Tema[1]
¿Cuál es el impacto de la presencia e influencia de Rusia en el Vecindario Sur en cuanto a la resiliencia de los países de la región y de la Alianza Atlántica?
Resumen
Rusia tiene una estrategia de desestabilización de la Vecindad Sur (Oriente Medio, Norte de África y Sahel).[2] Dicha estrategia es oportunista, práctica, instrumental y está articulada desde el prisma de la guerra en Ucrania. Es instrumental en cuatro sentidos: (1) Moscú está cumpliendo el objetivo de provocar la dispersión de la atención y los recursos occidentales en el contexto de la guerra en Ucrania; (2) el Kremlin apoya a regímenes autoritarios en Oriente Medio, Norte de África y el Sahel a través de acuerdos de defensa; (3) utiliza campañas de desinformación basadas en narrativas sobre la “opresión” de la “Mayoría Mundial” (el “Sur Global”) por el “Occidente Colectivo” (EEUU, UE y OTAN) y sobre el proceso de “descolonización 2.0” (la “desneocolonización”); y (4) se identifica con una forma de alineamiento o asociación estratégica con otras potencias revisionistas, principalmente Irán, China y Corea del Norte.
Rusia se ha topado con una sólida disuasión y contención en el frente oriental de la Alianza Atlántica, y ha intensificado su presencia en el Vecindario Sur en busca de oportunidades para aumentar su influencia política y militar. La no intervención de EEUU en Siria (en 2013, por el uso de armamento químico por el régimen de Bashar al-Assad) y la retirada de EEUU de Afganistán (2021) fueron percibidas por Moscú como una debilidad estadounidense en la región y como una carencia disuasoria.
La presencia e influencia de Rusia en la Vecindad Sur es parte del “Gran Juego 2.0”. El “Gran Juego” del siglo XIX enfrentó a Gran Bretaña contra Rusia. El “Gran Juego 2.0” del siglo XXI incluye a muchos más jugadores y se desarrolla principalmente en África, América Latina y Asia.
Análisis
Oriente Medio, el Norte de África y el Sahel: algunos puntos en común
Hay muchas diferencias entre las regiones del Norte de África, Oriente Medio y el Sahel en cuanto al contexto geopolítico más amplio y qué tipo de amenaza representan para la OTAN. Sin embargo, comparten algunas características comunes: están en un profundo proceso de transformación del orden regional, moldeado por la crisis de autoridad central y de legitimidad del Estado. El modelo de Estado autocrático es insostenible y el camino hacia la democracia es tortuoso. Las consecuencias de la crisis de legitimidad son numerosas: (a) la descomposición de varios Estados (Siria, Libia, Irak y Yemen); (b) el surgimiento de “sub-Estados” cuya legitimidad se basa en “lealtades de sangre” (tribales, étnicas/religiosa, de clan, etc.); (c) el avance de diferentes grupos yihadistas radicales; y (d) la fractura del yihadismo suní en dos principales facciones opuestas, al-Qaeda y el Estado Islámico (EI). La retirada gradual de EEUU, Francia y la UE de estas regiones ha favorecido un vacío del poder que están ocupando Rusia y China, así como Turquía, Qatar y Arabia Saudí. Además, el Norte de África y el Sahel se han convertido en nuevos escenarios de tensión y competencia geoestratégica entre grandes potencias, como ha sido el caso de Oriente Medio durante mucho tiempo.
Objetivos geopolíticos de Rusia a nivel global
Desde 2007, cuando en la Conferencia de Seguridad de Múnich Vladimir Putin públicamente definió a EEUU y la OTAN como las mayores amenazas para la seguridad y defensa de Rusia, los políticos rusos no han ocultado los objetivos de su agenda geopolítica: crear un orden mundial post liberal (“post occidental” o “multipolar”), es decir, socavar el poder y el liderazgo de EEUU y Occidente; recuperar el estatus de “gran potencia”; controlar y proteger sus intereses económicos y recursos naturales; y, desde la guerra en Ucrania (2014), mostrar el fracaso de los intentos de Occidente de aislar a Rusia a nivel internacional.
