Tema: Al-Qaeda y su estrategia de desgaste se han visto gravemente menoscabadas con la muerte de Osama bin Laden, pero su verdadero legado es un terrorismo global de carácter polimorfo y con múltiples focos, que supone para las sociedades occidentales una amenaza compuesta y especialmente compleja.
Resumen: La muerte de Osama bin Laden, que puede considerarse un éxito para la estrategia contraterrorista del presidente Barack Obama, no supone el fin de al-Qaeda, y mucho menos de la amenaza del terrorismo global. Pero, del mismo modo que deteriora aún más a aquella estructura terrorista y a su estrategia de desgaste, puede incidir a corto y medio plazo sobre el modo en que se configura el entramado transnacional del terrorismo yihadista. Mientras tanto, este fenómeno mantiene su carácter polimorfo y se encuentra, paradójicamente si se quiere, extendido como nunca antes en una multiplicidad de focos de amenaza terrorista. En la urdimbre del terrorismo global es posible distinguir analíticamente cuatro grandes componentes: (1) al-Qaeda; (2) sus extensiones territoriales; (3) los grupos y las organizaciones afines; y (4) las células independientes e individuos aislados. La amenaza que el terrorismo global plantea para distintos países o regiones del planeta dependen precisamente del modo en que eventualmente se combinen diferentes actores correspondientes a esos distintos componentes. Y de cualquiera de ellos pueden provenir represalias por el abatimiento de Osama bin Laden.
Análisis: Cuando el domingo 1 de mayo el presidente de EEUU, Barack Obama, anunció la muerte de Osama bin Laden, dijo que suponía el logro más significativo en los esfuerzos de su país por derrotar a al-Qaeda. Tiene razón en ello, porque la estrategia de al-Qaeda es una estrategia de desgaste. No necesita ganar, sino sencillamente evitar ser derrotada. No necesita tomar el poder en algún país de población mayoritariamente musulmana ni cumplir con la quimera de reconstituir el Califato, como proclama su propaganda. Su métrica de victoria consistía y consiste, básicamente, en seguir perpetrando atentados y proyectar una imagen de vanguardia e indestructibilidad. Esta aparente capacidad de persistencia y de fortaleza organizativa es para los terroristas algo próximo o equivalente al éxito. Y el hecho de que, 10 años después de los atentados del 11 de septiembre, el icono por antonomasia del yihadismo global, Osama bin Laden, no hubiera sido hallado, reforzaba extraordinariamente esas percepciones, generando en unos pesimismo sobre las políticas contra el terrorismo internacional y en otros motivaciones para contribuir al mismo. Haber dado con su paradero y dejar a al-Qaeda sin el líder carismático e indiscutido que estableció en 1988 ese núcleo fundacional del yihadismo global es el resultado más importante de la nueva estrategia para combatir el terrorismo adoptada por el actual mandatario norteamericano, aunque en buena medida descansa sobre avances de la anterior Administración republicana.
El presidente Barack Obama presentó públicamente dicha estrategia en marzo de 2009. Al hacerlo, subrayó cuatro cuestiones que ahora adquieren una particular relevancia. En primer lugar afirmó que su principal objetivo contraterrorista era “desbaratar, desmantelar y derrotar a al-Qaeda”. Importa reseñar que su discurso a este respecto no estaba informado por analistas que desde hace años sostienen la idea de que esa estructura terrorista ya no existe como tal, que se habría transformado en una ideología o en un movimiento, sino todo lo contrario. En segundo término sostuvo que “casi con toda certeza” Osama bin Laden se encontraba en las montañosas zonas tribales al noroeste de ese segundo país. Cosa que así era al menos entre 2002 y 2005, año en que su presencia fue detectada por última vez con evidencia suficiente, pero muy probablemente también con posterioridad. En tercer lugar aseguró que “Pakistán debe demostrar su compromiso de erradicar a al-Qaeda y a los extremistas violentos dentro de sus fronteras”. Una observación que obedecía a las ambigüedades y reticencias de las autoridades paquistaníes, especialmente de las militares, a la hora de tratar el terrorismo yihadista. Por último, el presidente norteamericano advirtió que EEUU “insistirá en que se actúe, de un modo u otro, cuando tengamos inteligencia sobre blancos terroristas de alto nivel”. Estos cuatro asuntos, mutuamente relacionados entre sí, ayudan a interpretar la muerte de Osama bin Laden y el contexto en que se ha producido, al tiempo que invitan a reflexionar acerca de todo ello y del futuro de al-Qaeda y del terrorismo global en su conjunto.
Desbaratar, desmantelar y derrotar a al-Qaeda era una finalidad contraterrorista más precisa y, en cierto modo, menos ambiciosa, que la de enfrentarse a los extremismos violentos en todo el mundo formulada como una guerra global al terrorismo por la Administración precedente de George W. Bush. En virtud de su definición, pese al éxito alcanzado con la muerte de Osama bin Laden, la deficiencia más notable de la nueva estrategia contraterrorista de, literalmente, guerra a al-Qaeda, tal y como fue adoptada por el presidente Obama, reside en carecer de una adecuada atención global a la amenaza terrorista. Cosa que quedó de manifiesto con los ajustes que las autoridades estadounidenses se vieron obligadas a introducir urgentemente después de que un individuo de origen nigeriano, pero a instancias de al-Qaeda en la Península Arábiga, basada en Yemen y no en las zonas tribales de Pakistán, tratara de hacer estallar en vuelo el 25 de diciembre de 2009 una aeronave comercial norteamericana cuando, procedente de una ciudad europea, se aproximaba al aeropuerto de Detroit. De igual modo, se trata de una estrategia que tiende a privilegiar la detención o muerte de individuos especialmente señalados, pertenecientes a cuadros medios y superiores de al-Qaeda, en el convencimiento de que destruir a esta estructura terrorista suponía, en la práctica, acabar con la amenaza más grave que tiene ante sí EEUU y estrangular al resto del yihadismo global. Aquí, la estrategia adolece de falta de atención a los procesos de radicalización violenta que reproducen este fenómeno dentro y fuera de la sociedad norteamericana.
Éxito para la estrategia contraterrorista de Obama
En cualquier caso, los medios militares y las labores de inteligencia han continuando siendo preferentes en la implementación de la estrategia contraterrorista del presidente Obama, al igual que lo fueron durante la anterior Administración republicana pero con un énfasis diferente, como difícilmente podría ser de otro modo tratándose de una estructura terrorista como al-Qaeda, cuyos remanentes y líderes se encuentran en suelo de Pakistán. No en vano, a la muerte de Osama bin Laden ha llevado, por una parte, el extraordinario incremento en los ataques norteamericanos mediante misiles lanzados desde aeronaves no tripuladas contra blancos de al-Qaeda en, sobre todo, Waziristán del Norte. La frecuencia de dichos ataques aumentó vertiginosamente desde que Barack Obama asumió la presidencia de EEUU. Si entre 2004 y 2008 se registraron, en total, 42 de esos ataques en las zonas tribales de Pakistán, sólo en 2009 fueron 53 y en 2010 alcanzaron la cifra de 118. En lo que iba transcurrido de 2011 hasta que se produjo el abatimiento de Osama bin Laden en Abbottabad, se habían lanzado más de 20 ataques con misiles en aquella misma demarcación. Esta aceleración obedece en parte a la renuencia paquistaní a intervenir militarmente en esa región pero ha ocasionado muy graves desavenencias bilaterales y no carece de repercusiones contraproducentes, por la hostilidad con que los ataques son percibidos por la población local. Es verosímil que, a la vista del creciente número de mandos de al-Qaeda que iban siendo alcanzados por el reiterado impacto de esos misiles, el propio Osama bin Laden tomase la decisión que antes de él habían tomado otros destacados subordinados suyos, de trasladarse desde las inaccesibles montañas de las zonas tribales de Pakistán al entorno, menos proclive a la labor de los informantes, de alguna de sus densamente pobladas zonas urbanas o metropolitanas.
Por otra parte, a la muerte de Osama bin Laden ha llevado también una prolongada y minuciosa labor de inteligencia a cargo de la CIA, que con su operación recupera, dentro y fuera de EEUU, un prestigio como agencia de seguridad que se vio muy deteriorado primero al tenerse conocimiento de errores cometidos en la valoración de la amenaza terrorista previa a los atentados del 11 de septiembre y posteriormente a, precisamente, su incapacidad para dar con el paradero del máximo dirigente de al-Qaeda. Pero es dudoso que la información en base a la cual haya sido elaborada dicha inteligencia provenga, siquiera en parte, de aquel compromiso que las autoridades paquistaníes, en palabras de Barack Obama, tenían que demostrar. De hecho, la advertencia que el presidente de EEUU incluyó en la presentación de su estrategia contraterrorista centrada en Afganistán y Pakistán, hace ahora poco más de dos años, se refería a la pasada inacción contra líderes de al-Qaeda identificados en ese segundo país, cuando la operación contra los mismos quedaba en manos de los servicios de seguridad y de los militares del mismo, que en alguna ocasión incluso llegaron a alertar al propio emir de la estructura terrorista de que había sido detectado por la CIA o de la inminencia de un ataque contra el lugar en que se encontraba. Aunque el discurso del presidente Obama sea conciliador a este respecto, que Osama bin Laden se hallara escondido en un recinto llamativamente protegido, próximo a la academia militar paquistaní y relativamente cercano a Islamabad, suscita una vez más dudas sobre la manera poco unívoca con que las autoridades paquistaníes abordan el tema de al-Qaeda. Es conocido que los servicios de inteligencia paquistaníes han patrocinado el terrorismo yihadista desde hace años, al considerarlo un instrumento estratégico de política exterior, especialmente en su obsesión con la India.
Una estructura terrorista todavía más menoscabada
Osama bin Laden muere en un momento en el que, según todos los indicios, al-Qaeda parece tener objetivamente degradadas sus capacidades operativas, cuenta con un número de miembros propios que posiblemente no llegue al millar, ha visto muy aminoradas sus infraestructuras terroristas desde que se reubicó en las zonas tribales al noroeste de Pakistán y ha ido progresivamente perdiendo apoyo popular en los países con sociedades mayoritariamente musulmanas, aunque continúe siendo entre sustancial y notable en algunos de ellos. Esto ayuda a entender por qué, tras la muerte de Osama bin Laden, las expresiones de protesta y los disturbios en esos países han sido mucho más limitados en su alcance de lo que a buen seguro hubiese ocurrido si el líder de al-Qaeda hubiera sido abatido en los años inmediatamente posteriores a los atentados del 11 de septiembre. Cabe relacionar dicho declive en los niveles de apoyo popular hacia al-Qaeda y sus actividades con el hecho de que, desde al menos 2004, ha ido quedando de manifiesto que la inmensa mayoría de las víctimas del yihadismo global eran musulmanes, a los que los doctrinarios del terrorismo islamista negaban esa condición, al no conducirse de acuerdo con la voluntad de sus dirigentes. También con el hecho de que haya habido autoridades con reconocido título religioso cuyas voces contrarias a al-Qaeda se han dejado finalmente sentir a lo largo del mundo islámico, incluyendo las de influyentes doctrinarios salafistas del mundo árabe que en el pasado estuvieron alineados ideológicamente con esa estructura terrorista.
Ahora bien, ni al-Qaeda había dejado de existir, como muchos aducían utilizando una retórica atractiva pero sin fundamento, ni va a dejar de existir a corto y medio plazo. Es más, a lo largo de la última década, esa estructura terrorista ha dado muestras más que sobradas de su habilidad para adaptarse a circunstancias francamente adversas y ampliar su influencia más allá del sur de Asia donde se encuentra establecida. Y, además de la permisividad del entorno político y social, lo que ha permitido que al-Qaeda sobreviva no es, como a menudo se aduce, su carácter descentralizado y reticular, sino, bien al contrario, su articulación jerárquica, el hecho de tratarse de una entidad organizada, dotada de liderazgo y estrategia. Por eso mismo, al-Qaeda sufre un especial menoscabo con la pérdida de Osama bin Laden, el alcance simbólico de cuyo liderazgo difícilmente puede ser reemplazado. Pero al-Qaeda va a continuar existiendo y contará con un nuevo emir, probablemente el egipcio Ayman al Zawahiri, que desde hace años se desenvuelve como estratega del terrorismo global, aunque quizá no concite el mismo consenso que Osama bin Laden dentro de la propia estructura terrorista en cuya jerarquía de mando ejerce como segundo desde sus mismos inicios, ni el asentimiento de todos los actores que, relacionados con la misma, constituyen ese polimorfo fenómeno. También hay que tener en mente a otros destacados integrantes del Majlis al Shura o consejo directivo central de al-Qaeda, fundamental en la toma de decisiones y la gestión cotidiana de la estructura terrorista, como Saif al Adil, Ali Sayyid Muhamed Mustafa al Bakri, Abu Khalil al Madani, Muhammad Abaytah, Abuy Yayha al Libi y Adnan Shukrijuma.
Buen ejemplo de que al-Qaeda mantiene su empeño de llevar a cabo atentados letales y espectaculares en las sociedades abiertas del mundo occidental es de cualquier modo que, apenas unos días antes de que su líder fuese abatido en Abbottabad, fueron detenidos en Alemania tres individuos, relacionados con el núcleo de liderazgo de al-Qaeda en Pakistán, acerca de los cuales existen fundados indicios para sospechar que se preparaban para cometer atentados suicidas en dicho país. Es previsible que este tipo de noticias sigan siendo recurrentes en los próximos años, en el ámbito de las sociedades occidentales en general y de las europeas en particular, aunque haya países que puedan considerarse más afectados que otros. Además de al-Qaeda, como fuente de amenaza terrorista para el mundo occidental continuará existiendo el resto de los componentes de la urdimbre del terrorismo yihadista desarrollada a lo largo de la última década, paradójicamente más extendida hoy que nunca antes pese al aminoramiento de su núcleo fundacional. Esa multiplicidad de focos de la amenaza terrorista incluye escenarios, no todos ellos igualmente preocupantes, en los que se ubican, a veces compartiendo una misma demarcación y mutuamente relacionados entre sí, los otros tres grandes componentes del la urdimbre del terrorismo global, además de la propia al-Qaeda. Porque el actual terrorismo global no se reduce al terrorismo de al-Qaeda.
