Tema: El Miami cubano ya no es el de antes. Hoy alberga opiniones diversas respecto al embargo y un verdadero diálogo con La Habana. La metamorfosis en proceso lo está dotando de las características necesarias para que juegue un papel constructivo, si bien secundario, en la transición pendiente en Cuba.
Resumen: A lo largo de los años noventa y, sobre todo, a partir de la crisis suscitada por Elián González en 2000, el Miami cubano se ha ido transformando por el creciente perfil de una opinión pública moderada, la moderación de organizaciones del exilio tradicional como la Fundación Nacional Cubano Americana y la aparición de hombres de negocios y líderes cívicos con voz propia. La gran mayoría del exilio rechaza la violencia como medio de resistencia al régimen de Castro y reconoce el papel rector de la oposición en la isla. Hoy, la diáspora ocupa la primera fila del compromiso constructivo con el pueblo de Cuba. El que una mayoría aún apoye al embargo y simpatice con el Partido Republicano es de menor importancia para una Cuba democrática que la distensión en marcha sobre la plaza pública cubana en Miami.
Análisis: El exilio cubano no ha sido fácil. Cuando triunfó la revolución en 1959, casi todos los que poco después se fueron a EE UU la acogieron con la misma pasión que la gran mayoría de sus coterráneos. A medida que el gobierno revolucionario fue cerrando filas alrededor de una transformación social radical, una centralización del poder y un alineamiento con la ex Unión Soviética, cientos de miles de cubanos se pasaron a la oposición y actuaron acorde con la cultura política establecida desde el siglo XIX. Cuando de una dictadura se trataba había que alzarse contra el gobierno o partir al exilio para regresar con las armas en la mano. Esta vez, sin embargo, la cuestión era harto compleja. Si bien la revolución rápidamente acotó las libertades, su defensa de la soberanía nacional ante EE UU y de la justicia social para los humildes fue secundada de forma entusiasta por buena parte de la población. La oposición –la que se alzó y la que se fue– parecía enfrentarse a la voluntad popular expresada en las plazas y en los campos a lo largo y ancho de la isla. Además, su actuación más conocida –la invasión fallida de Bahía Cochinos patrocinada por EE UU– le impuso la etiqueta de servidores del imperio que, aún hoy, se esgrime para descalificar a un exilio claramente en transición y a la oposición pacífica surgida en la isla desde mediados de los setenta.
Una mejor comprensión del exilio –tanto en sus orígenes como en su evolución hasta la fecha– es indispensable. Aunque el futuro de Cuba se decidirá en Cuba, la diáspora es parte integral, aunque secundaria, del mismo, tanto por los vínculos existentes en razón de las remesas, los viajes y las nuevas olas migratorias, como por el alto perfil que inevitablemente tendrán las relaciones con EE UU y el papel que seguirá jugando en éstas. La transición cubana implicará una revalorización de la oposición en la década de los sesenta y de los ideales que la impulsaron, al igual que un amplio reconocimiento del costo humano que pagó por defenderlos. Si bien la oposición más profunda surgió en Cuba, donde fue derrotada, encarcelada y fusilada, aún no ocupa el lugar que merece en la historiografía de la época. Una vez desarticulada la resistencia interna, el exilio emergió como la principal sede opositora al gobierno revolucionario. Sobre las dos vertientes pesó sobremanera la coincidencia con EE UU –aunque el exilio trabó lazos mucho más estrechos con Washington–, mientras que no sucedió lo mismo con la revolución respecto a la antigua Unión Soviética. La Guerra Fría opacó las razones cubanas de un lado pero no del otro. Y ese hecho en sí, parcialmente, explica el apasionamiento que ha señalado al exilio. No sólo perdió, sino que sus ideales, sus muertos y sus presos han sido minusvalorados por la opinión pública internacional.
Si bien el exilio actual en EE UU es conservador –por su apoyo al embargo, pero principalmente por su simpatía con el Partido Republicano– se debe recordar que la mayoría de los exiliados a principios de los años sesenta rondaban por la socialdemocracia. Después de todo, la política en Cuba antes de 1959 la copaban partidos de centroizquierda. Esto no significa que de no haber ocurrido la revolución o de haberse desenvuelto dentro de los cánones reformistas que impulsaron la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, ese perfil se hubiera mantenido hasta nuestros días. Por el contrario, hubiera sido natural que en una Cuba sin revolución emergiera un partido conservador que abrazara lo que hoy denominamos neoliberalismo.
De hecho, uno de los logros nada reconocidos de la revolución ha sido el surgimiento de una opinión pública cubana –aunque, por ahora, manifestada libremente sólo en el exilio– cabalmente conservadora. Hasta hace poco era, no obstante, un logro a medias. Aunque la defensa de la libertad y la democracia fueron ideales consustanciales a la oposición histórica, el asentamiento del exilio –sobre todo en Miami– no fue acompañado de un clima conducente a la libre expresión política. El afán por la unidad acallaba –por las buenas o por las malas– a los que disentían de lo que era, o aparentaba ser, la casi unanimidad. La transición que viene dándose en el Miami cubano –p.e., más de un tercio se opone hoy al embargo y una ligera mayoría apoya su levantamiento parcial– podría contribuir a un cambio de la política de EE UU. Sin embargo, más importante es la distensión en marcha en la plaza pública cubana en Miami. Una Cuba democrática también necesitará de una derecha democrática y mientras más abierto, incluyente y plural sea el Miami cubano –amén de que la mayoría apoye al Partido Republicano y al embargo– mejor será para el futuro de Cuba.
Las polarizaciones no favorecen los matices y la política cubana a partir de 1959 ha estado muy polarizada, por razones cubanas y por la Guerra Fría. Si la revolución exigió una lealtad incontestable, lo mismo hizo buena parte del exilio en su intransigencia al régimen castrista. No obstante, a medida que las esperanzas de celebrar la próxima Nochebuena en la isla fueron apagándose, algunos exiliados comenzaron a plantearse la eficacia de otros métodos. A lo largo de los años setenta, estas corrientes –abiertas a un diálogo con el gobierno cubano y a un cambio de la política de EE UU– salieron a la superficie y la imagen monolítica del exilio empezó a ceder. Esa década también fue testigo de una creciente ola de terrorismo por algunos exiliados, no sólo contra objetivos del gobierno cubano –el más notorio fue la voladura de un avión de Cubana de Aviación en 1976 con 73 muertos– sino también contra aquéllos dentro del exilio que se apartaban de la intransigencia. Para el exilio tradicional, el acercamiento a La Habana propiciado por la administración de Jimmy Carter y el llamado diálogo entre el gobierno cubano y sectores del exilio que logró la salida de 3.600 presos políticos, así como los viajes a Cuba de reunificación familiar, fueron una afrenta insoportable.
Así y todo, a partir de los ochenta, la violencia fue lentamente y a regañadientes perdiendo arrastre como método de oposición, si bien como principio no fue y no ha sido rechazado por todos los sectores. La evidente inviabilidad de la lucha armada en Cuba impulsó la búsqueda de otras tácticas. Jorge Mas Canosa (1939-1997) y la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) abrieron las puertas a una nueva estrategia: la búsqueda de apoyo político en EE UU para mantener el embargo e idear nuevas formas de enfrentamiento al castrismo. La creación de Radio Martí en 1985 fue su mayor logro. Los éxitos que la FNCA rápidamente registró en el Washington de Ronald Reagan demostraron al exilio la eficacia de los nuevos rumbos que no eran violentos pero sí decididamente contrarios a un entendimiento con La Habana.
Al mismo tiempo, la relación del exilio con la disidencia en Cuba era tensa. La fundación del Comité Cubano Pro Derechos Humanos en 1976 había iniciado el compromiso con la no violencia de parte de la oposición en la isla, precisamente cuando el terrorismo del exilio se hizo sentir con más fuerza. A fines de los ochenta, las propuestas de prominentes disidentes a favor de un diálogo nacional fueron duramente rebatidas por gran parte del exilio. Éste todavía se consideraba a sí mismo la sede principal de oposición al gobierno cubano y desconfiaba de todo lo que sugiriera una salida pactada. Grupos del exilio como la Plataforma Democrática, Cambio Cubano y el Comité Cubano por la Democracia que tanteaban una concertación con el gobierno cubano fueron igualmente rechazados. A principios de los noventa, Human Rights Watch emitió dos informes sobre los peligros que acechaban a la libertad de expresión en Miami por las prácticas de coacción, incluyendo la violencia esporádica, que el exilio tradicional ejercía.
La posguerra fría despertó nuevas ilusiones de que la defunción del régimen de Castro se avecinaba. Y así parecía, por el desplome de la economía cubana y, en particular, cuando en agosto de 1994 miles de personas se congregaron en el Malecón de La Habana en actitud desafiante frente a las autoridades. Pese a la pérdida de sus aliados, al reforzamiento del embargo y al creciente descontento de la población, el régimen logró sobrevivir. Aunque la retórica del exilio cambiaba poco, su práctica se fue transformando. A lo largo de la década pasada, la brecha entre el exilio y la isla, que en 1990 parecía insalvable, ha sido parcialmente franqueda por una imbricada red de comunicación y contactos cada vez más extensa, que incluye encuentros religiosos, lazos políticos, ayuda humanitaria e intercambios culturales, académicos y profesionales. El apoyo mayoritario al embargo no ha impedido que la diáspora ocupe hoy la primera fila del compromiso constructivo con el pueblo de Cuba.
Después de la crisis suscitada por Elián González, la transición en el Miami cubano –ya entonces en proceso, aunque la reacción sobredimensionada del exilio al destino del niño balsero no la reflejara– tomó vuelo. Dos factores lo explican. Primero, esa reacción fue un error de cálculo político, ya que la permanencia del niño en EE UU era bastante improbable dada las voluntades del padre, Washington y La Habana. Su saldo fue desviar la atención internacional donde estaba –la falta de democracia en Cuba– tras la Cumbre Iberoamericana en La Habana clausurada unos días antes de que Elián apareciera en Florida y ponerla sobre la “mafia” de Miami. Desde entonces, importantes sectores del exilio han calibrado mejor sus respuestas ante las crisis recurrentes en relación con el gobierno cubano. El hecho de que, por ejemplo, la administración Bush no haya cancelado las remesas y los viajes de reunificación familiar tras la reciente ola represiva en Cuba se debió, en parte, a que del Miami cubano salieron múltiples y diversas propuestas, casi todas destacando la importancia de mantener y ampliar los contactos con la sociedad civil cubana.
El segundo factor que está impulsando el cambio en Miami es el humano. Por una parte, el tiempo ha ido imponiendo un relevo generacional, a la par que algunos sectores del exilio tradicional se han moderado. En 2001, la FNCA se dividió –tanto por razones generacionales como programáticas– y los de línea dura crearon el Consejo por la Libertad de Cuba. La nueva FNCA, así como Hermanos al Rescate, Movimiento Democracia, Directorio Democrático Cubano y otras organizaciones han ido asumiendo posiciones hacia el centro. Por otra, la propia crisis de Elián motivó que prominentes hombres de negocios y líderes cívicos cubano-americanos salieran a la palestra política con voz propia, como el Cuba Study Group (CSG) fundado en 2001. Algunos sondeos de opinión pública develan nuevas actitudes en el Miami cubano. Una encuesta patrocinada por la Universidad Internacional de la Florida en 2000 registró un 51% a favor de un diálogo con La Habana. Los sondeos contratados por el CSG en 2001 y 2002 apuntan tendencias parecidas: un 56% apoya la reconciliación nacional y una amnistía para los funcionarios del gobierno actual que colaboren con una transición y un 73% apoya al Proyecto Varela, pese a que el exilio tradicional se opone por su intento de impulsar cambios en Cuba dentro del marco constitucional existente. Asimismo, una encuesta del Miami Herald de principios de 2003 arrojó un 54% a favor de la disposición de la FNCA de dialogar con el gobierno cubano (exceptuando a Fidel y Raúl Castro) para facilitar la transición a la democracia. La pobre asistencia a una marcha convocada el 29 de marzo pasado para denunciar a los “dialogueros” y desmentir las encuestas recalcó la realidad plural del exilio. Aunque ese día la policía y los organizadores afirmaron que desfilaron entre 30 y 50.000 personas, la cifra real no rebasó las 5.400, según fotografías aéreas tomadas con una cámara de alta resolución.
Conclusiones: Si bien no está desprovisto de recursos activos, el exilio tradicional ha ido perdiendo la hegemonía sobre la opinión pública en el Miami cubano. Así y todo, el sector moderado aún no la ejerce; quizás el valor fundamental de los sondeos recientes sea que le permiten a la mayoría emergente ir cobrando conciencia de sí misma. Para que los estados de opinión se conviertan en poder político efectivo, sin embargo, deben girar alrededor de un liderazgo eficaz y una nueva visión. Aunque ambos despuntan, carecen –y probablemente siempre lo hagan– de la cohesión que desplegó la FNCA durante los años ochenta y principios de los noventa. La FNCA de entonces surgió y actuó dentro de los parámetros de una polarización afincada en la llamada unidad del exilio. El hecho de que Mas Canosa y sus colegas hayan dirigido las energías hacia métodos políticos ha sembrado –sin haberlo pretendido– las semillas de la moderación que hoy se extiende en el Miami cubano. La política, después de todo, exige espacios que la guerra no tolera. Un espectro político amplio y diverso –abarcador de todos, desde el exilio tradicional hasta los ínfimos sectores que apoyan al gobierno cubano– nunca podrá contar, por tanto, con la congruencia hegemónica del pasado.
El reto, precisamente, es consolidar un “extremo centro” para aupar la convivencia cívica y las habilidades de forjar consensos según las circunstancias, aunque el compromiso con una Cuba democrática sea inamovible. Cabe un optimismo cauteloso al respecto. En contraste con los años setenta, hoy la gran mayoría del exilio se ha apartado de la violencia y reconoce el papel rector de la oposición en la isla. Asimismo, si bien el apoyo al embargo se mantiene, la proporción va en descenso y el reconocimiento de su poca efectividad en ascenso. Bien pendiente y sin fecha, la transición cubana es un acicate poderosísimo para los sectores emergentes del exilio. Mientras más se consoliden, mejor preparados estarán para las inevitables negociaciones cuando de veras irrumpa la transición. Por último, la reacción internacional a la reciente ola represiva –particularmente de parte de la Unión Europea y Canadá– también alienta la moderación de la diáspora. Mientras más decidida sea la concertación internacional a favor de una Cuba democrática, más fácil será para el exilio señalar pautas que realmente centren la política de EE UU sobre ese objetivo común.
No es fácil despojarse de mitos y estereotipos. Sólo las condenas a 75 opositores pacíficos y la ejecución de tres ciudadanos de a pie han logrado apagar –definitivamente– los últimos destellos que rodeaban al gobierno cubano por lo que la revolución representó en los años sesenta. Las complejidades de antaño han pasado a la historia y ahora se trata, simplemente, de una dictadura. Si bien no lo que puede y debe ser, el Miami cubano tampoco es el de antes. La metamorfosis en proceso lo está dotando de las características necesarias para desempeñar un papel constructivo en la transición pendiente. Para todos los que nos interesemos por Cuba, que el mito revolucionario y el estereotipo del exilio se estén haciendo trizas son noticias de primera plana.
Marifeli Pérez-Stable
Universidad Internacional de la Florida