La presencia e influencia de Rusia en la Vecindad Sur es parte del “Gran Juego 2.0”. El Gran Juego del siglo XIX enfrentó a Gran Bretaña contra Rusia. Más allá del campo de batalla inmediato de Afganistán, la pregunta era: ¿quién dominará Asia Central y meridional, desde el mar Caspio hasta el Himalaya y la ruta hacia la India? Fue una cuestión geopolítica clásica. Pero el “Gran Juego 2.0” del siglo XXI incluye a muchos más jugadores y se desarrolla en muchos más territorios. Es un juego de rivalidad entre las democracias liberales que ambicionan proteger el orden liberal internacional y las potencias revisionistas que buscan cambiarlo o destruirlo. La estructura del “Gran Juego 2.0” es triangular:[3] consiste en una competencia entre occidentales y revisionistas por el poder y la influencia en países africanos, latinoamericanos y asiáticos. Estos países, que rechazan la idea de pertenecer a un solo bloque –ya sea liderado por EEUU o por una creciente alineación entre China y Rusia–, están en condiciones de diversificar sus socios y aliados. El “Gran Juego 2.0” se resume en la siguiente pregunta: ¿quién será más capaz de crear alianzas en Eurasia, África y América Latina, las democracias liberales o las potencias revisionistas?
Objetivos, estrategias y herramientas de Rusia: Oriente Medio y el Norte de África
El punto de inflexión de la presencia rusa en Oriente Medio fue su intervención militar en Siria en 2015. El Kremlin pretendía cumplir varios objetivos a nivel regional: aumentar la venta de sus armas; preservar la seguridad interna en el país manteniendo la seguridad en su periferia; y convertirse en un intermediario de poder entre Occidente y la región y entre los propios países de la región. El objetivo más importante fue apoyar y mantener en el poder al régimen de Bashar al-Assad, objetivo que Rusia ha cumplido con creces. El Kremlin justificó su intervención en Siria con el argumento de que Assad había pedido su ayuda, pero sobre todo por la “necesidad” de poner orden en el caos que las intervenciones estadounidenses habían provocado en Afganistán, Irak y Libia, y el apoyo que prestaba a los “terroristas” (la oposición al régimen de Assad).[4] La guerra en Ucrania desempeñó el papel de catalizador que aceleró algunos viejos procesos en las relaciones de Rusia con la región, pero actualmente (2024) los objetivos geopolíticos de Moscú a nivel global y regional son los mismos que en 2015, con un importante añadido: Moscú está cumpliendo el objetivo de provocar la dispersión de la atención y los recursos occidentales en el contexto de la guerra en el frente oriental de la Alianza.
Rusia no tiene una gran estrategia para la región en el sentido de un plan coherente a largo plazo para ordenar sus intereses nacionales e idear métodos realistas para lograrlos. Pero, como actor geopolítico profundamente oportunista, Moscú tiene una visión clara de sus intereses en situaciones específicas dentro de la región. Este enfoque de la política regional actúa como una estrategia práctica e instrumentista, que consiste en la capacidad de improvisar y adaptarse rápidamente a circunstancias cambiantes. La evolución de la relación entre Rusia e Irán es un buen ejemplo de la estrategia instrumental del Kremlin.
La alianza estratégica entre Rusia e Irán
La intervención militar rusa en la guerra de Siria en 2015 aceleró la cooperación militar entre Rusia e Irán contra los objetivos de EEUU. Rusia coordinaba entonces sus Fuerzas Armadas y los paramilitares del Grupo Wagner (actualmente conocido como African Corps) con Hizbulah (un proxy de Irán). La invasión rusa de Ucrania en 2022 ha convertido su relación en una asociación estratégica. En el “Gran Juego 2.0”, Irán y Rusia, junto con China, forman parte de un frente unido (aunque no físicamente) contra EEUU y Occidente, como se puede comprobar en las guerras en Ucrania y en Gaza y en la rivalidad estratégica entre China y EEUU en el Indo-Pacífico por el estatus de Taiwán. Unidos por un enemigo común (EEUU), el trío no es una alianza y no usa las mismas herramientas para cumplir sus objetivos –Irán y Rusia usan la fuerza militar convencional, mientras que las herramientas de China son principalmente económicas–, pero sí están alineando sus políticas exteriores. Los tres aspiran a crear un orden mundial multipolar que no esté dominado por EEUU y cumplir así su ambición de convertirse en las potencias hegemónicas en sus respectivas regiones. Los tres países son miembros de los BRICS. El comercio bilateral entre ellos está creciendo, se están elaborando planes para bloques libres de aranceles, nuevos sistemas de pago –desdolarización–, y rutas comerciales que pasan por alto los lugares controlados por Occidente.[5] Las sanciones occidentales, primero a Irán y después a Rusia, han hecho que estos dos países, más China, hayan creado un mercado alternativo del petróleo, en el que los pagos se denominan en moneda china.[6]