¿Cuál es el verdadero legado de Osama bin Laden?
Hasta la muerte de Osama bin Laden, al-Qaeda era no sólo el núcleo fundacional sino la matriz permanente de referencia para el resto de los actores colectivos e individuales inmersos de una u otra manera en el entramado del terrorismo global inspirado en una común ideología denominada salafismo yihadista. No quiere esto decir que vaya a dejar de serlo, pero existe la posibilidad de que su centralidad se vea erosionada con un nuevo liderazgo de perfil inferior al de su máximo dirigente perdido. Por otra parte, a diferencia de lo que ocurría cuando se perpetraron los atentados del 11 de septiembre, hace ya tiempo que al-Qaeda ni es la mayor de las entidades implicadas en el actual terrorismo global ni la que más atentados idea, planifica, prepara y ejecuta por sí misma. En la urdimbre de este fenómeno, tras haber sido abatido Osama bin Laden, sigue siendo analíticamente posible distinguir cuatro grandes componentes: (1) la propia al-Qaeda, ahora todavía más menoscabada, una vez privada de su líder más carismático; (2) las extensiones territoriales que dicha estructura terrorista ha conseguido establecer, de uno u otro modo, entre 2003 y 2007, especialmente al-Qaeda en la Península Arábiga, al-Qaeda en Mesopotamia y al-Qaeda en el Magreb Islámico; (3) el heterogéneo conjunto de grupos y organizaciones afines o asociadas a al-Qaeda, entre las que, en estos momentos, destacarían Therik e Taliban Pakistan, al-Shabaab, Lashkar e Toiba y la Unión de Yihad Islámica; y (4) las células locales e independientes constituidas de manera aparentemente espontánea, e incluso los individuos aislados que, una vez radicalizados, se plantean actuar por su cuenta.
Las amenazas que el terrorismo global plantea para distintos países o regiones del planeta dependen precisamente del modo en que eventualmente se combinen diferentes actores analíticamente adscribibles a esos distintos componentes. En los principales escenarios del terrorismo global, tanto en el sur de Asia como en Oriente Medio o el Norte y Este de África, donde los atentados constituyen una realidad entre frecuente y muy frecuente, se puede observar que hay actores predominantes cuyas actividades son a menudo complementadas con la acción de otros asimismo pertenecientes al mismo entramado yihadista. En las sociedades del mundo Occidental, pese a que no es inusual leer o escuchar lo contrario, ni las células o grupúsculos locales independientes ni los individuos aislados son la única o más importante fuente de amenaza terrorista. Esta seguirá procediendo también de al-Qaeda, aunque previsiblemente en menor proporción, y, sobre todo, de sus distintas extensiones territoriales, o de algunos de los diferentes grupos y organizaciones afines a aquella estructura terrorista. Más aún, es particularmente verosímil que, tratándose de una amenaza que tiene una doble dimensión exógena y endógena, se entremezclen actores correspondientes a dos o más de los aludidos cuatro componentes, dando como resultado una amenaza más compleja, de naturaleza compuesta.
Conclusión: La muerte de Osama bin Laden puede considerarse un éxito para la estrategia contraterrorista del presidente Barack Obama, centrada en, literalmente, una guerra contra al-Qaeda en el escenario conjunto que forman Afganistán y Pakistán. Pero ni detener o abatir a Osama bin Laden era el único importante desafío que dicha estrategia deberá afrontar ni su desaparición supone en modo alguno el fin de al-Qaeda, mucho menos de la amenaza del terrorismo global en su conjunto. Pero, del mismo modo que deteriora aún más a esa estructura terrorista y a su estrategia de desgaste, puede incidir a corto y medio plazo sobre el modo en que se configura el entramado transnacional del terrorismo yihadista. Mientras tanto, éste fenómeno mantiene el carácter polimorfo que ha venido adquiriendo en los últimos años y se encuentra, paradójicamente si se quiere, extendido como nunca antes en una multiplicidad de focos de amenaza terrorista. En la actual urdimbre del terrorismo global seguirá siendo posible distinguir, después de Osama bin Laden, cuatro grandes componentes: (1) la propia al-Qaeda; (2) sus extensiones territoriales; (3) los grupos y las organizaciones afines; y (4) las células independientes e individuos aislados. La amenaza que el terrorismo global plantea para distintos países o regiones del planeta depende del modo en que eventualmente se combinen diferentes actores correspondientes a esos distintos componentes. Este es el verdadero legado de Osama bin Laden.
Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos