Tema: Hay marcadas diferencias entre la visión de guerra fría respecto a Cuba promovida por John McCain y el enfoque más flexible planteado por Barack Obama.
Resumen: En vísperas del 50 aniversario de la Revolución Cubana, EEUU y Cuba siguen enzarzados en una larga guerra fría que probablemente siga, de alguna manera, independientemente de cual de los dos candidatos presidenciales llegue a la Casa Blanca e independientemente de si Raúl Castro gobierna la isla con eficacia o ineptitud. Las decisiones que el próximo presidente norteamericano tome sobre Cuba dependerán hasta cierto punto de la influencia de sus partidarios cubano-norteamericanos y de la coyuntura política en Cuba.
Análisis: Los ciclos de elecciones presidenciales norteamericanas no han sido nunca positivos para las relaciones entre EEUU y Cuba, pero algunos años han sido peores que otros. A principios de los 90, poco después del colapso de la Unión Soviética y del fin de la Guerra Fría, EEUU tomó la decisión, en 1992, de aprobar la ley por la Democracia en Cuba, una medida con la que se endurecía el embargo. En un principio, el entonces presidente George H.W. Bush se oponía a esta medida que, sin embargo, adoptó cuando su adversario en ascenso, el gobernador de Arkansas Bill Clinton, hizo campaña a favor de la misma. En 1996, el presidente Clinton se vio obligado a aprobar la impopular ley Helms-Burton, que convertía el embargo norteamericano en ley, para aplacar la indignación de los cubanos residentes en EEUU después de que el gobierno de Cuba derribara aviones civiles pilotados por exiliados radicados en Miami frente a las costas cubanas. En 2000, la decisión de la Administración Clinton de devolver a un niño de seis años, Elián González, a su padre en Cuba provocó una ola de furia en Miami y, en última instancia, acabó con las posibilidades del vicepresidente Al Gore de ganar Florida –y la presidencia del país– meses más tarde frente a George W. Bush. En 2004, el presidente Bush presentó un Informe de Ayuda a una Cuba Libre de 423 páginas y reforzó drásticamente la prohibición de viajar desde EEUU a la isla en un exitoso intento de reforzar sus apoyos menguantes entre los cubanos-norteamericanos más conservadores.
Comparadas con estos sombríos precedentes, las relaciones entre EEUU y Cuba en 2008 han sido casi civilizadas –algo que resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que Fidel Castro anunció su retirada, tan largamente esperada, en febrero, cediendo el poder a su hermano Raúl Castro–. Es cierto que los dos candidatos principales a la presidencia, John McCain y Barack Obama, han viajado a Miami para pronunciar sus discursos más importantes sobre política latinoamericana ante destacados miembros de la comunidad cubano-americana. También se han dado algunas escaramuzas y acusaciones mutuas entre los gobiernos de Bush y de Castro sobre su fracaso a la hora de decidir una posible ayuda humanitaria de EEUU a Cuba tras los daños devastadores provocados por los huracanes Gustav e Ike en la isla. Pero a pesar de que las relaciones EEUU-Cuba no han mostrado signos de mejoría durante la campaña electoral norteamericana, tampoco se han deteriorado sensiblemente.
El principal estratega político del presidente Bush, Karl Rove, ha declarado en alguna ocasión: “Cuando la gente me pregunta por Cuba, me hace pensar en tres cosas: Florida, Florida, y Florida”. En ese sentido, la posición política de los candidatos respecto a Cuba es una de las pocas cuestiones étnicas que pueden hacer triunfar o fracasar una campaña presidencial. No cabe duda de que el colegio electoral norteamericano ha amplificado la influencia de los cubanos muchos más allá de lo que habría sido posible de otro modo. Más de un millón de cubanos exiliados se han asentado en el sur de Florida, de los cuales 800.000 son ciudadanos en edad de votar y suponen el 5% de la población votante del estado. Los 27 votos electorales de Florida convierten a este estado en el cuarto más importante en las elecciones presidenciales de EEUU, sólo por detrás de California, Texas y Nueva York. Aún más importante es el hecho de que Florida es el único estado de los cuatro principales en el que sigue habiendo competencia entre republicanos y demócratas –algo que se demostró en las elecciones de 2000 cuando el empate técnicoentre George Bush y Al Gore ocasionó un recuento frenético de los votos para decidir la presidencia–.
En octubre, Zogby y el Inter-American Dialogue publicaron un sondeo entre más de 4.700 votantes que revelaba que el 68% de los norteamericanos estaba a favor de levantar la prohibición de viajar a Cuba y el 62% pensaba que las empresas norteamericanas deberían tener permiso para comerciar con Cuba. Pero la cuestión de la política a seguir con respecto a Cuba se ha mantenido básicamente al margen de la contienda presidencial. Cuando John McCain y Barack Obama se encontraron en su primer debate presidencial el 26 de septiembre, se anunciaba que el debate se centraría en las cuestiones de política exterior más importantes a las que se enfrenta EEUU. Sin embargo, en realidad, el derrumbe de los mercados financieros estadounidenses días antes, unido al precipitado regreso de ambos candidatos a Washington para participar en la preparación del plan de medidas de rescate de 700.000 millones de dólares elaborado por la Administración Bush y el Congreso norteamericano, relegó la política exterior a un segundo plano durante el primer tercio del debate. El moderador del mismo, Jim Lehrer, del PBS, guió a los candidatos por una previsible serie de asuntos: Irak, Afganistán, Irán, Rusia y la posibilidad de un nuevo ataque en EEUU como el del 11 de septiembre. La palabra “Latinoamérica” solo fue utilizada una vez, por el senador Obama, en referencia a la creciente influencia de China en esta región. Brasil y México, los dos pesos pesados de la zona con poblaciones respectivas de 190 millones y 110 millones, ni siquiera fueron mencionados. Venezuela fue brevemente evocada por ambos candidatos: Obama advirtió que EEUU debe dejar de depender del petróleo proporcionado por Estados “poco fiables” como Venezuela e Irán, mientras que McCain mencionaba a Hugo Chávez entre los nombres de una lista de adversarios extranjeros con los que, según él, Obama había prometido reunirse sin “condiciones previas”. McCain nombró también a Raúl Castro como parte de esa misma lista.
Un observador de esos debates podría inferir que Latinoamérica no figura en la agenda de política exterior de EEUU, y esta conclusión no estaría desencaminada. En un año electoral en el que la incertidumbre económica se ha agudizado tanto que ha eclipsado en parte las dos guerras que EEUU mantiene en el exterior para convertirse en la principal preocupación, Latinoamérica queda bastante alejada de las pantallas de radar del público norteamericano, y las cuestiones sobre el futuro de la política respecto a Latinoamérica quedan limitadas a un pequeño grupo de expertos en la región y de medios de comunicación especializados. Sin embargo, la falta de debate sobre asuntos latinoamericanos en los medios de comunicación principales no significa que las campañas de los candidatos no hayan dedicado tiempo o energía a reflexionar sobre asuntos de esa región. De hecho, tanto John McCain como Barack Obama han reunido equipos de expertos en Latinoamérica, publicado artículos explicando sus posiciones y pronunciado importantes discursos políticos sobre cuestiones del hemisferio occidental, y elaborado sus estrategias sobre la región en caso de llegar a la Casa Blanca. Y en ningún asunto está tan clara la división o las posiciones respectivas son tan clarificadoras como en la cuestión de Cuba.
La batalla electoral entre John McCain, el rebelde héroe de la Guerra de Vietnam de 72 años, y Barack Obama, el abogado progresista afroamericano de 47 años, constituye el contraste más marcado entre dos candidatos presidenciales en los últimos tiempos. La importancia vital de Florida, y de su tempestuoso bloque de votantes cubano-americanos, supuso que ambas campañas se vieran forzadas a definir sus posturas sobre política cubana al principio del proceso. Barack Obama cristalizó su opinión sobre la necesidad de entablar un diálogo con los adversarios de Norteamérica, incluyendo a Cuba, durante el debate demócrata mantenido en julio de 2007, cuando sostuvo que “la idea de que no hablar con un país supone de alguna manera castigarle –idea que ha sido el principio diplomático que ha guiado a esta Administración– es ridícula”. Hillary Clinton se mostró en desacuerdo, asegurando que “por supuesto que no vamos a hacer que nuestro presidente simplemente se reúna con Fidel Castro y con Hugo Chávez, o con los presidentes de Corea del Norte, Irán y Siria hasta que no sepamos a qué llevaría eso”. En agosto de 2007, Obama publicó un ensayo en el Miami Herald donde se comprometía a “garantizar a los cubano americanos el derecho de visitar a sus familias y de enviar remesas a la isla” y a utilizar una “diplomacia agresiva y de principios” por medio de “conversaciones bilaterales” que promuevan la democracia en Cuba. Reiteró estos conceptos durante toda la campaña al tiempo que expresaba su apoyo al embargo.
John McCain ha manifestado frecuentemente su antipatía hacia Fidel Castro a lo largo de sus 25 años en Capitol Hill, pero también participó en la batalla por la normalización de las relaciones entre EEUU y Vietnam en los 90. Es más, en ocasiones se ha visto en apuros para explicar por qué la política que apoyó en el caso de Vietnam, un país comunista en el que 58.000 soldados norteamericanos murieron en combate, era inapropiada para Cuba, una isla que se encuentra a escasa distancia de las costas de Florida. En 2000, McCain declaró a la CNN, “no estoy a favor de incordiar a Fidel Castro. De hecho, sería partidario de una hoja de ruta hacia la normalización de las relaciones como la que presentamos a los vietnamitas y que llevó a la normalización de las relaciones entre nuestros dos países”. Sin embargo, a principios de 2007, McCain había endurecido abiertamente su posición sobre la política respecto a Cuba, consiguiendo con ello el apoyo de prominentes anti castristas como los congresistas por Florida Lincoln y Mario Diaz-Balart e Ileana Ros-Lehtinen. Esta última declaraba que el “senador McCain es un firme defensor del embargo norteamericano contra Cuba y ha estado trabajando con nosotros para ayudar a llevar la libertad y la democracia a la esclavizada isla”. En enero de 2008, el senador por Florida Mel Martinez se expresaba en parecidos términos, elogiando a McCain como alguien con “conocimiento de primera mano sobre las maldades del comunismo”, para agregar “tengo plena confianza en que John McCain será la peor pesadilla de Fidel Castro”.
Pronto quedaron en evidencia las importantes diferencias entre la visión de guerra fría promovida por McCain y la posición política más flexible propuesta por Obama. Sus diferencias políticas más acusadas se centraban en dos áreas: Obama instaba a ampliar significativamente la capacidad de los cubano-americanos de viajar y de enviar remesas a Cuba, y prometía entablar un diálogo con el gobierno de Castro. Pese a que algunos analistas han descartado estas propuestas como triviales, denotan sin embargo la ruptura más clara con la política norteamericana de aislar a Cuba desde el final de la Guerra Fría. En mayo de 2008, sus respectivos discursos casi consecutivos sobre el asunto en Miami ponían de relieve sus puntos de vista sobre la cuestión cubana. Fueran cuales fuesen las dudas que McCain pudo albergar en algún momento sobre el embargo a Cuba habían sido totalmente expurgados de su repertorio político cuando declaró ante una audiencia cubano-norteamericana en Little Havana que Cuba era el “feudo personal” de Fidel Castro, desdeñando las reformas puestas en marcha por Raúl Castro como “una serie de pequeños cambios” carentes de sentido para “los presos políticos que llenan las cárceles cubanas, para los millones que sufren la pobreza y la represión, y para todos los que desean elegir a sus líderes, no sufrir bajo su poder”. McCain hizo una promesa: “como presidente, no esperaré pasivamente el día en que el pueblo cubano disfrute las bendiciones de la libertad y la democracia”. En lugar de ello, su administración evitaría entablar contactos con el gobierno de Castro y mantendría el embargo hasta el día en que Cuba libere a sus presos políticos, legalice a los partidos de la oposición y celebre elecciones democráticas bajo supervisión internacional. McCain prometió también un mayor apoyo a la radio y la televisión Martí y a los grupos disidentes así como incrementar los esfuerzos para convencer a los aliados europeos y latinoamericanos de lo acertado del enfoque estadounidense. Si todo esto suena inquietantemente familiar, es porque John McCain está ofreciendo volver a comprometerse firmemente con las mismas medidas políticas que guiaron a la Administración Bush en su trato con Cuba. De hecho, se necesitaría una lupa para ver las diferencias.
Barack Obama explicó su punto de vista en más detalle principalmente durante una reunión organizada por la Fundación Nacional Cubano Norteamericana, que sigue considerándose como el bastión de los exiliados políticos cubanos. Aunque los puntos de vista políticos de este grupo se han moderado bastante durante el mandato de Bush, su influencia en el Partido Republicano se ha debilitado debido a las escisiones bizantinas entre las facciones rivales en Miami. Obama afirmó ante la Fundación, “sé qué es lo más fácil que puede hacer un político norteamericano. Cada cuatro años, vienen a Miami, hablan en tono duro, vuelven a Washington, y no cambia cambio en Cuba”. Dicho esto se comprometió de nuevo con la premisa de que el objetivo de la política de EEUU es democratizar Cuba. “Mi política respecto a Cuba estará guiada por una palabra: libertad (en español en su discurso). Y el camino hacia la libertad para todos los cubanos debe comenzar con la justicia para los presos políticos cubanos, los derechos de libertad de expresión, libertad de prensa y libertad de reunión, y debe llevar hacia elecciones libres y justas”. Tras esta convencional declaración, Obama hizo un llamamiento a mantener conversaciones directas con Cuba. “Después de ocho años de políticas desastrosas de George Bush, es hora de buscar la diplomacia directa, tanto con amigos como con enemigos, sin condiciones previas. Habrá una cuidadosa preparación. Estableceremos una agenda clara. Y, como presidente, estaría dispuesto a dirigir esa diplomacia en el tiempo y lugar que yo elija, pero solo en el momento en que tengamos la oportunidad de promover los intereses de Estados Unidos, y de promover la causa de la libertad para el pueblo cubano”. El llamamiento de Obama a emplear la diplomacia, junto a su interés declarado por eliminar las barreras a los viajes y los intercambios entre Cuba y EEUU, sugerían una probable ruptura con las directrices políticas de aislamiento defendidas por la Administración Bush. Pero Obama se guardaba una frase que le merecería el aplauso de su audiencia en Miami. “Mantendré el embargo”, aseguró, describiendo el mismo como una “palanca” con la que influir en el régimen cubano.
Las aparentes diferencias sobre la política respecto a Cuba entre McCain y Obama han generado el interés de una serie de actores en el extranjero, en especial en Latinoamérica, donde a menudo se contempla a política hacia Cuba como un barómetro de cómo una administración presidencial tratará a la región en su conjunto. La UE, que durante mucho tiempo ha estado enfrentada a Washington sobre el embargo a Cuba, está especialmente interesada en saber si será posible sortear estas diferencias con el próximo presidente de EEUU. Pero pocos países tienen tanto en juego como España, cuarto mayor socio económico de Cuba con un comercio bilateral que superó los 1.000 millones de dólares tan solo el año pasado. En los últimos años, el gobierno español del presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha tratado de mejorar las relaciones entre Cuba y los países europeos, congeladas desde la ofensiva de Fidel Castro contra los disidentes en 2003. En abril de 2007, Miguel Ángel Moratinos se convirtió en el primer ministro de Asuntos Exteriores español en visitar Cuba en casi una década, y el apoyo español fue crucial en la decisión de la UE de poner fin a las llamadas “sanciones diplomáticas” sobre Cuba el pasado mes de junio. Sin embargo, lo cierto es que ni McCain ni Obama han ofrecido una estrategia que pueda llevar a un verdadero acercamiento a las posiciones políticas de Madrid en cuanto a Cuba. Lo máximo que se puede asegurar a día de hoy es que una administración presidida por Obama será probablemente menos agresiva en su aplicación de las complicadas cláusulas extraterritoriales de la ley Helms-Burton de 1996. Por el contrario, una administración bajo el mando de McCain podría tratar de aplicar partes de esta ley –como negar visados a ejecutivos europeos de empresas con inversiones en Cuba–, lo que podría complicar las relaciones de Washington con Madrid y con otros aliados europeos.
Conclusión: En vísperas del 50 aniversario de la Revolución Cubana, EEUU y Cuba siguen enzarzados en una larga guerra fría que probablemente siga, de alguna manera, independientemente de cual de los dos candidatos presidenciales llegue a la Casa Blanca e independientemente de si Raúl Castro gobierna la isla con eficacia o ineptitud. Las decisiones que el próximo presidente norteamericano tome sobre Cuba dependerán hasta cierto punto de la influencia de sus partidarios cubano-americanos y de la coyuntura política en Cuba.
No cabe duda de que tanto John McCain como Barack Obama estarán en mucha mejor situación que George W. Bush para enderezar las relaciones EEUU-Cuba. Pero McCain ha mostrado poco interés en establecer un nuevo rumbo en la política hacia Cuba, lo que significa que la posibilidad de un cambio en esta cuestión, como en muchas otras, está en manos del joven senador por Illinois.
Daniel P. Erikson
“Senior associate” de política de EEUU y director de los programas del Caribe de Inter-American Dialogue