Moscú, que se unió al régimen de sanciones contra Teherán en la década de 2010, en un esfuerzo por reducir su programa nuclear, ha comenzado a proteger diplomáticamente a Irán y a impulsar su inversión en la economía iraní. En los últimos dos años, Moscú ha intensificado sus vínculos con la red de socios y representantes iraníes que se extiende desde el Líbano hasta Irak. Desde el inicio de la guerra en Gaza, Rusia ha intensificado su apoyo diplomático a Hamás, Hizbulah y los huzí de Yemen, defendiendo sus acciones ante la ONU y culpando a EEUU de sus ataques. Moscú intenta manejar este apoyo diplomático con delicadeza, porque aspira a mantener vínculos con los países árabes del Golfo Pérsico así como con Israel, por lo que no puede permitirse el lujo de ofrecer a grupos vinculados a Irán un respaldo ilimitado. Rusia continúa invirtiendo fuertemente en sus vínculos con los Estados del Golfo, como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que han proporcionado importantes beneficios económicos al Kremlin, pero tienen una relación hostil con los proxies iraníes.
Aunque las guerras de Ucrania y Gaza son muy diferentes entre sí, tienen tres puntos en común: (1) tanto Rusia como Irán son potencias revisionistas que aspiran a cambiar el orden liberal internacional y convertirse en las potencias hegemónicas en sus regiones; (2) EEUU apoya militarmente (con armas, información e inteligencia) a Ucrania e Israel; y (3) Irán apoya de la misma manera a Rusia y a Hamás, Hizbulah, los huzí yemeníes y varias milicias radicales que luchan contra Israel y contra objetivos estadounidenses en Gaza, Siria, Irak, Pakistán y el Mar Rojo.
El suministro por parte de Irán de drones de ataque Shaheed para su uso en Ucrania ha recibido mucha atención. Pero lo que Rusia está proporcionando a Irán –aviones de combate y helicópteros Sukhoi Su-35– merece al menos la misma atención. Irán sigue siendo una amenaza principal para los Estados del Golfo, y el suministro de Su-35 a Irán alteraría el equilibrio militar dentro de la región a favor de Irán. Pero incluso si el acuerdo no se concreta, ya ha surgido una tendencia de cooperación estratégica, incluso a través de ejercicios bilaterales ruso-iraníes y multilaterales rusos, chinos e iraníes, un patrón que se remonta al menos a cinco años atrás.
Herramientas
La presencia rusa en el Vecindario Sur es parte de una combinación de acciones sincrónicas: la reactivación de redes establecidas durante la Guerra Fría; la diplomacia política y empresarial en los sectores nuclear y de recursos naturales; y la “diplomacia militar”, con acuerdos de defensa, la incorporación del grupo paramilitar Wagner a las fuerzas armadas rusas y campañas de desinformación.
Sahel
Desde que en 2012 los tuareg se rebelaron por la quinta vez contra el gobierno en Bamako (Malí) con la ayuda de al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y otros grupos yihadistas, hasta hoy, la región central del Sahel ha sido un escenario de violencia política, conflictos armados y enfrentamientos civiles que desembocaron en siete golpes de Estado militares en Sudán, Guinea y Mali (dos golpes en 2020 y 2021), Chad (2021) Burkina-Faso (dos golpes en 2022), Níger (2023) y Gabón (2023).
Esta extrema inestabilidad política es el resultado de la confluencia de una gran variedad de factores: la pobreza; los desplazamientos de población provocados por el cambio climático; las rivalidades tribales entre comunidades sedentarias, nómadas y seminómadas; el predominio de las mafias del crimen organizado; la debilidad y la crisis de legitimidad de las instituciones estatales; la consolidación de grupos yihadistas y otros elementos terroristas; el tráfico de drogas; y la corrupción endémica.
