Tema: Las autoridades de Pakistán han emprendido en Waziristán del Sur una ofensiva militar con el fin de neutralizar la amenaza que para la estabilidad política y la cohesión social de un país dotado con armamento nuclear suponen tanto Therik e Taliban Pakistan como asimismo al-Qaeda y sus entidades afiliadas. Pero el nexo de terror que configuran es más complejo de lo que parece y hacer frente al desafío de los extremistas requiere que la intervención del ejército sea complementada con otro tipo de actuaciones desde el poder.
Resumen: En las regiones tribales de Pakistán y especialmente en la agencia de Waziristán del Sur se encuentra tanto el principal baluarte de Therik e Taliban Pakistan como un santuario para al-Qaeda y sus grupos u organizaciones asociadas. Las autoridades del país surasiático han decidido emprender una intervención militar para neutralizar la grave amenaza que ese conjunto de actores interconectados plantea y que se pone de manifiesto en las campañas de violencia que llevan a cabo. Pero el nexo de terror que configuran adquiere una complejidad aún mayor de lo que parece, pues no sólo se beneficia de la talibanización observable en determinados sectores de la sociedad paquistaní sino que ha mantenido conexiones estatales. Además, desde el noroeste de Pakistán se favorecen las actividades de insurgencia y terrorismo en Afganistán, al tiempo que ha sido un escenario en el cual se ha ideado y planificado la comisión de atentados fuera de la región, incluso en algunos países de la UE. Importa, pues, que la ofensiva del ejército paquistaní tenga esta vez los resultados deseables. Pero hacer frente a los desafíos internos y externos que los extremistas plantean requiere que sea complementada con otro tipo de actuaciones desde el poder, algo nada fácil debido a las tensas relaciones entre civiles y militares que existen en aquel país.
Análisis: “Camino de Salvación” es, en una traducción aproximada de las palabras en urdu cuya transcripción equivale a Rah e Nijat, como el Ejército de Pakistán ha denominado a la operación militar que se inició a últimas horas del pasado día 16 de octubre en las llamadas zonas tribales al noroeste del país, más concretamente en Waziristán del Sur. Es en dichas zonas tribales donde se localiza el santuario del cual han venido disponiendo tanto al-Qaeda como una serie de grupos armados asociados con dicha estructura terrorista, aunque quienes componen una y otros son en su mayoría extranjeros, sobre todo de origen árabe y centroasiático. Una zona en la que Osama bin Laden y sus seguidores pudieron reconstituir parte sustancial de su organización, tras perder las infraestructuras que disfrutaron en Afganistán desde mediada la década de los 90, como consecuencia de la reacción estadounidense a los atentados del 11 de septiembre y el derrocamiento del régimen que las permitía en dicho país; reconstitución que fue posible gracias al amparo de los talibán paquistaníes que ejercen su hegemonía en buena parte de la zona. Estos aparecieron como tales en 2004 y desde fines de 2007 actúan bajo una alianza, a menudo más nominal que operativa, denominada Tehrik e Taliban Pakistan (TTP o Movimiento Talibán de Pakistán).
Y es que las conocidas oficialmente como FATA (Federally Administered Tribal Areas o Áreas Tribales Federalmente Administradas) constituyen una porción del suelo paquistaní sustraído de jurisdicción estatal efectiva, donde habitan pastunes adheridos a una concepción rigorista, excluyente y belicosa del islam que consiguieron establecer su lacerante domino para extenderlo mediante la violencia colectiva. Algo que en buena medida lograron aprovechándose de distintos acuerdos a que las autoridades provinciales y nacionales accedieron tras fracasar repetidamente en imponer, por medios militares, su control en distintos distritos de la región. Negociar con los talibán, como han hecho en varias ocasiones los gobernantes de Pakistán, ha resultado contraproducente si de reinstaurar la legalidad en detrimento de unos tribunales religiosos brutales, contener el avance de los extremistas y aislar a al-Qaeda se trataba. Las divididas elites del país, así como gran parte de la población, sólo recientemente han terminado por reconocer la magnitud del desafío interno que conlleva ese estado de cosas. Parece que lo ocurrido la pasada primavera en el valle de Swat, cuando los talibán llegaron a sólo un centenar de kilómetros de Islamabad, contribuyó decisivamente a modificar las percepciones públicas, determinando que se repensaran las actuaciones a implementar desde el poder.
Nueva percepción de los extremistas
Un estudio fiable sobre la opinión pública de Pakistán llevado a cabo por el Pew Research Center en el marco su Global Attitudes Project, mediante una muestra significativa de adultos que fueron entrevistados entre finales de mayo e inicios de junio de 2009, puso ya de manifiesto la medida en que los extremistas se habían convertido en una de las principales preocupaciones para la población. Hasta a un 69% de los entrevistados este año les preocupaba que pudieran llegar a hacerse con el control del país surasiático. El 70% aducía considerar desfavorablemente a los talibán, cuando en 2008 esta actitud no la manifestaba más que un 33%. Hasta el 61% expresaba una percepción igualmente negativa de al-Qaeda, mientras que un año antes eran únicamente el 34%. El aludido estudio corroboró, además, que a mayor nivel educativo peor imagen de los talibán y de al-Qaeda; y que su impopularidad es compartida incluso por el 75% de quienes habitan en la Provincia Fronteriza del Noroeste y por el 67% de cuantos lo hacen en la de Punjab. Más aún, sólo un 5% de los entrevistados cree ahora que los atentados suicidas dirigidos contra blancos civiles en supuesta defensa del islam pueden tener alguna justificación, lo que contrasta con la cifra del 41% registrada en un sondeo semejante efectuado cinco años antes, en 2004.
Pero es muy probable que en el cambio de perspectiva de las autoridades paquistaníes haya incidido también la nueva estrategia contraterrorista estadounidense para Afganistán y Pakistán hecha pública en marzo de este mismo año. Porque la situación en las zonas tribales de ese último país no sólo suponía y supone una amenaza para su seguridad nacional. Aunque en ellas se ha planificado la campaña de terrorismo que desde hace dos años viene afectando a numerosas de sus localidades y produciendo miles de víctimas. Desde 2008, la media mensual de atentados terroristas ocurridos en territorio paquistaní supera el centenar, lo que nos indica que estamos ante una de las sociedades que más sufre dicha violencia en todo el mundo. Más allá de su propio ámbito territorial de procedencia, Therik e Taliban Pakistan ha visto favorecida la ejecución de actos terroristas, muchos de ellos suicidas, gracias a la colaboración de grupos terroristas paquistaníes de orientación deobandi como Jaish e Mohamed o Lashkar e Jangvi, activos en relación a la cuestión cachemir o el hostigamiento de chiíes, respectivamente, o de integrantes de al-Qaeda que se desenvuelven en las ciudades paquistaníes, frecuentemente junto a otros pertenecientes a Harakat ul Yihad Islami. Pero en las propias zonas tribales se proporciona también refugio a los talibán afganos, fomentando sus actividades insurgentes en general y terroristas en particular al otro lado de la frontera.
Además, en esa misma región se ha preparado o facilitado la comisión de atentados en otros lugares del mundo, incluido EEUU y algunos países de la UE, durante los últimos ocho años. La conexión paquistaní, en concreto con las zonas tribales al noroeste del país y la propia al-Qaeda, está comprobada en los atentados suicidas perpetrados en Londres el 7 de junio de 2005. También existe en el caso de la fallida tentativa de hacer estallar al menos siete aeronaves comerciales en ruta desde el aeropuerto de Heathrow hacia distintos destinos norteamericanos, desbaratada en agosto de 2006. Igualmente se ha podido constatar respecto a una célula vinculada a la Unión de Yihad Islámica, grupo asociado con al-Qaeda y establecido en las zonas tribales de Pakistán, que se disponía a llevar a cabo actos de terrorismo en Alemania cuando se detuvo a sus integrantes en el otoño de 2007. Sin olvidar que en enero de 2008 fueron detenidos en Barcelona una serie de individuos, asimismo relacionados con aquel país surasiático, que presuntamente pretendían ejecutar atentados suicidas en esa y otras grandes ciudades europeas. Un testigo protegido, introducido entre los mismos por un servicio europeo de inteligencia, incluso reveló ligámenes con el propio Baitulá Mehsud, líder de los talibán paquistaníes hasta que fue abatido en el verano de 2009.
¿Quebrando los nexos del terrorismo?
En relación con todo lo antedicho adquiere especial importancia Waziristán del Sur, una agencia remota y montañosa dentro de las mencionadas regiones tribales, sobre la que el Gobierno de Pakistán ha decidido iniciar una operación militar a gran escala con el objetivo de poner fin al reto que para la estabilidad política y la cohesión social de un país dotado de armamento nuclear plantea Tehrik e Taliban Pakistan. Se supone que, por añadidura, para acabar con la presencia en aquel escenario de al-Qaeda y otras organizaciones terroristas afines. No en vano, los talibán paquistaníes tienen en el mismo su principal bastión, hasta el punto de que el liderazgo de aquella entidad coordinadora de la rebelión armada en que están inmersos recayó desde el principio en figuras prominentes de la tribu de los Mehsud, situada en el norte y el centro de Waziristán del Sur. Al-Qaeda, tras haber establecido su centro de operaciones externas en esta demarcación a partir de 2003 y, al igual que algunos grupos asociados que a veces compiten entre sí por recursos limitados, instalaciones de adiestramiento en el valle de Shakai, dentro de la misma pero bajo la protección de la tribu Ahmadzai Wazir, los reubicó a fines de 2004, con el beneplácito de la de los Utmanzai Wazir, en la contigua Waziristán del Norte, donde hasta hace unos meses aún se creía que permanecían algunos de sus líderes.
Si en las mencionadas zonas tribales se ubica en la actualidad el epicentro del terrorismo global y en el seno de dicho territorio las agencias de Waziristán, en concreto Waziristán del Sur, son feudo de los talibán paquistaníes, estrechamente relacionados con sus homónimos afganos y protectores de al-Qaeda o de otras organizaciones terroristas asentadas en un territorio que han conseguido dominar a base de matar a centenares de ancianos tribales o de ulemas locales contrarios e imponer un control social intimidatorio, el contexto de todo ello es igualmente preocupante. En el resto de Pakistán existe una miríada de grupos, cuyos integrantes en ciertos casos lo son al mismo tiempo de dos o más, que habitualmente cometen actos de terrorismo dentro y fuera del país, en particular en la India. Algunos de ellos fueron creados o pasaron a ser dirigidos por el servicio de inteligencia o unidades especializadas del ejército paquistaní. El ejemplo mejor conocido es Lashkar e Tayiba, que tras su prohibición en 2002 se encubre en Jamaat ul Dawa, a la cual se atribuyen con fundamento los atentados que en noviembre de 2008 ocasionaron 172 muertos en Bombay. El problema es que esta organización terrorista y otras, patrocinadas estatalmente, han mantenido y mantienen vínculos tanto con al-Qaeda como con los talibán paquistaníes.
Estos inquietantes nexos aluden a las limitaciones que encuentra la ofensiva emprendida en Waziristan del Sur por unos 30.000 soldados paquistaníes con el objetivo de neutralizar a los talibán que tienen allí su principal baluarte, pero no el único. Al menos, si se trata también de erradicar a al-Qaeda y a sus entidades afines que desarrollan actividades terroristas dentro del país o desde el mismo en otros contiguos o lejanos. Salvo que la operación militar, que está por ver si esta vez será exitosa, suponga una renuncia al uso del terrorismo como instrumento de política exterior respecto a sus inmediatos vecinos por parte del Estado paquistaní o de una parte del mismo. Otro problema radica en el hecho de que al-Qaeda, además de hallarse al noroeste de Pakistán, tiene extendido su entramado en grandes conurbaciones del país; sin olvidar que en este caso es posible relacionar pobreza y terrorismo debido a una variable interviniente sin parangón. A saber, tantas escuelas coránicas que difícilmente van a desaparecer a corto o medio plazo ni por medios militares y que adoctrinan a decenas cuando no centenares de miles de niños en una ideología de la violencia. ¿Se tomarán medidas para revertir la talibanización de sectores significativos de la sociedad paquistaní mientras los talibán son combatidos en la frontera salvaje de nuestro mundo globalizado?
Conclusión: Las autoridades de Pakistán han emprendido en Waziristan del Sur una ofensiva militar con el fin de neutralizar la amenaza que para la estabilidad política y la cohesión social del país suponen tanto Therik e Taliban Pakistan como, asimismo, al-Qaeda y sus entidades afiliadas. En esa agencia de las llamadas zonas tribales es donde se encuentra tanto el principal bastión de los talibán paquistaníes como parte de las infraestructuras de que disponen esos otros actores del terrorismo global. Además, desde aquellas se favorecen actividades insurgentes y terroristas en Afganistán, al tiempo que han sido y son un lugar en el cual se planifica la comisión de atentados fuera de la región. Pero el nexo de terror que configuran es más complejo de lo que parece y hacer frente al desafío de los extremistas requiere que la intervención del ejército sea complementada con otro tipo de actuaciones por parte de las autoridades. Actuaciones que por una parte deberían estar encaminadas a contrarrestar la radicalización ideológica que afecta a determinados sectores de la sociedad paquistaní y por otra a modificar tanto el enfoque que desde Islamabad se da a su política exterior como alguno de los instrumentos mediante los cuales se aplica, en especial por lo que se refiere a la cuestión cachemir y la obsesión con la India.
Durante las dos semanas previas al inicio de la anticipada operación del ejército en Waziristán del Sur, en distintas ciudades del Pakistán se registraron atentados suicidas particularmente espectaculares y cruentos, en cuya ejecución intervinieron, según todos los indicios, tanto los talibán paquistaníes como sus allegados punyabíes o cachemires. Incluso se produjo un desconcertante asalto al cuartel general del ejército en Rawalpindi. Aunque esa oleada de acciones armadas puede haber tenido como propósito el de disuadir las autoridades de iniciar la intervención terrestre en la mencionada agencia de las zonas tribales, debe interpretarse en el marco de una estrategia cuya finalidad última es la de derrocar al Gobierno de Islamabad, hacerse con las principales instituciones e imponer un dominio islámico de cariz rigorista en todo el país. Pocos días antes de iniciarse la ofensiva militar, el actual líder de Therik e Taliban Pakistan, Hakimulá Mehsud, lo dejaba claro mediante una grabación en vídeo ofrecida por la As Sahab, la difusora propagandística de al-Qaeda, lo que además subraya las coincidencias entre esta última y los talibán paquistaníes. En julio de 2009, el propio Ayman al Zawahriri, segundo en la jerarquía de esa estructura terrorista, hizo un llamamiento a los musulmanes paquistaníes para que apoyasen la “fuerza yihadí” en su país.
Estas ambiciones sitúan a Pakistán en una encrucijada crítica de dos de las principales amenazas actuales a la seguridad internacional, es decir, terrorismo y armas nucleares, susceptibles de combinarse en una amenaza de terrorismo nuclear si hablamos de los peores escenarios imaginables. Por esta y otras tantas razones, que afectan a la estabilidad de la región y al curso de conflictos localizados como el de Afganistán, la comunidad internacional en general y las sociedades occidentales en particular están interesadas en que la batalla por el control de Waziristán del Sur concluya con una derrota de los talibán paquistaníes. Esto, a corto plazo, no va a eliminar el grave problema terrorista que tiene Pakistán ni tampoco reducir el peligro que el terrorismo global supone para Norteamérica y Europa Occidental, así como para otras regiones del mundo, pero supondría un importante avance en su mitigación y eventual erradicación a medio o largo plazo. Cosa distinta es cómo la comunidad internacional y en concreto los países con que Pakistán mantiene un más estrecho partenariado van a transformar aquel interés en colaboración efectiva. Sin olvidar que las autoridades de Islamabad pueden y deben tomar decisiones en materia de prevención y lucha contra el terrorismo que acompañen o complementen a la ofensiva militar en Waziristán del Sur.
Fernando Reinares
Investigador principal de terrorismo internacional del Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos