Tema
¿Cuál será el comportamiento electoral de las minorías raciales en EEUU de cara a las elecciones que se celebran hoy?
Resumen
En un contexto de crisis, afroamericanos, latinos, asiático-americanos y nativos conforman un electorado mucho más diverso de lo que se espera en unas elecciones en las que ganan peso. Son grupos heterogéneos donde la edad, el género, el origen, los ingresos o el estado en el que se reside son factores importantes que pueden virar el voto hacia la opción republicana o la demócrata.
Análisis
Introducción
Las elecciones presidenciales de 2020 en EEUU tienen lugar durante una triple crisis: sanitaria, económica y social. EEUU es el país más golpeado por la pandemia del COVID-19, con el mayor número de contagios y muertes por coronavirus. A esto se suma la recesión económica causada por la situación de la pandemia que ha llevado al país a estar en la peor crisis económica desde la Gran Depresión, y las protestas masivas que comenzaron en mayo a partir del asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis y que, aunque con menos intensidad, continúan avivadas por nuevos sucesos violentos.
En este contexto, los estadounidenses están llamados a las urnas para elegir entre el actual presidente, Donald Trump, y el que fuera vicepresidente de Barack Obama, Joe Biden. El primero, a pesar de haber estado en la presidencia durante cuatro años, se sigue presentando como un no-político y, aprovechando las tensiones sociales, como el candidato de la ley y el orden. Frente a él, Biden, con una carrera política que trata de unificar a los que, como él, tienen una posición más de centro y aquellos más progresistas (y jóvenes). Ambos candidatos, aunque con trayectorias casi opuestas, no dejan de ser la norma de los candidatos habituales: hombres blancos de edades avanzadas (Heredero et al., 2020).
Otro aspecto que hace de estas elecciones únicas es el electorado. Este año la población no-blanca alcanza el porcentaje más alto hasta el momento, representando un tercio de los posibles votantes. Además, uno de cada 10 votantes es miembro de la “Generación Z”, es decir, aquellos entre 18 y 23 años (Cilluffo y Fry, 2020).
Por ello, conviene prestar atención al comportamiento electoral de las llamadas minorías raciales.1 Así, lo que sigue son cuatro apartados, uno por cada grupo racial, en los que se presentan aspectos clave, como son el contexto, los resultados de elecciones anteriores, las diferencias internas dentro de cada grupo y las barreras con las que tropiezan a la hora de presentar una papeleta, que pueden ayudar a entender lo que sucederá en los comicios del 3 de noviembre.
El electorado negro en 2020
Como se ha dicho, las próximas elecciones se celebran en un ambiente muy específico, marcado por una mayor atención pública hacia las protestas contra el racismo sistémico2 y la violencia policial que llevan décadas denunciando las personas negras, así como por la pandemia del COVID-19, cuyo impacto está siendo mayor sobre las minorías raciales debido a las diferencias socioeconómicas ya presentes antes de la llegada del virus. De hecho, más de un tercio de las personas muertas por coronavirus en EEUU son afroamericanos,3 cuando estos representan el 13% la población nacional (Stafford et al., 2020).
Todo ello bajo el mandato de un presidente que más que atender las reivindicaciones, aviva las tensiones raciales. Así, en 2017 afirmó que había “muy buenas personas en los dos bandos” tras un enfrentamiento entre los que protestaban contra la violencia policial racista y un grupo de supremacistas blancos en Charlottesville;4 o atacando en 2019 a Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Ayanna Pressley y Rashida Tlaib, todas ellas congresistas demócratas y ciudadanas estadounidenses, a través de un tuit en el que se preguntaba por qué no regresaban a “los lugares totalmente rotos e infestados de crimen de donde vinieron”.5 Además, muchos culpan a Trump de no haber hecho nada en contra de las disparidades raciales en el acceso a la sanidad en este contexto de crisis sanitaria (Gosa, en Beason, 2020).
Frente al actual presidente se presenta como candidato Joe Biden, quien tiene en el historial algunos puntos a su favor de cara al electorado negro. Como presidente del Comité de Asuntos Judiciales del Senado, rechazó la candidatura de Jeff Sessions a un puesto de juez federal por sus comentarios racistas y las acusaciones que tenía de haber procesado de forma indebida a líderes del Movimiento por los Derechos Civiles en Alabama. También frenó la candidatura de Robert Bork, un juez conservador, argumentando que la teoría legal de este podría suponer un retroceso en algunos de los avances legales conseguidos hasta ahora. Y reclutó a dos senadoras elegidas en 1992 para que se unieran al Comité, Dianne Feinstein y Carol Moseley Braun, siendo esta última la primera mujer negra elegida al Senado (Mason, 2020). Otro punto a su favor es su trabajo como vicepresidente de Barack Obama, primer presidente negro de EEUU. No obstante, la principal razón para apoyar a Biden es desbancar a Trump.
Se puede esperar, por tanto, que el voto negro vaya mayoritariamente para el candidato demócrata, algo que se ha ido dando por supuesto a lo largo del tiempo y que también se ha ido cumpliendo. Sin embargo, es importante no olvidar que el problema es la movilización, pues sólo una parte del electorado vota; y que tras la etiqueta “población afroamericana” hay un grupo diverso con diferentes visiones sobre la política en general y los políticos en concreto, lo que supone diferencias en su comportamiento electoral.
En este sentido, partiendo del resultado de las elecciones de medio mandato de 2018 se observa que poco más de la mitad de la población afroamericana votó. Hay que tener en cuenta que este tipo de elecciones suelen tener una participación menor que las presidenciales. A pesar de ello, la participación en 2018 subió para este sector poblacional en 11 puntos porcentuales con respecto a las elecciones de 2014, siendo las que mayor participación han registrado hasta ahora, lo que abre la posibilidad a que en las presidenciales de 2020 la participación también ascienda (US Census Bureau, 2015 y 2019).
