Tema: Se analizan las operaciones en Faluya desde un punto de vista militar, la importancia del objetivo, el alcance de la respuesta de los insurgentes y la relación de todo ello con las próximas elecciones.
Resumen: Durante más de medio año la ciudad iraquí de Faluya representó un símbolo de resistencia para los insurgentes y una espina clavada en la estrategia norteamericana de normalización del país. La operación militar que ha culminado con su recuperación se había convertido en ineludible, dada la proximidad de las elecciones y la necesidad de reforzar la imagen de firmeza del gobierno provisional iraquí, constantemente puesta en entredicho por los ataques de la insurgencia. Pero, pese a que la batalla se ha presentado frecuentemente como decisiva, desde el punto de vista militar su importancia real a corto plazo es relativa. Sólo será útil, a medio y largo plazo, si representa el inicio de un proceso de afirmación de la autoridad del gobierno iraquí por todo su territorio. Como consecuencia, las elecciones previstas para finales de Enero difícilmente podrán desarrollarse de forma normal y, dada la actual fortaleza de la insurgencia, el conflicto necesita de una estrategia a largo plazo, con especial atención a la organización de fuerzas locales fiables.
Análisis: El valor de Faluya es principalmente simbólico. Para los insurgentes fue su primera “ciudad liberada”, la que desde el primer momento supuso un problema para los ocupantes, y la que ha permanecido en sus manos durante más tiempo y de forma más completa. Para la Coalición, la pérdida del control sobre Faluya supuso un duro golpe a la hora de mantener su imagen de superioridad militar, haciendo que la recuperación de la ciudad se convirtiese en exigencia ineludible. Para el Gobierno iraquí, Faluya era también el mayor reto visible a su autoridad, y una ofensiva contra la ciudad rebelde era una acción inevitable para mostrar su determinación frente a los insurgentes.
Que una ciudad adquiera valor de símbolo en un conflicto suele implicar problemas para las operaciones militares. Los símbolos suelen consumir más recursos de los que su valor objetivo aconsejaría y obligan, además, a obtener victorias rotundas, que resultan difíciles en conflictos asimétricos como el de Irak.
Aparte de su valor como símbolo, Faluya tiene también una cierta importancia desde el punto de vista estratégico. Está situada sobre la carretera que desde Bagdad conduce a Ammán y a Damasco y, además, en un punto en el que ésta cruza el río Éufrates. Dominándola se puede obstaculizar sensiblemente la línea de suministros que las fuerzas norteamericanas abrieron desde Jordania, para descongestionar en parte las largas y saturadas comunicaciones procedentes de Kuwait. No obstante, quizá Ramadi, situada algo más al Oeste, y también controlada en gran parte por los insurgentes, tenga todavía más valor desde este punto de vista.
Por otra parte, disponer de una “ciudad liberada” proporcionaba a los grupos insurgentes una base relativamente segura para organizarse, equiparse, planear sus acciones y refugiarse después de realizarlas. Faluya es demasiado grande y estaba demasiado bien defendida como para que una rápida incursión norteamericana pudiese penetrar en ella. Cualquier ataque debía implicar unos preparativos difícilmente disimulables, por lo que los grupos armados rebeldes podían moverse con cierta seguridad en el interior de la ciudad.
Con estas premisas y teniendo en cuenta las limitaciones impuestas tanto por las elecciones norteamericanas de noviembre como por las iraquíes de finales de enero de 2005, no resultaba difícil aventurar que una ofensiva contra Faluya era inevitable en algún momento entre principios de noviembre y principios de diciembre.
Los planteamientos previos a la batalla.
Para el mando norteamericano en Irak era esencial no repetir los errores cometidos en la ofensiva de abril, cuando resultó imposible forzar el acceso a la ciudad. En realidad, más que de errores se trató de carencias, combinadas con una considerable dosis de mala suerte. El primer problema fue la falta de efectivos. En el momento más álgido de la batalla no había más de tres batallones de Infantería de Marina alrededor de Faluya, insuficientes incluso para completar su cerco. Los dos batallones de guardias nacionales iraquíes que debían apoyar a los “marines” se deshicieron rápidamente debido a las deserciones.
Los norteamericanos recurrieron entonces a utilizar su potencia de fuego, pero eso causó un número de bajas civiles, probablemente exagerado por los insurgentes, pero que fue rápidamente explotado en los medios de comunicación. Las protestas del Consejo de Gobierno iraquí y la opinión pública internacional llegaron en el mismo momento en el que estallaba la rebelión chií de Al-Sadr en el centro del país, y salían a la luz las tristes imágenes de Abu Ghraib. La posibilidad de concentrar más fuerzas en torno a la ciudad era escasa con los “marines” recién llegados a la zona (habían asumido el control de la provincia de Al-Anbar dos semanas antes) y una oleada generalizada de ataques en todo el país. El mando norteamericano decidió, probablemente con razón, que no era el momento más propicio para continuar la ofensiva.
Para la presente operación se acumuló un número suficiente de efectivos. Unos 10.000 “marines” y soldados norteamericanos, junto con 2.000 soldados iraquíes. Evidentemente, hubo que sacar esas fuerzas de algún sitio y, ya que no se recibieron nuevos refuerzos de EEUU, no quedó más remedio que desguarnecer otros sectores. Algunos se cubrieron provisionalmente, como la zona de Iskandiriya (al sur de Bagdad), a la que se traslado un batallón británico del regimiento Black Watch. En otras zonas, como la problemática frontera siria, se debió asumir el riesgo de intentar sustituir la presencia norteamericana por fuerzas locales. Como era de esperar, la insurgencia aprovechó esta ocasión y aniquiló las guarniciones iraquíes de varios enclaves fronterizos en las semanas previas a la ofensiva.
Los objetivos norteamericanos y del gobierno iraquí en la ofensiva eran tres, dos de ellos de naturaleza meramente militar y el tercero, el más importante, de carácter político. Los objetivos militares eran sencillos, el primero consistía en privar a la insurgencia de una base de operaciones segura. El segundo, más difícil de conseguir, era forzar a los rebeldes a una batalla de desgaste en la que, inevitablemente, sufrirían múltiples bajas, quedando debilitados de cara a posteriores ofensivas en fechas próximas a las elecciones de enero. Pero el objetivo más importante era mostrar la determinación, tanto de las fuerzas de la Coalición como del gobierno iraquí, para acabar con cualquier foco insurgente, pese a los sacrificios que ello pudiera implicar. Este objetivo, de carácter político, tenía múltiples ramificaciones: servir de ejemplo para otras posibles ciudades rebeldes, asentar la confianza en las nuevas fuerzas iraquíes y mostrar la firmeza personal del Primer Ministro Alaui para seguir con el proceso político emprendido en junio.
Para los insurgentes, la defensa de Faluya dejaba pocas opciones. Ni guerrilleros ni terroristas suelen sobrevivir demasiado tiempo si caen en la tentación de aceptar combates abiertos; así pues, la opción casi única era la clásica: abandonar la ciudad para combatir en otro sitio y en otro momento. No obstante, la defensa de un área urbana brinda también muchas oportunidades que pueden resultar irresistibles: resulta fácil causar bajas al adversario, la prolongación de la defensa puede llegar a adquirir un carácter mítico y las inevitables imágenes de bajas civiles y daños a la infraestructura no suelen ser una buena propaganda para los atacantes. Así pues, puede resultar rentable sacrificar un cierto número de combatientes para intentar conseguir esos efectos.
Como la preparación para la ofensiva fue lenta y predecible (los ataques aéreos comenzaron ya en el verano), hubo tiempo para abandonar la ciudad, quedando en ella quizá algo menos de dos mil combatientes para su defensa.
Las operaciones
La operación militar se ha desarrollado de una forma clásica. Los atacantes procedieron a establecer el cerco, lanzar ataques aéreos y de artillería sobre objetivos seleccionados y ocupar puntos clave de la periferia urbana. Después se lanzó el ataque por tierra en múltiples direcciones para intentar saturar la capacidad de reacción de los defensores. Estos dejaron inicialmente que el adversario penetrase con facilidad, para después reaccionar buscando el combate a corta distancia, intentando anular con ello la eficacia de los devastadores fuegos aéreos, de artillería y helicópteros.
Los resultados hasta el momento han sido dispares. Por un lado, como era de esperar, la ciudad ha caído en manos de las fuerzas atacantes y un número elevado de defensores (entre varios centenares y más de un millar)) ha sido aniquilado. Por otro lado, las bajas de la Coalición han sido significativas (hasta el momento 54 norteamericanos y 8 iraquíes muertos y más de 500 heridos entre ambos). Los combates esporádicos se suceden todavía, tras tres semanas de operaciones, y es de suponer que los hostigamientos y actos terroristas, tanto en el interior como en la periferia de la ciudad, continuarán por algún tiempo.
Pero lo más importante ha ocurrido fuera de Faluya. Como respuesta a la ofensiva de la Coalición, los insurgentes han lanzado una serie de ataques coordinados en muchas otras ciudades del triángulo suní. Algunas de ellas son los focos habituales de la insurgencia como Ramadi, Samarra, Baquba o Balad, parcialmente dominadas por los rebeldes. Pero otros casos son más preocupantes: Baji, un importante centro petrolífero, y sobre todo, Mosul, tercera ciudad de Irak con casi un millón de habitantes, han visto como gran parte de sus cascos urbanos eran controlados temporalmente por los insurgentes. Policías y guardias nacionales han caído por docenas, y muchos sencillamente han desertado o se han unido a los insurgentes.
Una ofensiva de este tipo se esperaba ya al inicio del Ramadán, que coincidía con las últimas semanas de las elecciones presidenciales en EEUU. Pero la perspectiva de la ofensiva sobre Faluya probablemente ha hecho que los insurgentes hayan retrasado sus planes, sincronizando sus operaciones con las de la Coalición para dar una impresión de reacción masiva e inmediata. Lo más preocupante de este hecho es que refuerza la idea de que existe un mando unificado de la insurgencia, capaz de diseñar una estrategia global y de coordinar operaciones complejas en todo el país.
Consecuencias de la batalla
Para asignar un vencedor claro a la batalla por Faluya puede que haya que esperar algún tiempo o, como suele ocurrir frecuentemente en los conflictos asimétricos, ninguno pueda ser considerado como tal. Ambos bandos han obtenido ventajas y han sufrido pérdidas. La Coalición ha terminado con el enclave rebelde, ha causado un número importante de bajas enemigas (en Faluya y en otras zonas) y ha mostrado la firmeza del gobierno iraquí. Los insurgentes no lo han puesto nada fácil, y han demostrado su capacidad para paralizar el triángulo suní, e incluso para ocupar físicamente una gran parte de sus ciudades, causando un número importante de bajas entre las filas norteamericanas e iraquíes.
En estas circunstancias, las acciones posteriores a Faluya serán las realmente decisivas. En realidad, si se quiere que la batalla haya servido para algo, debe constituir solo el inicio de un proceso que, hoy por hoy, resultará muy costoso. Este proceso incluiría la recuperación del resto de las ciudades parcialmente bajo el control de la insurgencia, y la rápida sustitución en su interior de las unidades norteamericanas por fuerzas militares y policiales locales.
Con la fuerza que actualmente ha adquirido la insurgencia esta tarea no se presenta fácil y, desde luego, no será corta. Las operaciones norteamericanas de momento solo han conseguido recuperar parcialmente algunos cascos urbanos controlados por los rebeldes, y ni siquiera Faluya es todavía zona segura. Desde un punto de vista estrictamente militar, teniendo en cuenta los escasos efectivos de la Coalición y la fiabilidad todavía baja de las fuerzas locales iraquíes, sería difícil conseguir una situación mínimamente estable en menos de un año. Para ello adquiere una renovada importancia el papel que pueda desempeñar la OTAN entrenando al nuevo ejército iraquí. Si la organización atlántica consigue superar sus habituales rémoras burocráticas y políticas, y adiestrar oportunamente a un número elevado de oficiales y soldados iraquíes, dentro o fuera del país, puede convertirse en un actor de la máxima importancia en el conflicto.
Pero las elecciones están a la vuelta de la esquina y las posibilidades de que se celebren con cierta normalidad parecen reducidas. Es cierto que se ha desactivado, de momento, la rebelión chií de al-Sadr y que los suníes, componentes principales de la insurgencia, representan solo el 20% de la población del país. Pero también es cierto que en las zonas con fuerte presencia suní vive la mitad de la población de Irak, en centros urbanos tan importantes y problemáticos como Bagdad, Mosul, Kirkuk, Ramadi, Iskandiriya o Tikrit. Resultará difícil organizar elecciones en estas ciudades con un adversario que es capaz de lanzar miles de combatientes a la calle en unas horas.
Las únicas esperanzas para unas elecciones relativamente normales provienen de posibilidades un tanto remotas a corto plazo. Quizá que el ejemplo de Faluya, y el miedo a que se repita la destrucción que ha sufrido la ciudad, provoque una ola de rechazo ante los insurgentes. O bien que estos últimos, en las próximas semanas, se olviden de su tradicional estrategia de combatir sólo donde ellos eligen, y afronten un combate abierto contra las fuerzas de la Coalición que les ocasione un fuerte desgaste.
Como no parece probable que ninguna de estas dos opciones se materialice, habrá que empezar a pensar en el escenario de unas elecciones que no se van a poder desarrollar de forma normal para gran parte de la población. La reciente petición de varios partidos suníes en el sentido de retrasar los comicios apunta en esta dirección, aparte de que demuestra el temor a una masiva victoria de los partidos chiíes. Lo cierto es que, una vez convocadas y establecida la fecha, anularlas supondría asumir una derrota formal. Pero esperar que constituyan un éxito y supongan un cambio radical en la situación del país sería una ingenuidad.
Conclusiones: La batalla de Faluya tendrá sin duda su importancia. De momento se ha acabado con un símbolo, se ha demostrado firmeza y se ha privado al enemigo de ciertas ventajas tácticas. Pero, probablemente, no supondrá un acontecimiento decisivo. Los insurgentes no han sufrido pérdidas excesivas, y han tenido ocasión de demostrar que su fuerza es mayor que nunca.
Faluya puede ser el punto que suponga una inflexión en una situación en la que los insurgentes no han hecho más que fortalecerse desde mayo de 2003. Pero lograr esa inflexión implicará pagar un precio, en términos de tiempo, vidas y recursos económicos. No parece probable que se pueda derrotar a la insurgencia a corto plazo, y el tiempo necesario para debilitarla lo suficiente como para lograr una mínima normalidad en la sociedad iraquí pueden estimarse en años. A no ser que se acometa un esfuerzo muy superior al actual, que ni EEUU, ni Europa, ni los Estados de la zona parecen capaces o dispuestos a realizar.
En estas circunstancias, si algo ha demostrado la batalla de Faluya es que va a resultar muy difícil llevar a cabo un proceso electoral en enero con las mínimas garantías. Por eso resulta peligrosa la idea de que las elecciones van a representar otro acontecimiento decisivo. De hecho, muchos miembros de la Coalición las presentan como el hito que marcará su retirada o la reducción significativa de sus fuerzas en el país, lo que militarmente puede suponer un problema de primer orden.
EEUU difícilmente puede enviar más fuerzas a Irak, o asumir muchas más bajas y gastos. Las fuerzas policiales y militares iraquíes, por su parte, no están todavía bien equipadas ni entrenadas, ni son suficientemente fiables. En estas circunstancias, el papel de la OTAN entrenando al futuro ejército iraquí puede ser relevante para el desarrollo del conflicto. Sólo una afluencia masiva de policías y soldados iraquíes competentes y fiables puede frenar a la insurgencia a medio plazo.
José Luis Calvo Albero
Teniente Coronel del Ejército de Tierra