Aspectos económicos de la guerra en Irak

Aspectos económicos de la guerra en Irak

Tema: A medida que avanza la acción militar contra Irak, el futuro a corto plazo de la economía mundial sigue siendo incierto. Está suspendido entre los debilitadores efectos de la resaca del boom de la década de 1990, las discrepancias cada vez mayores entre los aliados dentro y fuera de los foros multilaterales y las incertidumbres en torno al desenlace de la guerra.

Resumen: Los riesgos económicos derivados de la guerra contra Irak son notables, especialmente para Estados Unidos. Entre las posibles consecuencias para este país se encuentran mayores déficit presupuestarios, un dólar más débil, precios del petróleo más altos y una posible recesión. Si bien el resto del mundo, Europa incluida, también tiene mucho que perder si este aumento del precio del petróleo vuelve a llevar a las economías mundiales a una recesión de doble fondo, Estados Unidos es quien más se juega a medio plazo dada su agenda estratégica internacional, cada vez más ambiciosa.

Análisis: La incertidumbre es algo inherente a los análisis económicos, especialmente por lo que respecta a las previsiones. Y cuando además dichos análisis deben tener en cuenta los costes potenciales de una guerra, resultan aún más inciertos y difíciles de realizar, puesto que un gran número de variables dependen de factores que, por naturaleza, se desconocen. A continuación se intenta trazar lo que pueden considerarse los factores económicos más importantes relacionados con el conflicto armado en Irak. En los casos en los que resulte posible, cada uno de estos factores se tratará desde la perspectiva de una serie de escenarios plausibles para la guerra y el denominado «día después».

Los costes de la guerra
Se han llevado a cabo diversas estimaciones de los costes potenciales de la guerra. Si bien existe un consenso general en torno a los costes directos, siguen existiendo grandes discrepancias con a los posibles escenarios del desarrollo del conflicto, así como para el «día después» y los efectos secundarios potenciales de la guerra.

Durante la pasada Guerra del Golfo, de los USD 80.000 millones (medidos en dólares de 2002) de costes directos totales, Estados Unidos pagó tan sólo alrededor del 10%. El resto de los costes fueron sufragados en última instancia por las contribuciones de Alemania, Japón y Arabia Saudí. Ésta última corrió con cerca del 25% de los costes totales. Esta vez, en vista de las dificultades que Estados Unidos ha experimentado para convencer a la mayoría de sus aliados tradicionales de la necesidad de llevar a cabo una guerra con prontitud, parece poco probable que Estados Unidos pueda evitar tener que pagar al menos la mitad, por no decir dos tercios, de los costes totales (que con casi total seguridad serán muy superiores a los costes militares directos).

Es probable que el Reino Unido y Japón contribuyan (de hecho el Reino Unido ha anunciado que destinará €4,700 millones al gasto de la guerra, aproximadamente el 5% del coste mensual total de la guerra), pero parece claro que Arabia Saudí no está dispuesta a participar en el esfuerzo bélico estadounidense más allá de permitir que se use parte de su territorio como punto de partida para las operaciones militares y de aumentar su producción de petróleo para compensar algunas de las posibles pérdidas ocasionadas por la guerra en el suministro mundial. En las presentes circunstancias, tampoco resulta probable que las contribuciones de Alemania o Francia sean más que nulas. Y también resulta difícil imaginar que el Gobierno español pueda desembolsar grandes cantidades en vista de las enormes dificultades que ha experimentado para explicar a su opinión pública qué puede ganar España en términos diplomáticos o económicos respaldando la postura estadounidense.

En este sentido, el gobierno español anunció el pasado 21 de Marzo que España está dispuesta a participar en el “día después” con €30 millones en ayuda humanitaria. Esta cantidad es cien veces menor que la que Bush ha solicitado al congreso de EEUU para ayuda humanitaria (aproximadamente USD 2.500 millones tan solo para los próximos seis meses). Asimismo, en términos de compromiso militar, la contribución española – es decir el coste para España para mantener sus contingentes militares en la guerra — rondaría los €9 millones por mes. Si suponemos que el conflicto se prolonga durante tres meses y que España no amplía su compromiso humanitario o militar, entonces la contribución total española sería de unos €60 millones, lo que representa bastante menos de una décima del 1% del coste total de la guerra.

Por tanto, los costes totales que Estados Unidos tendrá que afrontar está vez será probablemente mucho mayores que durante la pasada Guerra del Golfo. En aquel entonces, los costes totales con los que tuvo que correr Estados Unidos supusieron menos del 0,2% de su PIB, una cifra muy por debajo del 130% del PIB anual desembolsado para sufragar el esfuerzo bélico estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, o el 12% de éste destinado al conflicto en Vietnam. Esta vez, es probable que la parte que deba pagar se aproxime más al 1% del PIB durante una serie de años, en función de lo que suceda exactamente durante el escenario posterior a la guerra.

En la prensa se han mencionado con bastante frecuencia una serie de estimaciones destacadas de los costes de la guerra, elaboradas en Estados Unidos el otoño pasado. La primera de ellas provenía del personal Demócrata de la Comisión Presupuestaria de la Cámara de Representantes, el cual estimaba que los costes militares directos de una guerra contra Irak serían de entre USD 48.000 millones y USD 60.000 millones. La Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO), una rama de la Administración estadounidense, estimó que una nueva Guerra del Golfo costaría USD 44.000 millones. Así, un consenso bipartito oficial situaría los costes militares directos en aproximadamente USD 50.000 millones (lo que equivale al 0,5% del PIB).

William Nordhaus, economista de Yale (conocido internacionalmente por su coautoría del libro de introducción a la economía de Paul Samuelson, gran éxito de ventas), ha proporcionado algunas estimaciones más detalladas. Señala que tanto las estimaciones de la Cámara de Representantes como las de la CBO presuponen el «mejor escenario posible» y que, en cualquier caso, pasan por alto otros costes significativos —como la ayuda humanitaria, la ocupación y el mantenimiento de la paz y la reconstrucción política y económica— que, con toda probabilidad, se extenderán durante 10 años.

Nordhaus estima que una guerra más complicada y prolongada (que durase de tres a seis meses) podría costar USD 140.000 millones. De hecho, el Presidente Bush ya ha solicitado al congreso estadounidense una ampliación del presupuesto para este año de unos USD 63.000 millones para lidiar con los gastos de la guerra solo durante el primer mes. El Pentágono había pedido USD 93.000 millones. Esto implica que el Pentágono estima que si la guerra se prolonga durante solo dos meses la estimación de Nordhaus podría quedarse corta.

Los otros costes arriba mencionados (los del “día después”) podrían suponer USD 100.000 millones adicionales en el caso del mejor escenario posible, pero estarían más cerca de los USD 600.000 millones en un escenario menos favorable. Estos costes incluyen entre USD 1.000 millones y USD 10.000 millones para ayuda humanitaria, entre USD 75.000 millones y USD 500.000 millones para ocupación y mantenimiento de la paz, y entre USD 25.000 millones y USD 100.000 millones para la reconstrucción política y económica. (Estas estimaciones de Nordhaus de los costes asociados con “el día después” están basadas en las experiencias de Bosnia, Kosovo y Afganistán.)

Tomando un escenario intermedio (una guerra relativamente fácil para Estados Unidos pero también con los costes adicionales no previstos que Estados Unidos ha experimentado históricamente en tiempos de guerra), se obtiene un coste estimado para este año de aproximadamente USD 90.000 millones de costes militares directos, es decir, cerca del 1% del PIB de 2003. La mayoría de los economistas estiman en la actualidad que el déficit presupuestario del Gobierno estadounidense se situará en torno al 3% del PIB este año, eso sin calcular los posibles efectos de los gastos relacionados con la guerra o la nueva propuesta presupuestaria del Presidente; los efectos de la guerra en materia de gastos podrían situar el déficit presupuestario estadounidense en cerca del 4% del PIB en 2003.

