Bolsonaro, navegando entre crisis: efecto Lula, COVID, reforma ministerial y fuerzas armadas

Jair Bolsonaro durante la ceremonia de transmisión del cargo del Ministro Mayor de Estado de la Casa Civil de la Presidencia de la República, Luiz Eduardo Ramos. Foto: Marcos Corrêa/PR (CC BY 2.0)

Versión en inglés: Bolsonaro steers a course through multiple crises: the Lula effect, COVID-19, a cabinet reshuffle and maintaining the trust of the armed forces.

Tema

Este análisis aborda los últimos acontecimientos políticos de Brasil: el juicio por la parcialidad de Sergio Moro, la situación descontrolada de la pandemia, la reforma ministerial de Bolsonaro y su crisis con las fuerzas armadas.

Resumen

El gobierno Bolsonaro transita de crisis en crisis, aunque el presidente brasileño demuestra mucha más capacidad de supervivencia y adaptación de lo que se sospechaba. La nueva situación jurídica de Lula tras la anulación de sus condenas, récords diarios de muertos por el COVID-19 y el descontento del establishment económico hacían suponer que las bases del gobierno podrían temblar. Sin embargo, Bolsonaro sorprende una vez más respondiendo a la crisis con una reforma ministerial inesperada, rompiendo con los militares menos fieles y ministros incomodos y adoptando un discurso favorable a la vacunación. Bolsonaro se equilibra entre la radicalidad y la moderación, entre ceder al mercado y a la política tradicional y rodearse de sus más fieles escuderos. Un equilibrio difícil que, de momento, le está ayudando a sobrevivir.

Análisis

El efecto Lula

El 23 de marzo el Tribunal Supremo de Brasil señalaba que el ex juez Sergio Moro había sido parcial en los juicios contra Lula y anulaba todas las condenas en su contra en el ámbito de la Operación Lava Jato. Se aceptaba el habeas corpus de los abogados de Lula en base a las sospechas de parcialidad, supuestamente probadas por las conversaciones hackeadas entre Moro y los fiscales de la Lava Jato, publicadas por el periódico The Intercept. En un juicio ampliamente mediático los magistrados vertieron toda serie de acusaciones contra Moro: “no se combate el crimen cometiendo crímenes” llegó a decir el juez Gilmar Mendes. Para los tres jueces (de los cinco) que votaron contra Moro quedaba claro que “el tribunal de Curitiba” había violado el principio básico de la parcialidad.

La misma decisión judicial dejaba a Lula libre de todos los cargos, daba la razón a la retórica petista de la “persecución política”, otorgaba al ex presidente sus derechos políticos, y con ellos la posibilidad de ser candidato en las elecciones presidenciales de 2022 y enterraba la figura de Sergio Moro que, ahora, fuera de la judicatura y del Ministerio de Justicia, nada tiene que ver con el Moro que se presentaba como salvador de la patria en los años de efervescencia de la Operación Lava Jato. Aunque la decisión sólo atañe a las decisiones contra Lula, se abre un precedente para que los demás condenados en la causa de la Lava Jato también sean favorecidos por un habeas corpus, abriendo la posibilidad de la anulación de más condenas. En la práctica, la Operación Lava Jato –la mayor operación anticorrupción de Brasil y la responsable por las prisiones más mediática de la historia– está acabada.

La consecuencia directa de la decisión del Tribunal Supremo no se hizo esperar. Lula, ya posible candidato para 2022, se colocaba en su primer discurso como hombre inocente, como el único opositor posible a Bolsonaro, el gran defensor de la vacuna ante un presidente negacionista y el único capaz de unificar a un Brasil dividido y retomar la normalidad política y el crecimiento económico, como un Biden a la brasileña, restaurando la unidad estadounidense después del huracán Trump. Aunque en sus incesantes entrevistas como hombre libre, Lula insiste en que todavía no se puede confirmar que vaya a ser el candidato del petismo en 2022, en los días posteriores las encuestas echaban humo, probando la viabilidad del posible escenario de una segunda vuelta entre Lula y Bolsonaro. La encuesta de la prestigiosa XP/Ipespe apunta que en primera vuelta Bolsonaro tendría un 27% de la intención de voto y Lula un 25%. Ya en segunda vuelta, ambos empatan técnicamente con el 41% y el 40% respectivamente. Lo cierto es que la entrada de Lula en el escenario electoral de 2022 recoloca todas las piezas y hace que los demás adversarios pasen a un segundo plano.

El enfado del mercado

En paralelo al juicio de Moro hubo varios encuentros entre grandes empresarios y representantes del sector financiero con miembros de la cúpula del Congreso, principalmente del Centrão (grupo partidario heterogéneo que históricamente busca participar del gobierno por medio de la adhesión, permitiendo acceder a recursos públicos, legales e ilegales, que utilizan para enriquecerse y expandir su influencia política). El mercado pedía que los presidentes de la Cámara de los Diputados y el Senado, Arthur Lira y Rodrigo Pacheco, controlasen las acciones de Bolsonaro y exigía la dimisión de Ernesto Araujo y Ricardo Salles. Según los representantes de la iniciativa privada, Araujo obstaculizaba las importantísimas relaciones con China y la India y la política ambiental de Salles estaría colocando a Brasil como un paria internacional bloqueando posibles acuerdos, como el de Mercosur con la UE o una mayor proximidad con Biden.

Participaron de estos encuentros con los presidentes de la Cámara y el Senado diversos representantes de la elite económica y empresarial, como Luiz Carlos Trabuco (presidente del Banco Bradesco), André Esteves (senior partner del presidente del BGT Pactual), Abílio Diniz (presidente de la Brasil Foods, una de las mayores empresas de alimentación del mundo) y Flavio Rocha (propietario de la red de tiendas Riachuelo). Los dirigentes del Centrão también se reunieron con Milton Maluhy Filho (CEO del Banco Itaú), Octavio de Lazari Jr. (CEO del Banco Bradesco) y Roberto Sallouti (CEO del BGT Pactual), así como con otros miembros de la Febraban (Federación Brasileña de Bancos), de la Federação das Indústrias do estado de São Paulo (FIESP), como Rubens Menin (dueño de la constructora MRV y de la CNN Brasil). Lira y Pacheco también habían mantenido contacto con Sergio Rial (presidente de Santander Brasil) y con Luiz Antônio França (presidente de la Asociación Brasilera de Incorporadoras Inmobiliarias), que reúne a grandes constructoras.

Como resultado de estas conversaciones, 200 economistas y empresarios brasileños (entre ellos ex ministros de Economía y ex presidentes del Banco Central de Brasil) firmaban una carta abierta a Bolsonaro exigiendo un plan de vacunación nacional y de recuperación económica. Las grandes fortunas brasileñas están muy descontentas con el gobierno y también con la inoperancia del ministro de Economía, Paulo Guedes, y la imposibilidad de votar reformas cruciales como la administrativa o la tributaria que ya no están en la agenda inmediata. El mismo mercado que había apostado por Bolsonaro en 2018 se rebela contra él. El significado de esta carta lo resume bien Luis Stuhlberger (el mayor gestor de fondos de Brasil, gestor del Fondo Verde, de casi 10.000 millones de euros), en su entrevista al periódico Estadão. En ella, dice que había votado y confiado en Bolsonaro pero que la situación se hace insostenible. El problema, según el gestor del Fondo Verde, es que el mercado está convencido de que habrá un segundo turno entre Lula y Bolsonaro y está muy preocupado con esta posibilidad. Una tercera vía sería la mejor apuesta, pero, continua Stuhlberger, no hay unidad de nombres y la fragmentación de la derecha y centro-derecha hace muy difícil un nombre único competitivo. Así, el mercado busca controlar a Bolsonaro pero sin tensar demasiado la cuerda para no favorecer excesivamente a Lula.

Los más de 300.000 muertos

Brasil acumula cifras records de afectados por la pandemia, con más de casi 4.000 muertos y más de 100.000 contagios diarios a fines de marzo y principios de abril. Hace semanas que el negacionismo de Bolsonaro y su desastroso plan de vacunación nacional aparecía en las encuestas como uno de los elementos peor valorados de su gobierno. Horas después de saberse el resultado del juicio contra Moro, Bolsonaro aparecía en televisión nacional defendiendo la lucha contra la pandemia y proclamándose el gestor de la vacunación en Brasil, dejando a todos atónitos. Ni rastro del presidente que jamás se puso una mascarilla, que llamaba al COVID-19 gripezinha o que llegó a decir que la gente se quejaba demasiado por los muertos de la pandemia.

En respuesta a un Lula que dio su primer discurso con mascarilla y habló largo y tendido sobre la importancia de vacunarse y respetar las orientaciones de los médicos y la ciencia, Bolsonaro daba un mensaje claro: “no sólo Lula puede cuidar Brasil y administrar esta crisis, yo también”. El 15 de marzo Bolsonaro despidió a su polémico ministro de Salud, el general Pazuello, y colocó a un médico en su lugar, Marcelo Queiroga, que no es negacionista, pero es bolsonarista. Una jugada que define a la perfección la estrategia de Bolsonaro: quitarse de encima sus ministros polémicos, cuyas posiciones polarizantes le quitan votos y substituirlos por otros más moderados, que le eviten problemas, pero a los que también puede mantener bajo control. Polémicas que dan votos son bienvenidas, polémicas que quitan votos son prescindibles y el negacionismo pertenece a este segundo grupo. Queiroga apunta a que hará una gestión de la crisis sanitaria con menos sobresaltos que Pazuello pero no se enfrentará a Bolsonaro.

Reforma ministerial

El 30 de marzo el presidente sorprendía nuevamente con otra jugada de superviviente. Los periódicos se alarmaban anunciando dimisiones y reemplazos de ministros en lo que parecía una crisis ministerial sin precedentes en el gobierno. Pero lo cierto es que Bolsonaro jugaba una vez más sus cartas mirando su presente y su futuro en 2022. La primera víctima de la reforma ministerial fue Ernesto Araújo, el polémico ministro de Relaciones Exteriores que defendía posturas como “la amenaza globalista comunista mundial” o apodaba al COVID-19 de “comunavirus”. A Araújo le sustituyó un diplomático, Carlos Alberto Franco França, un desconocido que nunca había ocupado ningún cargo de relevancia pero que tiene fama de moderado y conciliador. França garantiza que no seguirá la línea más dura ideológica de Araújo pero que no romperá totalmente con el bolsonarismo en las relaciones exteriores de Brasil. Bolsonaro se deshace de un personaje incómodo, se quita presión de encima, contenta un poco al mercado, pero se garantiza continuar al mando de la agenda internacional.

Para contentar también al establishment político, a la vieja política tradicional de Brasil, Bolsonaro le ha otorgado la crucial Secretaría de Gobierno de la Presidencia a la desconocida diputada Flavia Arruda, en cuyo currículo político consta sólo un hecho fundamental, ser esposa del ex gobernador de Brasilia, José Roberto Arruda, preso por corrupción y uno de los grandes exponentes de la política tradicional brasileña más pragmática que se vende al mejor postor, el Centrão, el grupo político que representa a los presidentes de las dos cámaras. Bolsonaro también coloca a frente del Ministerio de Justicia y Seguridad Pública al policía Anderson Torres, un hombre de su confianza. Este nombramiento cumple una doble tarea: aumentar su proximidad con las corporaciones policiales que en Brasil son políticamente muy importantes, potenciar el lobby de la llamada Bancada da Bala (de las fuerzas de seguridad pública que actúa en el Congreso) e intentar blindarse antes las acusaciones de corrupción que sobrevuelan sobre sus hijos. En resumen, la reforma cumple con el objetivo de satisfacer parcialmente las demandas del mercado y de la política tradicional y rodearse de gente fiel. ¿Se acuerdan de aquella legendaria frase de El Gatopardo, “cambiar todo para que nada cambie”? Exactamente eso.

Además de las instituciones políticas y económicas, Bolsonaro también intenta contentar a la población. Su base electoral, que según las encuestas permanece inalterable, es de un 30% de los brasileños. Si a estas alturas del juego esta permanece con Bolsonaro, se hace difícil pensar que pueda darle la espalda en algún momento. El prototipo del bolsonarista fiel es un hombre blanco, con escolarización y renta media-baja y evangélico. Garantizada esta base, Bolsonaro busca ahora asegurarse su tranquilidad institucional y reconquistar a sus votantes más moderados, los indecisos, los que están cansados de tanta inestabilidad.

Para eso, Bolsonaro se deshace de figuras histriónicas y polémicas que sólo le causaban problemas y no le traían votos, como el ministro de Relaciones Exteriores, pero mantiene a otras figuras histriónicas que le aseguran votos, como la pastora fundamentalista evangélica Damares Alves, ministra de Familia, Mujer y Derechos Humanos. Igualmente deja a Paulo Guedes en el cargo, porque a pesar de ineficaz e inoperante, garantiza una mínima estabilidad de cara al mercado y simboliza toda la retórica de la meritocracia que tantos puntos le da a Bolsonaro. Esto ocurre incluso en las periferias urbanas, donde el discurso del emprendedor es ampliamente defendido. Finalmente, el 16 de abril comienza de nuevo a pagarse el auxilio de emergencia, una ayuda de cerca de 60 euros mensuales que recibirán casi 46 millones de personas. Los más pobres son los más predispuestos a votar a Lula por el recuerdo de su figura paternalista y sus programas sociales. Con este auxilio Bolsonaro pretende arañarle al ex presidente millones de votos de los desheredados brasileños.

Los militares

Contentados parcialmente los mercados y los políticos, Bolsonaro avanza para rodearse de sus aliados más fieles y deshacerse de aquellos que no le prestan una fidelidad absoluta. Fue el caso del ex ministro de Defensa, el general de la reserva Fernando Azevedo e Silva, que, al intentar garantizar la no participación de las Fuerzas Armadas en aventuras autoritarias, fue “invitado a retirarse”. Paralelamente se retiró otro personaje que tuvo algunas divergencias con el presidente, el comandante del Ejército Brasileño, general Edson Pujol, junto con los comandantes de la Armada y del Ejército del Aire. Estos cambios generaron tensiones dentro de los cuarteles y también en el sistema político, generando la más grave crisis militar desde 1977, incluso durante el período de la dictadura militar (de 1964 a 1985).

Sin embargo, pese a estas diferencias, los militares siguen firmes en su apoyo a Bolsonaro. Son los únicos funcionarios federales que verán reajustados sus salarios en 2021 y unas de las poquísimas categorías beneficiadas con la reforma de las pensiones de 2019. En los presupuestos de este año, el 22% ha sido destinado al Ministerio de Defensa mientras otros Ministerios veían sus partidas presupuestarias recortadas. Tampoco se debe olvidar que, además de los generales que ejercen como ministros, hay más de 6.000 militares ocupados en cargos relacionados directa e indirectamente con la administración del Estado brasileño. En fin, las fuerzas armadas siguen en una situación envidiable, con estatus y conquistas económicas que otras categorías no han tenido, con todas las ventajas posibles sin tener demasiados inconvenientes. Por eso, al contrario de lo que algunos analistas especulan, un posible golpe de Estado con el apoyo de los militares no está en este momento en el radar de las fuerzas armadas.

Bolsonaro impuso el nombramiento del fiel general de la reserva Braga Netto para la cartera de Defensa (general que hasta entonces había estado al frente de la Casa Civil de la Presidencia de la República). Como nuevos comandantes militares, el presidente no puede nombrar a sus generales más próximos (porque estos nombramientos romperían la cadena de antigüedad), pero los designados tampoco le darán dolores de cabeza. En la Casa Civil de la Presidencia de la República, el importantísimo organismo que lidera la articulación del gobierno y donde se gestionan los nombramientos, ha sido designado el general de la reserva, Luiz Eduardo Ramos, hombre fidelísimo al presidente y que es amigo suyo desde la adolescencia en la Escuela Preparatoria de Cadetes del Ejército (EsPCEx).

En Brasil, la deficiencia del control civil democrático sobre los militares y la ausencia de una dirección política sobre ellos hace que las fuerzas armadas siempre sean objeto de deseo por todas las fuerzas políticas, incluyendo las de izquierda. Con ellas la relación es más tensa, aunque también acaban cediendo a muchas de las presiones de los uniformados. Como ejemplo se pueden citar las elecciones de 2018 cuando todos los candidatos a la presidencia que tenían números competitivos en las encuestas electorales se reunieron con el comandante del Ejército, el general Villas Bôas, en una audiencia privada para pasar su escrutinio. Villas Bôas quería cerciorarse de que sea quien fuera el que llegara al Planalto, las fuerzas armadas serían bien tratadas. Vale destacar aquí el protagonismo histórico del ejército brasileño sobre las otras dos fuerzas, protagonismo que deriva del golpe militar que instauró la República en el siglo XIX y se concreta en la presencia exclusiva de generales-presidentes del Ejército en el último ciclo autoritario y en el hecho de que, hoy en día, el Ejército de Tierra tenga el doble de efectivos que la suma de los del Ejército del Aire y de la Armada.

A pesar de que un observador externo pueda imaginar que existen diferentes corrientes en el interior de las fuerzas armadas, o pueda interpretar esta reciente crisis como la concreción de estas corrientes, en la práctica actúan de forma unificada, siguiendo la forma de un “partido militar”, como escribía Alan Rouquié. A pesar de este reciente episodio, los militares siguen unidos en su apoyo a Bolsonaro. Para reforzar esta percepción, el ejército brasileño publicaba el 2 de abril en sus redes sociales una foto mostrando, en actitud relajada y amigable, al nuevo comandante del ejército, general Paulo Sérgio Nogueira de Oliveira, junto a sus dos antecesores, los generales Pujol y Villas Bôas. Bajo la foto, la siguiente frase: “antigo, atual e futuro Comandante do Exército de Caxias: laços inquebrantáveis de respeito, camaradagem e lealdade. Exército Brasileiro: Braço Forte – Mão Amiga”. El mensaje de unidad queda muy claro. Por último, no se debe olvidar que esta unidad todavía es más fuerte en la base y jerarquía intermedia de la pirámide militar, donde Bolsonaro goza de un apoyo inquebrantable.

Conclusiones

El presidente brasileño está moviendo ficha, con una de cal y otra de arena, una de moderado y otra de radical, intentando agradar a todos. Es puro equilibrismo político, nada fácil y siempre al borde del abismo. Sin embargo, a aquellos que menospreciaban la capacidad de adaptación de Bolsonaro, diciendo que nunca ganaría las elecciones, que no aguantaría su primer año de mandato o que sufriría un impeachment a causa de la pandemia, hay que recordarles que el presidente sigue políticamente vivo, a pesar de los más de 300.000 muertos, a pesar del fin de la Operación Lava Jato o del enfado del mercado. Bolsonaro juega con un factor importantísimo a su favor, el antipetismo.

Mucha gente en Brasil daría lo que fuera porque el PT no volviera al poder y sobre todo porque Lula no recuperara la presidencia. Al mismo tiempo que Lula es la figura con mayor potencial de voto para 2022, también es la figura más rechazada. El imaginario colectivo lavajatista que hace del PT un partido corrupto y de Lula el jefe de la corrupción ha calado muy hondo, a pesar de las anulaciones de las sentencias en su contra. La ausencia de una tercera vía, de una derecha moderada electoralmente potente, fuera del binomio Bolsonaro-Lula es lo mejor que podría pasarle a Bolsonaro. Sin un nombre que capture el descontento de los votantes conservadores y de derecha, que jamás votarán al PT, el líder de extrema derecha continúa siendo la única opción. El gobernador de São Paulo, João Doria, del PSDB (el partido de la socialdemocracia brasileña), que está protagonizando la mayor campaña de vacunación de Brasil y es el mayor líder político actual que, además de Lula, se enfrenta a Bolsonaro, sería de forma natural esta figura de centro-derecha.

Sin embargo, Doria no consigue transformar sus aciertos en la gestión de la pandemia en votos, sobre todo entre los más pobres, que lo consideran representante de las familias tradicionales de la elite paulista y además afronta una enorme crisis interna en su partido que no le acepta como candidato único para 2022 y ha exigido primarias en octubre. En ellas se enfrentaría contra el otro posible candidato, el gobernador de Rio Grande do Sul, el joven Eduardo Leite, que llega con fuerza pero que aún es un desconocido en el escenario nacional brasileño. Ya se sabe, no existe vacío en política. Las ausencias siempre favorecen a alguien.

El pasado 31 de marzo fue divulgada una carta en favor de la democracia firmada por los seis posibles candidatos a la presidencia ubicados en la derecha y centro derecha: los tucanos (del PSDB) João Doria y Eduardo Leite, Ciro Gomes, el presentador Luciano Huck, João Amoedo (del liberal Partido Novo) y el ex ministro de Salud Henrique Mandetta. Esta carta conjunta ha sido interpretada como una señal de que se estaría gestando una posible candidatura única, pero de momento son sólo especulaciones.

El gobierno navega entre crisis, pero Bolsonaro demuestra mucha más capacidad de supervivencia de la que se pensaba inicialmente. Los próximos meses continuarán siendo cruciales para el gobierno ante los malos datos de la pandemia y el descontento de varios sectores. Bolsonaro deberá centrarse ante una situación delicada, pero tiene a su favor que en este momento la principal tarea de la política brasileña está sin resolver y es el nombre que represente finalmente la alternativa frente al escenario polarizante Lula-Bolsonaro.

Esther Solano
Universidad Federal de São Paulo, UNIFESP
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Alexandre Fuccille
Universidad Estatal Paulista, UNESP.

Jair Bolsonaro durante la ceremonia de transmisión del cargo del Ministro Mayor de Estado de la Casa Civil de la Presidencia de la República, Luiz Eduardo Ramos. Foto: Marcos Corrêa/PR (CC BY 2.0)