De ese 51,1% que sí votaron, el 90% lo hicieron por el Partido Demócrata. Teniendo en cuenta el género, aparecen las primeras diferencias, aunque mínimas, dentro de este grupo: el 88% de los hombres negros votaron a dicho partido, frente al 92% de las mujeres negras (Tyson, 2018).
La mayor diferencia se observa en la edad. En 2018 el grupo con mayor participación fue el compuesto por las personas de 65 a 74 años, cuya tasa casi duplicó la de los jóvenes de 18 a 24 años (el 64,3% frente a sólo un 31%). Si bien con cada cambio de grupo de edad aumenta un poco la tasa de participación, a partir de los 45 años esa participación supera el 50%.6 La razón de este comportamiento podría ser la experiencia de haber vivido y luchado por los derechos civiles entre 1955 y 1969.7
De hecho, la popularidad de Biden va decayendo conforme disminuye la edad de los votantes, que aceptan menos los traspiés del candidato demócrata, como demuestran las críticas que recibió tras sus entrevistas en el programa de radio The Breakfast Club. En su primera aparición dijo que los afroamericanos que estén dudando entre él y Trump no son negros, usando el AAE8 (“they ain’t black”). En su siguiente visita al programa sugirió que Trump era el primer presidente racista del país (algo que repitió en su primer cara a cara el pasado 29 de septiembre),9 siendo duramente criticado por el propio presentador del programa, Lenard Larry McKelvey, y por miles de usuarios en redes sociales (Concha, 2020).
Tal y como sugiere Cathy Cohen, profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago, el cinismo de los jóvenes votantes negros se debe a que “han visto la elección de alcaldes negros, la elección del primer presidente negro, y también han visto que sus vidas no han cambiado” (en el podcast “Black Lives Matter protests: hope for the Future?” de la Universidad de Chicago, 2020).
En general, hay una sensación de que los políticos no se preocupan realmente por la situación de la población negra, estando más interesados en los gestos simbólicos que en las interacciones significativas con esta población. Por ello, ya en 2019 la organización Black Futures Lab avisaba de que en las elecciones de 2020 no se debería esperar una participación muy por encima de la media de otros años por parte de este sector poblacional, ya que es frecuente la sensación de que el apoyo que se le da al Partido Demócrata no se traduce en medidas suficientes como para cambiar la situación de estas personas, por lo que el voto no se ve como efectivo.
En 2020 persiste esta sensación de que este partido no hace nada más que decir que son menos racistas que la alternativa para merecer realmente el voto negro.10 Así, mientras que algunas encuestas mostraba en abril que el 63% de los afroamericanos votaría a Biden, frente al 8% que mencionaban hacerlo a Trump (Suffolk University/USA Today, 2020), la llevada a cabo por American University (2020) en julio, en estados clave como Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Florida, Georgia y Carolina del Norte, reflejaba los diferentes patrones en el electorado negro en función de la edad: aquellas personas de más de 60 años siguen siendo los votantes más leales al partido de Biden; los de 40 a 59 años siguen siendo bastante favorables al partido; pero, sobre todo, entre los menores de 30 años este apoyo no está nada claro. Así, un porcentaje importante de estos, el 31% concretamente, manifestaban que no iban a votar en las próximas elecciones de noviembre. Los investigadores que realizaron la encuesta advierten, además, que los encuestados suelen sobreestimar en gran medida sus intenciones de voto, por lo que creen que una estimación más realista de cara a los resultados de noviembre sería que casi la mitad de los menores de 30 años no participarán en las elecciones, pues este es el porcentaje que respondió no soler votar porque “no supone ninguna diferencia hacerlo”. Otro dato a destacar de esta encuesta es que sólo la mitad de aquellos que tienen menos de 30 años consideran que los demócratas son mejor opción para la comunidad negra que los republicanos.
A todo lo anterior hay que incluir que el hecho de no votar no deriva sólo de que la persona no participe voluntariamente en la elección del nuevo presidente, sino también de barreras al voto de grupos raciales minoritarios que existen en los estados (los llamados “esfuerzos de supresión del voto”),11 y de las nuevas posibles barreras que pueden surgir derivadas del voto por correo, que se incrementará considerablemente por la situación de pandemia. Así, un 64% de los jóvenes negros no confían en que su estado informe de su voto con precisión (American University Black Swing Voter Project, 2020).12 Por último, hay que mencionar las leyes de privación de derechos13 que niegan el derecho al voto a las personas que hayan sido encarceladas. Esto es importante ya que la tasa de encarcelación de la población negra es muy elevada debido al encarcelamiento masivo. El 25% de la población encarcelada mundial se encuentra en EEUU, cuando este país representa sólo el 5% de la población mundial. El 40,2% de ese 25% son hombres afroamericanos (son aproximadamente el 6,5% de la población nacional), por lo que estas leyes afectan desproporcionadamente a este sector poblacional (NAAPC, 2015; DuVernay, 2016).
El resultado de todas estas restricciones temporales o permanentes es que, por ejemplo, en Alabama, en 2016, el 30% de la población afroamericana perdió permanentemente el derecho al voto (DuVernay, 2016). En 2017, en este estado se aprobó una ley que definía los delitos que impiden (y los que no) votar a las personas previamente condenadas por delitos graves, por lo que dicho porcentaje será menor en estas elecciones. Sin embargo, Jason Barnes, del ACLU Voting Rights Project,14 en 2019 estimaba que el 73% de los ex convictos que sí podrían votar de acuerdo a esta nueva ley no saben que ha sido aprobada. En cualquier caso, Alabama no es el único estado que tiene este tipo de restricciones15 y, como algunos expertos señalan, esto no impacta sólo en la participación electoral de esta población encarcelada, sino que tiene un efecto intergeneracional, pues los hijos de estas personas tienden a perder confianza en las instituciones públicas y, una vez llegados a la edad adulta, son menos propensos a votar, confiar en el gobierno y participar en actividades relativas a la comunidad (Morsy y Rothstein, 2016).
