Tema
¿Cuál es el estado de la Unión un año antes de las elecciones?
Resumen
Este análisis examina el estado de la Unión en EEUU, enfocándose en cuatro dimensiones: la economía, la política exterior, el juicio político a Trump y la campaña electoral. También sirve como una evaluación en el punto medio de la presidencia de Trump, aunque un año es una eternidad en la política. Aún pueden pasar muchas cosas y la economía será crucial.
Análisis
La economía
La economía ha sido hasta ahora una de las áreas de más éxito para el presidente Trump y será un factor muy importante en sus esfuerzos de reelección. Pero hay nubes en el horizonte. Si bien la economía de EEUU todavía está experimentando un fuerte crecimiento, hay signos de cierta desaceleración: en el primer trimestre del año creció un 3,1%, pero sólo un 2,0% en el segundo trimestre. Los datos de empleo también son sólidos: en septiembre de 2019 la tasa de desempleo cayó al 3,5%, la más baja en casi cinco décadas, y se crearon 136.000 empleos en septiembre, más de lo esperado. Al mismo tiempo, la proporción de adultos de 25 a 54 años que están trabajando alcanzó su más alto nivel en más de 12 años.
Sin embargo, hay algunas señales de desaceleración: los empleadores han creado 154.000 empleos netos por mes en lo que va del año, un número robusto, particularmente en el contexto de una tasa de desempleo muy baja, pero aún así ha disminuido ya que se crearon 223.000 por mes durante 2018. Además, un análisis más detallado del mercado laboral también señala algunos datos preocupantes. Primero, los salarios siguen planos y el crecimiento salarial se está desacelerando a pesar de la tasa de desempleo ultra baja: las ganancias promedio por hora bajaron un centavo en septiembre y, durante el último año, las ganancias promedio por hora aumentaron sólo un 2,9%, por debajo del aumento del 3,4% en el año que terminó en febrero.
Además, las ventas minoristas generales en EEUU cayeron un 0,3% en septiembre, la mayor disminución mensual desde febrero de 2019, principalmente por la caída de ventas de automóviles, gasolina y los materiales de construcción. Por ello no es sorprendente que el sector minorista perdiera 11.000 empleos en septiembre, su octavo mes consecutivo de contracción, que sigue a una ola de quiebras y cierres de tiendas. También puede ser un indicador de que se esta debilitando el gasto del consumidor.
Además, también hay indicios de que otras partes importantes de la economía estadounidense están con problemas. Por ejemplo, el sector manufacturero, arrastrado por la guerra comercial con China que analizamos después, la caída de la economía mundial y la disminución de la confianza del consumidor, eliminó 2.000 empleos en septiembre y está experimentando la mayor tasa de contracción en el sector manufacturero desde 2009. En los últimos seis meses el sector ha agregado un promedio de solo 3.000 empleos por mes, en comparación con los 22.000 por mes en 2018. Esto refleja las consecuencias de una economía global en crisis y es también el resultado de la guerra comercial.
Finalmente, los últimos datos del mercado laboral estadounidense de septiembre muestran que el crecimiento del empleo en el sector privado fue débil, ya que 22.000 de los nuevos empleos netos en septiembre fueron con el sector público, principalmente nuevos empleos en gobiernos estatales y locales.
Una de las principales razones de estos resultados tiene que ver con la guerra comercial con China, que ha estado arrastrando las decisiones de inversión de las empresas y causando nerviosismo en los mercados bursátiles. Políticamente, ha habido un apoyo significativo para Trump, ya que millones de estadounidenses se sentían frustrados con las prácticas comerciales injustas de China y por la pérdida de empleos. Sin embargo, si bien la escala de los aranceles es moderada en relación con la escala de la economía de EEUU, esta guerra comercial está afectando a los mercados y creando volatilidad, y desde un punto de vista económico, EEUU está sintiendo la presión de la caída de las exportaciones y del mayor precio de las importaciones.
