Tema: Pasado ya cierto tiempo, una vez celebradas también las elecciones europeas, parece el momento adecuado para intentar hacer un balance de las elecciones del 14-M, y en particular del efecto de los atentados terroristas del 11-M, siempre teniendo en mente la pregunta: ¿puede volver a ocurrir?
Resumen: El resultado de las elecciones generales del 14-M estuvo determinado en buena medida por los ataques terroristas del 11-M, y no por un cambio de ciclo político. Pero este efecto 11-M, un hecho innegable a la luz de los datos disponibles, no deslegitima al gobierno salido de dichos comicios, sino al ejecutivo anterior, en la medida en que fue su estrategia respecto a la opinión pública durante la guerra de Irak la que creó una oportunidad única e irrepetible para los terroristas. Por esto mismo, parece poco probable que vuelva a ocurrir en otro país, y menos aún en los EEUU.
Análisis: Básicamente, hay dos tipos de argumentos sobre el vuelco electoral producido el 14 de marzo. Desde el PSOE se ha defendido que fue sólo la punta del iceberg, pues el voto de castigo al PP ya estaba latente, y así lo reflejaban las encuestas preelectorales, con un recorte creciente de las diferencias entre PP y PSOE a medida que se acercaba la celebración de los comicios. Los españoles, con 11-M o sin él, querían un cambio dado su descontento con las políticas y el estilo de gobierno del PP. El 11-M simplemente “despertó” de su letargo a los indecisos de izquierda, por el sentimiento de repulsa a los atentados y el efecto catártico de reafirmación en los valores democráticos, pero no alteró una tendencia subterránea, que habría emergido, aunque quizá, como se reconoce, no con tanta fuerza. En todo caso, los atentados podrían haber influido no por sí solos, sino por la reacción de los votantes ante el intento del gobierno de ocultar la autoría islamista, es decir, por la gestión de la crisis (véase Belén Barreiro, “14-M: elecciones a la sombra del terrorismo”, Claves de Razón Práctica, p. 141).
Sin embargo, lo que es poco menos que un empate en las elecciones europeas arroja serias dudas sobre la hipótesis del cambio de ciclo. Con un nivel de abstención mayor que en las elecciones generales, la distancia entre PP y PSOE ha disminuido. Aunque hay que admitir que los comicios europeos no son el mejor test para medir el cambio político, se estará de acuerdo con que tras la rotundidad de los resultados del 14-M se esperaba una diferencia más abultada.
En el otro extremo, desde filas próximas al PP, por el contrario se señala que sí se produjo un cambio de tendencia inducida intencionadamente. Los españoles fueron manipulados en una estrategia racionalmente perversa de los terroristas, que tenían por objetivo ni más ni menos que cambiar un gobierno elegido democráticamente.
Para los dirigentes del PP es un resultado irracional porque los españoles, como demostraron los comicios autonómicos y municipales, a pesar de la política exterior de Aznar, estaban razonablemente satisfechos con el gobierno del PP. Con la cabeza debieran haber votado al PP, pero los terroristas consiguieron que votasen con el corazón.
Al insistir en ello de alguna manera se pretende deslegitimar el resultado de las elecciones generales. Y de ahí que desde las filas del PSOE se rechace el efecto del 11-M. Aunque, bien mirado, dicho efecto deslegitima más al gobierno anterior que al actual.
El efecto del 11-M
Antes de continuar, intentemos fijar los hechos, aunque la información sea todavía escasa y no siempre fiable. Hoy día sabemos que sí es posible que hubiese una estrategia yihadista de cambio de gobierno mediante un ataque terrorista. Algunos documentos de grupos radicales islamistas parecen indicar que efectivamente podría entrar en sus cálculos. Los yihadistas pensaban que, dada la oposición de la opinión pública a la guerra de Irak, el gobierno español no resistiría más que dos o tres golpes; y que si no había sido castigado en las elecciones autonómicas y municipales, era porque los españoles no tenían experiencia directa de las consecuencias de dicha política exterior. Los atentados del 11-M era el tipo de vivencia que podía recordárselas y movilizarlos para cambiar al gobierno en las urnas (Haizam Amirah, “El 11-M en la estrategia yihadista”, Foreign Policy en Español, agosto/septiembre 2004). El razonamiento es tan aterrador como calculador.
Se ha hablado del grado de sofisticación de la estrategia terrorista. Tampoco debería exagerarse. Las manifestaciones multitudinarias, las encuestas hechas públicas en los grandes medios, etc., señalaban la falta de apoyo del gobierno Aznar. La fecha de las elecciones se conoce con suficiente antelación. Y, como sabíamos por las detenciones practicadas en España a raíz del 11-S, en España hay una nutrida comunidad musulmana en la que fue fácil encontrar informantes y apoyos en momentos de radicalización.
Quizá nos sorprende más por la falsa imagen que tenemos del islamismo como fanatismo, olvidando que se pueden utilizar los medios correctos para perseguir fines irracionales. Es racionalidad de medios con irracionalidad de fines, como diría Max Weber, el clásico de la sociología. Por lo tanto, nuestro estupor dice más de nuestra ignorancia que de su astucia.
Esto por lo que respecta a las posibles intenciones de los terroristas. ¿Y el efecto sobre la opinión pública? Los datos de encuesta también refuerzan la conclusión de que sí hay un efecto del 11-M en el 14-M. Según los resultados de la encuesta postelectoral del CIS, hasta un 30% de los españoles afirman que los atentados del 11-M influyeron en su voto en alguna medida (mucho, bastante o algo).
¿En qué sentido? Del 22% al que influyó mucho o bastante, a otro 22% le movilizó, porque fue a votar aunque no pensaba hacerlo. Y un 13% cambió de voto. En consecuencia, se ha calculado que al menos un millón de votantes se vieron afectados.
El 11-M parece haber movilizado a los ciudadanos de izquierda. Según los resultados de la sexta oleada del BRIE (mayo de 2004), el 64% de los españoles creen que no se habrían producido los atentados del 11-M si España no hubiese apoyado a los EEUU en el conflicto de Irak, frente a un 24% que piensa que hubiesen sucedido en cualquier caso. Lo importante es que encontramos diferencias significativas por ideología política. La atribución del atentado a Irak es casi total entre los electores de izquierda (un 80%), frente a un 47% entre los de derecha, llegando al 60% entre los de centro.
En el conjunto de la población española un porcentaje similar al de la anterior pregunta sintió que el 11-M era “consecuencia de la política exterior española”. De nuevo el porcentaje es del 76% entre las personas de izquierda, frente al 42% entre las de derecha.
En definitiva, ni cambio de ciclo político, ni catarsis participativa, ni castigo por la gestión informativa de los atentados antes de las elecciones… Los primeros indicios sobre la estrategia terrorista y sobre la opinión pública apuntan a que la izquierda española se movilizó por el 11-M y, como quizás pensaban los terroristas que haría, castigó a un gobierno al que hizo responsable indirecto de la matanza por su apoyo a los EEUU en la guerra de Irak.
¿Por qué España?
Hasta ahora, simplemente hemos intentado constatar los hechos –insistimos- a partir de la poca evidencia disponible a fecha de hoy. Pero nada hemos dicho de las causas, ni de los mecanismos mediante las que operaron.
España se convirtió en objetivo. Y, efectivamente, como apuntan los textos yihadistas mencionados, constituía el eslabón más débil porque era el país de la Coalición en el que la distancia entre la opinión pública y el gobierno era mayor.
Este divorcio obedece a que seguramente también es el país en el que el gobierno se molestó menos en comunicar a su población los objetivos, necesidad, etc., de la intervención, máxime cuando el ex-presidente Aznar tuvo un protagonismo, por simbólico que sea, en la cumbre de las Azores y en la iniciativa de la carta co-escrita con algunos líderes europeos. La visibilidad de la defensa en el exterior contrasta con la despreocupación respecto a la opinión pública en España. Dada la parquedad de los medios diplomáticos y militares de España, una oportunidad como la de asomar la cabeza en las Azores no se podía dejar pasar. Pero los rendimientos que le pudiera sacar España, menores que los de los EEUU en su estrategia de dividir a Europa, en cualquier caso no compensaban la deslegitimación del gobierno ante su opinión pública.
Igual que en otros países de la Coalición el gobierno tendría que:
- Haber sido mucho más discreto en su apoyo y, por lo tanto, no haber “salido en la foto”.
- O, tras asumir el protagonismo, y aunque no fuese fácil, haber intensificado su política de comunicación en el interior.
España era el eslabón más débil porque el gobierno no comprendió la necesidad de convencer a sus ciudadanos una vez se asumía un enorme protagonismo. Es, desde luego, la antítesis de Blair en el Reino Unido.
Ello es así porque, debido a su ideología conservadora, muchos dirigentes del PP tienen una visión paternalista del gobierno y la opinión pública. Lo oímos en los primeros momentos de la crisis en labios del propio Aznar. El rechazo a la guerra es lógico, decía; los españoles son buenos, no quieren una guerra porque son pacifistas; y yo el primero. Sin embargo, a pesar de estos buenos deseos, el gobierno sabe lo que es mejor para España y el mundo, y lo va a hacer aún en contra de la voluntad de los españoles.
A esta actitud hay que sumar una percepción errónea de la opinión pública. También predominaba la visión de que los españoles vivían de espaldas a la política internacional. Tras años (siglos) de ensimismamiento por una cultura política de aislamiento, ante el protagonismo en la crisis de Irak los españoles sufrían vértigo, “mal de altura”, pero afortunadamente tenían un sherpa audaz para guiarles por el valle de lágrimas que les conduciría al grupo de los países elegidos por la historia (Florentino Portero, “Mal de altura”, Análisis del Real Insituto Elcano).
Ahora bien, como ponen de manifiesto oleada tras oleada los resultados del Barómetro del Real Instituto Elcano, los españoles sí tienen una visión bastante realista del poder de España. Esta percepción estaba lejana de lo que se podía entender como delirios de grandeza del gobierno Aznar.
Lo anterior no impide que los españoles sean internacionalistas, y no aislacionistas. Quieren tener un papel activo en la arena internacional, aunque por la percepción realista de sus capacidades son multilateralistas, no desean hacerlo solos. Es este rechazo del unilateralismo, y no un antiamericanismo visceral, lo que les leva a rechazar la política exterior del gobierno Bush.
Y aunque no son halcones, los españoles tampoco son palomas. No son pacifistas ingenuos: justifican el uso de la fuerza, aunque en pocos casos.
Sobre esta base de opiniones y actitudes, se podía haber hecho un mayor esfuerzo de explicación y comunicación. Hay que recordar que ni siquiera los simpatizantes del PP estaban convencidos de las razones del apoyo a la guerra. Como dijera Tocqueville ya hace algún tiempo, desde luego la política exterior es el área en el que la opinión pública siempre va a tener mejores deseos, porque no le afectan directamente las consecuencias de las decisiones. Y por tanto, siempre va a haber un hiato entre el realismo del gobierno y el idealismo de la opinión pública. Pero ello no impide que se haga el esfuerzo de informar y convencer con buenas razones (y si non e vero siempre puede ser ben trovato).
El problema no estuvo en un endémico “mal de altura”, sino en otras patologías arraigadas en nuestra cultura política. El espejismo de las elites conservadoras sobre la opinión pública, producto tanto del desconocimiento como de la ideología, llevó a una estrategia de desinformación calculada. Con ello se perdió una oportunidad única de buscar consenso en política exterior y se abrió un flanco que, si se demuestra finalmente la intencionalidad de la estrategia, aprovecharon oportunamente los terroristas para lograr sus objetivos.
Profecías que se autocumplen y profecías que se autoincumplen
Por si fuera poco, hoy día también sabemos que desde hace algunos meses circulaban informes del mismo CNI que apuntaban a la posibilidad de un ataque de al-Qaeda sobre objetivos españoles por nuestra participación en el conflicto de Irak. Después del atentado de Casablanca era un escenario plausible.
Podemos preguntarnos qué habría sucedido si el gobierno hubiese informado a los españoles de dicha amenaza, o incluso de la posibilidad de que los terroristas intentasen influir en el resultado de las elecciones mediante un atentado, como se está haciendo ahora en los EEUU. Si nuestros conciudadanos fuesen concientes de esa estrategia, ¿qué habría sucedido el 14-M? ¿Se habrían dejado influir? Seguramente hubiésemos entrado en una espiral reflexiva:
- “Van a intentar cambiar tu voto”, dice el gobierno.
- “Sé que con el atentado quieren cambiar mi voto, así que no lo cambio porque no voy a dejarme manipular por el terror”, podría pensar el ciudadano medio.
El anuncio del efecto electoral del ataque quizá se hubiera convertido en una profecía que se auto-incumple.
Estas paradojas de la reflexividad social son bien conocidas, y por ello se prohíbe por ley hacer públicos sondeos la semana anterior a la celebración de las elecciones. Pero la estrategia del Gobierno no fue informar, sino ocultar la amenaza terrorista que se cernía sobre España por su papel en Irak, sabiendo que podía acarrear una derrota electoral. Ahora bien, esta estrategia, además de costar un baño de sangre, quizá evitable con la colaboración ciudadana, resultó ser autodestructiva por sus consecuencias no queridas. Fijémonos que aquí, de nuevo, la opacidad del gobierno ante la opinión pública habría sido el factor determinante. Se desencadenó un círculo vicioso que tuvo las consecuencias que todos sabemos.
En cualquier caso, tampoco se puede descartar otro escenario. Es probable que la desconfianza en el gobierno, provocada por la estrategia de desinformación sobre la guerra, también hiciese que no se creyese la advertencia gubernamental de los atentados como voto de sangre. Es el cuento del lobo, y una profecía que, ahora sí, se autocumple, pero porque no se cree a la fuente.
En definitiva, los españoles han podido ser manipulados por los terroristas porque previamente el gobierno:
- No supo, no quiso o no pudo explicar sus motivos en la guerra de Irak.
- Ignoró y/o no informó sobre la amenaza terrorista que se derivaba de la toma de postura en Irak.
