Tema: La cooperación en el Mediterráneo puede convertirse en una prueba clave para determinar la calidad de la colaboración entre EEUU y la UE durante los próximos pocos años[1].
Resumen: En la región mediterránea se concentran multitud de temas que preocupan a Washington y, a ambos lados del Atlántico, existe un interés real por aprovechar el “efecto Obama” y dar un nuevo impulso a la cooperación transatlántica. Las condiciones favorecen que se preste una mayor atención a la región y a los temas mediterráneos como parte de la estrategia de EEUU hacia Europa y Oriente Medio, así como de la relación transatlántica. La convergencia de los intereses estadounidenses y europeos hacia el sur y el hecho de que tanto EEUU como Europa puedan actuar con más o menos el mismo efecto en la región podría convertir la cooperación en materia de seguridad y desarrollo en el Mediterráneo en una prueba fundamental a corto plazo de la calidad de las relaciones transatlánticas renovadas.
Análisis: La llegada de la Administración Obama ha abierto el debate en torno a múltiples cuestiones de política exterior. No cabe duda de que el estilo de la nueva Administración estadounidense difiere manifiestamente del de su predecesora. En términos generales, el nuevo liderazgo hereda muchos de los mismos desafíos, a los que se suman algunos nuevos y dramáticos problemas derivados de la crisis económica mundial. Los años de Bush estuvieron marcados, entre otros aspectos, por un alejamiento de la política exterior tradicional, caracterizada por un enfoque regional, y un acercamiento a una estrategia más transformadora impulsada por desafíos funcionales y, sobre todo, por la guerra contra el terrorismo. Con frecuencia, esta política era difícilmente compatible con las estrategias europeas, planteadas más en términos regionales que globales.
En la región mediterránea se concentran multitud de temas que preocupan a Washington, desde el terrorismo en el Norte de África y la estabilidad de la región del Egeo, hasta la seguridad energética y el proceso de paz en Oriente Medio. A estos temas se suma la política hacia Turquía y la estrategia de la OTAN en su dimensión meridional. Es posible que los cambios recientemente producidos en Europa en relación con el escudo antimisiles conviertan el Mediterráneo en el centro de gravedad de este aspecto fundamental de la política de defensa transatlántica. A medida que Europa ha empezado a percibir el Mediterráneo como una zona de relevancia estratégica, motivada por la inmigración, la estabilidad y la seguridad energética, EEUU también ha adquirido un papel más preponderante en el futuro de la región. A ambos lados del Atlántico existe un interés real por aprovechar el “efecto Obama” y dar un nuevo impulso a la cooperación transatlántica. La cooperación en el Mediterráneo puede convertirse en una prueba clave para determinar la calidad de la colaboración entre EEUU y la UE durante los próximos pocos años.
Las fuentes del interés de EEUU
Pese a los dos siglos de presencia estadounidense en la región, EEUU nunca ha sentido la necesidad de desarrollar una estrategia explícita hacia el Mediterráneo. El enfoque estadounidense se ha visto motivado, más bien, por políticas diferenciadas hacia Europa y Oriente Medio. El interés de EEUU en el Mediterráneo –que rara vez se articula en términos específicos– viene determinado por varios elementos. En primer lugar, Washington se ha centrado en dicha región porque es un elemento que afecta a la seguridad de Europa (“nos importa porque a Europa le importa”); en segundo lugar, es un forma de proyectar el poder de EEUU más allá del Mediterráneo (“la ruta hacia el Golfo”); y, en tercer lugar, responde al hecho de que la región es un foco de crisis y de conflictos potenciales (“un lugar en el que la diplomacia y las estrategias de seguridad estadounidenses están directamente comprometidas”). Estas tres dimensiones siguen siendo relevantes, si bien el equilibrio entre estas fuentes de interés ha cambiado con el paso del tiempo. Durante la Guerra Fría, la primera dimensión –la política de seguridad europea– fue fundamental para la implicación estadounidense y estuvo estrechamente vinculada con la idea de contener el poder soviético en Oriente Medio y más allá. Durante las últimas dos décadas, esta fuente de interés para EEUU en el Mediterráneo ha perdido peso si lo comparamos con los intereses relativos a la proyección de poder y la gestión de crisis.
La política estadounidense se ha visto significativamente afectada por la progresiva “europeización” de las relaciones con los países del sur de Europa. Durante las últimas dos décadas, Portugal, España y Grecia han desarrollado una nueva base para las relaciones con EEUU (Italia siempre ha sido un caso especial, según Washington, pues ha estado más vinculada al núcleo de Europa). Estas relaciones se encuentran hoy firmemente ancladas en el territorio europeo, de ahí que resulte difícil prever acuerdos bilaterales en materia de defensa y demás ámbitos significativamente alejados de la normativa europea. Dichas relaciones están hoy basadas sobre todo en la naturaleza de las relaciones transatlánticas en su conjunto. Este fenómeno quedó patente durante la Guerra del Golfo de 1990-1991, cuando España y Grecia emergieron como colaboradores activos en las operaciones de la coalición en Iraq. Este enfoque proactivo fue posible porque existía un consenso en Europa para apoyar la campaña liderada por EEUU. Por el contrario, la Guerra de Iraq declarada en 2003 no gozó de apoyo popular en el sur de Europa, una postura muy semejante a la opinión generalizada en el resto de Europa. Las relaciones con España se deterioraron de forma significativa durante la era Bush y la dinámica entre Bush y Rodríguez Zapatero fue especialmente tortuosa. Sin embargo, este no fue un caso aislado. En definitiva, las relaciones de Washington con el sur de Europa, en su día marcadamente diferenciadas, pasaron a enmarcarse bajo el paraguas más amplio de las relaciones europeas y transatlánticas. Con Obama en la Casa Blanca, las relaciones diplomáticas han mejorado de forma sustancial a ojos de la opinión pública europea, y España no constituye una excepción en este sentido.[2]
En segundo lugar, el debate de la política exterior y de seguridad europea ha adquirido una importante dimensión meridional como consecuencia de las preocupaciones existentes en torno a temas como la inmigración, la seguridad energética, el terrorismo y las actividades criminales. La crisis económica actual ha agudizado los aspectos relativos a la prosperidad y la identidad. Estos aspectos del debate actual sobre la seguridad europea tienen visibilidad en Washington y pueden tener efectos importantes, si bien indirectos, en la política estadounidense. A nivel práctico, EEUU puede contribuir bien poco a la política de inmigración europea, actualmente en fase de desarrollo, y mucho menos a los debates europeos sobre la identidad y la integración de los inmigrantes. Sin embargo, en lo que respecta al debate intelectual, las implicaciones de una Europa multicultural, fuertemente vinculada a la inmigración en el Mediterráneo, están muy presentes en la escena política estadounidense.
En tercer lugar, la reciente mejora en las relaciones entre EEUU y Francia tiene implicaciones potencialmente significativas para la colaboración mediterránea. Son muy pocos los estadounidenses, incluso a nivel oficial y de expertos, que estén familiarizados con la Asociación Euromediterránea (Proceso de Barcelona). En cambio, el concepto de inspiración francesa de la Unión para el Mediterráneo (UpM) despertó un sorprendente grado de interés en Washington. En cierta medida, era una manifestación del creciente interés de EEUU hacia el Norte de África, un interés motivado por la seguridad energética y la guerra contra el terrorismo. El “efecto Sarkozy” también desempeñó un papel importante. La presencia de la Secretaría de la UpM en Barcelona puede crear nuevas oportunidades para el diálogo y la cooperación con España. Asimismo, el enfoque de la UpM, centrado en proyectos de carácter práctico, ha calado entre los observadores estadounidenses (puede observarse un fenómeno similar en el Diálogo Mediterráneo de la OTAN, donde la estrategia estadounidense ha consistido en promover la formación, los ejercicios y demás aspectos pragmáticos de la cooperación por encima del diálogo político). Con el retorno de Francia al mando militar integrado de la OTAN, es posible que se creen nuevas vías de cooperación con París en materia de seguridad y estrategia en torno al Mediterráneo.