Los mecanismos regionales e internacionales, como la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA), cuya misión acaba en septiembre de 2024, y las dos misiones de la EU Capacity Building Mission (UE-EUCAP) y la EU Training Mission (EUTM), que finalizan en mayo de 2024 sin consenso entre los países europeos para su renovación, así como las acciones bilaterales de Francia (operaciones antiterroristas Serval y Barkhane) y de EEUU en Níger (con la base aérea en Agadez) no han logrado evitar que la inestabilidad se propague. Los países del Sahel comparten un sentimiento antifrancés, pero no todos son antioccidentales.
Después de los golpes de Estado, las juntas militares de Malí, Burkina Faso, Níger y Chad pidieron a Francia que retirara sus tropas y, en marzo de 2024 Níger hizo lo mismo con EEUU. El enfoque antiterrorista de Francia, que pretendía ser integral para estabilizar la región, no impidió, por ejemplo, el colapso de servicios esenciales (incluidos la atención sanitaria y la educación) en partes de Burkina Faso y Malí ni combates interétnicos muy sangrientos.
La penetración rusa comenzó como consecuencia de la decisión de París de retirar sus fuerzas de la República Centroafricana en 2017, en un momento en que diversos grupos armados permanecían activos y controlaban gran parte del territorio. Rusia negoció varios acuerdos tanto militares como económicos con el gobierno de la República Centroafricana, presentándose como una “fuerza estabilizadora”, para más tarde perpetuar este modelo en el Sahel.
La presencia de varios grupos terroristas islamistas en el Sahel –los mayores en Mali son al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), Islamic State in the Greater Sahara (ISGS) y Jamaat Nusrat al-islam wal-Muslimin (JNIM), con Ansaroul Islam (AI) en Burkina Faso e ISGS y Boko Haram en Níger– es la consecuencia de dos acontecimientos principales: (1) la guerra civil en Libia que comenzó en 2011y convirtió al país en un Estado fallido, exportador de armas y radicales; y (2) la lucha exitosa de Occidente contra el terrorismo en Oriente Medio y Norte de África. Derrotados en estas dos regiones, los yihadistas se han desplazado hacia el sur, hacia el Sahel.
El yihadismo había florecido en Oriente Medio y Norte de África porque encontró un contexto cultural y político favorable (comunidades árabes, población alfabetizada, riqueza de recursos naturales y fanatismo religioso). En el caso del Sahel no hay un contexto favorable: hay mucha pobreza y una gran población analfabeta (que no es capaz de leer el Corán). Por eso, los yihadistas identifican sus objetivos de radicalización con los de las diferentes etnias y clanes y de esta manera participan directamente en los conflictos interétnicos. Su relativo éxito se debe a las estrategias de hacer “suyos” los objetivos de las etnias locales, presentados como socios para una relación en la que todos ganan.
La UE, liderada por Francia, y EEUU no han traducido su notable inversión económica en una equivalente influencia política y militar.[7] Esto se debe a que los actores locales han decidido tener su propio papel en el “Gran Juego 2.0”, adoptando una estrategia de diversificación en sus alianzas diplomáticas y económicas, pero sobre todo militares. La percepción de los líderes locales de que Rusia ha logrado en gran medida proteger a Bashar al-Assad y su régimen en Siria y que ha tenido éxito en la lucha contra el Estado Islámico en Oriente Medio ha despertado su interés en pedirle a Moscú el mismo favor. Estos hechos, junto a las campañas de desinformación de Moscú sobre el colonialismo y la “neo-descolonización”, han facilitado la penetración rusa en la región. Rusia y China están llenando el vacío dejado por Occidente. Rusia ha ganado terreno principalmente en el ámbito militar y diplomático, mientras que China ha fortalecido su posición como potencia económica dominante, invirtiendo en infraestructuras, recursos naturales y otros proyectos económicos.
Objetivos, estrategias y herramientas de Rusia en el Sahel
El Sahel no es una prioridad para la seguridad nacional de Rusia, pero sí para su política exterior, porque forma parte del “Gran Juego 2.0”. Su principal objetivo es apoyar a sus Estados clientelares, es decir, las juntas militares que han solicitado su ayuda. En el plano diplomático, el objetivo general de Rusia es conseguir más apoyo para su visión de un orden mundial multipolar. En la ONU, Moscú presiona a los aliados africanos para obtener votos favorables en cuestiones como el conflicto de Ucrania y trabaja para sembrar desconfianza en las misiones de mantenimiento de la paz de la ONU y otros esfuerzos multilaterales. Rusia no tiene preferencias políticas en el Sahel. Su estrategia es instrumental y su objetivo “ir contra Occidente”. Dichos objetivos y estrategias en la región son los mismos que en la guerra de Siria: la protección del régimen y la lucha contra el terrorismo/opositores políticos y contra los intereses occidentales.
Para ir contra los intereses occidentales su estrategia principal es un plan silencioso de acuerdos de defensa con los países de la región, que es el modus operandi de Rusia: primero establece acuerdos militares y de venta de armas, más tarde envía a sus técnicos para el mantenimiento de las armas, posteriormente a “asesores militares” y, finalmente, intenta lograr acuerdos económicos. Por ahora, no hay evidencia de acuerdos económicos en el Sahel, pero lo más probable es que la ambición de Rusia sea sacar provecho de los minerales del Malí (litio) y Níger (uranio).
Las principales herramientas de Rusia en Sahel son militares: las Fuerzas Armadas, los Spetsnaz (fuerzas especiales), el GRU (Servicio de inteligencia militar), el Grupo Wagner y las campañas de desinformación. La inversión económica de Rusia en la región es muy baja.
La presencia e influencia de Rusia en la región no es amplia ni profunda. Su relativo éxito se debe a vínculos históricos desde la era soviética, al trato de “pares” que Rusia presta a los actores locales (al no dar lecciones de democracia o de derechos humanos, ni pedir reformas democráticas a cambio de su apoyo), pero sobre todo por la percepción de los lideres locales del fracaso de los occidentales en resolver sus problemas de pobreza, corrupción, hambruna y, sobre todo, de los conflictos interétnicos que se solapan con la violencia yihadista.
El impacto de Rusia en la resiliencia de los países del Vecindario Sur
Según el diccionario de la RAE, la palabra resiliencia connota “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. Pues bien, la consecuencia de la “adaptación” de los países del Vecindario Sur frente al papel perturbador de Rusia y de los grupos terroristas ha sido la expulsión de los países occidentales de la región. Moscú presta apoyo militar y político a las juntas militares y gracias a las campañas de desinformación sobre el papel de las ex potencias coloniales en la región y de EEUU, sobre el cambio climático, y las guerras en Ucrania y Gaza, está ampliando su influencia en la región, sembrando la confusión y un fuerte sentimiento antioccidental. Existe un sólido vínculo entre el alcance de la desinformación y la inestabilidad. Las campañas de desinformación han promovido y validado golpes de Estado militares e intimidado a los miembros de la sociedad civil, haciéndolos callar. Asimismo, han servido de cortina de humo para la corrupción y la explotación. Casi el 60% de las campañas de desinformación en el continente están patrocinadas por Estados extranjeros, siendo Rusia, China, los EAU, Arabia Saudí y Qatar sus principales patrocinadores. Rusia sigue siendo el mayor proveedor de desinformación en África y patrocina 80 campañas documentadas, dirigidas a más de 22 países. Esto representa casi el 40% de todas las campañas de desinformación en África.[8]
Figura 1. Mapa regional de la desinformación en África
El impacto de Rusia en la resiliencia de la Alianza Atlántica
La expansión de la influencia rusa en África y Oriente Medio amenaza la estabilidad de Europa. La actual inestabilidad en estas regiones alimenta un mercado de armas en constante crecimiento, lo que podría resultar beneficioso para Rusia a la hora de sortear las sanciones occidentales. Angola, Argelia, Egipto, Siria, Libia y Sudán son los mayores receptores de exportaciones de armas rusas en el continente, pero el número de países africanos que compran armas al Kremlin ha ido en aumento en las últimas dos décadas.[9]
Rusia ha asentado su influencia en tres zonas de conflicto importantes: Siria, Libia y el Sahel. Cuando se combina este éxito con el acceso de Rusia a los puertos de Oriente Medio, incluido el de Tartus en Siria, la influencia desbordante de Rusia en Libia y su creciente presencia en el Sahel, incluido Sudán, le dan una posición más fuerte desde la cual perturbar cualquier movimiento marítimo de la OTAN en tiempos de crisis. Al asegurar el acceso a los puertos de África a lo largo del Mar Rojo por Port Sudan, y con perspectivas de asegurarse el control del puerto de Tobruk en Libia, Rusia estaría en condiciones de interrumpir el paso naval y marítimo a lo largo del Mediterráneo central y oriental y de establecer aeródromos costeros que posibilitarían el tránsito global de la aviación rusa, incluida la militar. Con una mayor influencia en Libia y el Sahel, Rusia también obtiene acceso a dos rutas clave en el entramado de la migración ilegal y la trata de personas en África, que hasta ahora no hay evidencia que haya usado. Esto coloca a Rusia en una posición más fuerte para provocar crisis humanitarias y políticas en Europa en tiempos de hostilidad.
Sin embargo, Rusia no es la principal amenaza para la Alianza en la Vecindad Sur. Su presencia e influencia son parte del “Gran Juego 2.0”. Rusia es una amenaza geopolítica que genera toda una serie de problemas de seguridad para la Alianza.
La principal amenaza para Oriente Medio es Irán y su ambición de convertirse en potencia hegemónica en la región, así como su alineamiento con otras potencias revisionistas, principalmente China y Rusia. La mayor amenaza en el Norte de África sería un conflicto no probable pero no imposible, entre Marruecos y Argelia. Aunque los dos países son los más estables de la región, la tensión entre ellos va en aumento puesto que rompieron relaciones diplomáticas en 2021, tienen un conflicto en Sahara Occidental y las fronteras cerradas desde 1994. La principal amenaza en el Sahel es que toda la región pueda convertirse en un enorme Estado fallido y/o en la base de un nuevo Estado Islámico.
Conclusiones
Algunas recomendaciones
Existe una asimetría evidente entre la escala y el carácter de las amenazas a la seguridad de la OTAN en el Este y el Sur. La amenaza del frente oriental está determinada por Rusia y es convencional e híbrida. La Vecindad Sur de la OTAN no ha dejado atrás su vulnerabilidad estructural. Es previsible que fenómenos transnacionales como el terrorismo, el crimen organizado, la proliferación de armamento ligero y los flujos migratorios irregulares continúen siendo los principales factores de inestabilidad e inseguridad en el Sur.[10] Como ha señalado Luis Simón,[11] los objetivos de la OTAN en el Sur no han cambiado sustancialmente en términos de promover la estabilidad en la Vecindad, considerada una clave fundamental para la seguridad euroatlántica. Lo que ha cambiado es el contexto estratégico y la naturaleza de las amenazas y desafíos que emanan del Sur. Por lo tanto, el carácter de la estrategia de la OTAN para el Sur requiere una readaptación que podría llevarse a cabo a través de, por lo menos, tres vías: (1) una disuasión de 360º; (2) una “resiliencia avanzada”; y (3) una división transatlántica del trabajo para la gestión de crisis.[12]
Una hipotética victoria de Hamás en la guerra de Gaza sería el punto de partida para una reconfiguración del orden regional, por lo que es muy importante que EEUU, Israel y los aliados árabes (principalmente Arabia Saudí y Jordania) mantengan un equilibrio del poder regional e impidan una victoria del proxy iraní. Una hipotética guerra en el Norte de África, o la conversión del Sahel en un gran Estado fallido/Estado Islámico, aumentarían el impacto de los factores de inestabilidad mencionados y los riesgos para la Alianza en la Vecindad Sur. La OTAN deberá estar preparada para los perores escenarios.
Luis Simón sugiere que la OTAN debe aceptar una transición a un papel más indirecto en la proyección de la estabilidad. Esta realidad se relaciona con el concepto emergente de “resiliencia avanzada”, que implica fortalecer las capacidades de los socios de la OTAN para resistir las presiones de sus adversarios y abordar desafíos como el terrorismo, el crimen organizado y los efectos del cambio climático. La estrategia de resiliencia avanzada debe priorizar y otorgar un papel destacado a los socios de la OTAN, incluyendo en este nuevo paradigma tanto a los actores regionales como a otras entidades relevantes, y especialmente a la UE. Las necesidades locales de los socios trascienden el ámbito de la seguridad. La OTAN deberá abandonar su enfoque uniforme en materia de asociaciones y adoptar un marco de interacciones más personalizado, flexible y bilateral con los países de la región.[13]
La futura presencia occidental en la región del Sahel debe centrarse en cuatro puntos:
- La unidad de acción: cualquier abordaje integral y consensuado de la nueva realidad saheliana debe armonizar los intereses de los países de los Estados miembros de las fronteras meridionales de la OTAN y los niveles multilateral y atlántico europeo. Esta acción podría comenzar por contactos bilaterales de países que tienen buena imagen en la región (Alemania y España) porque finalizan este año las misiones de la UE y la ONU. Los objetivos principales de renovar la presencia europea en la región deberían ser: apoyar a las fuerzas democráticas locales; mejorar el intercambio de inteligencia; y tener un enfoque pragmático para la región encontrando un equilibrio entre las demandas de los valores democráticos y la realidad local de pobreza y conflicto, que a menudo es más urgente resolver. Esto supone crear un mecanismo para controlar las inversiones que desaparecen por la corrupción. En el caso de Oriente Medio, el minilateralismo (las alianzas locales ad hoc) podría funcionar como demuestra la respuesta unida de EEUU, Francia, el Reino Unido, Jordania, Arabia Saudí e Israel al ataque iraní.
- La reconciliación y el diálogo: con miras a restaurar la estabilidad política y de seguridad, Occidente deberá promover procesos nacionales de diálogo y reconciliación entre comunidades y grupos étnicos o clanes.
- El desarrollo endógeno: es necesario promover capacidades endógenas para el desarrollo económico, con mecanismos de apoyo financiero y de inversión adaptados a las necesidades locales.
- La lucha por las mentes y corazones: antes de implementar con éxito cualquier estrategia en la lucha contra el terrorismo islamista y las mafias del crimen organizado, así como contra la influencia maligna de Rusia y otros actores, es necesario ganar y contar con el apoyo de la población local.
Es importante encontrar la manera de mantener la presencia occidental en la región, porque será muy difícil volver una vez expulsados de ella, pero sobre todo porque es la clave para la resiliencia de los países regionales y de la OTAN, así como para una disuasión de 360º.
[1] Este análisis se basa en el informe más amplio presentado por la autora ante el Resilience Committee (unclassified meeting) en el cuartel general de la OTAN en Bruselas.
[2] Sobre el concepto de la Vecindad Sur véase Luis Simón y Vivien Pertusot (2017), “Making sense of Europe’s Southern Neighbourhood: main geopolitical and security parameters”, Real Instituto Elcano, https://www.realinstitutoelcano.org/en/analyses/making-sense-of-europes-southern-neighbourhood-main-geopolitical-and-security-parameters/.
[3] Robin Niblett describe la rivalidad entre EEUU y China por el Sur Global como “triangular” en su libro The New Cold War. How the contest between the US and China will shape our century, Atlantic Books, Londres, 2024.
[4] Para más detalles sobre el papel de Rusia en Siria véase Mira Milosevich-Juaristi (2017), “La finalidad estratégica de Rusia en Siria y las perspectivas de cumplimiento del acuerdo de Astaná”, Real Instituto Elcano, https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-finalidad-estrategica-de-rusia-en-siria-y-las-perspectivas-de-cumplimiento-del-acuerdo-de-astana/.
[5] “How China, Russia and Iran are forging closer ties”, The Economist, 18/III/2024, https://www.economist.com/finance-and-economics/2024/03/18/how-china-russia-and-iran-are-forging-closer-ties.
[6] “The axis of evasion: behind China’s oil trade with Iran and Russia”, The Atlantic Council, 28/III/2024, https://www.atlanticcouncil.org/blogs/new-atlanticist/the-axis-of-evasion-behind-chinas-oil-trade-with-iran-and-russia/.
[7] Mira Milosevich-Juaristi (2023), “Rusia en África y las posibles repercusiones para España”, Policy Paper, Real Instituto Elcano, https://www.realinstitutoelcano.org/policy-paper/rusia-en-africa-y-las-posibles-repercusiones-para-espana/.
[8] Africa Center for Strategic Studies (2024), “Mapping a surge of disinformation in Africa”, https://africacenter.org/spotlight/mapping-a-surge-of-disinformation-in-africa/.
[9] Daniel Kim (2024), “Arms race alert: world military spending hits record $2.4 trillion”, https://viewusglobal.com/world/article/61178/.
[10] Luis Simón y Piere Morcos (2022), “La OTAN y el Sur tras Ucrania”, Real Instituto Elcano, https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-otan-y-el-sur-tras-ucrania/.
[11] Ibid.
[12] Ibid.
[13] Ibid.