Tema[1]
La desigualdad es un problema grave y extendido en América Latina, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global. A pesar del relato, los datos sugieren que no parece razonable considerar que nada ha pasado en América Latina en la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Han pasado muchas cosas y la mayor parte de ellas positivas.
Resumen
Los datos confirman que, en términos de distribución de la renta, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Existe una extensa literatura académica que analiza los orígenes históricos y la evolución de este grave problema no sólo moral, sino también político y económico.
La desigualdad es por tanto un problema grave y extendido en la región, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global. Sin embargo, la mayoría de los países latinoamericanos han tenido un éxito relativo es su empeño –explícito o implícito– de reducción de la desigualdad.
Análisis
Mapa de la desigualdad: coeficiente Gini, 2019
Los datos, esta vez sí, confirman que, en términos de distribución de la renta, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. Existe una extensa literatura académica que analiza los orígenes históricos y la evolución de este grave problema no sólo moral, sino también político y económico.
La Figura 1 toma los datos que Our World in Data obtiene del Banco Mundial y muestra que entre los 25 países con peor distribución de la renta –sobre un total de 89 economías– figuran 16 países latinoamericanos.
Figura 1. Índices Gini, circa 2023 (16 países de América Latina entre las 25 economías del mundo con peor distribución del ingreso)
La desigualdad es por tanto un problema grave y extendido en la región, tanto en términos absolutos como relativos respecto a la economía global.
La Figura 2 describe la frontera de desigualdad global que configuran los Índices Gini de estas 89 economías. Se ha construido sin ponderar por población o por tamaño de la economía, por lo que más que un indicador sintético de la desigualdad global lo que traza es el éxito o fracaso de esas 89 economías en su objetivo de reducir los Índices de Gini, una medida popular de la desigualdad pero que, no hay que olvidar, no capta todas las dimensiones del problema: discriminación en el acceso a la salud, a la educación, sesgos de género, discriminación racial, intergeneracional, igualdad de oportunidades o movilidad social.
Figura 2. Frontera global de la desigualdad (promedio móvil sin ponderar por población o PIB de los Índices de Gini de 89 economías entre circa 1980 y circa 2023)
Puede observarse que los máximos en los Gini se registraron entre los años 80 y 90 del siglo pasado y que, hasta la pandemia, a lo largo de las dos décadas del siglo XXI ha habido un intenso y sostenido proceso de reducción de los valores de esos indicadores. El mínimo se alcanzó en 2011, momento en el que nuevamente el indicador agregado comenzó a aumentar. El promedio del periodo es un Gini global de 0,36 y una reducción entre 2001 y 2019 del 7%.
Tomando esas referencias se ha construido la Figura 3 en el que se representan los Índices de Gini más recientes de esas 89 economías –eje vertical– y los cambios que se han acumulado en ellos a lo largo de estas dos décadas.
La figura distingue cuatro cuadrantes: países con Gini por encima de la media pero que en estos 20 años han reducido su nivel de desigualdad más que el promedio del total de países (Cuadrante I), países con Gini por debajo de la media y en los que se ha reducido más que en el promedio (Cuadrante II), países con desigualdad menor que la media, pero en aumento (Cuadrante III), y países con desigualdad por encima de la media y en los que la brecha ha seguido aumentando (Cuadrante IV).
Figura 3. Variación del Índice Gini en siglo XXI (14 países de América Latina en cuadrante que indica Gini altos, pero reduciéndose)
Como puede observarse, la mayor parte de los países latinoamericanos (14) se sitúan en el Cuadrante I, los dos que están por debajo de la media (El Salvador y Venezuela, con datos sólo hasta 2006) en el Cuadrante II, y Colombia, Costa Rica y Nicaragua (que ya estaban por encima de la media global de desigualdad) en estas dos décadas han agravado su situación de desigualdad. Junto a ellos están economías desarrolladas (EEUU), países africanos (Tanzania y Burkina Faso), asiáticos (Laos e Indonesia) y europeos emergentes (Rumanía).
Junto a estos fracasos, la mayoría de los países latinoamericanos han tenido un éxito relativo es su empeño –explícito o implícito– de reducción de esta dimensión de la desigualdad.
La Figura 4 muestra que, entre las nueve economías más grandes de la región, ocho –la excepción es Colombia– habían conseguido en el año 2020 situarse en el valor más bajo de la brecha frente a la mediana mundial.[2] Particularmente destacables son las trayectorias de Republica Dominicana y Uruguay, dos economías muy cercanas ya a la frontera global. En términos de mayores éxitos, Brasil encabeza el ranking y México se sitúa en segunda posición. Un hecho nada menor ya que se trata de las dos economías más grandes de América Latina que concentran más del 60% del PIB regional.
Figura 4. Reducción en América Latina de la brecha frente a la Frontera Global de Desigualdad (salvo Colombia, todos los países de América Latina están en valores mínimos de distancia a la Frontera
Interpretar correctamente los factores que están detrás de esta evolución es muy complejo porque sobre el resultado han influido un gran número de factores.
