Tema: Coincidiendo con la celebración de la Exposición Universal de Shanghai se tratan diversos aspectos de la seguridad de China, un asunto mucho más complejo que el de la mera protección del acontecimiento.
Resumen: Este análisis se propone, primero, resaltar algunas dimensiones estructurales de la seguridad del país, por lo general poco asociadas a ella. En segundo lugar, intenta explicar las implicaciones locales e internacionales de recientes acontecimientos de inestabilidad en la Región Autónoma del Xinjiang. Por último, en relación con Asia Central, reflexiona sobre la necesidad de un enfoque más global a la hora de encarar las variadas amenazas originarias de esa zona.
Análisis: China está celebrando, con espíritu triunfalista, la Exposición Universal de Shanghai como el acontecimiento internacional más significativo organizado en su historia contemporánea. Distintos analistas aprecian que la crisis financiera mundial estaría acelerando a favor de China un cambio estructural en la distribución global de poder. A la vez, el espacio geoeconómico que constituye el Este de China, y adyacente a la Expo, se ha convertido en un importante componente para la gobernanza y la estabilidad mundiales.
Por otra parte, en la Región Autónoma del Xinjiang, y principalmente en el problema no resuelto de la convivencia interétnica entre la minoría uigur y la mayoría de etnia han, Pekín percibe unas amenazas que trascienden la posibilidad de atentados terroristas a las instalaciones de la Expo, la principal hipótesis inmediata de ataque. En tanto, los problemas de carácter identitario (y otros claramente subversivos) son enfrentados básicamente (aunque no sólo) con medidas represivas en lo inmediato, a la par que con un enfoque económico en el largo plazo.
Por otra parte, distintos acontecimientos que se desarrollan en la adyacente macrorregión centroasiática conducen a Pekín a involucrarse más en esa realidad de alcance global, en la que los países occidentales se enfrentan a unos desafíos parcialmente parecidos.
Algunas dimensiones estructurales de la seguridad de China
En julio de 2009 el presidente, Hu Jintao, declaró que la Exposición Universal de Shanghai resaltaría un modelo propio de resurgimiento económico, señalando una salida de la crisis financiera global “con liderato chino”. La declaración pareció arriesgada entonces, especialmente porque se hacía en los meses en que el mundo occidental mostraba las cifras económicas más preocupantes desde 1929 y en el caso chino aún no estaba del todo claro que el país hubiese superado la crisis. Más bien cabía esperar que aumentase la exteriorización del malestar social. Al fin y al cabo, independientemente de la crisis, en la última década el promedio de protestas anuales de todo tipo en China se acerca a las 70.000.
Los líderes chinos han seguido contando con la probabilidad de protestas comandadas por obreros desempleados organizados, o lo que es peor, semi-organizados, y encabezando a una creciente población insatisfecha. O sea, una hipótesis mucho más amenazante que las protestas estudiantiles en 1989, o que las lideradas en la misma capital por los seguidores de la secta semi-budista de Falun Gong en 1999. Las detenciones con paradero conocido y desconocido de algunos activistas sociales en los meses previos y durante la celebración de la Exposición Universal de Shanghai, reconfirman, como suele ser, la actitud defensivo-punitiva del Estado. Ésta se ha reforzado también a raíz de las recientes huelgas, debidas en buena medida a una política poco distributiva con sus trabajadores por parte de muchas exitosas empresas exportadoras de la costa.
Lo anterior, sin embargo, se da en el contexto del interesante contraste que constituyen las paradójicas dimensiones de la seguridad del país a mediados de 2010. Por un lado, China goza de la situación geoestratégica más favorable desde 1949 e incluso desde mediados del siglo XVIII. Pero a la vez enfrenta una serie de amenazas potenciales a su estabilidad precisamente en la macrorregión adyacente que rodea a la Exposición Universal de Shanghai. Se trata de un espacio geoeconómico que abarca prácticamente a la mitad este del territorio y en el que se concentra más de un 80% de la población. En él predomina abrumadoramente la etnia mayoritaria han. En esa macrorregión se manufacturan los bienes que demanda el mercado mundial. Y en sus costas desembarcan las materias primas de los países del Tercer Mundo, muchos de los cuales han aguantado la crisis en gran medida porque tienen a China como socio principal, en varios casos desde hace apenas un lustro.
Una segunda paradoja que se inscribe en el ámbito de la seguridad es que esa macrorregión más compleja que cualquiera de los polos productivos del mundo concentra tres elementos clave. Uno son sus dimensiones (un espacio del tamaño aproximado de la UE); otro es que acumula algunos problemas típicos de un país del Tercer Mundo (como un uso desordenado de la tierra, del agua o de la electricidad, además de una rampante corrupción de funcionarios públicos). Ese terreno es a la vez el músculo que da capacidad negociadora a China, no sólo por el volumen, variedad y tecnología de su producción, sino que porque la ocurrencia de una masiva piratería industrial allí da margen de poder negociador a Pekín ante otros países y bloques. Por lo anterior, el Este de China es un espacio estratégico importante para la estabilidad mundial.
A la par, ese poder, que se está acentuando, esconde una tercera paradoja. En efecto, Pekín enfrenta la coyuntura actual con una suposición de clara ganancia porque la crisis financiera mundial estaría acelerando a su favor un cambio estructural en la distribución global de poder. Así lo han comentado distintos analistas chinos que visitan Europa en estas fechas y es un dato destacado como hipótesis por François Godement en el documento A Global China Policy, editado en junio de 2010 por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).
Esa transferencia de poder en curso, que aceleraría el ascenso económico chino, convive a su vez con una cuarta paradoja. Es justamente el denominado “compromiso paradójico” (engagement paradox), que consiste en la periódica demanda (que se retrotrae a varios años antes de la crisis) para que Pekín asuma más responsabilidades internacionales. Se le hace alternada o contradictoriamente a China, definiéndosele como un país “socio” o “amenazante”. Una de las más recientes constataciones de esta contradicción se recoge en el documento Trilateral Cooperation in the 21st Century. First Summary Report of the Trialogue21 Initiative, publicado por el EastWest Institute en diciembre pasado. Con todo, la perspectiva amenazante de China se desdibuja bastante si se consideran los aspectos de debilidad señalados más arriba, a los que se suma el dato de que el país ocupó el puesto 92en el índice de desarrollo humano de Naciones Unidas de 2009.
Igualmente, el poder que se le atribuye al país se relativiza si se considera que, aparte de las conocidas cuestiones del Tíbet y Xinjiang (y de Taiwán), Pekín afronta cuatro situaciones externas complejas. De ellas dos tienen un carácter nuclear (las conocidas crisis con Corea del Norte e Irán que se han vuelto a activar en los dos últimos meses). Se puede argumentar que, hasta ahora, son situaciones de crisis controlada, pero no se puede negar que en escenarios mal resueltos le generarían a China una ola de refugiados o le complicarán su aprovisionamiento energético, respectivamente. Otra crisis, la desencadenada en Kirguizistán en junio entre kirguises y uzbecos, atañe a la convivencia interétnica y de facciones y tiene un alto potencial de propagación regional. A ella se suma Afganistán, un conflicto neurálgico para la interrelacionada macrorregión euroasiática y que igualmente agrega elementos de complejidad a la situación china.
Algunos novedosos aspectos de la seguridad en el Xinjiang
Entre las medidas de seguridad adoptadas durante la Expo, teniendo en mente a grupos islámicos radicales xingjianeses con vínculos centroasiáticos e internacionales, se cuenta la activación de la Iniciativa Global para Combatir el Terrorismo Nuclear.
Las medidas de prevención se combinan con adicionales medidas desarrollistas que Pekín ha privilegiado a la hora de enfocar su estrategia de estabilidad y seguridad a largo plazo. Esto es, el modelo natural que aplica en el Este costero. Por ejemplo, como medida preventiva, el Gobierno de la Región Autónoma del Xinjiang anunció el pasado enero que incrementaría los gastos de seguridad en un 88% en relación con el año anterior. Entretanto, el Buró Político del Partido Comunista acordó en abril establecer una zona económica especial en la estratégica ciudad de Kashgar. Y como ocurre con el Tíbet (pese a que en ambos casos hay miembros de las minorías étnicas beneficiadas por las modernizaciones), sigue constatándose que una importante proporción de población local se siente ajena a este impulso, porque no es originario del lugar o porque no ve los beneficios comparativos.
