Tema: Muammar Gaddafi ya no impondrá su voluntad y caprichos dentro y fuera de Libia, pero su sombra seguirá sobrevolando la vida de los libios durante mucho tiempo. La creación de una sociedad de ciudadanos libres en un país abierto al mundo dependerá de cómo pasen página a 42 años de tiranía.
Resumen: Gaddafi tuvo el final que siempre trató de evitar mediante el recurso a la fuerza y al terror: el del prófugo capturado y sometido a la humillación ante el mundo entero. Su eliminación física el pasado 20 de octubre, tras ocho meses de revueltas y siete de enfrentamientos armados con la intervención de la OTAN, y después de dos meses de la caída de su régimen en Trípoli, abre una nueva etapa en la historia moderna de Libia. A nadie se le escapa la dificultad de construir una nación allá donde Gaddafi dejó todo tipo de problemas y fomentó las divisiones y el enfrentamiento. A pesar de las dificultades y de las incertidumbres, la voluntad de deshacerse de esa nefasta herencia puede ser el principal aliciente para que los libios abandonen las viejas prácticas y avancen en la construcción de un Estado moderno con instituciones legítimas y representativas.
Análisis: Las revueltas antiautoritarias iniciadas en Túnez a comienzos de 2011 y extendidas por varios países árabes ya han descabezado a tres regímenes tiránicos. Algo así era inimaginable hace tan sólo un año. A Ben Ali se le permitió huir de Túnez y exiliarse en Arabia Saudí tras pocas semanas de revueltas sociales, cuya represión dejó algunos centenares de muertos y heridos. Mubarak fue depuesto y llevado a juicio tras 18 días de manifestaciones millonarias que recorrieron Egipto y que se saldaron con algunos miles de muertos, heridos y desaparecidos. Gaddafi optó por la resistencia sangrienta que, ocho meses después, ha resultado en decenas de miles de muertos, heridos y damnificados en medio de una destrucción extendida por todo el país. El “decano de los dirigentes árabes” encontró la muerte tras ser localizado por rebeldes libios mientras huía de su último refugio posible en Sirte. Esos tres finales deberían hacer reflexionar a los autócratas árabes que aún siguen en el poder. Parece demostrado que a mayor represión sangrienta del régimen, más dura la respuesta de los opositores y más sonada la caída de quien ostentaba el poder y de su círculo inmediato.
El fin de un tirano
Antes de la caída del régimen de Gaddafi en Trípoli el pasado 22 de agosto, se planteaban los siguientes tres escenarios sobre cómo se podría producir el desenlace tras meses de combates: (1) forzando la retirada de Gaddafi y de sus hijos del poder por medios militares o a través de un “golpe de palacio”; (2) negociando una retirada de los Gaddafi del poder a cambio de mantener cierta capacidad de influencia en el nuevo sistema político; o (3) permitiendo a los Gaddafi una salida segura hacia el exilio.
Entre las distintas fórmulas que iban desde la “continuidad del régimen”, aunque debilitado y con su influencia limitada a ciertos territorios, hasta el “colapso del régimen”, el desenlace de la era Gaddafi contiene algunos aspectos positivos. Muchos hubieran preferido capturarlo con vida y llevarlo a juicio (de hecho, en los vídeos que circulan del momento de su captura se escucha a varios combatientes gritar “dejadlo vivo”, aunque el líder tuvo la “mala suerte” de caer en manos de rebeldes de Misrata, la ciudad martirizada sin piedad por las brigadas de sus hijos). Sin embargo, la muerte de Gaddafi –o su asesinato o ejecución, según determine una investigación independiente– tras su huida de su último bastión y ciudad natal, Sirte, cierra una etapa negra en la historia de Libia, sin que haya posibilidad de vuelta atrás. A falta de que se capture –y, a ser posible, se lleve ante la justicia– al ex heredero oficioso, Saif al-Islam, parece desvanecerse la amenaza de una guerra de guerrillas o de grandes atentados fomentados por los Gaddafi.
Otro de los aspectos positivos es que la desaparición de Gaddafi y de varios de sus vástagos involucrados en la represión y en la corrupción a gran escala, puede permitir que haya una transición más rápida hacia un sistema de gobierno más abierto y legítimo que si los Gaddafi siguieran campando a sus anchas. Por otra parte, las imágenes que se han visto en todo el mundo, en las que el autoproclamado “rey de reyes de África” suplicaba clemencia a los mismos a los que había llamado “ratas” –y cuyas familias, propiedades y vidas había destrozado– después de que lo localizaran escondido en una tubería de desagüe, deben servir de lección para cualquier futuro dirigente del país que tenga la tentación de gobernar recurriendo a los métodos empleados por el “hermano líder de la revolución”. A pesar del alivio que siente la mayoría de la población libia por la muerte de Muammar Gaddafi, no hay constancia de que su liquidación respondiera a una orden de las nuevas autoridades del país.
Un futuro plagado de dificultades, aunque…
Más de cuatro décadas con Gaddafi al frente de un régimen tiránico, personalista y distorsionador de la realidad han hecho mucho daño a una sociedad en la que cerca del 75% de sus habitantes no conocieron a otro líder. El sistema de la yamahiriya (Estado de las masas) ideado por él supuestamente buscaba promover la “democracia directa” a través de consejos locales, comités populares y otros mecanismos asamblearios. Sin embargo, en la realidad sirvió como herramienta para asegurar su poder autocrático y para ejercer el control casi absoluto de la vida política, económica, social y cultural del país. En ese sistema, los lazos tribales y las relaciones de parentesco eran una piedra angular de la organización política, así como un elemento clave para acceder a los recursos y a distintos privilegios. De esa forma, Gaddafi pudo mantener su dominación del país aprovechándose de las divisiones internas que fomentó, de las contradicciones y de la opacidad inherentes al sistema y de la manipulación de las fuerzas políticas y sociales gracias a los enormes ingresos de los que disponía provenientes de los hidrocarburos.
Una consecuencia directa del estilo de gobierno de Gaddafi es que en Libia no ha existido durante mucho tiempo ni una noción clara de ciudadanía ni instituciones sólidas y legítimas. La prohibición de la actividad política y asociativa al margen de las estructuras de la yamahiriya ha dificultado la aparición de una sociedad civil organizada. Sin embargo, eso no ha impedido que el deseo ampliamente extendido de acabar con el régimen de Gaddafi se haya hecho realidad partiendo de una movilización social pacífica en sus inicios, aunque militarizada tras la represión y las amenazas del régimen.
El Consejo Nacional de Transición (CNT), que ha asumido la gestión de los asuntos públicos a la espera de que se forme un gobierno de transición, se enfrenta ahora a una serie de retos formidables, de cuya forma de abordar dependerá el futuro del país. Por un lado tendrá que trabajar por la reconciliación nacional y sanar las heridas abiertas si se quiere que el país prospere y se evite caer en una espiral de violencia y venganzas. A eso hay que sumar los retos de poner las bases para un nuevo sistema político que cuente con la más amplia aceptación popular posible, de recuperar la capacidad productiva de hidrocarburos para sufragar los costes de la reconstrucción y facilitar el desarrollo socioeconómico del país, así como de garantizar el orden y la seguridad interior a través de instituciones legítimas. Un aspecto clave al que se enfrenta el CNT es el desarme, desmilitarización, desmovilización y reinserción de los combatientes que han luchado desde el pasado febrero para derrocar al régimen de Gaddafi, la mayoría de ellos sin formación militar previa y muchos deseosos de volver a sus vidas anteriores.
En línea con lo anterior, existe mucha preocupación por la gran cantidad de armas que han quedado fuera de control, tanto las repartidas por el régimen entre sus leales como las que les arrebataron los rebeldes. Hará falta cooperación internacional para recuperar esas armas y municiones y así evitar que sean utilizadas dentro de Libia o que caigan en manos de grupos terroristas transnacionales o de redes de traficantes. Sean o no empleadas esas armas para crear inestabilidad interna o para cometer atentados en otros países, el hecho es que se le había permitido al brutal régimen de Gaddafi acumular enormes cantidades de material bélico, mucho más del que hace falta para defender al país de amenazas externas. Es necesario que, en la nueva etapa, las grandes potencias inviertan en el desarrollo de la nueva Libia, en lugar de buscar lucro mediante la firma de grandes contratos armamentísticos, más allá de los necesarios para equipar a un reformado ejército nacional al servicio del Estado y no del régimen.
Los rebeldes del CNT tenían en común un objetivo principal que era decapitar el régimen. Una vez logrado, están surgiendo discrepancias entre sus integrantes, que incluyen a nacionalistas, islamistas, liberales, laicos, políticos profesionales, líderes tribales, mandos militares y elites retornadas del exilio. Es de esperar que el CNT se transforme en distintos grupos o partidos políticos, lo que en sí mismo no sería malo para el futuro del país, siempre y cuando se controle a aquellos elementos que no respeten la pluralidad de opiniones y no crean en la alternancia y en el reparto del poder.
Existe el riesgo de que se produzcan enfrentamientos a partir de las divisiones tribales, regionales y étnicas en la lucha por el reparto del poder. Hasta el momento, no se ha recurrido a las armas para dirimir las disputas políticas, en parte debido a que prácticamente todos disponen de armas. De ahí que la clave de cara al futuro inmediato consista en la formación de un gobierno de transición inclusivo y pactado, en el que estén representados los distintos componentes de la sociedad libia comprometidos con el respeto a la diversidad y la convivencia pacífica. Durante los ocho meses que faltan para la celebración de las primeras elecciones libres, tal como ha anunciado el CNT, se deberían asentar las bases del buen gobierno y la transparencia en la gestión de los asuntos públicos y del sector energético.[1] La colaboración internacional es imprescindible para superar con éxito los obstáculos heredados del viejo régimen.
… también hay motivos para el optimismo
Después de recibir imágenes de combates en Libia durante ochos meses y ver la destrucción causada por una campaña militar cruenta, resulta mucho más fácil identificar las potenciales causas de inestabilidad que los posibles factores favorables a una transición antiautoritaria. Como se ha visto más arriba, los retos en la nueva Libia son gigantescos, pero también lo son las ansias de vivir en paz, con dignidad y con justicia social. La población libia ha luchado para dejar atrás la pesadilla que le impuso el régimen de Gaddafi. Precisamente la voluntad de deshacerse de esa nefasta herencia es el principal aliciente para que los libios abandonen las viejas prácticas y avancen en la construcción de un Estado moderno con instituciones representativas y dotadas de legitimidad social.
Libia tiene una población relativamente pequeña (cerca de 6 millones) y bastante homogénea en términos étnicos, lingüísticos y religiosos, lo que puede facilitar la búsqueda de consensos nacionales. Por otra parte, cuenta con las mayores reservas de petróleo de África. Existen distintas teorías sobre la relación entre los recursos naturales y las situaciones de conflicto. Lo que está claro es que los países con rentas per cápita más altas tienen mejores resultados en la etapa de reconstrucción post-conflicto que aquellos con rentas per cápita más bajas, en igualdad de otras condiciones. Libia se encuentra en una situación muy distinta a la de la mayoría de países que salen de conflictos armados y que suelen ser países empobrecidos: los libios disponen de una fuente de ingresos constante que no depende de donantes externos.
A pesar del gran coste humano y económico de los combates de los últimos meses, no se ha producido la partición de Libia en dos o tres mini Estados fallidos, tal como algunos auguraban, ni nada hace creer que eso se vaya a producir en la nueva etapa. Tampoco ha hecho falta una invasión terrestre extranjera para acabar con el régimen de Gaddafi, lo que habría sido rechazado frontalmente por la propia población libia y las de los países vecinos. De hecho, la intervención de la OTAN, amparada por Naciones Unidas y apoyada por algunos Estados árabes, ha despertado recelos, pero no ha sido criticada desde amplios sectores de la opinión pública árabe, como habría sido de esperar en otras circunstancias y en otro lugar. El anuncio rápido del fin de la intervención de la OTAN, una vez caído el régimen, podría ser un paso más en el cambio gradual de percepciones en el mundo árabe tras décadas de apoyo occidental a regímenes autoritarios.
El hecho de que el régimen de Gaddafi haya resistido durante varios meses antes de caer ha tenido una consecuencia positiva, ya que el CNT ha tenido tiempo para organizarse –no sin dificultades– y crear las estructuras de un proto Estado que pueda sustituir a la errática yamahiriya. Eso también ha permitido cierto grado de planificación para la reconstrucción post-conflicto del país, por lo que no se parte de un estado de improvisación, aunque necesariamente los planes diseñados tendrán que ir adaptándose a las necesidades y al nuevo contexto. Entre otras cosas, el CNT presentó en agosto un “borrador de Constitución para la etapa transitoria”, elaborado tras meses de debates, que debe servir como base para la construcción de un país más democrático. Asimismo, los representantes del CNT han tenido que viajar por el mundo buscando la aprobación internacional y dando garantías a sus socios y vecinos. Como consecuencia de ello, no ha dejado de recibir reconocimientos internacionales como única autoridad legítima del país.
Un signo positivo de cara a la aparición de una sociedad civil en Libia es que en las zonas orientales del país, que fueron las primeras en ser “liberadas” del control del régimen, la vida continuó con un grado de normalidad más alto de lo que cabía esperar en condiciones tan difíciles. A pesar de que la campaña militar seguía su curso, las nuevas autoridades mantuvieron un nivel aceptable de orden público, facilitaron asistencia humanitaria, ofrecieron una diversidad de servicios a la población y evitaron el desabastecimiento en los mercados. Por otra parte, a pesar de las multitudinarias celebraciones tras la caída del régimen, no ha habido noticias de incidentes graves ni los despojos del gaddafismo han sido capaces de hacer una demostración de fuerza para vengar a su desaparecido líder, aunque seguramente lo intentarán. Esto no significa, ni mucho menos, que el peligro haya desaparecido, pero sí son signos positivos hacia una normalización de la vida en el país.
Entre otras cosas, los libios pueden encontrar, por primera vez en décadas, prensa independiente y variada en los quioscos y sus hijos no tendrán que estudiar el libro verde en el colegio. La nueva Libia tendrá que cultivar el pluralismo y la transparencia frente a la opacidad que caracterizó al gaddafismo. Ese pluralismo se verá beneficiado si las nuevas autoridades son capaces de atraer a las decenas de miles de expatriados y exiliados libios con alta formación profesional y amplia experiencia internacional. La labor de los medios de comunicación nacionales e internacionales tendrá un papel crucial en la nueva etapa. A pesar de los errores y de los abusos cometidos por los rebeldes, los incidentes graves en los que se vieron involucrados periodistas internacionales durante la revolución libia, incluida la muerte y secuestro de varios reporteros y fotógrafos, fueron responsabilidad de las tropas pro-Gaddafi. De cara al futuro, Libia debería dejar de ser el desierto que fue para la prensa internacional durante largas décadas.
El anuncio de la liberación completa de Libia, hecho el pasado 23 de octubre en medio de grandes celebraciones populares, coincidió con las primeras elecciones democráticas celebradas desde el inicio de las “primaveras árabes”. Concretamente en Túnez, vecino inmediato de Libia y el país que demostró que los autócratas árabes no eran más fuertes que sus pueblos. El futuro del proceso democrático en Libia se verá afectado por la evolución de las transiciones ya iniciadas en sus dos vecinos: Túnez y Egipto. A su vez, lo que ocurra en Libia podrá influir en esos dos países, tanto en un escenario de inestabilidad que genere problemas contagiosos, como en caso de una transición fluida donde haga falta mano de obra cualificada, presente tanto en Egipto como en Túnez. El proceso abierto en Túnez, tras la elección de una Asamblea Constituyente, con el fin de redactar una nueva Constitución democrática puede servir de inspiración para las autoridades libia, lo que puede contribuir a moderar algunas de las posturas más extremas.
Algunas consecuencias internacionales
El apoyo internacional ha sido decisivo para el avance de los rebeldes. Aquellos países que colaboraron activamente para evitar el aplastamiento de las revueltas en Libia y contribuyeron militarmente a la caída del régimen de Gaddafi –integrantes del Grupo Internacional de Contacto sobre Libia– aún tienen una enorme tarea por delante. En el nuevo contexto, es imprescindible ayudar a los centros de poder libios a trabajar conjuntamente para mantener el orden en el país y construir un gobierno y una economía que funcionen y sirvan a la población. Para ello, hará falta realizar un importante esfuerzo de asistencia técnica, formación de capacidades y asesoramiento institucional, entre otras cosas. La mejor forma de prestar ese apoyo sería a través de organismos independientes, organizaciones no gubernamentales o Naciones Unidas, con el fin de evitar los efectos no siempre positivos de la competición por tener mayor influencia de algunos gobiernos con afán de protagonismo.