Por supuesto, una mejor evolución macroeconómica y un menor número de crisis sistémicas, la apertura al exterior y el consiguiente debilitamiento del poder de los grupos captadores de rentas, pero también políticas públicas específicas como los efectos acumulados del aumento del gasto público en educación, salud y otras políticas sociales.
Dentro de ellas, por su naturaleza y capacidad de innovación destacan las nuevas generaciones de políticas públicas de “transferencias condicionadas” (PTC).
La primera fue Progresa en México en 1997, después denominada México Oportunidades, pero la más famosa internacionalmente ha sido Bolsa Familia de Brasil.
En estos 20 años se han puesto en marcha 30 programas de este tipo en 20 países de la región, convirtiendo América Latina en el mayor laboratorio en el mundo de políticas sociales. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la cobertura de esos programas había pasado de menos de un millón de personas en 1996 a 132 millones en 2015 –el 20,9% de la población regional– y, en términos de hogares, de menos de 300.000 hogares en 1997 a 29,8 millones en 2015, el 17,5% del total de hogares de América Latina.
La Figura 5, tomado del referido documento de la CEPAL, cuantifica por países el importe de la inversión en PTC. Para el conjunto de América Latina esa inversión equivalía hacia 2015 al 0,33% del PIB, pero en Ecuador, Argentina y Brasil está por encima del 0,5% del PIB.
Figura 5. Políticas de transferencias condicionadas: la gran innovación en las políticas públicas… nacidas en América Latina (% de inversión respecto al PIB de los 30 programas de este tipo vigentes en América Latina; circa 2015, CEPAL)
Aunque las PTC fueron diseñadas para combatir la pobreza más que la desigualdad y aunque tengan también consecuencias no deseadas sobre los incentivos políticos y económicos, sin duda, han marcado una nueva etapa en la historia de las políticas sociales del continente.
Un continente que además de los avances –insuficientes– en la lucha contra la desigualdad también ha cosechado un significativo éxito en la reducción de la pobreza, sobre todo de la pobreza extrema.
La Figura 6 compara la evolución de la pobreza y la distribución del ingreso por los tramos de renta habituales en la literatura académica entre la economía global y América Latina.
Figura 6. Distribución de la población de América Latina y del mundo por umbrales de renta: pobreza extrema, pobreza y clases medias vulnerables y consolidadas en el mundo
El dato más importante de la figura es la desaparición en América Latina de la pobreza extrema, es decir, del porcentaje de personas que viven con menos de un dólar diario. En el mundo, en 2019, pese a los compromisos 2030, todavía quedaban 115 millones de personas condenadas a la miseria, pero América Latina había conseguido sacar de ella a los 24 millones de personas que tenía en 1990.
De igual forma, el número de personas que vivían con rentas entre un dólar y 2,15 dólares pasó de 46 millones a 25 millones, se estabilizó en 100 millones el número absoluto de personas que estaba en el tramo entre 2,15 y 3,65 dólares, casi dobló el número de personas que estaban entre 6,85 y 10 dólares (de 59 a 93 millones) y añadió 200 millones de personas al segmento que vive con entre 10 y 20 dólares diarios.
Es un resultado extraordinario, muy poco frecuente en la historia de los países emergentes.
El resultado de todo este proceso fue que, en 2019, América Latina había conseguido convertirse como región en una sociedad de ingresos medios: el 56% de los latinoamericanos tenían una renta diaria superior a los 10 dólares frente al 41% de la población global. Es más, el 30% tenía ingresos diarios entre los 10 y los 20 dólares, casi el doble que el conjunto de la población total del mundo. 20 años antes esa proporción era de tan sólo el 12% frente al 8% mundial.
Aunque la renta per cápita diaria no es el único atributo de una sociedad de clases medias (máxime si ese ingreso está sujeto a incertidumbre y volatilidad que las hacen vulnerables y susceptibles de volver a caer en la pobreza) es evidente que en América Latina se ha producido un cambio positivo (y muy disruptivo) en las expectativas de su ciudadanía.
Gestionar esas expectativas es seguramente tan importante hoy para el futuro de la democracia y del bienestar, como en el pasado lo fue convencer a la población de que no existía una maldición latinoamericana que les condenaba a la sucesión de crisis y golpes de Estado.
Pase lo que pase con esa gestión de expectativas –y sin duda va a ser un proceso político y económico muy complejo– lo que no parece razonable es considerar que nada ha pasado en América Latina en la lucha contra la desigualdad y la pobreza.
Han pasado muchas cosas y la mayor parte de ellas positivas. Los datos no avalan, nuevamente, el relato. Ni del desinterés por los problemas de distribución, ni en modo alguno, que lo que se haya intentado ha fracasado. El único fracaso documentable es el de los pesimistas.
[1] Este análisis forma parte del Informe Elcano 32 “¿Por qué importa América Latina?”, publicado el 5 de julio de 2023.
[2] No se ha podido incluir Venezuela porque desde 2006 no publica ninguna medición oficial del Índice de Gini. En ese año, su Gini era de 0,45, un 22% mayor que la mediana mundial.