Una estimación intermedia de los otros costes asociados (ayuda humanitaria, ocupación y mantenimiento de la paz y reconstrucción política y económica) situaría estos costes en aproximadamente USD 350.000 millones a lo largo de un período de hasta diez años. Esto aumentaría el déficit presupuestario en un 0,35% adicional del PIB en los próximos años. Sin embargo, es más que probable que muchos de estos gastos previstos se concentrarán durante los primeros años después del conflicto. Por lo tanto, una estimación razonable de la carga presupuestaria para los EEUU de todos los costes relacionados con Irak alcanzaría el 1% del PIB anual hasta el final de 2005.

Por supuesto, si a esto se incorporan los efectos fiscales de las nuevas propuestas presupuestarias de la Administración estadounidense, el déficit presupuestario del Gobierno de dicho país para 2004 podría fácilmente superar el 5% del PIB, a menos que se tomen medidas urgentes para reducir los gastos o se modifiquen radicalmente los recortes fiscales introducidos en 2001, así como los que se habían planificado para éste y los próximos años. Una buena señal ha sido la contrapropuesta del senado estadounidense de dejar en la mitad los recortes fiscales que Bush propuso en su último plan fiscal presentado en Enero. De todas formas, hasta que se apruebe el nuevo presupuesto y que termine la guerra, no será posible medir el impacto presupuestario con exactitud. Lo que sí podemos afirmar es que la situación presupuestaria está comenzando a ser preocupante.

Siempre existe la posibilidad, como supone la Administración Bush, de que una campaña militar rápida y con éxito tenga como resultado una importante recuperación económica. Tal escenario ofrecería la posibilidad de que una disipación de la actual incertidumbre económica y una recuperación de la confianza conllevasen un crecimiento suficiente como para eliminar parte de esta acumulación de déficit. Sin embargo, éste sería el mejor de los escenarios posibles, muy poco probable en vista de la debilidad subyacente de la economía (incluyendo una significativa capacidad de producción sin utilizar, unos altos niveles de deuda corporativa y de los consumidores, un déficit por cuenta corriente en niveles históricamente altos y un dólar relativamente débil), aun cuando la guerra fuese rápida y sin complicaciones. De hecho, tal y como discutimos más adelante, lo más probable es que una acción militar contra Irak mine aún más la economía mundial, aumentando el déficit presupuestario estadounidense como porcentaje del PIB en los próximos años.

Impacto económico
Nordhaus estima que los efectos macroeconómicos de la guerra en Estados Unidos, como consecuencia de una inversión, un consumo y unos mercados financieros deprimidos, podrían oscilar entre cero y USD 345.000 millones en los próximos años. Si a esto se añaden los posibles efectos de la volatilidad de los precios del petróleo, Nordhaus calcula costes adicionales de entre -USD 30.000 millones y USD 500.000 millones. En el mejor de los escenarios posibles, el efecto marginal en la economía sería nulo o ligeramente positivo. Esta estimación constituye la base del escenario optimista de los mercados que prevé un radical descenso de los precios del petróleo, una vigorosa recuperación de los mercados de valores y un repunte del dólar una vez que las hostilidades hayan comenzado y hayan desaparecido las incertidumbres. 

Dicho escenario presupone, no obstante, que sin los efectos depresivos de la incertidumbre previa a la guerra, la economía estaría experimentando en la actualidad una fuerte recuperación. De hecho, los movimientos en los mercados desde la segunda semana de marzo parecen ser una demostración de esta tesis. Los mercados reaccionaron positivamente al comienzo de las hostilidades. Las bolsas subieron más que en cualquier otra semana desde el final de la recesión a principios de los ochenta, mientras que el dólar, que estaba en su tipo de cambio más bajo en cuatro años con respecto al euro (USD 1,10/€), rebotó rápidamente hasta USD 1,05/€. El precio de petróleo, posiblemente el indicador más importante en este contexto, se desplomó a niveles por debajo de USD 25 por barril.