A mediados de 2010 ya hay perspectiva suficiente como para apreciar que el caso de la seguridad del Xinjiang es más complejo y explosivo que el del Tíbet. Este aspecto distintivo se vio claramente en la última crisis interétnica de julio de 2009, cuando se produjo el mayor levantamiento en el Xinjiang desde 1949. Al cabo de un año no queda del todo claro si Pekín dispone de las capacidades para enfrentarse a los multidimensionales desafíos que representa ese incidente en el medio y largo plazo. Como se recuerda, fue un levantamiento originado a más de 3.000 kilómetros de Xinjiang: se generó por un bulo difundido por llamadas de teléfono móvil y SMS desde Cantón, transmitido por uigures que habían resultado víctimas en una riña. Llegó al Xinjiang y provocó la ira uigur contra la mayoritaria etnia han.
El segundo aspecto novedoso es que la veloz evolución de la crisis incidió en la ya deficiente aproximación de las autoridades locales para captar los alcances internacionales del etnonacionalismo en los acontecimientos que tienen lugar en Eurasia tras la caída de la URSS.El conflicto de hace un año condujo a China a polemizar con Turquía. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, afirmó que Pekín estaba practicando “un tipo de genocidio” en el Xinjiang. Irán también protestó, aunque en otros términos. En el caso de Turquía, porque además de tratarse de un país musulmán, hay sentimientos de solidaridad lingüística dado que los uigures chinos hablan una lengua de la familia túrquica. Erdogan amenazó con llevar el caso al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Como se sabe, esa crisis dejó un saldo de 184 víctimas mortales, de las cuales 137 fueron de etnia han, 46 uigures y una de etnia hui. La comunidad uigur en el exterior declaró que el balance de víctimas fue muy superior.
El tercer aspecto novedoso en el conflicto (por su mayor alcance que en otras crisis anteriores) fue que reflejó que China ya es una potencia global por la exposición de sus intereses en el exterior. En efecto, pocas horas después de que el choque interétnico alcanzase su punto más álgido, la consultora internacional Stirling Assynt, con sede en Londres, informó al diario China Daily que al-Qaeda en Argelia, donde trabajan 50.000 ciudadanos chinos, había anunciado represalias contra intereses chinos allí y en el Magreb. Más amenazas llegaron posteriormente desde otras partes del mundo.
El cuarto aspecto novedoso fueron las circunstancias del reemplazo de las autoridades locales tras la crisis, empezando por la sustitución de la autoridad máxima, Wang Lequan, jefe del Partido Comunista en el Xinjiang durante los 15 años anteriores. Cierto es que su salida, el 25 de abril, se dio de acuerdo al ritmo del gobierno y ocurrió varios meses después de la crisis y pocos días antes de la inauguración de la Expo. Pero estuvo precedida en septiembre pasado por la inusual presión de la etnia han local (no de la uigur), que logró que fueran destituidos el secretario general de la capital del Xinjiang y el jefe local de la policía.
Hacia un enfoque más global de las amenazas a la estabilidad
Las percepciones de Pekín de su seguridad en el Xinjiangestán algo desfasadas en relación con las que son obviamente externas. En la más reciente reunión de líderes de la Organización para la Seguridad de Shanghai (OCS), celebrada en Tashkent en junio de 2010, Moscú y Pekín anunciaron que otorgarían una importancia mayor al combate contra el tráfico de drogas, relacionándolo más directamente con el terrorismo, el separatismo y el extremismo, tanto internos como de carácter centroasiático y caucásico.
En este terreno convergen dos preocupantes indicadores de signo opuesto. Según el reciente informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, en los últimos cinco años el consumo de opio en Afganistán se ha incrementado en un 53%. Como es sabido, su cultivo sirve a los agricultores locales, además de a la insurgencia y al terrorismo. Paralelamente, en los últimos meses se ha expandido el rumor de que una plaga que ha comenzado a diezmar los cultivos de opio ha sido introducida artificialmente por las fuerzas de la OTAN que combaten a talibán y a al-Qaeda.
Los datos anteriores se superponen con las estimaciones económicas de las reservas de litio, cobre, hierro, cobalto, oro y niobio que atesora Afganistán en su subsuelo, de rango mundial y reveladas por el New York Times el 14 de junio.Ese dato puede conducir a que, más pronto que tarde, China, además de las empresas occidentales, profundice su presencia minera en el vecino país. Probablemente lo haga siguiendo el modelo que ha aplicado en algunos países africanos donde tiene intereses. Si esta hipótesis es correcta, en un futuro China debiera desplegar dispositivos de seguridad propios en torno a las minas para garantizar la extracción de esos minerales.
Y así, previsiblemente los talibán y las ramas de al-Qaeda se concentrarán más en procurar atacar intereses chinos allí donde los vean, relacionando temas de soberanía local con la solidaridad internacional en asuntos tales como la situación de los uigures en China. A su vez, cabe pensar que las acciones de Pekín en Afganistán, como le ha ocurrido a Occidente en Irak y Afganistán, podrían reforzar la emergencia de “lobos solitarios” (no las células organizadas, más fáciles de detectar), que son considerados por las agencias de inteligencia occidentales como uno de los mayores peligros de atentados terroristas futuros. Recuérdese como referencia, y como se vio con el bulo llegado de Cantón al Xinjiang, actualmente las noticias alteradas se transmiten rápidamente y se interpretan acríticamente, como es propio a todo rumor.
Volviendo al Xinjiang, es cierto que en los últimos tiempos Pekín se ha esforzado en intentar conocer mejor su realidad interna y los lazos internacionales de la etnia uigur. Este esfuerzo lo han desplegado grupos de análisis del Partido Comunista de China y de las Academias de Ciencias Sociales, tanto en Pekín como en Shanghai y en Xinjiang. Algunos investigadores de etnia han se acercan a los uigures con refinamiento y franqueza. Conversan y comen juntos, discuten sus posturas, incluso se arreglan el cabello al “estilo uigur”, según sabe este autor de fuentes fiables.
El problema reside en que este conocimiento de lo que realmente piensan los líderes de opinión de la etnia uigur no llega a las altas esferas decisorias o simplemente no se considera en el momento de unas crisis. En ellas, hasta ahora, se actúa tarde y con toda la contundencia del Estado dictatorial. Al fin y al cabo se pone más bien el acento en la detección técnica de probables levantamientos o atentados y menos en la labor de “comprensión del otro”. Es decir, se descuida la captación de las motivaciones reales de quienes se resisten pasivamente, no aceptan el orden chino o lo cuestionan por distintos medios.
El profesor Pan Guang, director del Centro de Estudios de la OCS en Shanghai, asesor de asuntos antiterroristas de esa municipalidad y del Ministerio de Seguridad Pública, además de miembro del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones de Naciones Unidas, recalca la buena convivencia que han tenido los colectivos judíos y musulmanes asentados en China en algunos momentos de la época contemporánea. Se trata de un dato que merecería una reflexión ampliada a la luz de lo que ha estado ocurriendo en el Oeste de China.
Conclusiones: Conviene recordar que China convive hoy con los desafíos inherentes al gran espacio geoestratégico que constituye la parte Este de su territorio, convertido hoy en uno de los factores de la estabilidad y de potencial perturbación para la gobernanza y seguridad globales.
Por otro lado, en Xinjiang, entendido como puerta hacia la complejidad de Eurasia, Pekín también trata ya con asuntos de alcance mundial, como se comprobó hace un año en la crisis interétnica entre las etnias uigur y han. Otro tanto ocurre con el foco de conflicto en Afganistán, cada vez con mayores derivaciones para China. Paralelamente, el conflicto de Kirguizistán, iniciado este mes de junio, previsiblemente reforzará aún más la atención de Pekín en los asuntos centroasiáticos.
Adicionalmente, la suma de asuntos críticos a los que está haciendo frente China se podría entender como un punto de inicio para un mayor intercambio de experiencias internas de gobernanza y conflicto entre los países de Eurasia y de Occidente en su conjunto, puesto que atañen a la gobernanza global y a la seguridad mundial. Si realmente la crisis financiera está alterando la estructura global de poder a favor de China, una idea así es más pertinente de lo que pudo pensarse antes de la crisis.
Por último, cabe reflexionar sobre la conveniencia de que China se mantenga como una potencia pragmática aunque respetando más el aspecto normativo del actual sistema internacional y adoptando un mayor compromiso internacional (una apreciación significativa del yuan, por ejemplo), lo que podría redundar más de lo que piensa Pekín en el mundo que le afecta.
Augusto Soto
Consultor y profesor en ESADE