Tema
El anuncio de un acuerdo de asociación estratégica con Irán pone en evidencia la voluntad de China de asumir un papel geopolítico más decidido, incluso si ello implica desafiar a EEUU directamente.
Resumen
El reciente anuncio de un acuerdo de asociación estratégica entre China e Irán ha encendido las alarmas en EEUU sobre las implicaciones de una posible alianza entre sus principales rivales. Si bien no se ha firmado todavía un texto oficial y las filtraciones de un supuesto protocolo secreto sobre cooperación en materia de defensa y seguridad deben ser tomadas con cautela, las implicaciones geopolíticas de tal iniciativa tienen tal relevancia que alterarían sustancialmente los actuales parámetros del orden internacional. Al margen de las motivaciones de los diferentes actores, esta iniciativa podría poner en marcha dinámicas e ideas que serán difíciles de obviar en el futuro en el ámbito de las finanzas, el comercio, las infraestructuras, la defensa y la seguridad, no sólo en la región sino a escala global.
Análisis
Hasta ahora, Pekín había evitado desafiar la política norteamericana en Oriente Medio, colaborando con los esfuerzos multilaterales por mantener el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) sin cruzar las líneas rojas de la estrategia de máxima presión contra Irán. Incluso la iniciativa estrella del presidente Xi, la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), había tenido hasta ahora una modesta proyección hacia el Golfo Pérsico, a pesar de la importancia estratégica de la conexión con esta región como medio para garantizar el suministro energético de China. Igualmente, las evidencias disponibles hasta ahora mostraban una China con escaso apetito por implicarse directamente en los conflictos de la región, con una marcada preferencia por que existiera una estabilidad y seguridad de los suministros energéticos internacionales garantizados por EEUU.
Sin embargo, la filtración de un posible acuerdo de asociación estratégica entre China e Irán ha encendido las alarmas en EEUU sobre las implicaciones de una posible alianza entre sus principales rivales. Según diversos analistas, esta pesadilla geopolítica sería una consecuencia de la propia política norteamericana de los últimos años, que ha perseguido simultáneamente la confrontación con China y el aislamiento de Irán sin tomar en cuenta las consecuencias. Tampoco han faltado voces que consideran que el posible acuerdo demuestra que el objetivo último de China es sustituir a EEUU como potencia hegemónica global. Así, este último movimiento de China en la región se interpreta de forma muy diferente por quienes lo consideran una prueba definitiva de la amenaza para la supremacía global norteamericana o quienes consideran que es simplemente una reacción defensiva ante las medidas hostiles de Washington.
Precisamente, este ensayo describe y analiza las implicaciones de la proyección china sobre Oriente Medio -con el caso de Irán como paradigma- desde el conjunto de su perspectiva geopolítica, caracterizada por planteamientos estratégicos a largo plazo.
Revisitando la geografía política de Asia
China e Irán han estado unidos desde la antigüedad por relaciones comerciales y culturales, privilegiados por una geografía que situó durante siglos al Imperio Persa como el lugar de conexión de las rutas que unían el Imperio del Centro con Roma y Bizancio. Hace ahora aproximadamente 750 años, Marco Polo en su viaje hacia China ya tuvo que atravesar Irán.
Igualmente, España tuvo un protagonismo destacado en estos contactos entre Occidente y los imperios de Asia. La embajada enviada por el rey Enrique III de Castilla a Tamerlán en 1403 también atravesó Irán en su camino hacia Asia Central. El embajador Clavijo dejó un apasionante relato de ese viaje que culminó con una alianza entre ambos reinos, una de las más extraordinarias iniciativas de la historia de la diplomacia española. En la época de Felipe III se renovaron los contactos diplomáticos entre el Imperio Hispano-Portugués y Persia, por motivos de los intereses en el comercio con Asia. Sin embargo, el desarrollo de las rutas transatlánticas a partir del siglo XVII hizo abandonar los azarosos viajes a través de Asia Central e Irán, que llevaban ya siglos de decadencia, hasta que en el siglo XIX la rivalidad entre Rusia y Gran Bretaña en Asia, denominada el “Gran Juego” por los estrategas victorianos, volvió a despertar el interés por esas regiones durante un tiempo olvidadas.
En su reciente colección de ensayos, precisamente con el título de El retorno del mundo de Marco Polo, Robert Kaplan considera que Eurasia está emergiendo nuevamente como concepto estratégico. Estaría definido como una nueva unidad de comercio, transporte y, también, de conflictos, con todos estos ámbitos interconectados por la globalización, la tecnología y la geografía. Es en este contexto geopolítico donde tendrá lugar una nueva y feroz competencia entre los diferentes actores interesados, que curiosamente reencarnan los viejos imperios del pasado y del orden poscolonial: China, EEUU, Irán, Rusia, Turquía y la UE.
La lógica de la nueva ruta de la seda
Esta evocación de los antiguos viajes por las estepas de Eurasia ha renacido con el ímpetu que China ha puesto en una nueva ruta de la seda que incremente la integración de infraestructuras y comercio a lo largo de este supercontinente y que, al mismo tiempo, reduzca su dependencia de las rutas marítimas, muy vulnerables frente a un posible bloqueo de los estrechos de Malaca, Ormuz o Bab el Mandab por parte de EEUU u otro poder marítimo hostil. Hay que notar que ello no quiere decir que China renuncie a convertirse en un poder naval, como demuestra su estrategia del “collar de perlas”, es decir, las bases que China ha ido situando desde la isla de Hainan hasta el mar Rojo, y que tienen como objetivo principal asegurar esta ruta marítima. Sin embargo, es muy consciente de que, en caso de confrontación, el poder naval norteamericano es aún netamente superior.
Esta nueva ruta de la seda terrestre y su paso por Irán es parte fundamental de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI), un marco general de cooperación internacional que el presidente Xi propuso al comienzo de su mandato en 2013. Su nombre hace referencia a un cinturón económico que conecta a China con Europa, similar a la ruta de la seda, tanto por tierra (a través de Asia Central) como por mar (a través del estrecho de Malaca o desde Pakistán, combinando una parte terrestre y una marítima). Desde 2015 la traducción más popular ha sido la correspondiente a BRI, aunque el nombre en chino siempre ha sido el mismo. Sus objetivos primeros fueron promover la conectividad, la coordinación de iniciativas y el desarrollo de los países pertenecientes al continente euroasiático. Como corresponde a muchas de las políticas chinas, mientras que sus metas estratégicas a largo plazo suelen ser diáfanas, su formulación práctica ha sido y es bastante laxa, y ha ido evolucionando de forma conjunta a los intereses de China tanto geográficamente como desde el punto de vista de las actividades que incluye.
Además de ayudar al despliegue de todo tipo de infraestructuras de transporte y de energía, la BRI ha ido incorporando nuevas actividades como agricultura, construcción, turismo, fabricación, integración financiera e intercambios culturales, científicos y tecnológicos hasta llegar a una ruta de la seda digital -telecomunicaciones, almacenamiento y computación en la nube, y sobre todo seguridad e identificación digital-. En el ámbito geográfico, lo que empezó siendo Eurasia ha terminado incluyendo África, Oceanía, Latinoamérica e incluso el Ártico.
En 2019 la Oficina para la Promoción de la BRI, un órgano del Partido Comunista de China (PCC) que suministra alguna información oficial sobre la BRI, indicaba que 125 países eran ya firmantes de ésta. En el mismo año, un informe del Banco Mundial sobre la BRI titulado Belt and Road Economics: Opportunities and Risks of Transport Corridors identificaba 70 “corredores” de la BRI que conectaban diferentes países con China y por los que conjuntamente circulaba el 40% del comercio exterior de mercancías de China. Este mismo informe estimaba que las inversiones ejecutadas o planeadas sobrepasaban el medio billón de dólares. Otros informes sitúan la inversión total en proyectos activos -en ejecución o aprobados- en más de 3 billones de dólares en 2020. Casi la mitad del valor total de los proyectos corresponde al despliegue de infraestructuras relacionadas con el transporte.
Un acuerdo con Irán se convertiría en un nuevo paradigma del modelo que persigue la BRI. Hasta ahora, el caso más destacado de relación de China dentro de la BRI tiene lugar con Pakistán, una alianza que cubre infraestructuras de transporte y marítimas, y cooperación económica y militar. Sin embargo, carece del componente energético del acuerdo con Irán y tiene una dimensión geopolítica diferente. En el plano de las infraestructuras de conexión terrestres, un acuerdo con Irán completaría la ruta que, partiendo de Xinjiang, pasa por Kazajistán, Kirguizistán, Uzbekistán y Turkmenistán, para llegar a Irán y continuar hacia Turquía, Europa y el Mediterráneo. Desde el punto de vista marítimo, la posición de Irán en el Golfo Pérsico da continuidad a las rutas que se dirigen hacia la Península Arábiga y el Mar Rojo. La geografía de Asia condiciona las rutas de transporte posibles mucho más de lo que parece simplemente observando un mapa político.
La continuidad geográfica y la viabilidad de la ruta requiere el paso por Irán y Afganistán. Existen alternativas para Pakistán en la ruta hasta Europa, pero no para Irán. Al ocupar todo el ancho entre el Caspio y el Índico, Irán es paso obligado de cualquier ruta terrestre que quiera evitar Rusia. Afganistán tiene frontera practicable con China, aunque más compleja que otros pasos. Sin embargo, Pakistán está presente en la zona de Cachemira (rivales ambos de la India) y es la ruta más corta hacia el Índico (a ese lado de la India, por tanto, sin contar Myanmar). En resumen, Irán es imprescindible como paso y además ofrece el puerto de Chahbahar, complementando así Gwadar (Pakistán) dentro de la estrategia del “collar de perlas”.
Desde la perspectiva china, la inversión a lo largo de las rutas de comercio sin duda reduce los costes de transporte y crea nuevos mercados, mientras que las inversiones en energía asegurarían el suministro de una manera estable. También, la inversión en infraestructuras, que habitualmente tiene como condición ser ejecutada por empresas chinas, puede aliviar la sobrecapacidad de éstas, muchas veces con participación de capital público y con dificultades para dimensionarse eficientemente. La componente financiera es asimismo importante por su capacidad para reforzar el papel del yuan en las transacciones internacionales. Un valor añadido de estas inversiones internacionales es servir para desarrollar la economía de las provincias del oeste y del sur, tradicionalmente lejos de las provincias marítimas del este de China, considerablemente más ricas.
La lógica de la BRI con respecto a las infraestructuras físicas puede extenderse con facilidad a las tecnologías de la información y las comunicaciones. De hecho, los principales proveedores chinos ya han desplegado diversos tipos de infraestructuras y de soluciones en la nube, en especial en Asia, y están recuperando terreno rápidamente con respecto a los proveedores tradicionalmente líderes en este sector -procedentes de EEUU-. En esta nube china se encontrarían los recursos para almacenar y procesar los datos generados en las industrias involucradas. Por consiguiente, es absolutamente lógico que las empresas chinas tanto en su propio país como en el extranjero utilicen esta nueva infraestructura, particularmente las que participan en la BRI. Así que un escenario típico para una BRI digital es que todas las compañías y regiones que participan en los despliegues opten por sistemas de comunicación chinos -como la 5G-, una nube china y servicios relacionados con la AI, igualmente chinos.
A partir de aquí, generalizando las opiniones de expertos como Simón y Speck en su trabajo para el Real Instituto Elcano sobre Europe in 2030, se produce un escenario en el que China, después de haber invertido fuertemente en infraestructuras relacionadas con el transporte como ferrocarriles, puertos, aeropuertos o satélites de navegación, empieza a hacerlo también en infraestructuras de telecomunicaciones y de energía de países más pequeños y/o con necesidades de infraestructuras y financiación. El escenario mencionado continua con el desarrollo de parques industriales, situados cerca de nudos de comunicaciones. Su objetivo sería desplegar allí agrupaciones –clusters- industriales y tecnológicos que operaran conjuntamente con compañías chinas y plataformas comerciales de importación-exportación.
Siguiendo toda la ruta lógica explicada más arriba, China comenzó a mediados de 2018 a promover una “ruta de la seda digital” que sería una extensión de la BRI para incluir tecnologías como las comunicaciones móviles 5G, la computación cuántica, la nanotecnología, la AI, el big data, blockchain, la computación en la nube y la navegación por satélite. Todo ello con el propósito de ayudar a otros países a construir infraestructuras digitales y a desarrollar la seguridad en el uso de Internet -entendida en el sentido que le da China para proteger el ciberespacio nacional de interferencias foráneas-. De acuerdo con la visión del gobierno chino, el objetivo sería “construir una comunidad de destino común en el ciberespacio”. Las metas de esta ruta de la seda digital serían: (1) crear nuevos mercados a los que exportar las tecnologías originadas en China; (2) establecer una base mayor de datos que permita mejorar los desarrollos tecnológicos chinos; (3) crear las infraestructuras digitales que apoyen el despliegue de la BRI; y (4) impulsar la percepción sobre la buena voluntad y disposición de China en los países beneficiarios.
Se podría decir que, dado el tamaño de su mercado, China absorbe las economías de países más pequeños que están en su órbita. Es una estrategia de éxito asegurado, una atracción basada en el poder de mercado, no en la fuerza y, aunque el resultado en términos de gobernanza es parecido, no solamente no causa bajas, sino que generalmente contribuye al incremento de la renta bruta. Esta estrategia no ha dejado de levantar críticas respecto al carácter abusivo de las relaciones de dependencia creadas en los países receptores por el endeudamiento excesivo para financiar estos proyectos y, como consecuencia, la UE ha desarrollado una alternativa propia para la conectividad en Eurasia dirigida a contrarrestar la posición de predominio que ha ido adquiriendo China.
Desde un punto de vista histórico reciente, se puede comparar la BRI con el plan Marshall de EEUU después de la Segunda Guerra Mundial, aunque con unas dimensiones mucho más ambiciosas. Ambos coinciden en su objetivo fundamental que, por supuesto, consiste en ayudar a naciones con economías en dificultades y necesitados de inversión extranjera que sustente su desarrollo. Pero también coinciden en las ventajas comunes al financiar la compra de productos y servicios generados en estos dos países, de “clientelizar” las industrias de los países así ayudados para convertirse en posibles mercados cautivos, de consolidar su correspondiente influencia geopolítica y, no menos importante, de reforzar la posición de sus monedas en las transacciones internacionales.
China entra en el “Gran Juego”
En este marco, Irán siempre ha tenido una importancia considerable por su situación estratégica, pero también más recientemente por su relevancia geopolítica y su peso económico, sobre todo como productor petrolífero.
Irán es un país con un tamaño demográfico, económico y con una cantidad de talento nada desdeñables que lo hacen atractivo per se. Por otro lado, supone una vía de acceso inmejorable hacia Europa. Además, Irán se encuentra en una situación económica crítica, necesitado de una cuantiosa inversión extranjera para sostener su economía después de las sanciones de EEUU; necesidades de financiación exacerbadas debido a los desastrosos efectos de la pandemia del COVID-19 en el país.
Desde el punto de vista de China, la posición estratégica de Irán es clave y en gran medida complementaria a la de Pakistán. Así que el desarrollo de infraestructuras de transporte como carreteras y ferrocarriles que lo comuniquen con las rutas a través de Asia Central no deja de tener todo el sentido económico. Al igual que lo es crear nuevos puertos que sirvan de terminales de las rutas terrestres, de enclaves logísticos de las rutas marinas, y que eventualmente puedan proporcionar apoyo a operaciones militares en la región. El caso más notorio es quizá el del puerto de Chahbahar en Irán, del que la India se está retirando debido a las sanciones de EEUU y donde China podría entrar como reemplazo.
Por supuesto, el factor energético es esencial para China en su relación con Irán, puesto que es muy deficitaria en este aspecto y está necesitada de asegurar el suministro de productos petrolíferos fuera del control de EEUU.
Pasando a la parte digital del interés, Irán tiene las economías de escala necesarias como para hacer atractivo el despliegue de comunicaciones móviles 5G y soluciones en la nube. También tiene un sector bancario que aún tiene mucho por desarrollar en las fortalezas chinas de comercio electrónico y pago por el móvil, más aún si se tiene en cuenta que las sanciones incluyen las dificultades de acceso a los sistemas occidentales de pagos. Además, la integración financiera forma parte de la estrategia china de ir paulatinamente creando una moneda de reserva en torno al yuan, sea físico o digital.
De hecho, la entrada de Irán en un sistema financiero alternativo liderado por China tendría un efecto considerable sobre el control hegemónico que ejerce actualmente EEUU sobre el sistema financiero internacional, pues podría acarrear la incorporación de Rusia y de otros países insatisfechos con el creciente uso geopolítico que Washington está haciendo de las sanciones financieras y comerciales y comenzar a constituir una posible, por mucho que inicialmente modesta, alternativa.
El acuerdo y sus implicaciones
El pasado agosto de 2020 el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif, viajo a Pekín para negociar la hoja de ruta de una nueva asociación estratégica entre ambos países que expandiría exponencialmente las inversiones chinas en sectores clave de la economía iraní a cambio fundamentalmente de un suministro garantizado de su petróleo. Este acuerdo tendría también un componente militar y de seguridad, incluyendo entrenamiento, cooperación antiterrorista, inteligencia y transferencia de armas.
El momento elegido para el anuncio de este acuerdo estratégico es asimismo relevante para ambos países, pues las discusiones sobre el mismo se iniciaron en 2016 pero solamente ahora se ha anunciado públicamente la voluntad de suscribirlo. Precisamente, las informaciones, probablemente interesadas desde Teherán, que se han filtrado del acuerdo estratégico entre China e Irán, hablan de unos términos en los que se menciona la habitual preferencia china por el largo plazo -25 años-, de comercio y de cooperación militar, y de inversión en infraestructuras de transporte como carreteras, ferrocarriles de alta velocidad y puertos, pero también en el sector financiero y en telecomunicaciones.
A corto plazo, el peso del acuerdo está en el sector energético. A cambio de las inversiones chinas, Irán ofrecería ventajosas condiciones en el suministro de petróleo, un descuento que se cifra en torno a un 12% sobre el precio medio semestral del crudo similar más otros posibles descuentos, dos años para efectuar el pago y poder hacerlo en diversas monedas de las que China tiene exceso de reservas. Algunos expertos han estimado el efecto conjunto de todas estas condiciones es una rebaja del precio del petróleo en torno a un 30%. China sería cliente preferente, no sólo para el suministro sino también como socio en proyectos del sector de la energía. En este mismo terreno energético, China se comprometería a invertir 280.000 millones de dólares para ayudar a desarrollar la industria petrolera, gasista y petroquímica iraní, y lo haría en el período de los cinco primeros años del acuerdo, que, siguiendo la habitual forma de los acuerdos chinos, podría repetirse o ampliarse en los siguientes períodos de cinco años.
Al margen de que se trate de un excelente acuerdo mercantil para China en su tradicional capacidad negociadora, existen otras implicaciones geopolíticas de largo alcance que tienen que ver sobre todo con la dimensión de cooperación militar y de seguridad del acuerdo. La orientación de la red de infraestructuras iraníes hacia China tiene la ventaja adicional de dar acceso a través de Iraq al corazón de Oriente Medio. El año pasado se firmó un acuerdo de desarrollo de infraestructuras que cuenta con una aportación iraquí de 10.000 millones de dólares, complementados por una cantidad varias veces superior por parte China. La integración de Iraq en ese nuevo corredor del BRI aumentaría de forma sustantiva los efectos del partenariado estratégico con Irán.
El alcance real del acuerdo, cuyo estatus y contenido real a la fecha de escribir estas notas sigue sin estar clara, implicaría un considerable cambio de paradigma para China de implicaciones geopolíticas profundas. Hay que tener en cuenta que, aunque China ha sido el mayor mercado para el crudo iraní desde finales de los 90, hasta ahora ha apoyado las sanciones de EEUU para que anule su programa nuclear. Entre 2006 y 2015 China ha votado a favor de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre sanciones económicas y embargos a Irán. Igualmente, ha bajado a 200.000 barriles diarios sus importaciones de petróleo iraní que llegaron a ser cuatro veces mayores y ha reducido su comercio en un 30% desde el pico de 50.000 millones de dólares alcanzado en 2014.
Sin embargo, el debate sobre una alianza estratégica entre China e Irán ha sido recibido con sorpresa y encendido las alarmas en Washington. EEUU ha convertido a Irán en uno de sus grandes enemigos y la máxima presión en contra del régimen iraní ha sido uno de los ejes fundamentales de la política internacional de la Administración actual. Hasta ahora, Pekín ha procurado no cruzar las líneas rojas de Washington en relación con Irán, evitando desafiar las sanciones de forma directa. Si se confirman las informaciones sobre una serie de protocolos secretos de cooperación militar, que podrían incluir a Rusia, y darían acceso a bases iraníes por parte de fuerzas de ambos países, el panorama estratégico de la región cambiaría radicalmente.
La primera pregunta en el caso de que el acuerdo se ratifique e implemente sería, sin duda, qué sucedería con las sanciones estadounidenses al comercio con Irán y cómo reaccionarían los demás países a ese desafío directo al régimen de sanciones sobre el que Washington ha basado de forma creciente su política internacional. No existe aún una respuesta unánime.
Hay voces que mantienen que China debe correr con los gastos y las consecuencias de sus nuevas vulnerabilidades en su carrera de alianzas, y que incluso este posible acuerdo China-Irán se puede considerar como una muestra de que las sanciones a Irán han tenido algún efecto. Otras opinan que debe dejarse que la posible alianza siga su curso, pero solamente si se ejerce una política sistemática de contención sobre China, contrarrestando sus iniciativas con una movilización de los países occidentales que hagan contraofertas más atractivas a las propuestas chinas.
Por otro lado, hay analistas que opinan que básicamente el acuerdo sería el resultado de la contraproducente política de EEUU de aislar a China y sancionar a Irán sin pensar en las consecuencias de no ofrecer espacio para el compromiso. Esta línea argumental es ampliamente compartida en las cancillerías europeas y el Servicio de Acción Exterior Europeo, que han defendido de forma consistente una política de interacción pragmática con ambos Estados, combinando incentivos positivos y exigencias realistas. Como declaró el alto representante, Josep Borrell, el considerar a China un rival sistémico no implica enfocar la relación como una rivalidad sistemática abocada a la confrontación.
La siguiente cuestión es cómo implementar el acuerdo en la práctica, sobre todo en su parte económica. ¿Existe un sistema de intercambio comercial suficientemente desarrollado paralelo al actual o se implementaría como alguna versión de la economía del trueque? Quizá en este contexto hay que leer unas declaraciones del economista jefe del Banco de China argumentando a favor de que se utilicen sistemas de pagos internacionales diferentes de los estándares globales. Aquí la tecnología blockchain que China desarrolla para transacciones financieras internacionales podría ser una parte de esta nueva solución. A este respecto, a fecha de 2019 China tiene acuerdos de intercambio directo de moneda (swaps) con 20 países a lo largo de la BRI y aboga por el llamado Cross-Border Interbank Payment System (CIPS), un sistema que la propia China puso en marcha en 2015 como una alternativa al habitual sistema de pagos internacionales interbancarios SWIFT, con sede en Bélgica y controlado por EEUU. Sin embargo, es probable que estas alternativas actualmente ni sean capaces de manejar el volumen de transacciones ni dispongan de los mecanismos necesarios para acuerdos como el de Irán. En 2019 CIPS incluía alrededor de 40 países y regiones signatarios de la BRI, y según sus propios datos llevaba a cabo transacciones con 96 países y regiones.
¿Alianza estratégica o movimiento táctico?
Las reacciones al anuncio de este acuerdo en Irán son más complejas. En comparación con China, Irán es un país más transparente, menos homogéneo y donde existe un debate interno dentro de los círculos de poder -y respecto al acuerdo- y un parlamento donde las diferentes facciones del régimen se enfrentan con acritud. Este debate tiene su base en el intenso nacionalismo iraní, que no ve con buenos ojos salir de la hegemonía norteamericana para someterse al patronazgo chino. De hecho, en algunos sectores, incluyendo al ex presidente Ahmadinejad, se ha comparado este acuerdo al que en 1828 cedió una parte considerable del sur del Cáucaso al entonces Imperio Ruso.
A este respecto, el ex presidente iraní ha declarado públicamente su desconfianza ante posibles acuerdos secretos que no hayan sido claramente explicados al pueblo iraní, una posición oportunista que contrasta con sus acciones de gobierno en el pasado pero indica la sensibilidad del tema. Al mismo tiempo, el acuerdo tiene como telón de fondo la pugna entre el presidente Rohani y los neoconservadores que aspiran a derrotarle en las próximas elecciones. La alianza estratégica con China reforzaría la posición de Rohani y le proporcionaría recursos con que reconstruir la economía, algo que sus oponentes neoconservadores no ven con buenos ojos.
La perspectiva de China también es peculiar. Para empezar, China ha procurado quitarle importancia a este acuerdo, insistiendo en que es simplemente parte de su programa de alianzas habitual con países amigos y volviendo, por una vez en esta etapa de la presidencia de Xi, al viejo adagio de Deng Xiaoping: “esconde tus capacidades y aguarda el momento”. Sea como fuere, conociendo esta aproximación tradicional de China y otros ejemplos recientes de diplomacia más agresiva, quizá sea ésta la prueba más concluyente de que el acuerdo es verdaderamente importante, pues en otro caso hubiera sido utilizado, sobre todo dentro de sus fronteras, para consolidar su imagen como potencia mundial.
Merece también la pena detenerse un momento en el pensamiento de Xi para evaluar este acuerdo. En sus libros y sus discursos defiende que un líder debe entender las corrientes históricas y aprovecharlas, no ir en su contra: “In observing the world, we should not allow our views to be blocked by anything intricate or transient. Instead, we should observe the world through the prism of historical laws” (Xi Jinping, 2017, The Governance of China, vol. II, p. 481). Y que uno de los componentes críticos de la actual evolución es el desarrollo económico. Mucho más relevante que elusivos conceptos occidentales, que no han demostrado su capacidad de conseguir este tipo de desarrollo en muchos casos, y mucho más relevante que el conflicto. En el pensamiento de Xi, es la falta de desarrollo económico lo que genera la posibilidad de un conflicto: “In the interest of peace, we need to foster a keen sense of a global community of a shared future. Prejudice, discrimination, hatred and war can only cause disaster and suffering, while mutual respect, equality, peaceful development and common prosperity represent the right path to take” (ibid., p. 485).
China es también consciente de que ninguna potencia mundial ha salido bien parada en los últimos 100 años -y quizá nunca- de los conflictos en esta parte de Asia, y que, igual que todos los que le han precedido, debe guardar un complejo equilibrio entre el mundo árabe, persa, otomano e, incluso, Israel. A este respecto hay que notar que las compañías chinas han invertido en Irán entre 2005 y 2018 menos de lo que lo han hecho en Arabia Saudí y en los Emiratos Árabes Unidos, y un monto muy parecido al complicado Egipto. Pero también es cierto que China no tiene prisa. El tiempo juega a su favor ahora mismo. Esta es otra parte del discurso habitual de Xi, la venida de un nuevo mundo multipolar, diferente a la hegemonía de EEUU, y donde China tiene la oportunidad de desarrollar todo su potencial y ejercer su liderazgo, aunque no necesariamente como hegemón único ni para todo el mundo.
Por otro lado, el escaso entusiasmo con que el acuerdo ha sido recibido en ambas capitales indica que, más que un matrimonio por amor, se trata de un arreglo por necesidad y que ambos países hubieran preferido encontrar un modus vivendi mutuamente satisfactorio con Washington, al menos por el momento. El anuncio de este acuerdo parece igualmente ir dirigido a advertir a EEUU del posible coste de llevar su estrategia de contención de China demasiado lejos más que a presentar un desafío geopolítico en toda regla. Además, puede ser un instrumento para aumentar la capacidad de negociación de ambos países con EEUU en diferentes frentes.
Conclusiones
La estrategia que adopte la Administración norteamericana que salga de las próximas elecciones será clave para aclarar estos interrogantes y definir la respuesta que darán tanto China como Irán. Al mismo tiempo, el acuerdo entre China e Irán ha puesto en marcha dinámicas e ideas que será difícil de obviar en el futuro. El anuncio de esta alianza dirigida a cimentar una colaboración a largo plazo en el ámbito de las finanzas, comercio, infraestructuras, defensa y seguridad puede crear una nueva realidad que no existía anteriormente en términos de nueva geopolítica. En todo caso, parafraseando una de las célebres paradojas de Oscar Wilde, la única diferencia entre las alianzas eternas y los acuerdos tácticos a corto plazo es que los últimos duran más tiempo.
Agradecimientos y notas
Esta nota no hubiera sido posible escribirla sin la ayuda de Ángel Álvarez en Madrid, Ángel Gómez de Ágreda también en Madrid y Farhad Azarmi en Teherán. Mario Esteban ha hecho también considerables sugerencias que han contribuido a la mejora del texto. Una versión reducida de este artículo se ha publicado en Global Strategy. Igualmente, una parte del análisis presentado forma parte del libro Tecno-socialismo con características chinas (C.F. González, en publicación).
Ramón Blecua.
Embajador en Misión Especial para Mediación y Diálogo Intercultural, Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación | @BlecuaRamon
Claudio Feijoó.1
Director para Asia, Universidad Politécnica de Madrid, y co-director del Campus Sino-Hispánico, Tongji University | @claud10
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