Sin embargo, desde el fin de semana del 22-23 de marzo, estas tendencias positivas en los mercados se han invertido, al menos parcialmente. Con la percepción de una posible resistencia iraquí más fuerte de lo esperado, las bolsas han vuelto a bajar, el precio del petróleo ha vuelto a niveles por encima de USD26 por barril, y el dólar se ha puesto de nuevo en USD1,07/€. Por lo tanto, esta presunción optimista parece poco realista y nada prudente. Tal y como hemos discutido anteriormente, aun sin el factor de la guerra, lo más probable es que la economía estadounidense se mantenga débil durante años (véase Henrik Lumholdt, La economía estadounidense: ¿recuperación, doble-fondo o bajo crecimiento? Implicaciones para Europa, Análisis del Real Instituto Elcano, 18-9-2002, ARI 53/2002). Éste sería el desagradable resultado de los persistentes excesos (sobrecapacidad y altos niveles de deuda privada) y desequilibrios (déficit por cuenta corriente y un dólar sobrevalorado) producidos durante el boom de la década de 1990.  El crecimiento del PIB estadounidense sería de tan sólo un 1% ó un 2% en los próximos años, y eso suponiendo que tanto el déficit público como el déficit por cuenta corriente se aproximasen al 6% del PIB. Sin los estimulantes efectos de semejantes déficit, la economía estadounidense probablemente se estancaría, como lo hizo la de Japón durante gran parte de la década que siguió al estallido de su burbuja. 

La idea de que los gastos derivados de la guerra podrían suponer por sí mismos un estímulo suficiente que situaría a la economía en una tendencia alcista sostenible también constituye una falsa ilusión. Si bien es cierto que la Segunda Guerra Mundial demostró ser un estímulo importante, esto se debió tan sólo a que la economía llevaba ya casi diez años sufriendo una depresión y un estancamiento, y aun así, necesitó una inyección enorme, equivalente al 130% del PIB para recuperarse. La conclusión provisional es, por lo tanto, que sin pasar primero por una verdadera recesión purgativa, la economía estadounidense carece de una base firme para recuperarse de forma sólida y sostenible. En este contexo, lo máximo que se puede decir es que la guerra ha dado a la administración Bush un pretexto adicional para justificar más estímulo fiscal, pero éste sólo podría ayudar a evitar una vuelta a la recesión en el corto plazo al tiempo que puede comprometer el crecimiento a largo plazo.

En el mejor de los escenarios posibles, una guerra que resultase ser estimulante en términos económicos tendría tan sólo un efecto ligeramente positivo, mientras que en cualquier otro escenario posible lo único que haría sería dañar la economía aún más. Dada la realidad de un euro cada vez más consolidado, un creciente déficit presupuestario del Gobierno superior al 3% en Estados Unidos —en un contexto de débil crecimiento, un déficit por cuenta corriente del 5% del PIB y un dólar cada vez más débil— empezará sin duda a traducirse en mayores tipos de interés a largo plazo, que supondrán una carga aún mayor para la economía. Una evolución semejante podría llegar a hacer estallar la burbuja del mercado de la vivienda y, como consecuencia de los mayores pagos hipotecarios y el aumento del número de ejecuciones, provocar un descenso significativo del consumo. Retomando nuestro análisis de los efectos de los gastos derivados de la guerra y el «día después» en el déficit presupuestario estadounidense (por no hablar de las nuevas propuestas presupuestarias de Bush, incluyendo nuevos y acelerados recortes fiscales que ascienden a un total de USD 674.000 millones aproximadamente y que están estructurados de tal forma que se limite su impacto estimulante a corto plazo), queda claro que las perspectivas futuras para la economía estadounidense siguen siendo de lo menos halagüeñas.

Algunos analistas han señalado que la Guerra del Golfo (1990-91) se produjo al final de un ciclo (si bien corto) de expansión y que influyó —debido al shock de precios del petróleo que provocó— en la recesión que tuvo lugar posteriormente. Puesto que esta nueva Guerra del Golfo se producirá después de la ralentización y la recesión de 2001, lo único que la guerra hará en esta ocasión, según este planteamiento, será impedir la recuperación. Sin embargo, durante 2001 la economía estadounidense no fue capaz de eliminar los importantes desequilibrios estructurales que sufría. El consumo privado, apuntalado por un mercado de la vivienda excesivamente fuerte (producto de tres años de mercados de valores a la baja y 13 recortes de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal), sigue siendo el último sostén de la economía estadounidense. Si el período de incertidumbre previo a la guerra, y ahora la propia guerra, tienen algún efecto, éste será probablemente el de minar el consumo privado de una vez por todas, especialmente si los tipos de interés a largo plazo empiezan a aumentar.

De hecho, el índice de confianza de los consumidores del Conference Board estadounidense cayó desde 78,8 en enero hasta 64,8 en febrero, sólo para bajar de nuevo en marzo a 62,5, lo que supone su nivel más bajo desde 1993 y el cuarto descenso mensual consecutivo. En la actualidad se sitúa en niveles asociados a fuertes recesiones. Para impulsar una recuperación real, la confianza de los consumidores tiene que aumentar radicalmente, de forma que los consumidores se sientan seguros de que sus ingresos futuros les bastarán para seguir gastando de forma continuada y les permitirán atender el servicio de su deuda.

En teoría, un fuerte estímulo fiscal podría contribuir a ello, pero sólo si la mayoría de los consumidores creen que los recortes fiscales propuestos aumentarán de forma rápida y significativa los ingresos de que disponen. Sin embargo, dado que los recortes fiscales del Presidente Bush dan la impresión de favorecer sólo a las clases más favorecidas y que las condiciones de empleo siguen siendo negativas, no es probable que esto suceda. El desempleo ha empezado a aumentar de nuevo y en la actualidad se sitúa en el 5,8%, uno de los niveles más altos de los últimos diez años. Independientemente de las perspectivas de aumento del ahorro como consecuencia de los recortes fiscales, no resulta probable que la confianza empresarial y las inversiones repunten hasta que esté claro que el consumo privado haya vuelto a situarse en una tendencia alcista sostenible. Por otro lado, si la confianza de los consumidores sigue disminuyendo, la guerra podría fácilmente terminar siendo el desencadenante de una verdadera recesión purgativa en Estados Unidos. Sin embargo, reconocer esta realidad —aunque sea importante para la salud a medio plazo de la economía estadounidense— supondría correr riesgos electorales importantes, y sin duda la Administración Bush hará todo lo posible por evitarlo.

Los precios del petróleo
En los últimos meses, los precios del petróleo no han aumentado tanto como lo hicieron durante el período previo a la pasada Guerra del Golfo. En aquella ocasión alcanzaron un máximo en otoño de 1990 que correspondía a un aumento de más de un 80% sobre los niveles anteriores a la invasión de Kuwait, y se mantuvieron en un nivel aproximadamente un 60% superior a dichos niveles al comienzo de la Guerra, a principios de 1991. Aunque en este nuevo conflicto no han aumentado tanto, sí que se han elevado en aproximadamente USD 10/barril (desde USD 25 a USD 35 por barril), o lo que es lo mismo, en cerca de un 40%, desde el 1 de septiembre de 2002 hasta una semana antes del comienzo de los bombardeos sobre Baghdad la noche del 19 de marzo. Esto no sólo ha supuesto el aplazamiento de una teórica recuperación, sino que además podría haber implicado un daño sustancial adicional a la economía mundial.

Como hemos comentado antes, de hecho los primeros movimientos en el precio del petróleo justo antes y después del comienzo de la guerra han sido fuertes bajadas, en contra de la gran parte de los pronósticos. Aunque el precio ha vuelto a subir durante la semana del 24 de marzo, después de las primeras señales de alguna resistencia iraquí, hasta la fecha el patrón general tiene más que ver con lo sucedido durante la guerra del 91 que con lo que estaba generalmente esperado – es decir, una subida inicial por encima de USD 40 por barril. La tesis que sostiene que los precios del petróleo seguirían disminuyendo de forma significativa —tal y como lo hicieron en 1991— tras el inicio de las hostilidades, impulsando así la confianza empresarial y de los consumidores y, en consecuencia, estimulando la economía mundial, presupone que el reciente aumento de los precios se debe exclusivamente a una «prima de guerra». 

De todas formas, es importante señalar que gran parte del aumento de precios desde septiembre ha venido generado por la reducción de la producción de Venezuela (desde 2,8 millones de barriles diarios hasta 350.000 barriles diarios) en diciembre y enero. Incluso ahora, una vez finalizada la huelga en Venezuela, la producción de petróleo de dicho país es menos de la mitad de lo que se producía antes de la misma. Y parece que Venezuela no va a ser capaz de regresar a los niveles anteriores a la huelga durante algún tiempo. Pero cualquier esperanza de que la producción mundial de petróleo no sufriera shocks adicionales ha venido frustrada por otro brote de inestabilidad política en Nigeria, donde la producción normal de 2,2 millones de barriles diarios ha caído unos 800.000 barriles por día (a un nivel actual de 1,4 millones de barriles diarios) debido a fuertes enfrentamientos políticos entre grupos étnicos en el delta del Níger, el gobierno federal y las grandes  empresas petrolíferas.

Dado que el mercado internacional del petróleo sigue siendo muy tenso en estos momentos – y obviamente altamente volátil — con un invierno muy frío que aumenta la demanda mundial y con las reservas comerciales estadounidenses en su nivel más bajo de esta generación, la economía mundial sigue siendo muy vulnerable a un shock de los precios del petróleo si la guerra en Irak – que supone la retirada de sus 2 millones de barriles diarios del mercado – se prolonga más allá de tres o cuatro semanas. Todavía hay una probabilidad relativamente alta de que los precios vuelvan a subir más allá de los USD 30 por barril a pesar de que la demanda tradicionalmente baja con la llegada de la primavera.

Los factores que determinarán que los precios se mantengan por debajo de los USD30 por barril a corto plazo son básicamente tres: (1) la velocidad con que Estados Unidos y otros países de la OCDE liberen sus reservas estratégicas de petróleo (más de 1.500 millones de barriles, o lo que es lo mismo, el equivalente a aproximadamente 20 días de consumo mundial); (2) lo dañados que resulten los yacimientos de petróleo iraquíes (y quizás los de sus vecinos) como consecuencia de la guerra. (Fuentes estadounidenses han afirmado recientemente que Irak ha preparando sus pozos para una posible destrucción como parte de una estrategia de arrasar todo lo que pueda serle útil al enemigo; de hecho, durante la primera semana de hostilidades, informes periodísticos has constado incendios en entre seis y doce pozos en la zona sureste de Irak, aunque las últimas noticias indican que estos ya han sido extinguidos.); y (3) la velocidad con que Arabia Saudita aumente su capacidad ociosa para reemplazar el petróleo iraquí, venezolano y nigeriano en el mercado. Aunque la OPEP anunció el día que empezó la guerra que aseguraría el suministro de petróleo, el mercado mundial tiene mucha menos capacidad ociosa hoy en día (sólo 2 millones de barriles diarios cómo mucho) que en 1991 (más de 6 millones de barriles diarios). Podemos tener confianza en que con respecto al primero y al tercero de dichos factores se puede ser relativamente optimista, pero respecto al  segundo  (posibles daños a los yacimientos), no es algo con lo que puedan hacerse cómodas predicciones.

Uno de los estudios más destacados sobre las posibles trayectorias de los precios del petróleo procede del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington, D.C. El CSIS estimaba en el otoño pasado que los precios del petróleo alcanzarán un nivel máximo de entre USD 40 y USD 80 por barril (mejor escenario posible frente a peor escenario posible) durante el primer trimestre posterior al inicio de una guerra contra Irak. Dos años después, los precios volverían a los USD 20 por barril en el mejor escenario posible, a USD 30 por barril en un escenario intermedio y a USD 40 por barril en el peor de los escenarios posibles. El mejor escenario posible prevé una guerra muy rápida y sin complicaciones, una retirada de la producción iraquí del mercado durante cerca de tres meses y la ausencia de daños adicionales a la infraestructura petrolífera de la región. El precio medio del petróleo durante el primer año a partir del comienzo de la guerra sería tan sólo de USD 26 por barril, más o menos en línea con la media de 2002.

Sin embargo, el escenario intermedio prevé una fuerte resistencia por parte de la Guardia Republicana, lo que provocaría bajas militares y civiles considerables (lo que posible estamos presenciando ahora). La lucha habría terminado en unos cuantos meses como máximo, pero los ataques esporádicos a las fuerzas estadounidenses y los actos de sabotaje contra infraestructuras petrolíferas iraquíes complicarían la psicología de mercado de este escenario. El precio medio durante el primer año sería de USD 37 por barril, más de USD 10 por barril por encima de la media de 2002. Esto implicaría, según los cálculos aproximados del FMI, una reducción de 0,5 puntos porcentuales en el crecimiento mundial.

El peor escenario posible implicaría una fuerte resistencia y el uso desesperado de armas de destrucción masiva contra las fuerzas estadounidenses (según fuentes británicas el día 27 de marzo, el régimen de Sadam ya está preparando el uso de algunas armas ilegales), así como posibles ataques contra Israel. Este escenario prevé una ampliación de la guerra al resto de la región y daños significativos a la infraestructura petrolífera, lo que supondría una retirada del mercado de hasta 6 millones de barriles por día. El precio medio del petróleo durante el primer año alcanzaría al menos los USD 60 por barril, lo que supondría una reducción de más de 1,5 puntos porcentuales en el crecimiento mundial. Tan sólo un escenario de ausencia de guerra vería un precio medio del petróleo durante el primer año inferior al de 2002.

Conclusiones: Las posibles implicaciones económicas de la guerra contra Irak son en la actualidad bastante peligrosas. En el horizonte se perfila un aumento de los déficit estadounidenses, una mayor aversión al riesgo, incertidumbre en un momento de fragilidad económica, un máximo en los precios del petróleo y una posible nueva recesión. Además, es probable que Estados Unidos comience a experimentar posibles problemas por abarcar demasiado si se ve obligado a pagar la mayor parte de los costes derivados de la guerra. La hegemonía del dólar en la economía internacional se verá erosionada con mayor velocidad como resultado del aumento de los déficit.

Los mayores tipos de interés también constreñirán la economía estadounidenses de un modo enormemente molesto para Estados Unidos, haciendo inevitables los debates entre «cañones y mantequilla» por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. La economía estadounidense —y la hegemonía del dólar— cada vez dependerán más de las inversiones europeas y asiáticas, que continúan financiando los «déficit gemelos» de Estados Unidos. Pero, ¿seguirán los europeos y los asiáticos colaborando en la financiación de la nueva agenda estratégica estadounidense?

En las décadas de 1960 y 1980, momento en el cual existía más o menos un consenso en torno a los objetivos de la Guerra Fría y la mejor forma de perseguirlos, se mostraron deseosos de hacerlo. Sin embargo, hoy en día la característica más sorprendente de la nueva agenda estratégica estadounidense es la profunda discordia que ha suscitado en todo el mundo. Con un dólar débil y depreciándose cada vez más, los déficit a los cuales esta guerra probablemente contribuya sólo acelerarán el proceso de internacionalización del euro. Dadas las desventajas estructurales del dólar, por tanto, esto se producirá aun a pesar de la persistente debilidad económica en Europa. Así, es probable que cualquier futura reforma europea no haga más que reforzar la potencial posición internacional del euro y, con ello, la flexibilidad monetaria y fiscal de Europa. Al insistir en llevar a cabo una guerra ahora, junto con unos recortes fiscales de enorme importancia, Estados Unidos corre el peligro de minar su futura capacidad de continuar financiando su agenda estratégica, cada vez más ambiciosa. Le guste o no a Estados Unidos, los aliados pasarán a ser aún más importantes en el futuro.

Paul Isbell
Analista principal de Economía y Comercio Internacional
Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos

Paul Isbell

Escrito por Paul Isbell

Paul Isbell fue investigador sénior asociado del Real Instituto Elcano, e investigador principal de Economía Internacional (hasta 2012). Tambien es CAF Energy Fellow en el Centro para las Relaciones Transatlanticas (CTR) de la Universidad Johns Hopkins SAIS en Washington, D.C., y el director de investigación de los proyectos el Atlantic Basin Initiative (ABI) y el [...]