En cuarto lugar, todo apunta a que el Mediterráneo se convertirá en una prueba clave para la cooperación transatlántica en materia de seguridad regional. La Administración Obama tiene muchos temas en su agenda internacional –además de los graves desafíos económicos y sociales a los que se enfrenta a nivel interno– y hay motivos para pensar que apostará por un multilateralismo eficaz y de “bajo coste de mantenimiento”. El espacio mediterráneo es una prueba perfecta para este enfoque, máxime teniendo en cuenta que se trata de una región donde las capacidades estadounidenses y europeas están relativamente equilibradas. A diferencia del Golfo o del Sur de Asia, el Mediterráneo es un lugar que se encuentra “al alcance” de Europa y los socios europeos ya están desempeñando un papel de liderazgo en la gestión de crisis en los Balcanes, Líbano y el Mar Rojo. En lo que respecta al comercio, las inversiones y el desarrollo económico, Europa se perfila como un actor dominante. A medida que la OTAN reformule su concepto estratégico, con miras a la cumbre de Lisboa de 2010 ó 2011, es probable que muchos de los nuevos conceptos y contingencias sujetos a debate emanen de la periferia europea, desde el Magreb hasta el Levante.
Gestión de crisis y escenarios futuros
Tal y como se ha comentado antes, no es habitual que EEUU articule una estrategia explícita hacia el Mediterráneo. Ahora bien, esto no significa que la región y las cuestiones mediterráneas se encuentren en lo más bajo de la lista de prioridades de la política exterior y de seguridad de EEUU. De hecho, los políticos estadounidenses dedican una gran cantidad de tiempo y energía a abordar las crisis y los posibles focos de conflicto en la cuenca mediterránea, incluso si estos no son descritos como problemas “mediterráneos”. Una lista abreviada de estos desafíos incluiría el conflicto del Sáhara Occidental, las amenazas a la estabilidad en Egipto, el conflicto palestino-israelí, Siria, Líbano, Chipre y las fricciones aún sin resolver en los Balcanes. Si sumamos los nuevos focos de conflicto en el Mar Negro y Rojo y posiblemente también Irán e Iraq –cuyas influencias son significativas en la escena mediterránea– la lista adquiere mayor complejidad y trascendencia.
El análisis exhaustivo de la evolución del enfoque estadounidense hacia el conflicto palestino-israelí va más allá del alcance de este texto, pero no cabe duda de que la naturaleza y la eficacia de la participación estadounidense en el proceso de paz tendrán implicaciones significativas para el clima estratégico en la región mediterránea. La política de EEUU respecto de esta cuestión también puede repercutir sobre la opinión pública en la región y determinar el curso de las relaciones en otras regiones del mundo. La política estadounidense hacia Israel y el pueblo palestino es un aspecto fundamental de las relaciones bilaterales con el Magreb, Egipto, Turquía y, en menor medida, aunque también de forma significativa, el sur de Europa. La temprana implicación de la Administración Obama en el proceso de paz y su firme compromiso con la solución de los dos estados han contribuido a crear un tono más positivo en torno al sur del Mediterráneo. Es probable que la política estadounidense hacia el conflicto continúe siendo un factor determinante para las perspectivas de colaboración de EEUU con sus socios mediterráneos.
Un cambio muy positivo producido durante la última década ha sido la distensión aparentemente duradera entre Grecia y Turquía. Durante décadas, la gestión de la crisis en el Egeo se tradujo en demandas extraordinarias para los políticos estadounidenses. La estrategia y las operaciones de la OTAN se vieron obstaculizadas por el conflicto. En ocasiones, las fricciones en torno a Chipre y el Egeo amenazaron con degenerar en un conflicto militar entre Atenas y Ankara, más concretamente sobre la isla de Imia (o Kardak) en 1996.
Hoy en día, el Egeo y Chipre son temas marginales en la agenda de la política exterior estadounidense, aunque la relevancia del problema chipriota como obstáculo para la candidatura de Turquía a la UE es ampliamente reconocida. En el discurso dirigido al Parlamento turco en abril de 2009, el presidente Obama destacó el apoyo continuado de EEUU a la adhesión turca a la UE. En cualquier caso, es evidente que la candidatura no está exenta de dificultades y se caracteriza por una creciente ambivalencia a ambos lados. La Administración Bush no estaba bien posicionada para defender la adhesión de Turquía, de ahí que un clima más favorable en las relaciones transatlánticas podría, en términos generales, convertir a EEUU en un defensor más creíble de la candidatura turca en Europa. No obstante, la oposición continuada de Francia y Alemania a la adhesión de Turquía como miembro de pleno derecho y el frágil apoyo cosechado en muchos otros lugares apuntan a que la Administración Obama deberá lidiar una dura batalla en este frente.
