Criminal y erróneo: el golpe militar en Tailandia

Criminal y erróneo: el golpe militar en Tailandia

«C’est pire q’un crime, Sire; c’est une faute”
(Charles-Maurice de Talleyrand a Napoleón tras la ejecución del duque de Enghien, 1804)

Tema: El reciente golpe militar en Tailandia no hará más que agravar la polarización existente en el país entre populistas y conservadores. La UE debería condenarlo con más vehemencia, como ya han hecho países como Australia.

Resumen: Desde comienzos del siglo XXI Tailandia ha vivido en una situación de inestabilidad crónica, debido a la creciente brecha existente entre una parte de la sociedad ansiosa de mayores dosis de modernidad y democracia, y una elite ultraconservadora y monárquica, empeñada en perpetuar la desigualdad y el autoritarismo. El golpe del general Prayudh, lejos de ser neutral, es un nuevo intento de la oligarquía cívico-militar de mantener una hegemonía cada vez más vulnerable, como evidencia la brutal represión que están ejerciendo sobre las fuerzas pro-democráticas. Al igual que en 2006 es de prever que la polarización política, social y territorial se agravará a consecuencia del golpe. Al final, sea como sea el desenlace de la sucesión real y perviva o no la monarquía, el cambio político será imparable. El intento de perpetuar un sistema semi-feudal en Tailandia no se corresponde con las transformaciones experimentadas en Asia y en el mundo en el siglo XXI y está condenado al fracaso, pero hay que temer que el inevitable cambio político y social llegue a producirse en un marco de violencia. El pueblo tailandés sabe desgraciadamente que tendrá que sufrir aún más para lograr al fin un marco racional de convivencia democrático estable.

Análisis: El martes 20 de mayo el comandante en jefe del ejército tailandés, general Prayudh Chan-Ocha, declaró la Ley Marcial alegando la incapacidad de los dos bloques políticos contendientes en el país para resolver la crónica situación de enfrentamiento y parálisis. Dos días después, Prayudh se quitó la careta de pacificador y completó su ilegal golpe de Estado asumiendo todo el poder, destituyendo al gobierno civil interino, suspendiendo la Constitución e iniciando un proceso de detenciones, arrestos, intimidación y represión que continúa y se intensifica en el momento de redactar estas líneas.

(1) Monarquía, ejército, sociedad y política en Tailandia
El golpe de Prayudh es el 12º que alcanza su objetivo de derribar al gobierno constitucional desde la caída de la monarquía absoluta en 1932 y el 10º del largo reinado de Bhumibol Adulyadej. Aunque nominalmente la monarquía tailandesa es constitucional, ésta nunca lo ha sido realmente, ya que la corona siempre se ha mantenido por encima de la Constitución. Desde 1932 se han producido 12 golpes de Estado y otras seis intentonas fallidas. Ningún golpe triunfó sin el estímulo o la anuencia regias. En este período el rey ha dado su visto bueno a la promulgación y derogación de una decena de constituciones, haciendo patente la escasa validez que la elite tradicional confiere a las mismas.

El rey siempre ha estado presente, por encima de la convulsiva sucesión entre gobiernos militares y civiles. Desde los años 50, bajo la dictadura del general Sarit Thanarat, se consolidó una en Tailandia una ideología monárquica y ultranacionalista, basada en los principios de “nación, religión y rey”. EEUU respaldó a este régimen, de orientación anticomunista, ya que le permitió apoyarse en la autocracia tailandesa como palanca para sus malhadados intentos en Indochina en los 60 y los 70.

Concluida la Guerra Fría, arrancaron en Tailandia dos intentos de transición democrática, el primero en 1992, abortado por la crisis financiera de 1997-1998, y el segundo ya en 2000-2001, con la gran victoria electoral del partido nacional-populista, Thai Rak Thai, del magnate de las telecomunicaciones Thaksin Shinawatra. El thaksinismo introduce por primera vez en la historia del país profundas  transformaciones sociales, especialmente en el mundo rural del norte y el nordeste –sanidad pública, préstamos agrícolas, carreteras, escuelas, etc.–. Así se labró Thaksin una solidísima plataforma electoral que trasformará radicalmente y polarizará la política tailandesa hasta llegar a la larga crisis actual, que no se cierra, sino que se agudiza con el golpe del general Prayudh.

(2) Tailandia en el siglo XXI: Thaksin y la polarización política
La victoria electoral de Thaksin en 2001, ampliada a una reelección por mayoría absoluta en 2005, abrió una profunda brecha en el país. Mientras los sectores rurales del interior y el proletariado emergente de la conurbación de Bangkok trasladaban sus lealtades desde la adoración semi-religiosa al monarca a la adhesión interesada al magnate que había despertado en ellos la conciencia de sus derechos, las elites tradicionales de la capital y también algunos sectores populares del sur leales al conservador y mal llamado Partido Demócrata iniciaron un movimiento de contestación. Esta reacción conservadora fue facilitada por algunos excesos autoritarios del thaksinismo y culminó con el golpe militar del 19 de septiembre de 2006, dirigido por el general Sonthi Boonyaratklin. El gobierno instaurando por los golpistas sustituyó la constitución democrática de 1997 por otra más restrictiva, que ahora ha quedado hecha trizas por los mismos militares que la confeccionaron.

Entre los años 2007 y 2014 la polarización política, social y territorial se ha agravado enconando el enfrentamiento entre dos bloques, popularmente conocidos como los camisas rojas y los camisas amarillas. El rojo es el color del partido de Thaksin y sus partidarios defienden la legalidad democrática. El amarillo es el color de la monarquía y sus partidarios son apoyados y financiados por lo que Duncan McCargo ha definido como network monarchy, compuesta por las elites tradicionales que copan la burocracia, el ejército, la judicatura y parte del mundo de los negocios.

En este contexto, mientras se debilitaba físicamente el actual soberano, la monarquía era cada vez más utilizada, con la venia de varios miembros de la propia familia real, por los sectores más oligárquicos y reaccionarios. Esto ha hecho que caiga vertiginosamente su imagen de institución integradora y unitaria. La durísima ley de lesa majestad, única de su género en el mundo, ha tenido el efecto contraproducente de desprestigiar aún más a la monarquía. Muchas personas son detenidas arbitrariamente por supuestas acciones de lesa majestad y la nueva junta militar ha anunciado que serán juzgadas por tribunales militares, con todo lo que ello implica de falta de garantías procesales.

Restablecida la legalidad democrática, en 2008-2009 las manifestaciones de los camisas amarillas, la permisividad militar y la actuación sectaria de la judicatura derribaron a los sucesivos gobiernos pro-thaksinistas de Samak Sundaravej y de Somchai Wongsawat. Como consecuencia de este golpe táctico, los mal llamados “demócratas”, liderados por Abhisit y Suthep tomaron el gobierno a principios de 2009 aupados por los militares. Entonces fueron los camisas rojas quienes se insubordinaron y convocaron manifestaciones multitudinarias en Bangkok entre abril y mayo de 2010. Mientras que los camisas amarillas tomaron y paralizaron los aeropuertos de Bangkok durante dos meses sin encontrar mayor resistencia, los camisas rojos fueron brutalmente reprimidos por el binomio gobierno/ejército, que dejó cerca de un centenar de muertos, a los que nunca se ha hecho justicia.

(3) La última crisis y el golpe: polarización agravada y sucesión real
En el año 2011 el nuevo partido pro-thaksinista, Pheu Thai (“Por Thailandia”) ganó ampliamente las elecciones y llevó a la jefatura del gobierno a la hermana de Thaksin, Yingluck Shinawatra. Su mandato fue relativamente estable hasta otoño de 2013, cuando un desafortunado intento de promulgar una amnistía general, percibido como una maniobra para permitir el regreso de Thaksin a Tailandia, y de democratizar el senado haciéndolo totalmente electivo, desencadenaron amplias protestas del Partido Demócrata apoyado indisimuladamente por los círculos de poder oligárquico próximos a palacio. Su líder, Suthep Thaugsuban, ha protagonizado seis meses de disturbios, provocaciones, violencias y desafíos, llegando al extremo de boicotear las elecciones convocadas el 2 de febrero y de bloquear el acceso a las urnas, ante la pasividad complaciente de jueces, burócratas y generales.

Esta situación ha llevado a la destitución de Yingluck por el Tribunal Constitucional, bajo el pretexto de que había abusado de su poder al trasladar a un alto funcionario en 2011, a la paralización del gobierno interino, al ahogo del intento de una nueva convocatoria electoral y, finalmente, al golpe militar de Prayudh entre el 20 y el 22 de mayo.

(4) Características del golpe: objetivos, ejecución, resistencia y reacciones
El golpe de Prayudh es mucho más duro que el anterior de 2006. En los primeros 10 días de régimen militar se han producido centenares de detenciones, arrestos y confinamientos de dirigentes políticos (todos del bando pro-thaksinista), activistas de los camisas rojas, profesores, académicos, periodistas y responsables de ONG defensoras de los derechos humanos. El plazo de detención es indeterminado, el lugar de confinamiento es desconocido y los riesgos de ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzosas y violaciones masivas de los derechos humanos son altamente inquietantes.

Tailandia vive bajo un régimen de terror. Pese a las proclamaciones de Prayudh de buscar la reconciliación y de promover un nuevo marco político con una “democracia verdadera,” su credibilidad es bastante escasa a tenor del bloqueo informativo y la presión selectiva y sesgada que ha impuesto desde que se ha hecho con el poder. Aunque se presenta como una figura ecuánime y conciliador, Prayudh es juez y parte en el conflicto que parte en dos a la sociedad tailandesa.

Cabe esperar, por tanto, que los 15 meses que se da la junta militar para desarrollar un proyecto político ambiguo e inquietante no van a ser nada fáciles. Desde los primeros días se ha puesto de relieve que muchos ciudadanos y grupos se oponen frontalmente a este nuevo avatar de dictadura militar. Hasta el día de la fecha, valerosos ciudadanos en Bangkok y en provincias desafían cotidianamente la prohibición de concentraciones anti golpe. Y parece probable que a más largo plazo aumente la violencia militar y que ésta se vea replicada con brotes de resistencia o incluso insurrección, especialmente en los grandes núcleos rojos del norte y el nordeste, pero también en la periferia urbana en torno a Bangkok.

(5) Trascender la monarquía: ¿un futuro para Tailandia?
El golpe del general Prayudh es un acto a la vez criminal y erróneo. Criminal, porque un golpe es siempre un acto de violencia contra la soberanía popular y la convivencia democrática; acrecentado en este caso por las sombrías y brutales muestras de represión, la transgresión del Estado de Derecho y la violación de los derechos fundamentales de los ciudadanos.

Erróneo, porque lejos de calmar los ánimos y apaciguar las divisiones en el conjunto de la nación tailandesa, el golpe sólo conseguirá agudizarlas aún más y dar una vuelta de tuerca en la espiral de enfrentamientos y violencias. Además, el régimen militar incrementará la sensación de desconfianza interna e internacional y dañará aún más la ya precaria situación económica.

Aunque el ejército es mayoritariamente pro-monárquico y la policía es pro-thaksinista, hay divisiones en el seno de ambas instituciones, como también las hay entre radicales y moderados en los bandos “rojo” y “amarillo”.

Algunos observadores, particularmente Andrew McGregor Marshall, han querido poner énfasis en la espinosa cuestión sucesoria y en las pugnas en el círculo de palacio. El largo reinado del anciano rey Bhumibol toca ya a su fin y habrá que abordar una problemática sucesión, cuyo desenlace podría afectar a la supervivencia de la propia institución monárquica, hasta hace poco considerada consustancial con la propia identidad nacional tailandesa, pero hoy cada vez más cuestionada por amplios sectores del país. El presunto heredero, el príncipe Maha Vajiralongkorn, de 63 años, es poco popular y ha sido objeto de una campaña denigratoria por la ultraderecha monárquica, recelosa de sus supuestas conexiones con Thaksin y temerosa de que su reinado pudiera ser efímero. Ese círculo palaciego quisiera modificar la sucesión de una manera más acorde con sus intereses. El problema es que la popular princesa Sirindhorn no tiene descendencia, ni parece querer disputar el trono a su hermano. Por su parte, la Reina Sirikit, centro de todas las conspiraciones más reaccionarias, tiene ya 82 años.

Sin querer quitar importancia al factor sucesorio, sin duda imprescindible para un análisis profundo de la crisis y sus perspectivas de salida, la monarquía quizá esté a punto de perder el lugar central que ha tenido en los últimos 70 años y la cuestión de fondo será el dilema entre una sociedad estratificada, feudal, dual y clasista y una colectividad moderna, plural, democrática, integradora y desarrollada. La monarquía solo podrá sobrevivir, en Tailandia como en otros lugares, si es capaz de reinventarse y de subordinarse decididamente a la democracia. Si la monarquía sigue siendo un obstáculo a la democracia acabará desapareciendo en el baúl de las antiguallas históricas.

Por eso mismo hay quien apunta a un escenario aún más sombrío en el que, ante la pérdida irreparable de poder e influencia de la monarquía, el ejército vendría no tanto a respaldarla como a reemplazarla, apuntando al siniestro y aún no superado modelo del régimen de terror de las juntas militares en la vecina Birmania. No creo que la sociedad tailandesa, mucho más sofisticada y moderna que la birmana, permitiese tan terrorífica salida.

El movimiento de los camisas rojas puede ser el embrión del que acabe por surgir la democracia. Tiene de su parte la dinámica transformadora de la Historia, una acreditada capacidad de organización y resistencia, y la razón que le da haber sido capaz de movilizar a las masas rurales y al proletariado urbano, hasta hace poco ignorados, marginados y explotados. Para ello debería desprenderse de sus ribetes populistas, reducir su dependencia clientelista de los opulentos Shinawatra y abrirse a otros sectores democráticos de la sociedad, especialmente a la clase media urbana. Por su parte el bloque amarillo haría bien en renunciar a privilegios de otro tiempo y abrirse a la gran mayoría de sus conciudadanos. No será fácil, pero sí necesario. La solución no puede suponer en ningún caso la victoria total de un bando sobre otro, como ambos han pretendido irresponsablemente.

Conclusión: La comunidad internacional debe permanecer vigilante, denunciar las atrocidades cometidas por el golpe y las que lamentablemente seguirán, aislar a la junta ilegítima y contribuir a que Tailandia, una nación tan querida por cuantos tenemos la fortuna de conocerla, vuelva a transitar definitivamente por la senda de la libertad, la igualdad y la justicia. De manera especial, la UE debe actuar de manera coherente con los valores y principios de los que tan justamente nos proclamamos valedores. Por el momento, países como Australia han dado una respuesta más contundente que la nuestra, suspendiendo la cooperación militar con Tailandia y prohibiendo la entrada en su país a los miembros y colaboradores de la junta.

Juan Manuel López Nadal
Diplomático especialista en asuntos asiáticos, destinado en Tailandia en dos períodos (1993-1996 y 2004-2009)