Dimensiones recientes del «soft power «chino

Dimensiones recientes del «soft power «chino

Tema: En los dos últimos años el incremento de poder de China en la escena internacional parece haber dado un salto cualitativo, relacionado en buena medida con su soft power. No está claro en el caso chino el alcance de ese concepto, generalmente resumido en prestigio y capacidad para atraer, convencer y hacer coincidir a otros con objetivos propios. La identificación de los nuevos espacios que China está ganando contribuye a entender el significado de su ascenso, que preocupa por igual a grandes empresas, pequeños y mini Estados, potencias medias y bloques.

Resumen: Sin entrar a discutir el poder blando en sí, este análisis discurrirá predominantemente por el carril de lo estatal y constatará, primero, cómo ha llegado a percibirse China en la escena internacional actual. Segundo, repasará algunas nuevas dimensiones de que dispondría para engrosar su soft power. Y tercero, revisará cómo sincroniza con algunas tendencias externas, en un arco de actuación entre poder blando y duro.

Análisis

Entre la oportunidad y la amenaza
Descuidar lo que ocurre en la República Popular China (RPC) es exponerse a imprevistos que pueden trastocar los anillos de poder económico, político y social de más países que nunca. Es la conciencia implícita, y a veces muy explícita, que arrojan encuestas de opinión y análisis. Y así como hoy en cualquier tema de relevancia internacional aparece inevitablemente EEUU, cada vez quedan menos asuntos y regiones del mundo en los que no surja China, especialmente en los últimos meses.

Atrás han quedado atisbos de duda, el último de los cuales fue la aislada, aunque argumentada, tesis de la “teatralidad” del poder chino, expuesta por el investigador George Segal en “Does China Matter?”, artículo publicado en Foreign Affairs hace un lustro, aduciendo que el país tenía una importancia bastante menor de lo que parecía. China ha dicho que importa a su manera, sin apartarse de su línea autoidentificatoria con el Tercer Mundo. Al continuar haciéndolo, refuerza la imagen de no abrigar el fin ni tener los medios para imponer su visión del mundo, y que más bien necesita apoyos, concesiones e inversiones. Al fin y al cabo, al identificar su existencia con la ausencia de inestabilidad, dice que asegura la paz y estabilidad mundiales.

Últimamente ha adquirido una dimensión bisagra entre país del Tercer Mundo y potencia de rango mundial, al ser reconocida e integrada dos veces, en Evian, en 2003, y en Escocia, en 2005, en las reuniones del G-8 + 5, compartiendo espacio con India, Brasil, Sudáfrica y México. Invitada, es ya irremplazable.

Con todo, desde hace dos años China ha estimado oportuno justificarse periódicamente, por ejemplo, explicando que su auge es un “ascenso pacífico” (heping jueqi), declaración que nos dice poco. Probablemente la más acertada definición se encuentra en la descripción del experimentado ex corresponsal en Pekín del periódico japonés Asahi Shimbun, Yoichi Funabashi, quien ve la clave en la forma del ascenso, no en el ascenso en sí.

En un plano más específico, China se ha convertido en epítome de gigantescas fuerzas materiales de carácter transnacional, y ya parece evidente una nueva ecuación que dice que, cuanto más internacionalizado está un país, más relación con China tiene o debe tener.

Pocos meses atrás, el comisario europeo de Comercio, Peter Mandelson, declaraba que “no existe mayor reto que entender el dramático despegue de China y vincularse con él”. Hace pocos días, Mandelson constataba un reto frontal a la misma noción de competitividad, en el marco de las negociaciones para desbloquear el contencioso textil entre la UE y China, saldado con unas cuotas válidas hasta 2008. Algunos analistas europeos ya ligan ese reto a una inevitable necesidad de trasladar fábricas a China. Hoy no hay ningún otro país al que se aplique la frase de época: que no estar en él es “perder una oportunidad histórica”. Las cifras de 562.100 millones de dólares de inversiones recibidas hasta ahora, y de las propias inversiones directas de China en el extranjero, que alcanzaron los 5.500 millones de dólares en 2004 (el doble que en 2003), anunciadas hace dos semanas por la prensa china, avalan el desafío económico multidimensional que supone el país.