La candidatura de Turquía a la UE es un proyecto a largo plazo; conforme avanza, se ha adentrado en una fase jurídica y política más refinada en la que los argumentos generalistas expuestos por EEUU para defender el “anclaje” de Turquía en Occidente ya no tienen el mismo peso en Europa. A fin de cuentas, el interés principal de EEUU no es la adhesión de Turquía propiamente dicha –algo que, por otra parte, siempre acogerá positivamente–, sino más bien la convergencia continuada de Turquía con las normativas y políticas europeas en varios ámbitos, desde la economía hasta la política de seguridad. Dado que la problemática candidatura turca también impide una mayor cooperación en materia de defensa entre la UE y la OTAN, algo que Washington defiende con firmeza, los intereses de EEUU se verán inevitablemente afectados. Esto podría resultar especialmente patente en el Mediterráneo, donde se dan cita multitud de las posibles contingencias para una nueva cooperación transatlántica en materia de seguridad y gestión de crisis.
Más allá de las disputas actuales y de los conflictos abiertos que requieren de la atención de Washington, es posible vislumbrar una serie de crisis potenciales más allá del horizonte inmediato que podrían tener un efecto transformador en el clima estratégico del Mediterráneo. Tales convulsiones podrían incluir: la caída de uno o más regímenes en el Mediterráneo meridional, quizá bajo la presión de la oposición islamista; el caos en Gaza y Cisjordania; la inestabilidad social o violencia política en Europa sudoriental, posiblemente como resultado de la crisis económica; o una confrontación militar con Irán. Asimismo, es posible vislumbrar una serie de desarrollos inesperados y positivos, e igualmente transformadores para la región y los intereses estadounidenses, desde un acuerdo palestino-israelí de gran alcance hasta la resolución del conflicto chipriota. Escenarios de este tipo ponen de manifiesto hasta qué punto la política estadounidense en el Mediterráneo sigue estando motivada por cuestiones, acontecimientos y relaciones bilaterales y no por una estrategia regional de gran alcance.
Una agenda volcada en la seguridad
Durante la última década, la política internacional de EEUU ha sido impulsada en gran medida por una serie de preocupaciones de carácter más funcional que regional. Tras los atentados del 11-S, la lucha contra el terrorismo era el primer punto de la agenda de la Administración Bush, hasta el punto de que gran parte de la política exterior estadounidense podía describirse como una defensa nacional ampliada. La Administración Obama parece haber adoptado un enfoque distinto en el que la lucha contra el terrorismo es una parte más del programa estratégico y no lo contrario. Del mismo modo, la política estadounidense en el ámbito mediterráneo se mueve en función de una serie de preocupaciones de carácter más funcional que regional, entre las que se incluyen el terrorismo y la seguridad marítima, la seguridad energética, la proliferación y la defensa antimisiles. Estas preocupaciones tienen mucho en común con las preocupaciones europeas, pero no son idénticas.
Los interlocutores de EEUU en el Norte de África suelen quejarse de que la única manera de llamar la atención de los políticos de Washington es recurriendo a temas relacionados con la seguridad y, en particular, con la cuestión del terrorismo. Quizá se trate de una exageración, pero no deja de tener su ápice de verdad. Los analistas estudian las implicaciones de los conflictos de Iraq y Afganistán en las cuestiones del terrorismo en Europa y en todo el Mediterráneo. Se ha comprobado que un número considerable de magrebíes y egipcios lucharon como insurgentes en Iraq y posiblemente también en Afganistán. A los servicios de seguridad de la región les preocupa el retorno de estas personas durante los próximos años y el lugar donde podrían reunirse en el futuro. Estudios recientes de agentes de seguridad estadounidenses identifican el Norte de África como un foco emergente de actividades terroristas. Incluso en el contexto de una rediseñada estrategia estadounidense de lucha contra el terrorismo, cuyo peso específico es menor, lo más probable es que el terrorismo siga siendo una preocupación funcional de primer orden para la política estadounidense en todo el Mediterráneo, así como una cuestión de peso para la cooperación en el Norte de África y Oriente Medio.
EEUU prestará casi con toda probabilidad una mayor atención a la seguridad marítima en sus diversas dimensiones, incluyendo el terrorismo, el tráfico de mercancías y de personas, los riesgos medioambientales y la seguridad de los barcos. Todas estas preocupaciones estarán presentes en el Mediterráneo y formarán parte de la lógica de la cooperación bilateral y multilateral. La operación Active Endeavour de la OTAN ha tenido un gran respaldo por parte de Washington. Además, EEUU ha trabajado mano a mano con sus socios en la orilla sur del Mediterráneo para mejorar la capacidad de los países en las labores de vigilancia y de detención en el mar.
La energía es otro de los ámbitos de interés de EEUU en el Mediterráneo, un interés que ha cambiado con el paso del tiempo. A nivel energético, los intereses estadounidenses están comprometidos de distintas maneras: mediante la participación de Europa en el petróleo y el gas del Norte de África; como salvaguardia contra el predominio energético de Rusia; por el papel de EEUU como garante parcial de la seguridad física del transporte energético en la región; por medio de inversiones estadounidenses en el sector energético del Mediterráneo; y como gran importador de gas natural licuado de Argelia. La proliferación de las líneas de transmisión de gas, petróleo y electricidad en todo el Mediterráneo ha generado un mercado regional de la energía de creciente importancia en el que participa EEUU. A medida que la seguridad energética vaya convirtiéndose en un aspecto cada vez más relevante de las relaciones transatlánticas, la convergencia entre las perspectivas europeas y estadounidenses será cada vez mayor. Hasta la fecha el discurso de EEUU sobre la seguridad energética ha girado en gran medida en torno al petróleo del Golfo Pérsico, mientras que Europa se ha centrado en el gas euroasiático. En un momento dado deberá eliminarse esta brecha entre ambos.
La proliferación y la defensa antimisiles siguen centrando los debates estratégicos de EEUU. Directa o indirectamente, el Mediterráneo seguirá siendo parte de esta ecuación, tal y como se ve desde Washington. Libia es el ejemplo obvio donde la desinversión del país en su rudimentario programa nuclear (y en su no tan rudimentario programa de misiles) sirvió para abrir las puertas a la normalización de las relaciones con Washington. La posibilidad de un Irán con armamento nuclear podría remodelar el entorno estratégico de muchas maneras, con implicaciones directas e indirectas en la política estadounidense. Turquía, Israel, Egipto y el sur de Europa ya están expuestos a la capacidad cada vez más sofisticada de los misiles iraníes. Un Irán con armamento nuclear o a punto de tenerlo ejercería una influencia nada desdeñable sobre las percepciones de seguridad y los equilibrios en una zona muy amplia, no sólo en el Golfo. La posibilidad de tener varios Estados recién equipados con armamento nuclear en el Mediterráneo o en sus inmediaciones sería algo transformador y podría alterar de forma radical el carácter de los compromisos de seguridad de EEUU en Europa y en todo el Mediterráneo.
La reciente decisión por parte de la Administración Obama de cancelar las instalaciones de misiles de defensa previstas en Polonia y la República Checa y decantarse por un enfoque móvil y marítimo hará que el Mediterráneo se convierta en el centro de gravedad de EEUU y de la OTAN en la arquitectura balística de la defensa antimisiles. Esta decisión podría acabar teniendo inmensas consecuencias para la seguridad de la región, para el papel de los aliados en el sur de Europa y para la evolución de la agenda transatlántica. El nuevo enfoque exigirá una mejor coordinación con los aliados del sur de Europa, entre los que se incluye a Turquía. El nuevo enfoque también desplazará los debates clave sobre defensa y garantías estratégicas desde el centro y este de Europa hacia el sur.
Políticas para el Norte de África
Aunque el Norte de África fue uno de los primeros puntos focales de la diplomacia y de la intervención militar estadounidenses desde los primeros días de la república, el compromiso moderno de EEUU con la región se ha visto ensombrecido por demandas más apremiantes y por relaciones más sólidas con otros lugares de Oriente Medio. Desde tiempos lejanos, Washington ha tenido una sólida relación bilateral con Marruecos que se ha visto reforzada por la postura moderada adoptada por el reino alauí en las cuestiones árabe-israelíes y, más recientemente, gracias a un acuerdo de libre comercio. En el resto de la región, la política estadounidense ha tenido que afrontar desafíos mayores. Argelia ha expresado su deseo de establecer vínculos más íntimos con Washington para contrarrestar a París y Bruselas y se ha producido una importante cooperación bilateral en el sector energético y, en menor medida, en las cuestiones relativas a la seguridad. No obstante, los vínculos bilaterales aún no se recuperado del todo de la década de violencia sufrida por Argelia, de la tradición soberanista y del continuo apego de Argel a los conceptos de la no-alineación. En el caso de Libia, las relaciones comenzaron literalmente con una hoja en blanco tras el restablecimiento completo de relaciones a finales de 2008. La Administración Obama continuará con toda probabilidad el proceso de normalización con Trípoli, pero el recelo residual en el Congreso estadounidense y el comportamiento volátil del líder libio limitan el alcance de los resultados.
En general, el interés estadounidense en el Magreb ha aumentado en los últimos años. Esto se debe en parte a los intereses energéticos y a los intereses derivados de la lucha contra el terrorismo. Tal como se apuntó antes, la atención europea en la región ha desempeñado cierto papel. No obstante, parte del interés estadounidense se ha visto impulsado también por la búsqueda de nuevos enfoques y geometrías en las relaciones con los mundos árabe y musulmán. Se trata de una estrategia indirecta que pretende mejorar el clima sin resolver necesariamente disputas básicas en el Golfo Pérsico o en Oriente Medio. Es más que improbable que EEUU pueda desplazar la influencia de Europa en el Norte de África. Existen motivos estructurales e importantes para que Europa tenga una posición predominante en la región y no hay un interés por parte de EEUU por iniciar una competición política o comercial en el patio trasero de Europa. Por el contrario, lo más probable es que los políticos estadounidenses consideren que el Magreb, al igual que los Balcanes, es una zona en la que Washington no tiene por qué asumir un papel de liderazgo.
Existe una cuestión que ha adquirido una gran relevancia en el debate estadounidense y que también ha recibido mucha atención por parte de políticos y observadores europeos: la naturaleza considerablemente subdesarrollada de la cooperación sur-sur. Esta situación queda claramente reflejada en la expresión “el coste del no Magreb”.[3] La frontera cerrada entre Marruecos y Argelia es la culminación de este problema, junto con el perenne conflicto del Sáhara Occidental –un conflicto congelado en mitad del desierto– y el volumen extraordinariamente reducido de comercio e inversión intrarregional. Si hubiera que identificar un eje central en la política estadounidense actual hacia el Norte de África éste sería el deseo de promover una mayor integración económica y cooperación política sur-sur. El deseo estadounidense de potenciar la integración regional es plenamente compatible con los impulsos de la política euromediterránea más reciente y es un componente básico de los proyectos previstos en la Unión para el Mediterráneo.
Conclusión
Panorama para un enfoque transatlántico
Aunque asistamos a la emergencia de un nuevo enfoque estadounidense en muchos ámbitos de gran relevancia para la región, son escasas las probabilidades de que Washington formule una política explícita hacia el Mediterráneo. Europa y Oriente Medio han sido tradicionalmente considerados como espacios geopolíticos distintos y esta percepción está sólidamente asentada, por lo que la consciencia mediterránea no tiene suficiente campo de acción como para fomentar un enfoque transregional de este tipo. Todo apunta a que EEUU seguirá apartado de las políticas y partenariados mediterráneos más explícitos diseñados al otro lado del Atlántico.
Con todo, las condiciones actualmente existentes favorecen una mayor atención a las cuestiones mediterráneas en el marco de la estrategia estadounidense hacia Europa y Oriente Medio y también de las relaciones transatlánticas. De hecho, la convergencia de los intereses estadounidenses y europeos en el sur y el hecho de que tanto EEUU como Europa puedan actuar y lograr básicamente el mismo efecto en la región podrían hacer que la cooperación en materia de seguridad y de desarrollo en el Mediterráneo se convirtiera en una prueba clave a corto plazo de las relaciones transatlánticas mejoradas. El nuevo carácter de las relaciones con Francia y España, el interés compartido en la integración sur-sur, el desplazamiento hacia el sur de la arquitectura de defensa antimisiles y un escenario estratégico altamente multipolar son características que invitan a pensar que el Mediterráneo podría convertirse en un escenario de primer orden para nuevas formas de cooperación entre EEUU y Europa en los próximos años.
Ian Lesser
Investigador asociado senior para asuntos transatlánticos del German Marshall Fund of the United States en Washington
[1] El presente análisis recoge las opiniones del autor y no representa la visión del GMF, su personal o sus directivos.
[2] Véase Transatlantic Trends 2009: Key Findings, German Marshall Fund of the United States, Washington, 2009.
[3] Véase Gary Clyde Hufbauer y Claire Brunel (eds.), Maghreb Regional and Global Integration: A Dream to be Fulfilled, Peterson Institute for International Economics, Washington, 2008.