¿Cuál será el papel de Meloni en el futuro gobierno de la Unión Europea?

Giorgia Meloni en el Consejo Europeo, marzo de 2023.
Giorgia Meloni en el Consejo Europeo, marzo de 2023. Foto: © Unión Europea

Tema
El papel de Giorgia Meloni en la Unión Europea tras su victoria en las elecciones al Parlamento Europeo.

Resumen
Los comicios celebrados el pasado 9 de junio para renovar el Parlamento Europeo han tenido, entre sus principales consecuencias, una abultada victoria de la primera ministra Giorgia Meloni en Italia. Llegado el momento de iniciar un nuevo quinquenio de gobernanza europea, el presente documento busca analizar el papel que la dirigente transalpina podrá asumir en el futuro gobierno de la Unión Europea (UE).

Análisis
Las elecciones al Parlamento Europeo recién celebradas han supuesto no sólo la renovación de la Eurocámara, sino también un nuevo reparto de poder. En lo que se refiere a las principales “familias” europeas, los conservadores (Partido Popular Europeo) han logrado un ascenso, pasando de 176 a 186 europarlamentarios; los socialistas, a su vez, se han quedado prácticamente como estaban respecto a la legislatura 2019-2024 (han bajado dos escaños, de 139 a 137); y, finalmente, los liberales han sufrido una muy sensible bajada, fruto del hecho de que en Francia el partido del presidente Emmanuel Macron haya recibido sólo el 14% de los votos, de que en Italia sus dos principales líderes (Matteo Renzi y Carlo Calenda) ni siquiera hayan obtenido representación parlamentaria y de que en España el voto de Ciudadanos haya sido absorbido por el Partido Popular. Como consecuencia, los liberales han perdido hasta 23 representantes, bajando de 102 a 79. Eso sí, lo que se aseguran entre estas tres familias es mayoría absoluta en el nuevo Parlamento, mayoría establecida en 361 escaños cuando populares, socialistas y liberales suman, en total, 401 representantes.

Pero este estudio no se centra en la nueva Eurocámara, sino en el papel que la primera ministra Meloni, al frente del Ejecutivo transalpino desde octubre de 2022, puede llegar a asumir en la nueva gobernanza de la UE. Y aquí lanzaremos una primera idea fundamental: Meloni y su partido, Hermanos de Italia (que, por mucho que algunos se empeñen, no son ni postfascistas ni “ultras”, sino la derecha tradicional y centralista romana) puede asumir un papel clave en la estabilidad de la gobernanza de las instituciones europeas. Pensemos que, en 2019, cuando llegó el momento de elegir nuevo presidente de la Comisión Europea, las tres familias citadas (populares, socialistas y liberales), finalmente pactaron que la sustituta del luxemburgués Jean-Claude Juncker fuera la alemana Ursula von der Leyen, ministra de Defensa en los gobiernos de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) germana. Pero la mayoría fue claramente exigua: von der Leyen salió por la mínima, entre otras razones porque había un importante conflicto entre Parlamento y Comisión. Y es que recordemos que, ya en 2014, se pactó que el futuro presidente de la Comisión Europea sería un spitzen-kandidaten (“cabezas de lista”), en concreto el más votado, y, al ser los populares europeos los más votados, este honor le correspondía al también alemán Manfred Weber.

Pero, en un clásico “juego de palacio” entre alemanes y franceses, se decidió que fuera von der Leyen y no Weber, quien asumiera la presidencia de la Comisión, mientras los franceses se aseguraban la presidencia del Banco Central Europeo (BCE), que recayó en la hasta entonces directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. La realidad es que los europarlamentarios se resistieron todo lo que pudieron al pacto Macron-Merkel, pero finalmente la candidatura de von der Leyen salió adelante.

Sabedores de que puede haber, en el futuro, nuevos conflictos entre las tres familias que van a gobernar la UE, el cuarto grupo más votado, que es no otro que Conservadores y Reformistas, puede ser clave en determinadas votaciones: tiene 73 europarlamentarios y, dentro de ellos, un tercio corresponde al partido de Giorgia Meloni.

Hay que aclarar que históricamente este grupo parlamentario era conocido, no por su posición europeísta, sino euroescéptica. Y es que en ellos era clave la fuerza de los conservadores británicos (los tories), representantes de un Reino Unido que ni ostentaba la condición de país fundador (había entrado en la primera ampliación, la de 1973) ni participaba de la moneda única (consideraban su libra esterlina una divisa lo suficientemente fuerte para competir con el dólar y el euro). Pero, tras el Acuerdo de Retirada de la Unión Europea de diciembre de 2020, que supuso la salida del Reino Unido de la construcción europea (en aplicación de lo dictado por las urnas en el Brexit de mayo de 2016, ahora son los parlamentarios de Meloni los que llevan el peso de este grupo. Y lo más importante, en relación con ello, es que Giorgia Meloni, en los casi dos años de gobierno que lleva, ha ido transitando, de manera paulatina, aunque no completa, del euroescepticismo al europeísmo.

