Tema: La sucesión de Fidel Castro a su hermano Raúl y la continuidad del sistema en Cuba parecen asegurados por varios factores. Sin embargo, el rumbo político de la Isla tras la muerte de Castro sigue siendo incierto.
Resumen: La sucesión de Fidel Castro a su hermano Raúl y la continuidad del sistema en Cuba parecen asegurados por varios factores. El poder político y económico de las Fuerzas Armadas lideradas por Raúl y que hoy controlan más del 50% de la economía, la capacidad represiva del régimen y la debilidad de los grupos de oposición indican que la sucesión, una vez que Fidel Castro desaparezca, va a ser rápida y fácil. Se pudiera argumentar que basado en el poder militar y las actividades de Raúl en el manejo actual de la situación interna en el país, la sucesión ya está ocurriendo. Sin embargo, la transición a un sistema pluralista, democrático y con una economía de mercado va a ser más lenta y difícil en Cuba que en el caso de las transiciones en Europa del Este. Una economía en ruinas, el militarismo, problemas raciales y laborales, la falta de un Estado de derecho y unos valores morales influenciados por 46 años de Castrismo conspiran para complicar y demorar la transición. La proximidad de los EEUU y una comunidad cubano americana grande y económicamente poderosa podría impulsar cambios rápidos en la isla. Pero esto solo ocurrirá con un gobierno en Cuba dispuesto a aceptar cambios acelerados. Un régimen con Raúl al frente no parece ser ese gobierno.
Análisis
Mientras Fidel Castro celebra sus cuarenta y seis años en el poder, muchos se preguntan sobre el futuro de la revolución cubana sin el “máximo líder”. ¿Sufrirá un colapso el régimen después de su muerte? ¿Será la sucesión rápida y fácil, o lenta y difícil? ¿Estará el nuevo liderazgo dispuesto a ofrecer concesiones a EEUU en un intento de normalizar las relaciones?
Quedan también otras preguntas sin respuesta: ¿Cómo podrá el liderazgo posterior a Castro revitalizar la deteriorada economía cubana? ¿Cuáles son las probabilidades de que los nuevos gobernantes puedan promover cambios profundos? ¿Temerán desequilibrar en sus múltiples niveles el balance de intereses del que ciertamente dependerá el nuevo gobierno? Por supuesto, es más fácil hacer estas preguntas que responderlas. Imaginar el futuro inmediato de Cuba sin Castro es problemático, porque es imposible saber cuáles serán las condiciones en el momento de su desaparición. La cuestión clave, sin embargo, sobre la Cuba post-Castro no es quiénes serán los nuevos gobernantes, o qué será lo que querrán conseguir, sino si la revolución totalitaria y paternalista de Castro, tal como existe ahora, podrá sobrevivir por largo tiempo.
Preparándose para la sucesión
La posibilidad de una continuidad del régimen parece más fuerte en Cuba que en otros países comunistas. En el caso de los regímenes de Europa del este, aunque su fin vino de repente y con rapidez, tuvieron que transcurrir décadas de deterioro para debilitarlos, y se requirió la caída de la Unión Soviética para apurar su colapso. En Siria, Corea del Norte y en Haití, los hijos de los anteriores líderes tomaron el poder y lo retuvieron.
En América Latina, muchos regímenes autoritarios no comunistas se sostuvieron a lo largo de décadas, a pesar de presiones externas y debilidad interna –entre ellos, el régimen de Rafael Trujillo en la República Dominicana y la dinastía de los Somoza en Nicaragua–.
El régimen de Castro ha aprendido de las experiencias de Europa oriental y de la derrota electoral sandinista en Nicaragua, y ha incorporado lecciones de la experiencia china. Los rangos superiores del Ejército cubano han visitado China en los últimos años, y oficiales chinos han efectuado numerosas visitas a Cuba. Aunque son experiencias interesantes e instructivas, es dudoso que Castro necesite ningún ejemplo extranjero para configurar sus predilecciones sobre cómo gobernar, o para reforzar su oposición a la democracia y al proceso electoral. Se las ha arreglado muy bien para mantener su control totalitario desde 1959.
Veamos la reciente detención y ejecución de disidentes políticos. La violenta represión de Castro es una clara indicación de su preocupación con la sucesión y su deseo de dejar el terreno limpio para una asunción del poder por su hermano Raúl, jefe de las Fuerzas Armadas cubanas y segundo secretario del Partido Comunista de Cuba. Otras medidas han incluido la sustitución de cientos de oficiales del Partido Comunista y la rehabilitación de Ramiro Valdés como nuevo miembro del Consejo de Estado gobernante. Valdés, un ex ministro del Interior, es una figura temida en Cuba, recordada por sus violaciones a los derechos humanos y sus brutales métodos represivos.