Lo que ha quedado claro es que a Trump le encantan los aranceles como un instrumento para obligar a otros países a seguir sus deseos, pero no parece tener un plan coherente ni una estrategia a largo plazo. Por el contrario, lo que es evidente es que la tensión comercial no es táctica, sino más bien la nueva normalidad.
En este momento, ambos países afrontan limitaciones políticas y económicas internas para cerrar un acuerdo, y hay mucho en juego mientras luchan por el dominio de las industrias del futuro. En EEUU la proximidad de las elecciones está presionando a Trump para que ponga fin a la guerra comercial y alivie el dolor que está causando a votantes y estados, que necesita desesperadamente ganar si quiere ser reelegido. Por ejemplo, los agricultores del Medio Oeste se han visto muy afectados por la guerra comercial, y la economía agrícola está en recesión porque China se encuentra entre los mayores mercados de exportación de soja, cerdo y maíz de EEUU. Si bien el gobierno de EEUU ya ha proporcionado dos rondas de asistencia financiera a los granjeros, no ha sido suficiente y no ha compensado la pérdida de ventas. En consecuencia, los agricultores están cada vez más inquietos. No es sorprendente que en el recién anunciado ‘acuerdo de fase uno’, China haya acordado comprar entre 40.000 millones y 50.000 millones de dólares de productos agrícolas estadounidenses anualmente.
Aún más importante, la guerra comercial está afectando las decisiones comerciales y la inversión, y está interrumpiendo las cadenas de suministro: el gasto de inversión empresarial redujo el PIB general en el segundo trimestre y, como vimos anteriormente, la creación de empleo en el sector manufacturero se ha desacelerado.
El reciente anuncio a principios de octubre de un “acuerdo de fase uno” con China ha sido bien recibido. Pero debemos ser cautelosos: desde que comenzó la guerra comercial con China, los aranceles contra ese país sólo han subido o se han mantenido estables, sin revertirse hasta ahora. Y es difícil ser optimista. Hemos visto los fracasos que siguieron a las treguas de Buenos Aires y Osaka. Lo que está claro ahora es que, a pesar de una retórica a menudo triunfalista, ambos países han peleado esta guerra comercial hasta un punto muerto, y que no hay beneficios claros en la escalada.
A medida que se acerque la elección presidencial, la presión sobre Trump continuará aumentando, liderada por el descontento de los agricultores y por la volatilidad de los mercados de valores (el desempeño del mercado de valores ha sido uno de los principales puntos de orgullo de Trump, y lo menciona constantemente). Si bien afirma que los culpables de la desaceleración son la FED y un dólar fuerte, los datos sugieren lo contrario (según el FMI la guerra comercial le costará a la economía global alrededor de 700.000 millones de dólares en 2020).
China, por su parte, confía en el calendario electoral de EEUU, pero también se enfrenta a sus propias limitaciones con las protestas de Hong Kong, y el fuerte aumento de los precios de los comestibles se está convirtiendo en un problema nacional (empeorado por una epidemia letal que afecta a los cerdos, que ha subido los precios altos del cerdo y sus alternativas como el cordero). En la sesión del Comité Central del Partido Comunista Chino que tendrá lugar a fines de este mes, Xi Jingping, quien ha tomado la iniciativa en las negociaciones y nombró a un asociado cercano suyo como negociador principal, deberá responder a los miembros del partido y mostrar algunos resultados ya que se enfrenta a una creciente presión para compartir algo de poder.
También es importante enfatizar que el reciente “acuerdo de fase uno” no resolvería las principales fuentes subyacentes de fricción que condujeron a la guerra comercial, ya que no abordaría por completo los problemas estructurales que se han planteado como las políticas industriales de China: sus subsidios, que distorsionan el mercado a las empresas estatales; el trato igualitario para las empresas extranjeras; sus políticas que obligan a ceder tecnología a las multinacionales que invierten en China; el robo cibernético; las violaciones de la propiedad intelectual; el acceso limitado para las empresas de servicios financieros; la manipulación de divisas; el conflicto con Huawei; y los límites de inversión extranjera en algunos sectores. Además, el acuerdo, si se materializa, simplemente aplazaría las nuevas sanciones, y permitiría a EEUU retener los aranceles impuestos en los últimos 16 meses. En consecuencia, la incertidumbre, con su impacto en la inversión empresarial y las cadenas de suministro, persistirá, y es probable que impulse a las empresas estadounidenses a deslocalizar su producción de China.
Por ello la conclusión, ¡y ya no es una sorpresa con Trump!, es que cualquier cosa puede suceder.
La política exterior
La política exterior de EEUU está marcada por la “gran e inigualable sabiduría” de Trump, lo que significa incertidumbre, imprevisibilidad, volatilidad, volubilidad, confusión e inestabilidad. Y lo comunica por tuits. No hay un plan claro ni un marco de acción, y la política exterior está impulsada en gran medida por los “instintos”, sus impulsos emocionales. Sus principales suposiciones son que EEUU puede hacer lo que quiera, que otros países se doblegarán a los deseos de EEUU y que el multilateralismo es una restricción en el mejor de los casos (y la mayoría de las veces, simplemente un complot contra EE UU, de ahí el impulso para socavarlo). No tiene paciencia para alianzas duraderas. Sin embargo, sigue desconfiando de las guerras y los conflictos armados (por ejemplo, retiró el ataque contra Irán después de ser “armado y cargado” en respuesta al ataque con aviones no tripulados contra los campos petroleros de Arabia Saudí). El mensaje (confirmado por su trato a los kurdos en Siria) ha sido que los amigos son desechables.
“América primero” es el principio rector. Sin embargo, su promesa electoral de salir de guerras interminables y conflictos abiertos ha sido difícil de conciliar con el objetivo de hacer retroceder a los enemigos regionales, la necesidad de mantener los compromisos de seguridad de EEUU con otros países, y el papel del país en liderar el orden internacional que ha creado y liderado desde la Segunda Guerra Mundial. Las dificultades para perseguir simultáneamente objetivos tan contradictorios han surgido una y otra vez. Y Oriente Medio está en caos porque EEUU no parece tener una estrategia ni objetivos claros.
Sus inconsistencias e imprevisibilidad están envalentonando a los enemigos regionales y desconcertando a los socios estadounidenses que no saben qué esperar, ya que a menudo los sorprende. De hecho, los aliados tradicionales están reevaluando el compromiso de EEUU con su seguridad. Y sus políticas están abriendo fisuras incluso dentro del Partido Republicano (ha podido unir a Demócratas y Republicanos en una resolución contra su decisión de retirarse de Siria). Incluso se equivoca al sorprender a su propio equipo que no sabe qué esperar de él.
Por todo ello no es sorpresa que los resultados de su política exterior estén siendo abismales: a pesar de la guerra comercial, en 2018 el déficit comercial de EEUU con China fue cinco veces mayor que el del año pasado con Barack Obama, y su déficit comercial global fue de 148.000 millones de dólares más que en 2016. Tampoco ha habido progreso en Corea del Norte y Palestina; e Irán no está cediendo a las sanciones de EEUU. Las contribuciones estadounidenses a la OTAN no se han reducido, a pesar de sus constantes ataques contra sus aliados de la OTAN y sus demandas de mayores contribuciones. Sin duda, el mayor ganador de la política exterior de Trump (en Siria, Ucrania…) ha sido Rusia, que está encontrando nuevas oportunidades para reafirmar su influencia en todas partes.
EEUU ahora está actuando como un matón en defensa del mantra America First. Y esto está sucediendo en un momento en que el poder de EEUU se está erosionando y necesita más aliados. Al contrario, sus políticas hacen que le sea mucho más difícil mantenerlos.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que algunos de estos cambios son estructurales. Por ejemplo, por mucho que haya sido criticado recientemente a Trump por su decisión de retirarse de Siria y abandonar a los kurdos, Obama también abandonó a los kurdos iraquíes en Irak en 2011. De hecho, Trump representa la continuidad en la política exterior de EEUU, y la dirección de la política exterior se definió antes de la elección de Trump. Las principales diferencias son sobre el estilo, no sobre la sustancia. Si bien el mundo piensa que tiene un problema con Trump, en realidad tiene un problema estadounidense. La pax americana terminó en Irak y Afganistán, y su erosión fue acelerada por la gran recesión y el rápido surgimiento de China. Trump simplemente ha acelerado la retirada. El país ha estado girando hacia adentro durante dos décadas, y “América Primero” y la priorización de sus intereses nacionales será la nueva normalidad, independientemente de quién gane las elecciones de 2020. Como reconocen muchos observadores, el reloj no va a volver atrás. Y esta es la mayor paradoja: el mundo, después de décadas de críticas, ahora demanda el liderazgo estadounidense, y la pax americana no parece tan mala después de todo. Trump puede terminar dejando a su sucesor o sucesora un mundo que será más receptivo al liderazgo estadounidense.
Impeachment
La política interna de EEUU está consumida por el inicio del proceso de indagación para la destitución de Trump. Después de meses de presiones para comenzar el proceso, la portavoz Nancy Pelosi no tuvo otra opción, una vez que el escándalo sobre la llamada telefónica con el presidente de Ucrania se hizo público, ya que afrontaba demasiada presión del lado izquierdo del Partido Demócrata para actuar.
En esencia, este es un caso de un presidente que usa su poder para su propio beneficio político, a expensas del interés público, ya que no se conocen precedentes de que un presidente presione a otra nación para derribar a un rival político. Y no sólo se sobrepasó, sino que también trató de encubrir sus acciones. Y esto puede constituir “altos delitos y faltas”, que es la barra constitucional para la destitución. Si bien es cierto que ningún estatuto penal impide que un presidente solicite interferencia extranjera en las elecciones estadounidenses, la destitución no requiere un delito. Como Hamilton escribió en Federalist 65, la destitución se proporcionó como respuesta no sólo a crímenes, sino también a actos que fueron un “abuso o violación de cierta confianza pública”.
El riesgo para los Demócratas es que este proceso puede beneficiar a Trump, ya que puede ayudar a movilizar a su base que ve todo esto como un intento más de los Demócratas de anular los resultados de las elecciones de 2016, y/o que puede conducir a muchos estadounidenses que están agotados por la polarización y la lucha política a desconectarse y no votar. Este riesgo es real y puede costarles la próxima elección presidencial. Sin embargo, los Demócratas sintieron que no tenían otra opción porque existe un imperativo de responsabilidad constitucional, y Trump ha estado testeando las normas y límites del sistema de gobierno de EEUU.
El apoyo público a la destitución ha aumentado, pero de momento no es suficiente para presionar a los Republicanos (el partido parece firmemente unido contra el proceso de destitución y sólo el senador Mitt Romney ha expresado su voz contra Trump). Sin embargo, puede ser suficiente para evitar las consecuencias políticas más negativas para los Demócratas. Las encuestas muestran que los votantes se están tomando en serio las acusaciones. Según una encuesta del Washington Post/George Mason, los adultos apoyan la investigación por un margen de 20 puntos: 58% contra 38%. Sin embargo, el apoyo a la destitución de Trump de su cargo es menor: de acuerdo con la misma encuesta, el 49% apoya destituirlo, mientras que el 44% se opone. A pesar del proceso de destitución, el índice de aprobación de Trump se mantiene en el 42,8%, dentro del rango normal para él. Si bien esta tasa de apoyo es baja para un presidente en este momento del ciclo electoral y significaría un desastre para sus perspectivas de reelección, este no es un ciclo electoral normal, y aún puede ser reelegido, a pesar del proceso de juicio político.
De hecho, hay poca evidencia que sugiera que el apoyo a la destitución y la remoción continúe aumentando y, en ausencia de un descubrimiento dramático que pueda influir en los votantes y los Republicanos del Senado, aunque es probable que pase en la Cámara, prácticamente no hay posibilidad de que lo pueda obtener suficientes votos en el Senado.
La elección
Finalmente, la elección. Las primarias de los partidos Demócrata y Republicano están en pleno apogeo. Del lado de los Republicanos, salvo una grandísima sorpresa, es prácticamente seguro que Trump será el candidato, ya que sus opositores son figuras menores que no podrán montar un desafío sólido contra él.
En el lado Demócrata, las primarias han sido un circo con el mayor número de candidatos en la memoria. Según las últimas encuestas, hay cinco candidatos con posibilidades reales en el siguiente orden: Elizabeth Warren, Joe Biden, Bernie Sanders, Pete Buttigieg y Kamala Harris.
Los Demócratas están teniendo profundas discusiones sobre sus propuestas en temas como el seguro médico, educación, impuestos, desigualdad, o medio ambiente. Las divisiones principales son entre:
- El cambio radical frente a posibilidad de elección.
- Progresista frente a moderado.
- Joven frente a viejo.
- Mujer frente a hombre.
En este momento, la senadora Warren ha superado a Biden en las encuestas y lidera en Iowa y New Hampshire. Buttigieg, Sanders y Warren están por delante en la carrera del dinero, y Biden depende demasiado de los grandes donantes. Finalmente, Buttigieg, Sanders y Warren tienen más presencia e infraestructura en los primeros estados primarios.
El primer favorito, Biden, ha tenido una mala campaña hasta ahora, y le han perjudicado mucho las acusaciones contra su hijo, el pobre desempeño en los debates, y sus errores. También hay preocupaciones sobre su edad. Si bien aún puede recuperarse, cada vez es más difícil a medida que sigue perdiendo terreno.
Los Demócratas están presentando grandes y ambiciosas propuestas para abordar los problemas del país. Pero la pregunta principal son los costes: ¿cómo pagarlos?, ¿son realistas esas propuestas? Las más ambiciosas son en las áreas de salud, educación e infraestructura, pero requerirían grandes aumentos de impuestos. Los votantes de las primarias Demócratas se han desplazado hacia la izquierda y estas propuestas son muy populares entre la mayoría de ellos. Pero es probable que levanten mucha oposición en gran parte del país, que las considera radicales y que no se pueden pagar. Trump tendría una fiesta etiquetándolos de “socialistas” y podría capitalizar el rechazo de los votantes moderados.
En este momento, la senadora Warren es la candidata más probable: tiene un plan para todo, se expresa muy bien, ha surgido desde abajo y tiene un fuerte apoyo y entusiasmo. Está respondiendo bien a los ataques y no permite que los Republicanos y los medios le fijen la agenda. Ha aprendido de las elecciones anteriores y no está a la defensiva ni reacciona a las malas noticias, como hacía Hillary Clinton. Sin embargo, existen grandes preocupaciones sobre algunas de sus propuestas y su capacidad de elección. Todavía es posible que surja un candidato moderado (¿Buttigieg?). Muchos de los candidatos (Clinton, Obama…) en elecciones anteriores eran actores secundarios en este mismo momento.
Conclusiones
Anticipamos que esta será una elección muy cerrada. El colegio electoral volverá a ser clave. Según las encuestas, parece probable que Trump pierda el voto general por un amplio margen, pero aún tiene una manera de ganar en el Colegio Electoral. Michigan, Ohio, Pensilvania, Wisconsin y Florida serán todos clave. Pero un año es una eternidad en la política y aún pueden pasar muchas cosas: el estado de la economía será crucial.
Sebastián Royo
Visiting Scholar y Local Affiliate and co-chair of Europe in the World Seminar, Minda de Gunzburg Center for European Studies, Universidad de Harvard, y profesor del Departmento de Ciencia Política y Estudios Legales, Suffolk University