Prueba de ello es que las dos leyes de Presupuestos Generales del Estado (PGE) que ha tenido que aprobar (la primera para el año 2023 y la segunda, para el año 2024), han seguido por completo la hoja de ruta marcada por la Comisión Europea: reducción del déficit, control de la deuda pública y sostenimiento de la reforma laboral realizada hace ya más de una década. Eso le ha supuesto a Meloni asegurarse el control de la prima de riesgo. Aunque es cierto que no ha logrado, a diferencia del Ejecutivo anterior (el gobierno Draghi, febrero de 2021-octubre de 2022), bajar de los 100 puntos básicos, en lo que va de año se encuentra situada en el entorno de los 140-150 puntos básicos, una situación muy diferente a los críticos tiempos del gobierno Monti (noviembre de 2011-abril de 2013), que vio, en el verano de 2012, cómo esta misma prima de riesgo se situaba en los 540-545 puntos básicos (la “crisis de la deuda soberana” que liquidó Mario Draghi, como presidente del BCE, con compras masivas de deuda pública de los estados miembros).

Cuando decimos que Meloni ha transitado de manera paulatina pero no completa al europeísmo no sólo estamos haciendo referencia a una política de “gestos” (como su apoyo al dirigente de Vox, Santiago Abascal, o al primer ministro magiar Viktor Orbán), sino al hecho de que haya sido Italia el único país en no poner su rúbrica en el llamado “Mecanismo salva-Estados” o MES. ¿Y qué es el MES? En esencia, un instrumento de financiación de los Estados miembros de la UE ideado en su momento por Mario Draghi y que supone profundizar en la Unión Bancaria y Monetaria, que es el punto en el que se encuentra actualmente la construcción europea.

Más allá de creencias e intereses personales, Meloni no tuvo más remedio que renunciar a suscribir el MES porque, en la coalición de centro-derecha que encabeza, el partido clave para la sostenibilidad de su gobierno es la Liga de Matteo Salvini, una formación conocida por su antieuropeísmo y por mantener estrecho contacto con la Agrupación Nacional francesa o con Alternativa para Alemania, dos partidos de ultraderecha. Salvini considera que la aceptación del MES, aunque pueda suponer una línea de crédito automática de alrededor de 36.000 millones de euros (algo que su antagonista Matteo Renzi –primer ministro entre febrero de 2014 y diciembre de 2016– afirma que sería muy conveniente para que la Sanidad transalpina saliera de las interminables listas de espera y que pudiera gozar de más medios en conjunto), en la práctica supone hipotecar el Estado italiano y dejar las finanzas públicas en manos de bancos alemanes y franceses, que son los que conceden esta línea de crédito. Si a eso le sumamos que el otro miembro de la coalición de centro-derecha (la Forza Italia de Antonio Tajani, antiguo comisario y presidente del Parlamento Europeo) se inclina por la abstención en el tema del MES, la realidad es que, al menos de momento, la tercera economía de la eurozona piensa seguir quedándose fuera del citado MES, a diferencia de los otros 26 Estados miembros. Eso sí, puede incorporarse al mismo cuando quiera, pero, al menos de momento, la postura es de un “no” rotundo.

En las semanas venideras llega el momento del reparto de los puestos de gobierno europeos, a saber: Presidencia de la Comisión (con sus vicepresidencias y sus hasta 27 comisarías diferentes); también Presidencia del Consejo europeo; Dirección de la Política Exterior (con la puesta en marcha de un Ejército europeo como principal tema de debate); y Presidencia de la Eurocámara. En la legislatura anterior, los italianos sólo obtuvieron la Presidencia del Parlamento Europeo (en la primera parte de la legislatura, a cargo del ya fallecido experiodista Davide Sassoli, ya que la segunda parte de esa misma legislatura esa presidencia pasó a la maltesa Roberta Metsola), y la Comisaría de Asuntos Económicos (la segunda en importancia tras Competencia), que recayó en el expresidente del Consejo de Ministros, Paolo Gentiloni. Además, por finalización del mandato, perdieron el control del Banco Central Europeo (relevo de Mario Draghi por Christine Lagarde) e, incluso, en el board del mismo se quedaron sin uno de sus mejores hombres, Fabio Panetta, un brillante economista formado en la London School of Economics que aceptó, a comienzos de 2023, ser el nuevo gobernador del Banco de Italia en sustitución de Ignazio Visco, que había agotado sus años al frente del regulador transalpino.

Todo esto fue consecuencia, en parte sustancial, de que el Ejecutivo italiano se presentó a las negociaciones cuando estaba a punto de caer el llamado “gobierno del cambio” (coalición Movimiento Cinco Estrellas-Liga) y de que, a lo largo de 2018-2019, este mismo gobierno había sido un constante quebradero de cabeza para las autoridades comunitarias, que llegaron a abrirle hasta dos expedientes sancionadores por exceso de deuda pero que, finalmente, entre el presidente de la República (Sergio Mattarella) y el titular de Asuntos Exteriores (Enzo Moavero Milanesi) lograron evitar.

Caído el gobierno de coalición entre Movimiento Cinco Estrellas y la Liga, el siguiente Ejecutivo, aunque seguía controlando la Presidencia del Consejo de Ministros a través de los líderes de Cinco Estrellas, pasó a tener un perfil más europeísta, ya que la Liga fue reemplazada por tres partidos netamente europeístas: el Partido Democrático (PD) y dos escisiones suyas, una por la izquierda (Libres e Iguales) y otra por la derecha (la Italia Viva de Matteo Renzi). Consecuencia: la Comisión europea aceptó que el déficit de las cuentas públicas para los Presupuestos del año 2020 pasara del 2,04 al 2,4 y Paolo Gentiloni, presidente del PD, se marchó a Bruselas para hacerse cargo de la Comisaría de Asuntos Económicos. A cambio, todos estos partidos votaron a favor de von der Leyen cuando llegó el momento de buscar nuevo presidente de la Comisión.

Cinco años después, la situación se presenta muy diferente y claramente favorable a los intereses transalpinos. A pesar de que no se comenzó con buen pie, ya que von der Leyen interfirió en las elecciones legislativas italianas de septiembre de 2022 afirmando que Meloni representaba un riesgo para la democracia. Pero von der Leyen, una vez Meloni fue la más votada en aquellas elecciones (26% de los sufragios) y una vez comprobó que el gobierno Meloni no era postfascista, sino de derechas, rectificó. A partir de aquí hubo un acercamiento entre ambas mandatarias sobre dos premisas: Meloni apoyaría a von der Leyen para repetir como presidenta de la Comisión a cambio de que las autoridades comunitarias le dieran más medios para combatir la tan polémica inmigración ilegal, que en este momento se encuentra más controlada que nunca. Así que, en estas elecciones europeas, mientras Matteo Renzi clamaba por la Presidencia de la Comisión para Mario Draghi, Meloni, en cambio, mostraba más sintonía que nunca con von der Leyen.

Independientemente del apoyo de la dirigente germana, que parece tener muchas de las papeletas para lograr un segundo mandato al frente de la Comisión, Meloni va a contar con una aliada muy importante: Ely Schlein, secretaria general del Partido Democrático, principal formación del centro izquierda. Hay que pensar que, al haber quedado una (Meloni) la primera en los comicios europeos y la otra (Schlein) la segunda, suman entre ambas 46 escaños del Parlamento Europeo. Y ambas van a estar apoyadas por las dos principales familias europeas: Meloni por la popular, porque, aunque no pertenece a ella, sí está en su coalición de gobierno un miembro de la misma, Antonio Tajani, en la actualidad viceprimer ministro y titular de Asuntos Exteriores; y Schlein será, junto con Pedro Sánchez, los líderes de la familia socialista con mayor fuerza, ya que pertenecen a la tercera y cuarta economía de la eurozona, respectivamente, y ambos han sido segundos en sus respectivos países en las pasadas elecciones del 9 de junio.

En ese sentido, sabiendo que la presidencia del BCE seguirá en manos de una francesa (Lagarde, con mandato hasta 2027); que en la Presidencia de la Eurocámara parece que Metsola puede lograr un segundo mandato consecutivo; que la diplomacia europea no interesa a los italianos (ya tuvieron al frente de la misma a Federica Mogherini entre 2014 y 2019); y que la Presidencia del Consejo Europeo ha estado en manos de dos belgas (Van Rompuy y Michel) y un polaco (Tusk), todo indica que este último puesto (muy relevante, ya que el Presidente del Consejo posee el mismo rango que quien preside la Comisión) irá a parar a un país de la Europa meridional. No será para los griegos ni tampoco para los españoles, pero, eso sí, Meloni va a tener un fuerte rival en la persona de António Costa, exprimer ministro portugués que ha logrado un crecimiento espectacular para su país (del 5,7% del PIB en 2021, del 6,8% en 2022 y del 2,3% en 2023, así como una reducción de la deuda del 112% al 99,5% sobre el PIB nacional).

Conclusiones
Meloni, así, jugará la baza de la fuerza de su país (la tercera de la eurozona), el número de parlamentarios que aportan dentro de la coalición que gobernará y la capacidad de lograr estabilidad con su familia europea. Y es que, en un momento en que Alemania está en recesión y los socialdemócratas comienzan a tener las horas contadas y con una Francia donde Emmanuel Macron no ha tenido más remedio que convocar elecciones legislativas para recuperar el poder perdido con la abultada derrota en las europeas ante la ultraderecha, el Ejecutivo italiano, que goza de una amplísima mayoría parlamentaria (sólo en el Senado tiene 120 de los 200 miembros que componen la Cámara Alta), aporta una garantía de continuidad que no se ve ni en Alemania, ni en Francia ni incluso en España (donde Pedro Sánchez, investido presidente del gobierno el 16 de noviembre de 2023, se encuentra bloqueado por sus compañeros de coalición y ni siquiera ha sido capaz aún de sacar Presupuestos Generales del Estado.

¿Dónde está el punto débil de Meloni para que su influencia en el gobierno de la UE pueda verse, en determinadas fases, limitado? En sus cuentas públicas y en su bajo nivel de crecimiento. En efecto, en una UE donde 15 de los 27 Estados miembros cumple con los criterios de deuda del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (estar por debajo del 60% sobre PIB), Italia posee la mayor deuda de toda la UE: 137,3% sobre el PIB, lo que se traduce en que cada ciudadano transalpino debe asumir una deuda personal que en este momento alcanza los 48.000 euros. Sabido es que Grecia le supera numéricamente (163% de deuda sobre PIB), pero se trata de una economía mucho más pequeña y por ello mucho menos relevante: representa el 10% del volumen total de la economía italiana.

A ello hay que añadir que el crecimiento, como consecuencia de la falta de reformas en el mercado de laboral, de la poca inversión en I+D+I y, sobre todo, por la pérdida de un mecanismo clave en la competitividad como era la devaluación de la divisa nacional (la lira, reemplazada por el euro), se sitúa nuevamente en cifras bastante pobres: el gobierno Draghi logró un 8,3% en 2021, para bajar en 2022 al 4,0% y, finalmente, en 2023, al 0,9%. Con el encarecimiento de las materias primas y el consiguiente aumento del coste de la vida, 2024 se ha iniciado con un crecimiento (hablamos del primer trimestre) del 1,0%: mejor cifra que Alemania (0,6%) y que Francia (0,9%), pero claramente por debajo de España (1,4%). Y con unos tipos de interés que se mantienen por encima del 5%, difícilmente se podrá mejorar la marcha de la economía italiana.

Directamente relacionado con esto se encuentra la posición de Meloni respecto a la guerra en Ucrania. Cuando Draghi gobernaba, Meloni le apoyó en la aplicación de las sanciones, pero, entre que su compañero de coalición Matteo Salvini es hombre cercano a Putin y que las principales regiones exportadoras del país (Lombardia, Veneto y Emilia-Romagna) han tenido tradicionalmente en Rusia un comprador de extraordinaria importancia, Meloni puede estar en el grupo de cabecera que pida una finalización de un conflicto que se inició hace casi dos años y medio. Además, con una previsible vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca en enero del año que viene, Giorgia Meloni sabe que los Estados que integran la Unión no tienen capacidad, en este momento, para financiar un Ejército europeo: la mejor prueba de ello es que Alemania va a recuperar el servicio militar obligatorio y ya se sabe la capacidad de arrastre que tiene la primera economía europea.

En suma, da la impresión de que Meloni va a asumir un papel muy relevante en la gobernanza europea y que además es la primera interesada en que la construcción europea siga avanzando, entre otras razones porque su país es el mayor receptor de fondos europeos con el fin de realizar la transición digital y medioambiental: 209.000 de los 750.000 millones que pactaron en el llamado Recovery Fund de julio de 2020, con vistas a distribuirlo en el septenio 2021-2027, fueron a parar a los italianos. Si a ello se añade una inmigración irregular cada vez más controlada (los pactos con el gobierno albanés y egipcio parecen estar dando sus primeros réditos) y que los antieuropeístas de Salvini están en su nivel de apoyo más bajo en una década, da la impresión, siempre recordando que el eje franco-alemán reaparece cíclicamente, de que la actual primera ministra Meloni va a disponer cada vez de más peso en la gobernanza europea, y no para desmantelarla, sino precisamente para lo contrario: afianzarla en un momento de evidente crisis.