasos concretos y utilizar sus primeros éxitos personales para reforzar su posición entre sus aliados en el Gobierno y Parlamento y puntualizar la nueva política exterior de Ucrania, haciendo hincapié en la mejora de la imagen internacional de Ucrania.
La cuestión de la reforma constitucional es central para el presidente y para el Gobierno, no solamente porque determina la relación entre los tres poderes en el presente y el futuro. La reforma, su implantación final o revisión, dependiendo de las circunstancias, es también el punto donde chocan los intereses políticos de varias personas que ya forman parte del mismo gobierno. Yulia Tymoshenko desde el principio estuvo en contra de la reforma, ya que se había acordado con Kuchma, su antagonista político y personal. Por eso, no simplemente no votó por la reforma, sino que también prometió volver a cuestionar la legalidad del pacto. Por eso, quizá, Oleksandr Moroz, el padre fundador de la reforma y líder del partido socialista (SPU), no figura entre los cuatro viceprimeros ministros de Tymoshenko. Sin embargo, varios representantes del SPU han entrado en el Gobierno, lo que hace pensar que Tymoshenko a lo mejor ha suavizado su posición. Al fin y al cabo, una vez en vigor la reforma, muchos poderes del presidente se verán transferidos al Parlamento y, por lo tanto, al futuro primer ministro o, según los críticos de Tymoshenko, a la presente primera ministra. No olvidemos que el Parlamento también aprobó, después del cabildeo por parte de Tymoshenko, el programa quinquenal del nuevo Gobierno. Parece raro dar carta blanca a Tymoshenko por un período tan prolongado, cuando, por lo menos en teoría y según lo previsto en la reforma, su Gobierno tiene carácter más bien provisional. En estas circunstancias parece oportuna la intervención del presidente, ya que mientras no se aclare la futura estructura política del país, es muy discutible que el Gobierno y su programa puedan obtener la legitimidad necesaria.
El voto popular a favor de Yúshenko indudablemente ha elevado las expectativas investidas en el nuevo Gobierno. El Gobierno, sin embargo, debe ser consciente del problema de su composición y del deber que tiene de cumplir sus promesas. Cabe volver a subrayar que Yúshenko, por el hecho de no pertenecer a ningún partido político, no ejerce control exclusivo sobre el bloque Nuestra Ucrania, que está formado por varios partidos y grupos políticos. Es más, varios miembros del bloque, que ha ganado la mayoría de las plazas dentro del Gobierno y de la administración del presidente, han tenido enfrentamientos personales y desacuerdos profesionales. Por ejemplo, Petro Poroshenko, el fracasado candidato al puesto de primer ministro, se ha convertido en jefe del Consejo de Seguridad Nacional y tendrá que tomar sus decisiones de común acuerdo con Oleksandr Turchinov, jefe del Servicio de Seguridad (SBU) y el socio más allegado de Tymoshenko, y también con Yuriy Lutsenko, ministro de Asuntos Interiores y miembro del SPU. Aunque las relaciones entre el primero y el segundo dependerán directamente de la relación entre Yúshenko y Tymoshenko, la posición del socialista Lutsenko es incluso más delicada. Es comprensible que se necesitara acomodar los intereses de los socialistas, con quienes Yúshenko había pactado antes de la segunda vuelta, dentro del Gobierno. Sin embargo, ideológicamente los intereses del SPU están muy alejados de la idea de “Estado liberal” propugnada por Tymoshenko. En el caso de que fracase la propuesta del “gobierno de coalición” que abogan los socialistas, ministros como Lutsenko deberán escoger entre la disciplina de partido y una cartera dentro del ejecutivo.
Los primeros pasos del Gobierno de Tymoshenko, como era de esperar, han sido ambiciosos y más bien simbólicos. Un día después del voto parlamentario a su favor, Tymoshenko declaró que Kryvorizhstal volvería a ser propiedad del Estado. La mayor planta siderúrgica en Ucrania había sido adquirida por Pinchuk y Akhmetov en junio de 2004 gracias a las condiciones del concurso de privatización, que, dicho sea de paso, dejaban fuera de juego a cualquier empresa extranjera interesada en Kryvorizhstal. Con el cambio de circunstancias, Mittal Steel y Arcelor, igual que US Steel y alguna que otra empresa rusa, están a la espera de una decisión en firme sobre el segundo intento de privatizar la planta para lanzar sus ofertas, mientras que el holding de Rakhmetov, System Capital Management, parece estar transfiriendo sus activos fuera del país. Es lógico que Tymoshenko haya decidido cumplir una de sus promesas y declarar la privatización de Kryvorizhstal “ilegal”. No obstante, se plantean varias cuestiones.
Primero, la privatización de Kryvorizhstal no ha sido un caso singular. A lo largo de los últimos diez años, los grandes grupos financieros e industriales de Kiev, Donetsk y Dnipropetrovsk se han repartido las zonas de interés y los sectores más estratégicos de la economía nacional. A pesar de ello, tanto Yúshenko como Tymoshenko han declarado que la revisión de la venta de Kryvorizhstal no significa el comienzo de la “reprivatización masiva”. Sin ninguna intención de sugerir la necesidad de algún tipo de renacionalización en Ucrania, se debe advertir que el asunto de Kryvorizhstal, tomado fuera de contexto, puede interpretarse como una venganza personal de Tymoshenko, en vista de que Pinchuk es yerno del ex presidente Kuchma. Además, el hecho de que por lo menos dos de los nuevos miembros de Gobierno, Yevhen Chervonenko y David Zhvania, sigan siendo personajes influyentes con vastos intereses económicos, puede crear una impresión de que Tymoshenko favorece a unos y persigue a otros. Para evitar interpretaciones de este tipo, sería más práctico preparar e implementar un programa que investigaría asuntos similares a Kryvorizhstal, por ejemplo la venta de Pavlogradugol, una productora de carbón. Además, el programa podría proponer a los actuales propietarios de las empresas que aporten la diferencia entre el precio pagado y una estimación razonable (que en el caso de Kryvorizhstal se sitúa en aproximadamente 700 millones de dólares) o inviertan el equivalente en la empresa durante un plazo fijo. Según los propietarios ucranianos acepten las demandas o no, se puede decidir si la inversión extranjera es la mejor solución. Y, desde luego, sería aconsejable tener en cuenta la advertencia del nuevo ministro de Economía, Serhiy Teryokhin, sobre un déficit presupuestario de 32.000 millones de grivnas ucranianas (UAH) que el Gobierno tendrá que afrontar este año.
En cualquier caso, tanto el nuevo presidente como el nuevo Gobierno tendrán que demostrar que sus promesas son viables. El actual programa del Gobierno de Tymoshenko, aparte de la sección dedicada a las políticas de Hacienda y a la reforma bancaria, constituye un conjunto de aspiraciones que son dignas de admiración pero que carecen de claridad: Seguridad, Mundo, Armonía, Vida, Creencia y Justicia. La victoria de Yúshenko ha sido posible, en parte, gracias a sus promesas de convertir a Ucrania en un país desarrollado y respetado en el mundo, a los ucranianos en un pueblo próspero y a su gobierno en un instrumento de poder incorruptible. El futuro de este proyecto político dependerá en gran medida de que el nuevo Gobierno sea capaz de comunicar un mensaje claro y sin exageraciones en cuanto a la política que se propone adoptar hasta las elecciones de 2006. En este caso un programa mínimo, especialmente en cuanto a los problemas sociales, sería más ventajoso que una promesa rotunda de cambiar todo y enseguida.
Evitando todo tipo de declaraciones sensacionalistas, el Gobierno podrá concentrarse en las tareas a largo plazo y distanciarse de las circunstancias desagradables heredadas del antiguo régimen, sea la supuesta venta ilegal de 12 misiles de largo alcance a China e Irán en 1999-2001 o el presunto suicidio del antiguo ministro de Transporte Grygoriy Kirpa. Es importante aprovechar la situación para reparar las relaciones tanto con las regiones ucranianas que no votaron por Yúshenko, como con Rusia. En este sentido, la comparación con Georgia no es muy apropiada. No obstante el entusiasmo del presidente Mikhail Saakashvili, un año después del cambio de régimen en Georgia el país sigue metido en penosas negociaciones con dos regiones separatistas y no llega a normalizar sus relaciones con Rusia.
Conclusiones: Hoy está claro que Ucrania ha experimentado una importante transformación política. Es inevitable que, tras el desbordado entusiasmo de la victoria electoral, se inicie un período difícil en el que deberán acometer reformas a fondo. Por lo menos, se espera que las reformas sean profundas y duraderas. No hay que esperar milagros en Ucrania en 2005. En cambio, sería conveniente recordar un comentario de Michel Barnier, el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, que viajó a Ucrania un día después de la aprobación del nuevo Gobierno. Cuando le preguntaron si Francia estaba dispuesta a considerar otra clase de relaciones con Ucrania, el ministro francés pidió cautela a la hora de llegar a conclusiones apresuradas e indicó que lo que se espera de Ucrania es que el país sea capaz de avanzar progresivamente hacia su objetivo de entrar en la Unión Europea. El mismo grado de pragmatismo se requiere a la hora de evaluar las perspectivas y el futuro en general de una nueva Ucrania.
Anastasia Petrova
Consultora privada, especializada en temas energético