También lo es el geopolítico. En noviembre pasado el diario Pravda anunciaba desde Moscú que China ya podía aspirar a ocupar el vacío dejado por EEUU en América Latina, y daba como ejemplo los anuncios de megainversiones en el marco de la visita del presidente chino, Hu Jintao, por el subcontinente, y en el contexto de la coincidente cumbre de APEC, en Santiago de Chile.

Hay un perceptible aumento del prestigio chino entre muy distintas opiniones públicas de diversos países. Una de las más conspicuas y citadas ha sido la encuesta del Pew Global Attitudes Survey, publicada en junio pasado, que tras entrevistar a 17.000 personas en EEUU, el Reino Unido, Canadá, China, Francia, Alemania, India, Indonesia, Jordania, Líbano, Marruecos, Pakistán, Polonia, Rusia, España y Turquía, arroja una mejor opinión para China que para EEUU. Existe, eso sí, un enfoque más cauto en ésta y en otras encuestas, así como en artículos de opinión, hacia la perspectiva de una futura prominencia militar china que iguale a la estadounidense.

La amenaza militar se transforma en civil en el entrecruce de los poderes de convencimiento del mundo capitalista de la “mejor oferta”, tanto tiempo encabezada por empresas estadounidenses. En efecto, en el bloqueo a la compra de Unocal por parte de la China National Offshore Oil Company (CNOOC) ha intervenido el establishment de Washington. La opinión de que están amenazados los intereses estratégicos es desmedida. Se ha visto recargada mediáticamente por la reciente compra de la división de ordenadores personales de IBM por la firma china Lenovo y por la oferta de compra, abortada, de la compañía de electrodomésticos Maytag por la china Haier, que de haber prosperado se habría convertido en mundialmente decisiva. Aunque más crucial son los bonos del Tesoro adquiridos por China y que apuntalan la economía de EEUU y sus compras al país asiático.

Ese tipo de temor es real e inusual porque, en principio, el mismo proceso de expansión de la RPC, a diferencia de otros ascensos, está dirigido a asegurar su existencia, pero de una forma distinta a la tesis del “realismo ofensivo” planteado por J.J. Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago, que ve un destino casi inevitable para China en la hegemonía, primero regional y luego global, para garantizar su supervivencia. Cabría, conceder la posibilidad de una hegemonía, aunque como resultante de un “realismo defensivo”, que tendría como objeto la supervivencia, que incluye asegurar materias primas estratégicas, en un prolongado proceso hacia un estatus de país desarrollado y consiguientemente, internamente equilibrado.

Una suma de reconocimientos y deferencias
En los dos últimos años una hilera de países tan diversos como Tailandia, Malaisia, Nueva Zelanda, Australia, Singapur, Kirguizistán, Brasil, Argentina, Chile y Perú han reconocido el estatus de China como una “economía de mercado”. En varios casos se trataría de una fórmula para allanar problemas, como, entre otros, los contenciosos por dumping. Pero es un camino complejo porque si no se resuelven los problemas, conceder un título así a ese gigante comercial es difícil de defender políticamente.

Que Brasil, Argentina, Chile y Cuba sepan desde noviembre pasado que pueden contar con un Pekín con una decisiva voluntad de realizar megainversiones, y que, específicamente, los dos primeros se hayan comprometido a declarar que tienen con China relaciones de carácter “estratégico”, significa un activo político para esos países.

A su vez, el gigante asiático concede un cierto prestigio político a quienes se avienen a la fórmula, no homologable, con todo, ante más grandes potencias y bloques. Pero se empeña en asegurar la definición por un valor intrínseco del concepto ante países y bloques de gran potencial alimenticio, energético y tecnológico, y por su resultante eco internacional. En 2004 la UE y China se declararon socios estratégicos y, en diciembre pasado, precisaron la expresión cuando la definieron expresamente en el área del desarme y la no proliferación.

En el terreno de lo gestual y simbólico, que el presidente venezolano Hugo Chávez se apresurase a visitar Pekín, negociado acuerdos y pasase la última Navidad allí, y que el régimen cubano tenga en China a uno de sus sostenes económicos, no es un dato menor, como tampoco las venias francesas de hace dos años, que incluyeron los históricos gestos de resonancia intercontinental que fueron la iluminación de la torre Eiffel de rojo y la posibilidad para Hu Jintao de dirigirse a la Asamblea Nacional francesa.

La facultad gubernamental de poder mejorar el sector de los servicios de varios países es un factor inédito, abierto el año pasado con la designación de los denominados “destinos turísticos preferentes”, que diversos países pretenden. Agraciados en Occidente por la decisión, que tiene dimensiones recíprocas, se han visto, entre otros, la UE, y en América Latina, Brasil, Argentina, Chile y Perú, además de México y Cuba en 2003. Sin embargo, la complacencia de los que se sientan beneficiados podría convertirse en una amenaza en la medida en que pueda contribuir a agigantar desproporcionadamente el sector turístico de las potencias del ramo.

Por otra parte, la RPC reconoce unos principios de proyección de la unidad nacional a priori favorables para su prestigio. El año pasado China enmendó la Constitución e introdujo los principios de la propiedad privada y los derechos humanos, lo cual concuerda con el sistema de la Región Administrativa de Hong Kong. Pero por parte de los hongkoneses no existe el reconocimiento unánime que querría Pekín porque las leyes han sido oscurecidas con otras disposiciones legislativas limitantes del poder decisorio local y por las que Hong Kong no tendrá ni elecciones directas para escoger su gobernante en 2007, ni para la elección de sus legisladores, en 2008.

En otro flanco, los enviados a Pekín en representación del Dalai Lama son objeto de presión por medio de la negociación a partir de un hecho consumado. Desde el restablecimiento de relaciones, en septiembre de 2002, se han llevado a cabo una serie de encuentros (por lo menos tres hasta la fecha). Éstos han impulsado un contacto encaminado a arrinconar al Dalai Lama, quien declara explícitamente que desearía mayor autonomía pero no la independencia con respecto a China, generándose así un ambiente propicio para el reconocimiento internacional para la forma china de gestión de la cuestión del Tíbet.

En otro caso decisivo para la unidad a la que aspira la RPC, sigue los espacios de convergencia que va concediendo en los hechos a Taiwan y viceversa. La capacidad de Pekín para haber atraído las visitas de Lien Chan, el primer líder del Kuomintang que ha pisado el continente desde 1949, y de James Soong, del Partido del Pueblo Primero, una semana después, en mayo, más el anuncio de la histórica cesión de dos pandas gigantes, han terminado por imantar la política taiwanesa a la de Pekín. También entran aquí la decisión aprobada recientemente por el Parlamento taiwanés de acercar aún más su escritura al chino escrito del continente, al decidir que de ahora en adelante los documentos oficiales se escribirán de izquierda a derecha, entre otras medidas.

La aparentemente estrafalaria competencia entre Pekín y Taipei por lograr y mantener el reconocimiento diplomático en micro Estados, apuntalado con ofertas de ayuda económica y visitas de altos y prestigiosos funcionarios, pesa porque la RPC pretende que la unidad que proclama se legitime al confirmarse en cada esquina del globo. Allí están los casos más recientes de Tuvalu, Vanuatu, Tonga o Kiribati, o el igualmente pequeño de Guinea Bissau, en los últimos meses, o la gira caribeña de un mes, en 2003, de una delegación compuesta por altos miembros del Partido y empresarios, encabezados por ministra Wu Yi.

Paralelismos chinos con el exterior
Pekín da muestras de sincronización con las estructuras existentes en sus propios términos tan pronto detecta la conveniencia. Una concesión relativa ha sido la de la reciente revalorización del yuan en un 2,1%. Como en tantas decisiones, la ocasión se la ha reservado Pekín y comporta cautela. Y en el aspecto comercial aplica la solidaridad dentro de unas estructuras que no ha creado, pero cuyo fin ve provechoso. De ahí el permanente apoyo de Pekín a Moscú para el ingreso de Rusia en la OMC.

Otra habilidad es el reconocimiento de los puentes de intercambio transnacional, entre los que se cuentan los estudios y negociaciones para lograr acuerdos comerciales y tratados de libre comercio con países cuyo mercado es enorme, o que, pese a ser pequeños, o relativamente pequeños, son clave para acceder a otros. Entre éstos se cuentan Singapur, Chile, Australia y Nueva Zelanda, además de gigantes como India y Pakistán, o regiones estratégicas con recursos energéticos, como los países del Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico.

Además, hay paralelismos o posturas similares, aunque de distinto origen, con EEUU. La oposición de Pekín al Tribunal Penal Internacional, a acabar con la pena de muerte, al acceso de nuevos miembros permanentes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (porque ingresaría Japón), etc., responde a los valores y conveniencias prácticas más inmediatas de ambos países. Que el Departamento de Estado norteamericano haya declarado en octubre y diciembre pasados que Taiwan no es independiente y que EEUU no acudiría necesariamente en su defensa si fuese atacado por la RPC, y que sin embargo el Pentágono en septiembre de 2005 afirmase que China es una amenaza para la seguridad estadounidense y taiwanesa, es una postura de ambigüedad calculada y que, con la protesta china que cabía esperar, no es el meollo de la cuestión del poder.

Porque entre los retos futuros se cuenta lograr entender si es posible un acercamiento sino-estadounidense aún más notable que el actual, hipotéticamente encarnado en una dualidad: China como gran plataforma de hardware y EEUU de software, respectivamente. Y aquí entraría en juego el aspecto transnacional de la economía política internacional, que es el eslabón más débil, de presentarse como un activo por el Estado chino, porque actualmente se halla estructuralmente diseminado. Su origen está todavía muy anclado en Japón, EEUU y en las principales empresas transnacionales occidentales. Lo anterior no contradice que Pekín quiera independencia informática de raíz en su retaguardia. Aquí ha encontrado una inusitada línea de colaboración con Japón y Corea del Sur en el deseo expreso de desarrollar un sistema de código abierto tipo Linux y acabar así con la dependencia con respecto al sistema Windows, de Microsoft.

Y por supuesto, hay elementos de decidido soft power en la doctrina china expresada en la frase, wendin yadao yiqie “la estabilidad lo preside todo”, prerrequisito del éxito económico, y dualidad por la que la RPC goza de prestigio en la zona ex soviética. Allí apoya posturas represivas de seguridad nacional alejadas de los derechos humanos defendidos por Occidente, como por definición en su propio territorio. En mayo pasado el régimen uzbeco de Islam Karimov recibió un espaldarazo tras su represión en Andiyán tras la arriesgada, a ojos de Pekín, defenestración del presidente Askar Akayev en el vecino Kirguizistán.

Lo anterior no quita que Pekín no sepa entroncar con asuntos recientes de eco más benigno. Uno de ellos es la idea de la Alianza de Civilizaciones, impulsada por España con apoyo de la ONU, porque coincide con la postura china de multipolaridad. También hay un espacio vacío que se expresa en el interés del presidente chino, Hu Jintao, por explorar formas de colaboración en la iniciativa, igualmente española, de triangulación estratégica entre España, Asia y América Latina. De ello se informará durante la visita de Hu a Madrid en noviembre próximo.

Conclusiones: De todo lo anterior se desprenden algunas conclusiones. En su creciente presencia global, la RPC está llenando conscientemente todos los espacios vacíos que se le presentan. No importa lo aparentemente minúsculos que puedan parecer los Estados que ofrecen las oportunidades percibidas por Pekín.

En el caso de la unidad territorial, China la desea absolutamente confirmada en el exterior, literalmente casi a cualquier precio, para su legitimidad integral, que incluye la que puede reforzar frente a su ciudadanía. No es un reconocimiento de tipo tradicional.

Acumula títulos de valor desigual en la simbología de poder, como “socio estratégico”o “economía de mercado”, y se le reconoce la facultad de designar “destinos turísticos preferentes” en diversos continentes, y que al igual que los gestos, integran la baraja de las negociaciones prácticas, como por ejemplo ocurre con su insistente demanda de acabar con el embargo europeo a la venta de armas.

El soft power chino es difícil de evaluar porque alcanza las sólo parcialmente exploradas dimensiones de lo transnacional-competitivo, en donde entrarían en juego decisiones de larga duración de actores influyentes y procesos propios del mundo material. Los procesos de ensamblaje, una fuerza extraordinaria, no están a disposición de China porque no le pertenece el circuito de las cadenas manufactureras. Se podría argumentar de manera análoga con la diáspora de chinos influyentes a nivel mundial que no siguen “órdenes” de Pekín, pese a algunas sugerencias en ese sentido en la prensa internacional reciente.

Por último, si en el mundo no entran otras alternativas, la pugna por las materias primas se encargará de delimitar cuánto poder corresponde a cada cuál. Entretanto, en estos cuatro últimos años desde el 11-S, el poder militar chino crece muy anclado en su realidad y contrasta con el despliegue más alienado del de su señalado rival, contraste que refuerza el soft power chino.

Augusto Soto
Profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona