Tema: La reciente condena de Liu Xiaobo, prominente disidente chino, se ha producido en medio de un conflicto de grandes intereses empresariales y políticos, en el marco de un ciberespacio altamente estratégico.
Resumen: Este análisis se propone, primero, explicar la relevancia de la detención de Liu Xiaobo y su importancia en relación con el activismo chino de significado político y social de los últimos años. A continuación ofrece algunas interpretaciones sobre el enfrentamiento Google-Pekín, casi coincidente con el caso Liu y relacionado con ciberataques y censura. Por último, analiza aspectos del pulso de poder en el ciberespacio.
Análisis: Poca relevancia en Europa, aunque muchas interpretaciones, ha logrado la condena de Liu Xiaobo por inspirar la Carta 08, que demandaba libertad de expresión. La pena fue ratificada por la justicia china el pasado febrero. Tampoco tuvo eco relevante el caso entre los urbanitas chinos, distanciados del espíritu de las protestas de Tiananmen, que en parte encabezó Liu. Su condena se suma a otras recientes condenas de otros activistas por causas locales.
A la vez, las medidas de Pekín han coincidido prácticamente, en un lapso de semanas, con recientes denuncias de Google. La compañía afirma que clientes suyos, tanto chinos como extranjeros dedicados a la defensa de libertades en China, habían visto atacadas sus cuentas de Gmail. Además, añadió que esas agresiones también iban dirigidas a robar secretos comerciales y códigos informáticos de la compañía. La autoría de estos ataques es un asunto complejo en el que intervienen los intereses estratégicos de un gigante del ciberespacio y los de un Estado de partido único celoso de su ámbito de control e igualmente con amplia presencia en el ciberespacio.
A la vez, durante semanas, tanto el caso de Liu como el del enfrentamiento entre Google y Pekín han coincidido con ciberataquesde alcance global cuyo origen distintas fuentes sitúan en China. Pero tan importante como la autoría inmediata de los ataques, conviene constatar que se han trasladado al ciberespacio algunos principios de la geoestrategia vinculados a la relación China-EEUU. Y en ella cabe la pugna clásica entre libertad y control.
El caso Liu Xiaobo en su época y en su contexto actual
La condena de Liu Xiaobo, conocida el pasado 25 de diciembre y confirmada por el Tribunal Supremo de Pekín el 11 de febrero de 2010, da espacio a una serie de interpretaciones.
La pena al ideólogo activo más prominente de las protestas de 1989 en la plaza de Tiananmen asciende a 11 años de prisión y a dos de privación de derechos. Su detención se produjo en diciembre de 2008 por encabezar la famosa Carta 08, que demandaba reforma política y criticaba la libertad de expresión. Fue apoyada por 303 simpatizantes y activistas chinos. El texto tenía similitudes con la Carta 77 checoslovaca que contribuyó en 1977 a una mayor apertura del entonces régimen de Praga. Fue hecha pública un poco antes de la presidencia checa de la UE (entre enero y mayo de 2009) y obtuvo apoyo en Praga de medio centenar de firmantes de la histórica Carta checa.
Sin embargo, esas articuladas demandas, tal como aparecen en la Carta, no encuentran apoyo (dentro de la realidad que es posible apreciar en una dictadura del proletariado) en una gran parte de la sociedad china. Tampoco despiertan una amplia adhesión, excepto en algunos gobiernos y en las ONG que en Occidente apoyan la causa de las libertades en China y en el mundo.
Como se recuerda, tras la represión de 1989 decenas y centenares de miles de jóvenes emigraron de lo que consideraban un país que previsiblemente entraría en un inmovilismo en todos sus ámbitos. Los últimos 18 años del conocido dinamismo experimentado por China atestiguan cuánto se equivocaron. Entre ellos Robin Li (cuyo nombre chino es Li Yanhong), futuro presidente de Baidu, el mayor buscador de contenidos virtual de China en la actualidad. Es interesante recordar que en 1991 Li afirmaba que su país era un lugar depresivo y “sin esperanzas”. Por ello se trasladó a EEUU con una beca concedida por la Universidad de Buffalo. Luego entró en el mundo de la empresa. Otros, a diferencia de Li, como Liu Xiaobo, claramente comprometidos con el activismo político, fueron detenidos, salieron en libertad y continuaron con su denuncia, actividad que les valió periódicas detenciones y condenas a penas diversas en los años posteriores.
De entre los urbanitas que permanecieron en China hay antiguos disidentes y simpatizantes con la sensación de cambio prometida por el movimiento de Tiananmen. Sin embargo, una vez acabado éste, transformaron su adhesión a ese mítico movimiento ciudadano sin ser cooptados por el sistema político, sino que por el sistema socioeconómico posibilitado por el primero. Éste les ha permitido desarrollar proyectos de diverso tipo, ponerlos en práctica y prosperar. De esa orientación pragmática provienen varios casos de triunfo empresarial (como los del citado Robin Li) o de Jack Ma (cuyo nombre chino es Ma Yun), fundador de la hoy exitosa compañía Alibaba en el sector de las nuevas tecnologías.
La pregunta que cabe hacerse es, si la acción está tan desviada de la visión crítica de los asuntos públicos y los activistas pro democráticos representan un porcentaje de población infinitesimal, ¿por qué el gobierno se empeña en encarcelar a Liu Xiaobo con una condena ejemplar? Las respuestas se pueden dividir en dos. En primer lugar, estos disidentes, una fracción minúscula de la sociedad, tienen, pese a su situación arrinconada, posibilidad de comunicarse con causas concretas y locales de activistas sociales. Estos pueden movilizar la atención de masas en la denuncia de asuntos que preocupan a Pekín, pero en los que no desea ser sobrepasado. Esto es así en general y especialmente ante la Expo Universal de Shanghai, que se inaugurará en mayo de este año.
Entre estos asuntos se cuentan denuncias de casos de mala edificación asociados a una mala gestión o decididamente a la corrupción, que quedaron en evidencia tras el terremoto en la provincia de Sichuán en 2008, especialmente en el caso de las escuelas. En esta causa ha destacado el activista Tao Zuoren. Claro que Tao llegó muy lejos a gusto de las autoridades, y así, siguiendo un antiguo esquema, fue acusado formalmente por otros asuntos. En este caso por subversión ya que había publicado artículos en Internet sobre las protestas de Tiananmen. Finalmente fue condenado en Sichuán a una pena de cinco años. También fue encarcelado allí el pasado noviembre el activista Huang Qi, especializado en la investigación del tráfico de personas, y finalmente acusado de posesión ilegal de secretos de Estado. Era sabido que Huang, premio 2004 a la ciberdisidencia por la organización internacional Reporteros sin Fronteras, llevaba un dossier con detalles de la gestión del terremoto de Sichuán por parte de las autoridades. Nuevamente el gobierno resaltó en este disidente su conexión íntima con Tiananmen. Después de todo, la web de Huang, http://www.64tianwang.com, lo afirma explícitamente recurriendo a un código conocido. En efecto, usa el 6 y el 4, que significa 4 de junio, aludiendo a la represión de Tiananmen y que entiende cualquier chino (en este caso, si logra saltar el cortafuegos virtual tendido por el Estado).
Por otra parte, algunos signatarios de la Carta 08 o antiguos simpatizantes en activo de Tiananmen o los del tipo citado más arriba, tienen potencial para conectar, si así lo deseasen, con individuos inconformistas conocidos como “peticionarios”. Se trata de una categoría de personas que a título individual o de un reducido colectivo viajan de sus provincias de origen a Pekín para denunciar injusticias locales muy específicas ante la autoridad central. Pero a menudo allí encuentran obstáculos oficiales y alguna nueva injusticia. Su grado de insatisfacción es caldo de cultivo para que deseen coordinarse con otros en situación similar. Pero para ello han de contar con acceso a Internet, que en sí ya es un medio complejo para la expresión de agravios.
La libertad de expresión en el enfrentamiento Google-Pekín
El 12 de enero, entre la apelación a la pena impuesta a Liu Xiaobo y pocas semanas antes que el Tribunal la confirmase, la empresa norteamericana Google denunció haber sido atacada tanto en su sección de secretos comerciales, en algunos códigos informáticos, así como en algunas de sus cuentas de Gmail. Conviene recordar que Google y su correo Gmail se han convertido en imprescindibles vehículos para cualquier causa contestataria china que aspire a lograr eco global, objetivo pretendido por un buen número de activistas y disidentes. Los ataques, según la compañía, que en estos años ha contado con sedes en Pekín, Shanghai y Cantón,habrían consistido en intrusiones a cuentas de correo de activistas locales, europeos y norteamericanos de derechos humanos en China. Se habrían canalizado a través de phishingy de programas maliciosos. Según la denuncia, otras compañías también habrían sido atacadas. A continuación Google agregó que levantaría los filtros de censura, que aceptaba desde 2006, y que con seguridad le significarían salir del país. Los filtros impiden en China acceder a información suficiente para conocer las protestas de Tiananmen, el trayecto histórico global seguido por el Tíbet o la secta Falun Gong (asunto más sensible que el primero).
La protesta del Departamento de Estado de EEUU era previsible, así como la réplica china, que adujo que Google está coaligado con los poderes fácticos de Washington. Esto significa una reedición en China de la crítica a lo que se denomina como la “diplomacia de los derechos humanos”, desplegada por Washington y denunciada por distintos intelectuales chinos desde hace años.
En un ambiente extremadamente competitivo, la crítica más demoledora ha surgido de la empresa Baidu, el buscador chino que, recordémoslo, es un competidor que lidera el sector en el marco que ofrece el país, con cerca del 60% del mercado. Adelanta a Google, que cuenta con cerca de la mitad de ese porcentaje. Baidu afirma que la compañía californiana simplemente no acepta las reglas de la competencia. Jack Ma, jefe ejecutivo de Alibaba, la compañía líder de comercio electrónico en China, igualmente ha entrado al debate declarando que con sus argumentos de libertad de expresión Google recurre a excusas.
Más aún, en las últimas semanas Pekín ha pasado a la ofensiva a través de medios informativos como Xinhua, Renmin Ribao y Global Times. Éstos han propagado los contenciosos de Google en Europa. Particularmente destacan las quejas de defensores de la privacidad en Alemania contra la aplicación Street View, que detalla la visión de ciudades y personas. Igualmente apuntan al caso en Italia de la exhibición en Google de un video con el maltrato a un niño autista y expuesto por largo tiempo en la Red, lo que ha significado la condena judicial de tres directivos de la compañía.
La defensa de Google por la Embajada de EEUU en Roma confirma a ojos chinos la falta de división entre los intereses de una transnacional y los poderes fácticos de su país de origen. Por otro lado, en un plano más acucioso, también llega a China una impresión internacional muy extendida entre los internautas en cuanto a que el mismo Google se ha convertido en observador ubicuo de sus usuarios. Se percibe en la publicidad específica junto a los buzones de Gmail. Nada garantiza que sólo los robots lean la información a partir de la que envían sus mensajes globales a sus usuarios o que sea interceptada por otros.
Por otra parte, en marzo se comentaba con énfasis en Washington el planteamiento de una iniciativa legislativa en el Congreso para obligar a las firmas nacionales en China a no obedecer la censura allí. Ciertamente, en teoría Pekín tenía la posibilidad de aceptar que se levantaran los filtros, como pedía Google, y a la vez intentar atajar el flujo de información que le incomoda por otros medios. Pero es algo enrevesado y Pekín no escogió esa vía, que en cualquier caso, en su visión, atentaría contra su soberanía. En vez, decidió aumentar el pulso con la empresa, forzándola a adoptar una decisión.
El ciberespacio y el pulso del ciberpoder
El caso de Liu Xiaobo y de los colectivos que lo apoyan concierne a la libertad de expresión. Paralelamente, según la misma denuncia de Google, las intromisiones en las cuentas de correo de Gmail son ataques en toda regla y por tanto en los intereses centrales de la compañía.
Sin embargo, en este contexto ha emergido con mayor fuerza un tema mayor.Es la serie de denuncias de importantes intromisiones que distintas fuentes señalan con origen en China en las semanas previas y posteriores al caso de Liu Xiaobo y de Google. Incluso el gobierno indio (una potencia tecnológica y antiguo rival de China) afirmó que su Oficina de Seguridad Nacional sufrió ciberataques el 15 de diciembre pasado, como también lo denunciaron empresas estadounidenses de la industria de defensa. En fin, en enero, una semana después del anuncio de Google de abandonar China, el Club de Corresponsales Extranjeros en China también denunció el ataque en esas fechas a varios periodistas en sus cuentas de Gmail.
A mediados de febrero, The New York Times informó que los ataques de diciembre pasado provenían de dos centros chinos, uno, de la escuela de formación profesional Lanxiang, en el este del país, a la que observadores occidentales relacionan con el Ejército chino y con el buscador chino Baidu, precisamente el rival de Google. Otra fuente de ataque provendría de la Universidad de Jiatong, en Shanghai. Como se sabe, Pekín ha negado los hechos, que declara ilegales. Prefiere la interpretación del buscador chino Baidu, que, como se decía más arriba, acusa a Google de escudarse en su argumentación para esconder su incapacidad de competir en China.
En este enfrentamiento, en el cual conviven control, espionaje, defensa y ataque, el problema reside en la opacidad del ciberespacio. Como es sabido allí operan troyanos, además de paquetes informáticos subrepticios inidentificables, incluso para un especialista (que por lo menos en estos casos, añadidamente, debiera saber, por lo menos inglés y chino). Igualmente es sabido que en el mundo hay decenas de millones de ordenadores zombies y en acción transfronteriza. A la vez, ha de recordarse que la mayoría de los ataques que ocurren en el mundo no salen de China. El software y todo tipo de virus se perfeccionan diariamente y a cada hora, creados y actualizados por multitud de actores en EEUU (con ventaja, la primera potencia tecnológica), en China (primer mercado de las telecomunicaciones) y en el resto del planeta. Más aún, en el ciberespacio opera la tecnología más avanzada y rápida que ha conocido la Humanidad.
Como parte interesada en este asunto de dimensiones globales, la compañía Microsoft ha declarado que no ve nada inusual en los ataques a Google, porque al fin y al cabo ella misma es atacada diariamente desde todo el mundo, así como lo es todo el mundo, según Steve Ballmer, presidente ejecutivo de Microsoft.
Por todo lo anterior puede sorprender que en estas recientes fechas de tanta controversia sobre el caso Google asociado a la libertad de expresión y al ciberespacio, el discurso pronunciado por el ministro de Exteriores chino, Yang Jiechi, el 6 de febrero en la 46 Conferencia de Seguridad de Múnich, no haya llamado la atención sobre la realidad de los ciberataques como parte de las amenazas que enfrenta el mundo.
No era predecible, sin embargo, que a inicios de marzo Google declarase que su balance más reciente le indicaba que en el último cuatrimestre la compañía mostraba históricos beneficios. Más sorpresa produjo aún que el 13 de marzo trascendiese a través del Financial Times que la compañía estimaba sólo en un 0,1% la posibilidad de continuar en China. Al día siguiente, en la clausura de la Asamblea Popular Nacional, el 14 de marzo, el primer ministro chino, Wen Jiabao, declaraba a su vez su disposición a hablar con las compañías extranjeras,pero en el marco de la ley china.
Finalmente, el 22 de marzo Google anunció una decisión de alcance geoestratégico en clave china para sortear este conflicto ciberespacial y que comenzó a ejecutar en las horas siguientes. Fue el cierre de su web basada en China y la redirección a sus usuarios chinos hacia el territorio de la Región Administrativa Especial de Hong Hong, donde, excepto la pornografía, no rigen las leyes de censura vigentes en el resto del territorio de la República Popular. Una vez en Hong Kong el internauta continental accede a una nueva interfaz que le permite leer en chino simplificado, utilizado por la abrumadora mayoría del país, a diferencia de los hongkoneses, que leen en caracteres tradicionales.
La respuesta a qué sentido comercial tiene la reciente decisión de Google no se resuelve meramente remitiéndose a la relatividad de los beneficios. Según JP Morgan, el año pasado la compañía a nivel global habría ganado 16.000 millones de euros comparados con los 440 millones de beneficio logrado en China. Tampoco es un buen análisis argüir que la compañía habría tocado techo debido a que su competidora local Baidu le aventajaba casi en el doble en su cuota de mercado. No es así, simplemente porque por dimensiones hay espacio para competir, como demuestran los históricos y recientes beneficios de Google en China en el último período y en un mercado en expansión.
Por otro lado, no parece previsible que el contencioso de Google arrastre a otras compañías a presionar con retirarse de China por los ataques informáticos de que pudieran haber sido víctimas o porque no se sientan tratadas justamente en el mercado chino. Esta última percepción es la de un 38% de las firmas encuestadas por la Cámara de Comercio de EEUU en Pekín a mediados de marzo.
Más importante es centrarse en la última de las dos interesantes afirmaciones surgidas en este conflicto inacabado de intereses. Primero, en la más reciente entrevista concedida a The New York Times, el 22 de marzo, Sergey Brin, co-fundador y presidente de Google, explicó en clave libertaria que el haber vivido de niño en el totalitarismo de la Unión Soviética, sin libertad de información, había influido en algunos de los criterios de la compañía. Y dos, que el gobierno y la burocracia chinos son grandes, recogen variados puntos de vista, y que continuaban las negociaciones al más alto nivel entre Pekín y la compañía.
Conclusiones: La Carta 08 apenas tuvo eco en la Presidencia checa de la UE. Un año después, las causas de los disidentes chinos tienen aún menos visibilidad exterior. Sin embargo, la falta de libertades políticas no se ha de confundir con falta de libertad de expresión sin más porque China es uno de los polos de expresión cultural y de comunicaciones del mundo.
Por otro lado, el tema de las libertades que emerge por la denuncia de Google, cabe considerarlo dentro de un ciberespacio altamente estratégico. En lo inmediato la compañía defiende su propia seguridad que ha visto atacada. Pero la opinión pública mundial no asiste exactamente a un choque puro entre una gran transnacional tecnológica que apuesta sin más por los valores libertarios y un Estado dictatorial.
Quedan abiertas algunas cuestiones específicas en la última semana de marzo. A saber, si Google será bloqueado del todo (esta vez en su recepción en China continental), y tanto en chino como en inglés, o si Pekín restringirá sólo algunos de los contenidos que ya ha comenzado a bloquear. En fin, si algunas secciones de Investigación y Desarrollo continuarán en territorio chino, dónde y en qué condiciones.
En cualquier caso, en conjunto y hasta ahora, parece extraña la estrategia tan directa y desenfadada adoptada por Google como reacción a los ataques que denunció en su momento. Al adoptar la estrategia de redireccionar su plataforma de búsqueda a través de Hong Kong, deja con poco margen de maniobra a Pekín, que no permitirá dejarse humillar con una decisión que politiza mucho el tema. Así, Google, de no mediar alguna fórmula nueva en las conversaciones al más alto nivel con Pekín (que según su presidente, Sergey Brin aún existían a fines de marzo), probablemente verá cómo se cierran las puertas en China a la parte comercial y fundamental de la compañía que preside.
Por todo lo anterior y por el creciente poderío tecnológico en el pulso de una interacción que recuerda al tan mencionado G-2, surgen indicios que apuntan a que en el ciberespacio también se alteran factores de poder que inciden en la geopolítica. Se reedita aquí el conocido juego de cooperación y competencia de ambas potencias. Aunque en esta lógica entran Estados, grupos en su nombre o por cuenta propia (no se descarta tampoco la acción de otros actores globales).
En tanto, en Europa, en el discurso de 10 de marzo ante la Eurocámara, la responsable de política exterior y seguridad europea, Catherine Ashton, declaró que “no es tiempo de volar en piloto automático” ante los complejos problemas del nuevo paisaje geopolítico. E hizo mención a la ciberseguridad dentro de la gobernanza global, aunque sin relacionarla expresamente con la geopolítica. En vista del caso Google-Pekín y del pulso más global de poder al que pertenece, parece importante profundizar en el estudio de esta relación.
Por último, conviene recordar que la relación UE-China está jalonada de diálogos sobre libertades en China y que Pekín ve ese discurso como un argumento de presión estratégico de Occidente (por lo demás con resultados modestos). Hoy es aconsejable saber más sobre los nuevos contextos en los que planteamos esos diálogos decididamente legítimos.
Augusto Soto
Consultor y profesor en ESADE