Castro ha estado también haciendo énfasis en una mayor rigidez ideológica. El programa “La Batalla de las Ideas”, diseñado para imbuir a las masas con sentimientos anti-americanos más fuertes, el nombramiento de un antiguo líder marxista para dirigir las escuelas del Partido Comunista y el estrangulamiento del acceso a Internet muestran que en Cuba está ocurriendo una revolución cultural tipo china (si bien más lenta y menos dramática que en China). Un líder envejecido y testarudo insiste en purificar y rejuvenecer “su” depauperada revolución antes de salir de este mundo.
La era de Castro esta llegando a su final, aunque no sea más que por pura realidad biológica. Castro se colapsó durante un discurso a mediados de 2001. En 2004 se cayó y se fracturo un brazo y una pierna. Su breve desmayo y caída recogidas por la televisión cubana han producido considerable ansiedad dentro de la isla y aumentado la especulación sobre la sucesión. Recientemente, Raúl y las Fuerza Armadas han tomado mayor control de la administración del Estado y Raúl actúa como si la sucesión ya hubiera ocurrido.
Sucesión sí, transición no
Para el régimen, el problema de la sucesión es crucial. Ningún gobierno totalitario ha sido capaz de diseñar un sistema fluido de sucesión y la desaparición de Castro podría disparar una lucha de poder interna. Lo más probable, sin embargo, es que esta lucha tenga lugar dentro de las filas revolucionarias. A pesar de la poderosa presencia de Castro, no parece probable que la revolución se colapse si él muere o queda incapacitado.
La estabilidad del régimen se basa en primer lugar en la solidez de sus instituciones. Las Fuerzas Armadas son, sin duda, el más fundamental de los tres soportes sobre los que se apoya la revolución. Los otros dos, el Partido Comunista y el aparato de seguridad, sirven, con una fuerte supervisión militar, para controlar, movilizar, socializar e indoctrinar a la población. La organización y la fuerza de la burocracia, que ha crecido alrededor de estas instituciones, parece asegurar la continuidad de la revolución.
Una revuelta contra el régimen de Castro, en ausencia de una intervención extranjera de grandes dimensiones, no se ve probable, especialmente en tanto que las Fuerzas Armadas le permanezcan fieles a él y a su comandante en jefe inmediato, Raúl. La continuada lealtad de las Fuerzas Armadas se presenta como altamente probable. Son una creación de los hermanos Castro y han desarrollado un gran profesionalismo, están completamente integradas en el sistema político y tienen un papel importante y de confianza en la administración general y el control de la economía. Actualmente, más del 65% de las grandes industrias y empresas están en manos de oficiales militares en activo o retirados.
Se han desarrollado en el pasado reciente grupos y proyectos de oposición y de disidencia. El más conocido es el Proyecto Varela, que reunió miles de firmas para pedir a la Asamblea Nacional que modificara las leyes cubanas y permitiera elecciones libres. Por primera vez en más de cuatro décadas, un gran número de cubanos se movilizó pacíficamente para hacer una petición al gobierno.
La respuesta de Castro fue rápida y brutal. Organizó su propio plebiscito para proclamar la naturaleza comunista permanente e inviolable de su régimen y para prohibir a la Asamblea Nacional la consideración de tales proyectos. A esto siguió la detención y condena a largos años de cárcel de varias docenas de disidentes, periodistas y bibliotecarios, incluyendo a muchos miembros del Proyecto Varela.
Aunque la oposición y el descontento han estado aumentando en Cuba, los grupos disidentes son débiles y están usualmente infiltrados por la seguridad estatal cubana. Sin acceso a los medios de comunicación controlados por el Estado y constantemente acosados por la policía, estos grupos tienen dificultad para organizarse y operar. Muchos de sus líderes han mostrado una enorme valentía para desafiar al régimen. Sin embargo, una y otra vez el aparato de seguridad los ha desacreditado o los ha destruido y hoy no representan una amenaza fuerte para el régimen.
En este momento, la línea de sucesión parece clara. Si Fidel muriera o quedara incapacitado, Raúl Castro lo sucedería como gobernante. Muy probablemente Raúl permitiría un liderazgo colectivo, quedándose al mando de las Fuerzas Armadas y del partido, con un civil como presidente de la república. Sin embargo, la idea de que el hermano menor sobrevivirá al mayor podría estar equivocada. La salud de Raúl tampoco es buena y podría morir o quedar incapacitado antes que Fidel. Dentro de este escenario surgiría un liderazgo colectivo, con representantes del partido y del ejército ocupando posiciones claves, aunque estos últimos tendrían mayor influencia.
Pero suponiendo que Raúl sobreviviera a Fidel y tomara el poder, tendría que afrontar retos significativos. Una economía en bancarrota, el descontento popular y la necesidad de mantener el orden y la disciplina del grueso de la población, así como aumentar la productividad dentro de la fuerza laboral, serían algunos de los problemas más acuciantes.
Raúl continuaría dependiendo en alto grado de los militares. Sin el carisma y la legitimidad de su hermano, necesitaría también el apoyo de los líderes del partido y los tecnócratas clave dentro de la burocracia gubernamental. De este modo podría crear un marco para el establecimiento de un liderazgo colectivo controlado por los militares. Es probable que después de un período de consolidación y de gobierno ásperamente represivo, este liderazgo colectivo diera inicio a reformas económicas limitadas y graduales.
¿Deshielo parcial del comunismo?
Tal vez el mayor reto para un régimen dirigido por Raúl Castro sería mantener el equilibrio entre la necesidad de mejorar la economía y satisfacer las necesidades de la población, y mantener un continuo control político. Las reformas económicas muy rápidas podrían llevar a un aflojamiento del control político, lo cual es temido por Raúl, los militares y otros aliados inclinados a quedarse en el poder. Algunas aperturas a los EEUU parecerían posibles después de un tiempo, especialmente si no se desarrolla una oposición importante en la isla. A la vez que mantiene una postura anti-EEUU, el régimen consolidado de Raúl podría recibir turistas de EEUU y comercio e inversiones norteamericanas.
Bajo este escenario de sucesión lento y muy probable, tendrían lugar cambios políticos y económicos limitados. Un número significativo de ciudadanos norteamericanos visitarían Cuba si se levanta la prohibición de los viajes, pero la inversión sería en escala menor. Si se modificara o terminara el embargo, aumentaría el comercio, ya que las compañías norteamericanas tratarían de penetrar el mercado cubano y establecer su presencia, tal como lo han hecho algunas firmas canadienses y europeas.
Las inversiones serían limitadas, dada la falta de un mercado interno extenso, las incertidumbres que rodean el riesgo de largo plazo para la inversión extranjera, una situación política incierta y las oportunidades proporcionadas por otros mercados en América Latina y en otros lugares. Las inversiones iniciales modestas se dirigirían en primer lugar a la explotación del turismo en Cuba, la minería y las industrias relacionadas con los recursos naturales. A no ser que tengan lugar considerables reformas, no parece que el gobierno de EEUU o las corporaciones estén dispuestos a dirigir fondos de inversión significativos hacia Cuba.
Dentro de un escenario más rápido y mucho menos probable, un gobierno sin Fidel o Raúl podría abrir la economía y animar las inversiones privadas, domésticas y extranjeras, a la vez que proporcionaría un cambio político y respeto para los derechos humanos. Se introducirían leyes para proteger la inversión extranjera; podrían iniciarse negociaciones para compensar o devolver a los dueños originales, norteamericanos y cubanos, las compañías y propiedades confiscadas por el régimen de Castro en los años 60 y serían bienvenidos los exilados cubanos para visitar, invertir y comerciar con Cuba. El gobierno de EEUU levantaría la prohibición de viajar, terminaría el embargo e iniciaría programas de ayuda extranjera para contribuir al desarrollo económico de la isla.
Bajo este escenario, la economía cubana mejoraría rápidamente. El turismo norteamericano y la inversión podrían vitalizar sustancialmente la economía, y hacer surgir la creatividad empresarial y el talento cubano, largamente reprimidos por el gobierno de Castro. Cuba exportaría a los EEUU no solamente sus productos tradicionales –ron, tabaco, níquel– sino también otros elementos como vegetales, frutos cítricos, pescado y marisco, y biotecnología.
Retos de una Cuba post-Castro
Tanto bajo un escenario de transición rápida como bajo una lenta, cualquier gobierno post-Castro afrontará retos y problemas significativos. En primer lugar, la tarea imponente de la reconstrucción económica. La extremada dependencia en el comercio con el bloque soviético, y la adaptación de su economía a un flujo de subsidios enorme durante cerca de cuatro décadas, creó una economía artificial, que ha desaparecido y solo sobrevive, en parte, por el subsidio de petróleo venezolano, el turismo y las remesas de cubanos exilados. Cuba no tiene una economía propia viable. Mientras disminuye prácticamente cada rubro de importaciones, un círculo vicioso de pobreza atrapa al país sin compasión.
Cuba tiene un mercado interno débil. El consumo está limitado por un severo sistema de racionamiento. Cualquier transacción que tenga lugar fuera de este sistema cae en el mercado negro ilegal, que opera con dólares y con mercadería robada a empresas estatales o recibidas del extranjero. El peso cubano se ha depreciado considerablemente y su poder adquisitivo ha caído. Enormes y persistentes déficit gubernamentales y la virtual ausencia de políticas fiscales y monetarias que actúen como estabilizadores han acelerado la espiral económica descendente.
La producción de azúcar, principal exportación de Cuba, ha caído a niveles comparables con los de la era de la Depresión, y los precios de otros productos cubanos continúan su tendencia a la baja en los mercados internacionales. El azúcar parece ser un elemento perdedor, con pocas perspectivas para el futuro.
Además de estas preocupantes realidades económicas, habrá también un cúmulo de problemas legales. Obviamente, los nacionales cubanos, los cubano-americanos y los norteamericanos cuyas propiedades comerciales fueron confiscadas durante los primeros años de la revolución querrán reclamarlas o pedirán una justa compensación tan pronto como exista esta posibilidad. Los cubanos residentes en el exterior esperan la oportunidad de presentar sus reclamaciones legales en tribunales cubanos.
La infraestructura de Cuba, severamente dañada, necesita también una considerable reconstrucción. El tendido eléctrico obsoleto no es capaz de satisfacer las escasas necesidades de consumidores y de la industria; los servicios de transporte son lastimosamente insuficientes; las instalaciones de comunicación son viejas; y las instalaciones sanitarias y médicas se han deteriorado a tal extremo que las enfermedades contagiosas en proporciones epidémicas son una amenaza real para la población. El sistema de salud de Cuba, que una vez fuera el orgullo del régimen, se ha deteriorado significativamente, especialmente después de la terminación de los subsidios soviéticos. Además, preocupaciones ambientales, como la contaminación de bahías y ríos, necesitan atención inmediata.
Los problemas económicos y legales no son, sin embargo, los únicos retos en el futuro de la nación. Un grave problema que una Cuba post-Castro tendrá que enfrentar es el continuado poder de los militares. En el pasado, Cuba tuvo una fuerte tradición de militarismo. En los años recientes, las Fuerzas Armadas, como institución, han adquirido un poder sin precedentes. Bajo cualquier escenario concebible, los militares seguirán siendo un actor clave y decisivo.
Cualquier reducción inmediata y significativa de las Fuerzas Armadas puede resultar difícil, si no imposible. Siendo una institución poderosa y orgullosa, las Fuerzas Armadas verían cualquier intento de minar su autoridad como una intromisión inaceptable en los asuntos militares, y una amenaza para su existencia. Su control, bajo el régimen de Castro, de sectores económicos clave hará más difícil en el futuro desalojarlo de estas actividades y limitar su papel a lo estrictamente militar. Transformar a los militares/empresarios en simples militares no será fácil. Reducir el tamaño de las Fuerzas Armadas será también problemático. Puede ser que la economía no sea capaz de absorber los elementos desempleados del cuerpo militar, o que el gobierno no sea capaz de re-entrenarlos con suficiente rapidez para ocupar posiciones civiles.
El papel de los militares será también afectado por conflictos sociales que podrían surgir en un período post-Castro. Durante el primer medio siglo de república en Cuba, la violencia política fue un factor importante en la sociedad. Tomó cuerpo la creencia en la legitimidad de la violencia para conseguir cambios políticos. Esta violencia probablemente resurja con gran fuerza en el futuro. El gobierno comunista de Castro ha engendrado profundo odio y resentimientos. Las venganzas políticas abundarán, las diferencias sobre cómo reestructurar la sociedad serán profundas y será común la existencia de facciones en la sociedad y en el proceso político.
Racismo y otros problemas
Un movimiento laboral libre y en constante movilización complicará las cosas para cualquier gobierno futuro. Durante la era castrista, el movimiento laboral ha sido dócil y ha permanecido bajo continuo control gubernamental. Solamente se ha permitido una única organización laboral unificada y controlada por Castro. En una Cuba democrática, los sindicatos no serán instrumento pasivo de ningún gobierno. Organizaciones laborales rivales desarrollarán programas para la reivindicación laboral y demandarán mejores salarios y beneficios para sus miembros. Un movimiento laboral militante, vociferante y difícil de manejar seguramente caracterizará la Cuba post-Castro.
De la misma manera, las relaciones raciales aparentemente armoniosas de la era castrista podrían deteriorarse en una sociedad libre. Durante las últimas décadas, ha tenido lugar una gradual africanización de la población cubana. En parte por un aumento de los matrimonies interraciales y también por la emigración de más de un millón y medio de cubanos, blancos en su mayoría, existe una proporción mayor de negros y mulatos en Cuba. Esta modificación demográfica ha provocado cierto temor y resentimiento entre los blancos en la isla. Por otra parte, los negros se han visto excluidos del proceso político, ya que los blancos dominan todavía las filas más altas de la estructura de poder castrista. La dolarización de la economía ha acentuado esas diferencias, ya que los negros reciben menos dólares del extranjero. Existe el potencial para una significativa tensión racial, ya que estos sentimientos y frustraciones serán ventilados abiertamente en un ambiente democrático y libre.
Otro problema difícil para el liderazgo de un gobierno post-Castro es el cumplimiento de la ley. A diario los cubanos violan las leyes comunistas: roban de las empresas estatales y participan en el mercado negro y se involucran en todo género de actividades ilegales, incluyendo los extendidos sobornos y la corrupción. Lo hacen para sobrevivir. La erradicación de estos vicios, que se presentan hoy como necesarios, no será fácil en el futuro, especialmente si se considera que muchas de estas prácticas anteceden a la era castrista.
La falta de voluntad de los cubanos para obedecer las leyes será equiparada a su falta de voluntad para sacrificarse y soportar los años difíciles que seguirán al fin del comunismo. Toda una generación ha crecido bajo las constantes exhortaciones y presiones del liderazgo comunista para trabajar duramente y sacrificarse más por la sociedad. Los jóvenes se sienten alienados del proceso político y están ansiosos por tener una vida mejor. Muchos desean emigrar a EEUU. Si la tasa de solicitud de visados en la oficina consular de EEUU en La Habana es de algún modo indicativa, más de dos millones de cubanos desean mudarse permanentemente a dicho país.
Bajo una normalización de las relaciones EEUU-Cuba, los cubanos podrán visitar libremente EEUU. Muchos vendrán como turistas y se quedarán como inmigrantes ilegales. Otros serán reclamados como inmigrantes legales por sus familiares que ya se hayan naturalizado como ciudadanos norteamericanos. Una migración hacia fuera de Cuba es segura y planteará un problema adicional grave a las autoridades norteamericanas de inmigración, en particular, y a la política de EEUU en general, en un momento de crecientes sentimientos y legislación anti-inmigración, y de preocupación por la seguridad.
Al tiempo que muchos cubanos querrán abandonar Cuba, pocos cubano-americanos abandonarán su vida en los EEUU para regresar a la isla, especialmente si Cuba experimenta un período de transición lento y doloroso. Aunque los exilados que regresen serán bienvenidos inicialmente como socios de negocios e inversores, se resentirá su presencia, especialmente si se involucran en política interna. Ajustar los puntos de vista y los valores de la población exilada a los de la isla será un proceso largo y difícil.
Conclusión: El futuro de Cuba se presenta oscurecido por problemas e incertidumbres. Más de cuatro décadas de comunismo dejarán sin duda profundas cicatrices en la sociedad cubana. Como en partes de Europa del Este y en Nicaragua, la transición podría ser lenta, dolorosa y no completamente exitosa. A diferencia de estos países, Cuba cuenta con al menos tres ventajas únicas: la proximidad a los EEUU, una larga tradición de relaciones cercanas con este país y una población exilada grande y adinerada. Estos tres factores podrían converger para transformar la economía de Cuba, pero solamente si el futuro liderazgo crea las condiciones necesarias: una economía abierta, legalmente justa, y un sistema político libre, tolerante y responsable. Desafortunadamente, es probable que la vida en Cuba continúe siendo difícil, y que solo mejore lentamente.
Jaime Suchlicki
Catedrático Emilio Bacardi Moreau y Director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos del Universidad de Miami. Autor de numerosos libros sobre Cuba y América Latina, siendo los más reconocidos “Cuba: From Columbus to Castro” (2002) y “Mexico: From Montezuma to the Fall of the PRI” (2003). Es también consultor para la empresa privada y el gobierno de los Estados Unidos.