El electorado latino en 2020
En las elecciones de noviembre los latinos, o hispanos,16 serán el grupo minoritario más amplio del electorado por primera vez, representando el 13,3% (Pew Research Center, 2020).
No obstante, las personas que pueden votar son sólo una parte de la ecuación, y lo que realmente puede influir en el resultado de estos comicios es la movilización. Si bien la población hispana ha pasado de ser un 7,4% del electorado nacional en el año 2000 a un 11,9% en 2016 (Pew Research Center, 2019), la participación electoral de este grupo no ha ido aumentando al mismo ritmo.
Esto podría cambiar teniendo en cuenta la actitud y las políticas del actual presidente respecto a dicha población. En la campaña electoral de 2016 una de las estrategias principales fue la criminalización de la población latina, concretamente de los hombres, con comentarios que los definían como violadores, estrategia que ha ido acompañándole durante estos años de mandato, como demuestra la política de separación familiar para las familias migrantes de la frontera con México, el intento de terminar con el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés)17 y deportar a casi 700.000 dreamers, o el ya famoso e insistente esfuerzo por construir un muro fronterizo con México para cortar el paso de la migración procedente principalmente de Centroamérica.
Sin embargo, el mayor aumento demográfico de este grupo se ha dado entre la juventud, un sector que suele tener unas tasas de abstención bastante mayores que el resto. Además, aunque la participación incrementara, tampoco conllevaría de por sí un aumento del apoyo al candidato demócrata, pues existen diferencias internas, aparte de la edad, que influyen en el voto. Por ejemplo, se ha visto que los hispanos de segunda o tercera generación tienden a no dar un apoyo tan férreo al Partido Demócrata (Frey, en Del Real, 2020).
En definitiva, como ocurre para todos los grupos raciales, cuando se habla de la población latina se suele hacer de forma reduccionista, homogeneizando diferentes motivaciones políticas, historias de vida dispares y opiniones diversas. Este es uno de los problemas de las campañas electorales de ambos partidos, aunque muchas veces ninguno parece enfocar dichas campañas a los latinos: según una encuesta de rastreo de 2018 realizada por la firma Latino Decisions, el 52% de los votantes registrados decían no haber sido contactados por ninguna campaña.
Para tener una mejor idea de este sector del electorado, hay que observar las diferencias por estados que muestran como, por ejemplo, en Texas, donde el 30% del electorado era hispano en 2018, estos no han apoyado tanto al Partido Demócrata como en otros estados del país. En California, con un porcentaje de posibles votantes muy similar al de Texas, sólo el 13% de los encuestados en 2018 consideraban que “parar la agenda del presidente Trump” era una de las prioridades más importantes, mientras que un 24% decía que lo era “proteger los derechos de los inmigrantes” y para otro 23% la prioridad debía ser “la creación de empleo”. Y en Florida, donde la población hispana ha votado en alguna ocasión por mayoría a un candidato presidencial del Partido Republicano, tienden a apoyar al Partido Demócrata por un margen mucho menor que en estados como Nueva York o California (Del Real, 2018; Latino Decisions, 2018).
Otra variable a tener en cuenta es el origen o el lugar de nacimiento de la familia. Además, esto varía mucho de estado a estado. Así, se observa que el 58% del electorado en 2018, a nivel nacional, era, o su familia procedía, de México (representan el 80% y el 87% de la población hispana en estados como California o Texas, respectivamente); el 13% de Puerto Rico (representan el 27% de los latinos de Florida y el 30% en Nueva York); otro 10% de otros países de América Central; y un 7% de América del Sur. Aquellos procedentes o con raíces de Cuba, por ejemplo, si bien representan a nivel nacional el 5% de la población hispana, son el 29% de esta en Florida (American Community Survey, 2017).
En lo relativo al comportamiento electoral, son importantes los diferentes apoyos políticos según el origen. Por ejemplo, los cubano-americanos se ha observado que, en general, han tendido más a dar su voto a los republicanos, aunque es cierto que esto está cambiando en el sector más joven. De hecho, en Florida en 2016, según una encuesta a pie de urna, los cubanos tenían un 54% de probabilidades de votar a Trump frente al 26% de otros hispanos (National Election Pool, 2016, en Lavietes, 2019). Esto se puede deber a la tendencia entre los cubanos y los latinos evangélicos a coincidir con las ideas más conservadoras representadas por el Partido Republicano, sobre todo en cuanto a temas como el aborto (Lopez, en Lavietes, 2019). Cabe decir, sin embargo, que a nivel nacional las personas procedentes de México, El Salvador y Puerto Rico tienen más peso en el porcentaje de población latina y estos últimos tienden a dar su apoyo al candidato demócrata (Laviettes, 2019).
Si se miran los resultados de 2016, se encuentra que el porcentaje de participación electoral en este grupo fue del 47,6%. De esos, el 66% votó a la candidata demócrata, Hilary Clinton (US Census Bureau, 2017; Pew Research Center, 2016). En las midterms de 2018, la participación electoral fue del 40,4% (US Census Bureau, 2019), lo cual supone la tasa más alta de participación en cualquier otra elección de medio mandato y, teniendo en cuenta el dato de 2016, no sería impensable que la abstención en noviembre de 2020 sea menor que en otras ocasiones.
Si se desglosa esta cifra, además, se ven diferencias de comportamiento por edad, ya que son los grupos de mayor edad los que mayor participación tienen (la tasa fue del 27,7% para las personas de 18 a 24 años y cercana o superior a la mitad de la población para aquellos entre 45 a más de 75 años),18 y por género. Entre los 18 y los 64 años, la participación es mayor entre las mujeres; sin embargo, de las personas entre 65 y más de 75 años, el mayor número de votantes fueron hombres.19
Las elecciones de 2018 también muestran que aproximadamente el 29% de los latinos votaron al candidato republicano al Congreso en todo el país, siendo esta la tasa más alta de apoyo a dicho partido entre otros grupos minoritarios: un 9% y un 23% de afroamericanos y asiático-americanos, respectivamente (Laviettes, 2019). Además, en septiembre una encuesta mostraba que el presidente Trump estaba por delante de Biden entre los latinos de Florida, con un 50% frente a un 46%, mientras que en 2016 la misma encuesta mostraba a Clinton por delante de Trump por 23 puntos porcentuales (NBC News/Marist Poll, 2016 y 2020).
Tanto Biden como Trump han gastado miles de dólares en campañas publicitarias en español en los estados de Florida y Arizona, el primero atacando el historial del presidente con un “Trump no tiene plan” y el segundo apelando al miedo por un “socialismo” al estilo latinoamericano, afirmando que “no estarás seguro en la América de Joe Biden”.20
Por último, hay que destacar un estudio de 2020 que en marzo mostraba dos datos interesantes. El primero, que los latinos en estados como California, Texas y Virginia estaban acudiendo a las urnas en menor número durante las primarias de 2020 que en las de 2016. Y el segundo, que en los condados de California con mayor densidad de población hispana también se emitieron menos votos que en 2016, lo cual, según los autores, podría ser consecuencia de cambios en los procedimientos electorales, tales como el cierre de algunos lugares donde votar y la apertura de nuevos centros, y advertían que era necesario poner mayor esfuerzo en mejorar el alcance de la información respecto a estos cambios entre este sector poblacional de cara a las elecciones en noviembre (Universidad de California, Los Ángeles, 2020).
En octubre, un artículo de NBC News informaba de las barreras al voto latino en el estado de Texas, donde, en plena pandemia por el COVID-19 (que está afectando desproporcionalmente a la población latina frente a la blanca),21 el gobernador republicano Greg Abbot se había negado a ampliar la opción del voto por correo, a pesar de la preocupación por tener que desplazarse a las urnas y, aunque amplió el período de votación anticipada a seis días, algunos miembros de su partido están luchando, vía demanda, para que se evite dicha ampliación. Además, anunció el cierre de ubicaciones satélites para aquellos que sí pueden votar por correo y sólo ha permitido un buzón de entrega por condado, según dijo, para proteger la integridad de las elecciones, deteniendo el voto ilegal. Esta decisión ya ha provocado una demanda por parte de la organización United Latin American Citizens (Gamboa, 2020).
Estas medidas son algunos ejemplos de los mencionados esfuerzos por la supresión del voto a ciertos sectores de la población, que, a corto plazo, evitan que algunas personas presenten una papeleta, pero, a largo plazo, pueden provocar un alejamiento “voluntario” de las urnas ya que directamente no se intenta ir a votar.22
El electorado asiático en 2020
Cuando se habla del comportamiento electoral de las minorías en EEUU, se suele poner atención en el electorado negro y el latino, por el peso que ambas poblaciones tienen dentro de la demografía del país. Por ello, no es poco frecuente que periodistas, candidatos y expertos políticos pasen por alto otras poblaciones como la “asiático-americana” o AAPI.23 Sin embargo, este es el grupo racial que más rápido está creciendo. Entre el año 2000 y el actual, el número de personas de este grupo que pueden votar ha aumentado un 139%, por encima del 121% de los latinos y muy lejos del del electorado negro y blanco, que ha aumentado en un 33% y 7%, respectivamente (Pew Research Center, 2017 y 2020).
En 2020 la población AAPI tendrá el mayor peso registrado hasta el momento en el electorado nacional, representando un 4,7%, cuando son el 5,6% de la población estadounidense (de estos, cuatro de cada cinco personas son inmigrantes de primera generación). Esta diferencia se debe a que el 19% de este grupo está por debajo de los 18 años y que otro 24% son migrantes sin la ciudadanía estadounidense, por lo que no pueden presentar una papeleta. De hecho, este es el único grupo racial en el que la mayoría de las personas que pueden participar en los comicios son ciudadanos nacionalizados y no nacidos en el país americano24 (ibid.).
Como sucede con otros grupos, la población AAPI ha tenido una tasa de participación electoral bastante baja que se puede deber a numerosas razones, como la falta de participación en los procesos democráticos en los países de origen, la falta de conocimiento sobre el funcionamiento del proceso electoral en EEUU, o, incluso, dependiendo de la experiencia previa en el lugar de nacimiento, cierto miedo a registrarse.
A ello se suma la tendencia de los partidos políticos, candidatos y medios de comunicación a no tratar a este sector poblacional como un bloque de interés en las elecciones25 y las ya comentadas tácticas de supresión de voto que afectan desproporcionadamente a las personas pertenecientes a minorías raciales. Entre estas, afecta sobre todo a esta población la falta de información sobre dónde y cómo votar en diversos idiomas, teniendo en cuenta que el 71% de los posibles votantes dicen hablar sólo inglés en casa o consideran que hablan el idioma “muy bien” (frente a un 80% de la población latina, el 98% de la negra y el 99% de la blanca que reportan lo mismo). Si bien en algunos estados es legal el uso de intérpretes para facilitar la votación, los trabajadores de los centros electorales muchas veces no saben que esto está permitido por el estado, por lo que tratan de impedir a la persona con intérprete votar (Cho et al., 2020; Pew Research Center, 2020).
Otra barrera es el uso en algunos estados del “sistema de coincidencia exacta”, por el cual si la información del registro del votante no coincide exactamente con la que tienen los registros de seguridad social y licencias de conducir de estos estados, la petición de registro queda pendiente y la persona, muchas veces, no puede votar. Según datos de la American Bar Association, el 80% de los posibles votantes afectados por este sistema en Georgia eran negros, latinos y AAPI, debido a que es habitual que los nombres originados en alfabetos no latinos se romanicen de diferentes maneras. Además, aquellos que sí se originan en alfabetos latinos frecuentemente se registran de forma incorrecta, por lo que en diversos documentos puede aparecer el nombre escrito con alguna letra o tilde diferente. Por ello, en 2018, los votantes AAPI tuvieron seis veces más probabilidades que los blancos de no cumplir con este requisito de coincidencia exacta.
Todos estos obstáculos pueden generar una pérdida de interés o fe en el proceso electoral, por lo que muchos, por no volver a pasar por experiencias de este estilo, deciden abstenerse. Sin embargo, la tasa de personas que puedan decidirse por esta opción podría disminuir si se tiene en cuenta el contexto en el que suceden estas elecciones.
A pesar de que no parece haber estimaciones con datos concretos, algunos expertos creen que la pandemia del COVID-19 puede tener un impacto en los patrones de voto de esta población, debido al acoso público que se ha dirigido hacia sectores importantes de la población AAPI a causa del virus y que se ha visto reforzado en diversas ocasiones por la Administración Trump al referirse al coronavirus de forma continua como “el virus chino”. Además, el dialogo que se abrió a nivel nacional sobre la participación electoral asiática a causa de un artículo de Andrew Yang, primer postulante de ascendencia asiática a una candidatura presidencial (por el Partido Demócrata), que abogaba por que los estadounidenses de origen asiático “mostraran su americanidad como nunca antes lo habíamos hecho”, podría interpretarse también como una pequeña muestra de un posible aumento de participación en las elecciones de noviembre (Cho et al., 2020), así como un posible impacto a favor de la opción demócrata.
Pero hay que tener en cuenta que la etiqueta “asiático-americano” o AAPI engloba un grupo muy heterogéneo, por lo que, en principio, podría ser complicado pensar en un patrón de voto común: el grupo lo conforman más de 20 millones de personas procedentes de 45 grupos de origen asiático, con una gran diversidad lingüística, cultural y religiosa. En este grupo se pueden encontrar seis grupos de origen predominantes: chino (un cuarto de la población AAPI), indio, filipino, vietnamita, coreano y japonés. Todos ellos representan el 85% de los estadounidenses de origen asiático (Pew Research Center, 2020).
Por ello, no sorprende que en 2012 una encuesta del Pew Research Center mostrara que tan sólo una de cada cinco personas de origen asiático dijera denominarse a sí misma como “asiático-americano”, “AAPI” o “asiático”, pues la mayoría se describía por sus raíces étnicas (japonés, vietnamita, etc.). Además, como ocurre con todos los grupos raciales mencionadas hasta ahora, bajo la etiqueta de “AAPI” hay diversidad económica, por lo que tampoco hay una unidad de clase. En este caso, además, el margen de desigualdad de ingresos (interno al grupo) es mayor que entre hispanos, negros o blancos (Weller y Thompson, 2016).
A pesar de esta heterogeneidad, es un grupo que comparte ciertas opiniones sobre políticas públicas, lo cual puede traducirse en un comportamiento electoral no tan diverso como el que se podría esperar. De cada grupo étnico, una mayoría votó al candidato demócrata en 2008, incluidos aquellos que en algunos momentos estuvieron más cercanos al Partido Republicano, como es el caso de los vietnamita-americanos (Pan, 2020).
Además, la mayoría de cada grupo étnico está a favor de un mayor gasto en programas y servicios públicos, de mayores impuestos a los ricos, de una sanidad universal, de un control de las armas más estricto y de la necesidad de medidas de protección al medioambiente. Si bien es cierto que la religión parece ser un eje de división, pues, por ejemplo, los filipinos católicos y los vietnamita-americanos suelen apoyar en menor medida el aborto o los derechos LGTB+, esto no se ha traducido en un comportamiento electoral distinto, pesando más las cuestiones dichas anteriormente (National Asian American Survey, 2016).
Prestando atención a resultados electorales de 2018, se observa que la tasa de participación en las elecciones de medio mandato se incrementó significativamente de un ciclo electoral a otro, pasando de un 28% en 2014 a un 40,6% en 2018 (Cho et al., 2020; US Census Bureau, 2019). Estas tasas varían en función de la edad y el género. Así, el grupo con mayor participación electoral fue el más mayor, duplicando la tasa de los más jóvenes.26 Estas tasas fueron también mayores para mujeres que para hombres entre los 18 y los 24 años, con 11,5 puntos porcentuales de diferencia. Pero este margen disminuyó de forma considerable para aquellos entre 25 y 44 años (2 puntos porcentuales), y a partir de los 45 años, tuvieron mayor tasa de participación ellos que ellas, aunque no por un margen demasiado amplio.27
De los que votaron en 2018, el 65% lo hicieron al candidato demócrata al Congreso. Además, y aunque, como se ha dicho, la tasa de participación no suele ser demasiado alta en este grupo, no es conveniente pensar que por ello no tienen influencia en los resultados. En los comicios de 2018 posiblemente ayudaron a los demócratas a adquirir varios escaños que tradicionalmente han sido ocupados por el Partido Republicano en California. Y en Georgia, donde representan menos del 5% del electorado, la elección para gobernador dependió de unos 55.000 votos, y 238.000 votantes eran AAPI (Byler, 2019; Cho et al., 2020).
El electorado nativo en 2020
Junto al voto asiático, otro que se suele pasar por alto es el nativo.28 De hecho, si se miran los datos de las elecciones de 2016 o 2018 de la Oficina del Censo de los EEUU, las tasas de participación se pueden desglosar por “raza, origen hispano, sexo y edad”, pero las categorías que aparecen en estas tablas de datos son “negro”, “blanco” y “asiático”,29 por lo que no existen estos datos de participación electoral desde esta fuente del gobierno oficial sobre este sector poblacional. Según el último censo, de 2010, habría 5,2 millones de personas identificadas como población nativa, aunque se cree que esto no es representativo de la realidad, ya que se tiende a subestimar la población (Hedgpeth, 2019; Givens, 2020).
Al representar tan sólo alrededor del 2% de la población nacional, se puede pensar que su comportamiento electoral no varía demasiado los resultados. Sin embargo, son un bloque del electorado importante en “estados pendulares” (o swing states, aquellos con voto variable en las elecciones y que pueden definir los resultados de unos comicios), en los estados predominantemente rurales y en aquellos situados más allá del oeste del Mississippi (Givens, 2020).
Además, la participación electoral de este grupo ha ido aumentando conforme se han ido sucediendo los ciclos electorales y manifiestan un apoyo abrumador al Partido Demócrata, siendo las únicas excepciones aquellos que viven en los estados de Alaska, Dakota del Norte y Oklahoma (donde la energía es el eje clave de la economía regional) en los que el voto suele estar más dividido entre republicanos y demócratas (Fleig y King, 2019).
También conviene recordar que las elecciones de 2020 se celebran tras cuatro años del mandato de un presidente que sucedió a Barack Obama, quien fue visto con buenos ojos por muchos de los líderes nativos, a pesar de haber hecho políticas no siempre a favor de las necesidades o intereses de esta población entre 2009 y 2017. De hecho, durante la presidencia de Obama se celebró una conferencia anual en Washington donde los líderes nativos expresaban sus principales preocupaciones a los legisladores federales. Trump, por su parte, ha ido revirtiendo las decisiones de la Administración anterior, aprobando los oleoductos de Keystone y Dakota a pesar de las objeciones de las tribus cuyo territorio atraviesan dichos proyectos.30 Además, el actual presidente ha ofendido en numerosas ocasiones a este sector poblacional, al elogiar a Andrew Jackson, que, como general, lideró varias matanzas contra población indígena en EEUU y, como presidente, expulsó a un número significativo de tribus de sus territorios; o apodar a Elizabeth Warren, candidata presidencial de 2020, como “Pocahontas”, apodo que ha sido ampliamente ridiculizado por parte de la población nativa (ibid.).
Sin embargo, como en todas las elecciones, esta población habrá de superar una serie de barreras para conseguir presentar su papeleta. En primer lugar, hay una falta de campañas que les contemplen como un bloque electoral al que poner atención, lo cual se traduce en tasas de abstención mayores. Buena parte de esta población es rural y el acceso a las comunidades indígenas, muchas de ellas, sin carreteras pavimentadas, en Arizona o Carolina del Norte, por ejemplo, parece “no merecer el esfuerzo” (en Givens, 2020). Aparte, muchas de estas comunidades no tienen acceso a Internet, por lo que esta vía de movilización también queda inhabilitada.
Dicho esto, hay que recordar que la mayoría de las personas nativas no viven en estas zonas, ya que el 67% de la población es urbana. No obstante, esta tampoco es foco de las campañas.31 Por otro lado, este año tampoco se están realizando encuestas entre la población, por lo que no se tiene referencia de cuál es la tendencia del voto nativo, a pesar de que puede ser decisivo en algunos estados como Wisconsin.32
Asimismo, algunas de las barreras que complican o directamente impiden la participación electoral son, por ejemplo, las restricciones aprobadas en Montana en 2018 sobre quién puede recolectar papeletas y cuántas, una práctica habitual entre los nativos por las largas distancias que hay entre sus zonas de residencia y los centros de votación; los rechazos por parte de los funcionarios electorales de las tarjetas de identificación tribales; o la localización de los centros de votación fuera de las reservas (Smith, 2020). Un estudio de The Native American Voting Rights Fund (2020) confirma, además, que estas barreras se dan también en estados como California, las regiones del Pacífico Noroeste o los Grandes Lagos, zonas en donde no se suele hablar de los impedimentos al voto. El estudio también da numerosos ejemplos de racismo directo por parte de los encargados de los centros de votación que acabaron impidiendo el voto.
Otra práctica habitual de algunos estados es el “craqueo”, por el cual se dividen reservas en distintos distritos de votantes, lo que diluye la fuerza del voto. Un ejemplo de esto ocurrió con la nación Yakama, dividida en dos distritos, por lo que, cuando un ciudadano de esta tribu se presentó a la legislatura estatal en 2012, la mitad de los miembros de su tribu no pudieron votarle. En 2019, en Utah, hubo discusiones sobre la división de un condado mayoritariamente navajo, justo después de una larga lucha por la representación indígena en la comisión del condado. Esto se ha repetido en otros casos en Washington y Montana (Smith, 2020).
Todo esto se traduce, como para otros grupos minoritarios, en una pérdida de motivación por participar en los procesos electorales, pues se tiene la sensación de no tener los mismos derechos que otros ciudadanos.
Sin embargo, hay estados en los que se ha ido avanzando y cuyas decisiones podrían tener impacto en las tasas de participación nativas de cara a las elecciones de noviembre: en 2019, Jay Inslee, gobernador demócrata de Washington, firmó el Native American Voting Rights Act, que facilitará el registro a los votantes nativos, además de permitir direcciones no tradicionales, algo muy necesario puesto que las reservas no se ajustan a los sistemas de direcciones estatales (Smith, 2020).
Si se toman en cuenta las elecciones de 2018, se confirma que el apoyo tiende a ir hacia los demócratas, pues según una encuesta a pie de urna de Latino Decisions, de la población nativa que votaría, el 61% lo haría a candidatos demócratas. Además, ese año se eligió a las dos primeras mujeres nativas al Congreso, Sharice Davids y Deb Haaland, y se eligió también, por primera vez en la historia estadounidense, a la primera mujer nativa, Peggy Flanagan, como vicegobernadora de un estado (Minnesota). La mencionada encuesta también mostró que dos de cada tres votantes nativos consideraban que la retórica y las políticas de Trump “causarían un retroceso importante en los avances alcanzados en los últimos años”.
Tanto los logros tras los comicios de 2018 como el rechazo al presidente actual pueden leerse como posibles motivos para una subida en la participación electoral de este sector de la población en noviembre de 2020. Asimismo, es importante recordar que el voto nativo podría ser un factor decisivo en seis estados clave, como son Arizona, Michigan, Minnesota, Nevada, Carolina del Norte y Wisconsin (Latino Decisions, 2018), pues en ellos el número de posibles votantes nativos supera el margen por el que ganó Trump en cuatro de esos estados y Clinton en dos de ellos en 2016.
Conclusiones
Las elecciones estadounidenses de 2020 estarán marcadas por un contexto de crisis sanitaria, económica y social; así como por un electorado mucho más diverso en el que ganan peso las minorías raciales y los jóvenes. Pese a que se suele dar por hecho que el voto minoritario se dirija al candidato demócrata, es importante no olvidar que cada grupo es heterogéneo y que la edad, el género, el origen, los ingresos o el estado en el que se reside son factores importantes que pueden virar el voto hacia la opción republicana o la demócrata en estados que son clave para el resultado electoral.
Todo indica a que la mayor parte del voto de cada grupo minoritario racial irá para Joe Biden (ya sea por convencimiento o únicamente como medida anti-Trump), aunque los porcentajes variarán de uno a otro, siendo probablemente mayor el apoyo al actual presidente entre la población hispana o asiática que entre la negra. Pero, la clave estará, como siempre, en las tasas de participación. Por un lado, el electorado es más joven que en otros comicios, por lo que la abstención puede seguir siendo bastante alta. Sin embargo, las elecciones de medio mandato de 2018 permiten ver que las tasas de participación electoral incrementaron para todos los grupos de edad, por lo que sería esperable que la participación en las presidenciales de 2020 sea mayor que en las de 2016. Aunque queda por ver hasta qué punto afectará la preocupación por los desplazamientos a las urnas y del voto por correo.
Laura Pascual Manzanares
Estudiante en prácticas en el Real Instituto Elcano
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1 Este término se empleará, siguiendo con la terminología usada frecuentemente por los medios de comunicación estadounidenses, para hacer referencia a los cuatro grupos minoritarios conformados por personas racializadas que se encuentran en el país: negros, latinos o hispanos, asiáticos o AAPI y nativos. Otro término común, sobre todo durante los últimos años, es el de “grupo etnorracial”, pero se ha optado por no usarlo debido a que puede fomentar la confusión entre los conceptos de “raza” y “etnia”, que, de forma errónea, suelen ser usados como sinónimos.
2 Se habla de racismo institucional o sistémico para hacer referencia a la discriminación que está incrustada dentro del propio funcionamiento de la sociedad. Se podría definir como un conjunto de prácticas, procedimientos y políticas que dificultan o impiden que ciertos colectivos estén en posición de igualdad con respecto a otros.
3 Se emplea este término siguiendo con la terminología usada habitualmente en EEUU, pero un término más correcto sería el de “afroestadounidenses” (cuando tienen la ciudadanía) o “población afro” o “negra”.
4 En CNBC, 15/VIII/2017, https://www.youtube.com/watch?v=JmaZR8E12bs.
5 El tuit completo dice: “Es muy interesante ver a las congresistas demócratas ‘progresistas’, que originalmente vinieron de países cuyos gobiernos son una completa y total catástrofe, la peor, la más corrupta e inepta del mundo (si es que tienen un gobierno en funcionamiento), ahora decirle en voz alta y con saña al pueblo de los Estados Unidos, la nación más grande y poderosa del mundo, cómo se va a dirigir nuestro gobierno. ¿Por qué no regresan y ayudan a reparar los lugares totalmente rotos e infestados de crimen de los que vinieron?”.
6 Las tasas de participación electoral concretas para el resto de grupo son las siguientes: entre las personas de 25 a 44 años, un 47,2%; de 45 a 64, un 59,3%; y de más de 75, un 54,4% (US Census Bureau, 2019).
7 Esto lo demuestran los testimonios recogidos en un artículo de Los Angeles Times, en el que se entrevista a tres votantes afroamericanos mayores de 60 años. Uno de ellos dice sentir que la juventud actual no comparte la urgencia del voto ni la importancia de ello: “aquellos de nosotros que tuvimos que luchar para conseguir ese derecho nivelamos el terreno de juego para que los afroamericanos pudieran votar hoy. Estamos encima de los hombros de todas las personas que marcharon, lucharon y murieron para que eso sucediera” (Williams, en Beason, 2020).