Según algunas informaciones, el coronel Gaddafi podría haber sacado del país más de 200.000 millones de dólares repartidos entre cuentas bancarias e inversiones en empresas e inmuebles en el extranjero.[2] De ser cierto, esa cantidad correspondería a 30.000 dólares aproximadamente por ciudadano libio. Es necesario que se liberen los fondos congelados del anterior régimen, de forma gradual y negociada con un futuro gobierno libio legítimamente elegido. Esos fondos, bien gestionados, pueden contribuir a garantizar la seguridad y la estabilidad de Libia, al tiempo que se promueve el desarrollo socioeconómico y se establecen las bases del buen gobierno. Su empleo con fines productivos dentro de Libia contribuiría a la estabilidad regional y generaría oportunidades de inversión, intercambios comerciales y mayores contactos humanos, lo que ayudaría a normalizar la situación de Libia en su vecindario.
España ha participado activamente en los esfuerzos para acabar con el despotismo de Gaddafi. Ahora debe estar en la primera línea ofreciendo a las nuevas autoridades libias asistencia y asesoramiento para avanzar en la construcción democrática. España tiene una amplia experiencia que puede compartir en ámbitos como la reforma del sector de la seguridad, la vertebración territorial del Estado y el desarrollo económico y social, entre otros. Por otra parte, una incorporación gradual de Libia a los foros regionales sería una ruptura con el pasado y le permitiría participar activamente en los marcos de cooperación euromediterránea, una vez que se den las condiciones para su relanzamiento. España cuenta a su favor con la ausencia de contenciosos recientes y conflictos históricos con Libia. Además, tiene un interés genuino en que las futuras autoridades libias tengan una actitud más abierta hacia el mundo exterior y jueguen un papel constructivo en su entorno norteafricano y mediterráneo, alejándose de las erráticas aventuras a las que Gaddafi arrastró a su país en el pasado.
La caída definitiva de Gaddafi tendrá consecuencias para el resto de regímenes autoritarios árabes. Una vez que los focos dejen de estar puestos en Libia, habrá más presión sobre los regímenes de Damasco y de Saná para que dejen de matar a sus pueblos y de fomentar las divisiones internas con la esperanza de así poder salvarse. Al principio de las revueltas, los regímenes de Bashar al-Asad y de Ali Abdalá Saleh tenían dos opciones: hacer cambios o ser cambiados. Sin embargo, sus cabecillas hace tiempo que han pasado el punto de no retorno y están dispuestos a dejar a sus respectivos países en un estado de enfrentamiento civil y colapso económico. Es necesario que los gobiernos democráticos trabajen más de cerca con las oposiciones antiautoritarias en esos dos países, y en el conjunto del mundo árabe, pues los procesos de transformación que vive la región siguen en marcha a pesar de las dificultades, y así lo demuestra la caída del gaddafismo.
Conclusiones: Tras la muerte de Gaddafi y el colapso de su régimen, Libia se enfrenta a la enorme tarea de construir una nación allá donde sólo había un vacío político y asociativo al margen de las estructuras de la yamahiriya. Las dificultades de la nueva etapa son inmensas y no resulta difícil identificarlas. Sin embargo, la sociedad libia también cuenta con factores potencialmente favorables a una transición democrática. España, en colaboración con otros países, debe estar en la primera línea ofreciendo a las nuevas autoridades libias asistencia y asesoramiento para construir una nueva nación unificada, responsable y productiva. Una vez que se ha desmoronado el régimen de Gaddafi, a los libios les espera ahora la tarea más difícil: la creación de una sociedad de ciudadanos libres en un país abierto al mundo. A pesar de las dificultades, podrían contar con más elementos a su favor de lo que parece.
Haizam Amirah Fernández
Investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano
[1] Véase Gonzalo Escribano, “Una agenda energética para Libia: seguridad, reconstrucción y gobernanza”, ARI nº 139/2011, Real Instituto Elcano.
[2] “Kadafi had a ‘Staggering’ $200 Billion Stashed Around the World”, Los Angeles Times, 21/X/2011.