Unos terroristas racionales utilizaron a una opinión pública convertida en “irracional”, pero porque la clase política española la hizo así. Los españoles, como todos los votantes del mundo, son racionales. Con la información disponible, hicieron lo más lógico. Buena prueba es que, frente a los pronósticos de primera hora de algunos analistas, tras el 11-M no se desató una ola de xenofobia contra la población marroquí. Se ha diferenciado lo que es una minoría radicalizada de la mayoría de los inmigrantes. Pero fijémonos que en este punto, afortunadamente, la clase política en su conjunto sí hizo un esfuerzo de comunicación dirigido a la población. Y los españoles lo entendieron.
Finalmente, es inevitable plantear la pregunta: ¿puede volver a pasar? Recientemente, el Fiscal General y el responsable de Homeland Security de los EEUU se referían a Madrid y el 11-M como un escenario a tener en cuenta para las próximas elecciones norteamericanas de noviembre.
Esto es poco probable. Un nuevo ataque terrorista en los EEUU probablemente tendría el efecto contrario al de Madrid, el de reforzar al Presidente Bush, dado que después del 11-S un porcentaje importante de norteamericanos siguen apoyando la estrategia de la “guerra contra el terrorismo”, aún a pesar de que desaprueben la guerra de Irak. Si el 11-M se hubiese producido en España antes de la guerra de Irak, seguramente Aznar habría salido reforzado de unas elecciones generales marcadas por la lucha contra el terrorismo.
Pero, además, independientemente de las opiniones, una vez que ya ha pasado en Madrid, no puede volver a pasar en Washington. Al menos, con la misma magnitud. Sabiéndose objeto de una estrategia de manipulación por parte de los terroristas, el votante medio se lo pensará dos veces. Al menos mientras el gobierno Bush goce de un mínimo de credibilidad.
Conclusiones: Es evidente que ya antes del 11-M eran muchos los españoles que estaban descontentos con el gobierno del PP. De lo contrario, como sucedió en los EEUU tras el 11-S, el 11-M hubiese reafirmado al partido en el poder y al Presidente. Pero no es menos cierto que en España se dio una confluencia tan fatal como irrepetible de circunstancias que precipitó los acontecimientos. Aunque cause pavor, es hora de aceptar que puede haberse producido un efecto del 11-M, pero no para deslegitimar al gobierno actual, ni, con ello, tampoco –no lo olvidemos– a la democracia en general, sino para señalar las consecuencias no queridas de la estrategia del gobierno anterior en la guerra de Irak.
Argumenta Lamo de Espinosa que no se puede culpar de lo sucedido al gobierno del PP, como tampoco a la oposición del PSOE o la opinión pública contraria a la guerra, pues en la hipotética estrategia de al-Qaeda los tres peones eran igual de necesarios (Emilio Lamo de Espinosa, Bajo puertas de fuego, Taurus, Madrid). Pero esto no debe impedirnos buscar causas lejanas y próximas que expliquen por qué al-Qaeda podría haber elegido España y cómo pudo lograr sus objetivos, si es que realmente lo eran.
Supongamos que finalmente se confirma la intencionalidad electoral de los islamistas. ¿Terroristas racionales, votantes irracionales? No, políticos miopes. El caso español muestra que en tiempos de guerra un gobierno no puede actuar a espaldas de su opinión pública, no ya por motivos éticos o electorales, sino de seguridad nacional. En una democracia la opinión pública siempre puede volverse en contra del gobierno. Pero éste ya no es el único que puede manipularla directamente o a través de los medios. Con la globalización –también del terror– los gobiernos han perdido el monopolio.
La guerra contra el terrorismo es asimétrica también en el aspecto de la opinión pública. Las democracias son vulnerables en este caso por la irracionalidad de las masas en momentos críticos, dicen algunos, y el caso español sería el mejor ejemplo. Pero esto es falso, pues sólo unos ciudadanos alienados respecto al sistema político y desinformados sobre las amenazas son manipulables. La transparencia total es imposible, pero es un ideal regulativo que en democracia no se puede abandonar. En las actuales circunstancias, transparencia y accountability de los gobiernos son requisitos no ya de salud democrática sino bases para la seguridad nacional.
En el futuro, para combatir al terrorismo internacional será necesario reflexionar muy y mucho sobre los servicios de inteligencia, pero no menos sobre la opinión pública y sobre el fortalecimiento de la democracia en el conocimiento de sus amenazas. Tampoco debemos olvidar a los líderes de opinión. No se trata sólo de debatir sobre el papel de los políticos, sino también sobre las instituciones de la sociedad del conocimiento que crean opinión en estos temas: los medios, los expertos en seguridad, las fundaciones y think tanks, etc. Es la única forma de blindarse ante la amenaza siempre presente de la manipulación, sea del partido en el poder, de los medios … o de los terroristas.
Javier Noya
Investigador Principal, Real Instituto Elcano