8 También denominado como AAVE (African American Vernacular/Varieties of English) o AAL (African American Language), el AAE (African American English) hace referencia al dialecto del inglés hablado por los afronorteamericanos.
10 Si bien existe un ala más progresista del partido (formada por miembros como Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Alexandria Ocasio-Cortez, etc.), Biden estaría dentro del establishment demócrata (el grupo de poder dominante y establecido), por lo que, a pesar de que efectivamente existen miembros con más apoyo entre el electorado, sobre todo, el joven, la visión general del Partido sigue siendo la misma.
11 Voter supression efforts, en inglés.
12 El voto por correo es una cuestión que ha marcado las campañas electorales de ambos candidatos, ya que Trump ha argumentado en muchas ocasiones que este tipo de votación lleva al fraude electoral y el propio Biden (entre muchas otras voces) ha avisado de que Trump está empleando esta estrategia para generar dudas y no reconocer un posible resultado desfavorable para el republicano en las elecciones (Heredero et al., 2020).
13 Felony disenfranchisement laws, en inglés.
14 ACLU son las siglas en inglés de la organización no gubernamental Unión Estadounidense por las Libertades Civiles.
15 Según datos de 2018, tan sólo dos estados permiten el voto desde la cárcel, independientemente del delito cometido; 35 estados prohíben votar a personas que se encuentren en libertad condicional; ocho permiten la restauración de derechos pasados desde dos a siete años, dependiendo del estado y del delito; y tres lo niegan de forma permanente –Iowa, Kentucky y Alabama– (The Sentencing Project, 2018).
16 Se emplean estos dos términos siguiendo con la terminología usada habitualmente en EEUU para hacer referencia a las personas nacidas o cuya familia proceda de América Central, del Sur y el Caribe.
17 Este programa fue el resultado de una orden ejecutiva de Obama en el año 2012 que permitió a más de medio millón de jóvenes sin documentación (dreamers) frenar su deportación. Se estima que tres cuartas partes de estos son personas de origen mexicano.
18 Las tasas concretas son las que siguen: 47,7% para el grupo de edad entre 45-64; 57,3% para aquellos entre 65-74 años; y 53,3% para los que superaban los 75 (US Census Bureau, 2019).
19 La diferencia para los grupos de edad 18-24 y 25-44 fue de alrededor de 7 puntos porcentuales para las mujeres; para el de 45-64, de poco más de 3 puntos porcentuales también a favor de ellas; y para los últimos dos grupos, 65-74 y más de 75, 1,3 y 1,9 puntos porcentuales a favor de los hombres (US Census Bureau, 2019).
20 Hasta el momento, la campaña de Biden ha emitido más anuncios selectivos (microtargeting hacia la comunidad hispana) que la de Trump. El primero ha gastado 6,7 millones de dólares en anuncios televisivos en español mientras Trump ha destinado a ello 4,9 millones. Biden también supera a Trump en gasto en la radio hispanohablante: 885.000 dólares en anuncios en español frente a los 32.500 dólares invertidos en la campaña de Trump (Advertising Analytics, 2020, en Gomez et al., 2020). Para ejemplos de los anuncios véase https://www.latimes.com/projects/election-2020-trump-biden-ads-latino-voters/.
21 De los casi 16.000 fallecidos a causa del virus en este estado, a 7 de octubre, el 56,1% eran hispanos, frente al 30,3% conformado por blancos (Texas Department of State Health Services, 2020).
22 Las restricciones temporales o permanentes derivadas de las leyes de privación de derechos también afectan desproporcionadamente a la población hispana, ya que esta, según datos de 2018, representaba el 15,8% de la población encarcelada, siendo el 17,8% de la población nacional en EEUU. Según la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), si las poblaciones negra y latina fueran encarceladas con la misma tasa que los blancos, la población penitenciaria disminuiría casi un 40%.
23 Asiático-americanos e isleños del Pacífico, por sus siglas en inglés.
24 En concreto, dos tercios del total.
25 A pesar de ello, se ha visto que estos votantes suelen responder a las campañas, pues en 2018, más del 61% de los votantes contactados por la American Bar Association acudieron a votar en el estado de Georgia, cuando la tasa de participación estatal fue del 56%.
26 La participación en función de la edad fue la siguiente: de 18 a 24 años, un 28,4%; de 25 a 44 años, un 37,2%; de 45 a 64 años, un 45,5%; de 65 a 74 años, un 45,2%; y de más de 75 años, un 46,4% (US Census Bureau, 2019).
27 0,7; 4; y 3,4 puntos porcentuales para los grupos de 45-64, de 65-74 y de más de 75 años, respectivamente (US Census Bureau, 2019).
28 Se emplea este término siguiendo con la terminología usada habitualmente en EEUU, junto con el de “nativo-americano” o “pueblos indígenas” (indigenous peoples), para referirse a la población con raíces indígenas (pueblos anteriores a la colonización de América).
29 Para cada una de ellas, también existe la categoría “solo o en combinación”, ya que el censo actualmente contempla que se seleccione más de una identidad racial.
30 Estas objeciones se basaban en cuestiones medioambientales y sociales, pues ambas se encuentran estrechamente interrelacionadas para la población nativa.
31 “No he visto ni una vez una campaña política dirigida a conseguir el apoyo de los votantes urbanos nativos” afirma Givens, mujer Schitsu’umsh, en un artículo del periódico Vox (Givens, 2020).
32 Con una población nativa de más de 31.000 personas, los demócratas deberían tratar de movilizar más a este sector poblacional para que no se repita el asombro que hubo en 2016 cuando Trump ganó en este estado.
Imagen del Capitolio de EEUU (First Street Southeast, Washington). Foto: Andy Feliciotti (@someguy)