Tema: El pasado 9 de abril, Argelia celebró lo que se denominó elección presidencial. Esto es algo que ha hecho a intervalos desde 1995 y, por lo general, dichas elecciones han sido motivo de insatisfacción tanto a nivel interno como internacional. Pero, ¿en qué consisten exactamente estos comicios, que han demostrado una y otra vez no estar a la altura de las expectativas de la mayoría? El presente ARI explica que en realidad los comicios no pueden considerarse como tales y que las expectativas creadas en torno al proceso electoral están fuera de lugar.
Resumen: El proceso oficialmente conocido como elecciones presidenciales en Argelia es en realidad un ejercicio de legitimación materializado a través de la movilización de las lealtades del electorado. Las elecciones no se celebran para determinar cuál es el candidato elegido por la ciudadanía, sino más bien para garantizar el respaldo del pueblo a una decisión previamente adoptada por la oligarquía gobernante, legitimando de esta forma dicha oligarquía. La naturaleza formalmente plural de este proceso no debería llevarnos a pensar en ningún momento que existe realmente tal cosa como una carrera presidencial. Así, el candidato del régimen tiene todas las de ganar para convertirse en el próximo presidente, sin existir en realidad competencia alguna; la función del resto de los candidatos no es otra que reforzar el índice de participación agregada y maximizar la legitimidad del régimen, en lugar de desafiar al candidato a la presidencia propuesto por la oligarquía. Esta preocupación por la legitimidad también determina los enfoques y las acciones de los partidos que promueven el boicot y contribuye a que el debate político en Argelia siga siendo eminentemente estéril. La democratización real del sistema político argelino está aún por llegar y que no hay ningún motivo para pensar que los socios occidentales de Argelia han contribuido de forma sustancial a la promoción de la democracia en el país durante las últimas dos décadas o para albergar esperanzas realistas de conseguirlo en un futuro próximo.
Análisis: Los resultados oficiales anunciados por el ministro del Interior argelino, Noureddine Zerhouni, que otorgan a Abdelaziz Buteflika el 90,24% de los sufragios –dejando menos del 10% a los cinco candidatos restantes– y apuntan a una participación del 74,11% en las elecciones del 9 de abril, han sido interpretados cuasi universalmente como una confirmación de aquellos pronósticos, ampliamente comentados, que describían las elecciones presidenciales argelinas como unos comicios cuyos resultados estaban escritos de antemano. Esta es, sin embargo, una interpretación equivocada de lo ocurrido.
Tabla 1. Resultados oficiales de las elecciones presidenciales en Argelia del 9 de abril de 2009
Candidato | Votos | % del voto total |
Abdelaziz Bouteflika (independiente; apoyado por PFLN, RND, MSP, etc) | 12.911.705 | 90,24 |
Louisa Hanoune (Parti des Travailleurs) | 604.258 | 4,22 |
Moussa Touati (Front National Algérien) | 330.570 | 2,31 |
Djahid Younsi (El Islah) | 176.674 | 1,37 |
Ali Fawzi Rebaïne (AHD 54) | 133.129 | 0,93 |
Mohamed Saïd (Parti pour la Liberté et la Justice) | 132.242 | 0,92 |
Datos electorales | Número | |
Electorado | 20,595,683 | |
Votos emitidos | 15,262,695 | |
Participación (%) | 74.11 |
Fuente: Ministerio del Interior, según información difundida por el diario El Moudjahid, 10/IV/2009.
Hay países que celebran elecciones presidenciales cuyos resultados en ocasiones parecen inevitables. El resultado de los comicios de 1964 (Johnson vs. Goldwater), 1972 (Nixon vs. McGovern) y 1984 (Reagan vs. Mondale) en EEUU, y de las elecciones que enfrentaron a Chirac y Le Pen en Francia en 2002, parecía estar escrito de antemano. Con todo, puede decirse que todas ellas fueron elecciones genuinas, como lo fueron las elecciones generales británicas de 2001 y 2005, en las que el Nuevo Laborismo de Tony Blair se impuso cómoda y previsiblemente a su rival conservador. El hecho de que se supiera, en todas estas ocasiones, que los votantes ya se habían decidido mucho antes del día de las elecciones no restó relevancia al acto de votar como ejercicio de la capacidad real del pueblo a decidir. Sin embargo, la realidad es que el pueblo argelino no tiene derecho a voto y que nunca ha tenido el derecho a decidir quién será su próximo presidente.
No existe ninguna razón de peso para describir lo ocurrido en Argelia el 9 de abril pasado como unas elecciones. Sencillamente, no fueron elecciones. La participación de los votantes, independientemente del número de argelinos que depositaron su voto, no decidió nada. No se estaba decidiendo quién sería el jefe de Estado argelino durante los próximos cinco años simplemente porque dicha decisión ya había sido tomada. El único resultado de importancia fue el índice de participación de los comicios, que es el único aspecto que no estaba escrito. Y, dado que no existía ni existe la posibilidad de someter las cifras difundidas por el Ministerio del Interior a una verificación independiente, es posible que no lleguemos a conocer jamás los resultados reales.
La decisión de mantener a Buteflika en el poder durante un tercer mandato se tomó el pasado mes de octubre, si no antes. La hizo pública, si bien implícitamente, el propio Buteflika el 29 de octubre cuando anunció que se llevaría a cabo la tan necesaria revisión de la Constitución para acabar con el límite de los dos mandatos que le obligaba a ceder el testigo. Dicha revisión se produjo gracias al correspondiente respaldo del Parlamento argelino apenas cinco días más tarde, el 7 de noviembre. El anuncio del presidente era un claro indicio de que se había alcanzado un acuerdo con la oligarquía reinante para que continuara en el poder. Por qué ha ocurrido esto es un secreto, sin llegar a ser un misterio. Existen buenos motivos para asumir que la petición de Buteflika de seguir al frente del país durante un tercer mandato ha sido satisfecha por las siguientes razones, todas ellas relacionadas entre sí:
- La realidad del poder: tras dos mandatos, Buteflika y sus simpatizantes se habían asentado cómodamente en el poder, de manera que no se les podía expulsar con facilidad.
- La ausencia de un motivo de peso para desalojarlo del poder, dada su voluntad y su capacidad para responder a los principales intereses del régimen, especialmente los del alto mando del Ejército, y la falta de hostilidad popular hacia su persona (a diferencia de lo ocurrido con Chadli Benyedid al final de su segundo mandato en 1988), por mucho que el entusiasmo popular hacia Buteflika se haya deteriorado sustancialmente con el tiempo.
- La ausencia de un candidato alternativo plausible al que promover para quienes se oponían a un tercer mandato de Buteflika.
- La idoneidad de la permanencia en el poder de Buteflika dado el éxito con el que ha asociado el discurso de “reconciliación nacional” (que sigue calando en el exterior) con su persona.
Dado que la presidencia no está en manos de una dinastía, podemos decir que el presidente Buteflika ha sido reelegido, pero sólo si puntualizamos que ha sido reelegido por el escalafón superior de la oligarquía gobernante y que la composición precisa y el modus operandi del colegio electoral informal que decide realmente dichos asuntos sigue estando amparado por el secreto de Estado.
Lo ocurrido el 9 de abril no fue más que una consagración ritual de una decisión que había sido adoptada más de cinco meses antes. El formalismo de celebrar unas elecciones nacionales era un requisito necesario para inducir al argelino medio a legitimar una decisión informal previa para su consumo externo, dignificando así dicha decisión. Por ello, sería más correcto describir lo ocurrido como un plebiscito o incluso un referéndum, en lugar de unas elecciones. Ahora bien, dichos términos sólo pueden emplearse si se reconoce que las personas convocadas a las urnas en realidad no estaban decidiendo nada.
Los referendos ya se han utilizado en democracias genuinas para adoptar decisiones en aquellos casos en los que los gobiernos no están dispuestos a tomar dichas decisiones o en los que se considera que los Parlamentos no son el órgano indicado para dicha toma de decisión. En tales casos, se pide a los votantes que decidan de forma directa. La decisión británica de permanecer en el Mercado Común en 1975, la decisión irlandesa de rechazar el Tratado de Niza o las decisiones de Francia e Irlanda de votar en contra de la Constitución Europea son claros ejemplos de referendos. Pero los argelinos que votaron en el plebiscito del 9 de abril no estaban decidiendo sobre una cuestión especialmente espinosa que su gobierno había decidido dejar en sus manos. No se dio el caso de que quienes desafiaban el poder en Argel no pudieran ponerse de acuerdo en torno a los méritos relativos de Abdelaziz Buteflika o de cualquiera de los cinco candidatos restantes, ni tampoco que recurrieran al pueblo, dotándole de la potestad para resolver el dilema en su lugar. Como tampoco nos encontramos ante una situación en la que los votantes ratifican la decisión de sus gobernantes de avalar a Buteflika. La decisión no era una decisión meramente provisional que fuera sometida a aprobación popular. Es posible que se dijera a los votantes que tenían derecho a no respaldar la decisión del régimen votando por otro candidato o no votando por ninguno de ellos, pero el pueblo argelino en su conjunto sencillamente no tuvo esta capacidad para decidir. La permanencia de Buteflika en el palacio de El Mouradia no dependía del resultado de los comicios. Por ello, resulta tan equivocado decir que los votantes estaban ratificando una decisión adoptada previamente como sugerir que estaban ejerciendo su derecho a decidir. Lo que estaban haciendo era algo bien distinto.
Para comprender bien lo ocurrido es necesario tener en cuenta las actividades de los colectivos que hicieron una campaña a favor del boicot de las elecciones y la actitud mostrada por el gobierno ante dicha campaña.
“Boicot” frente a “adhesión”
Los dos partidos principales que hicieron campaña a favor del boicot de las elecciones fueron la Unión para la Cultura y la Democracia (Rassemblement pour la Culture et la Démocratie, RCD) de Said Sadi y el Frente de Fuerzas Socialistas (Front des Forces Socialistes, FFS) de Hocine Ait Ahmed. Ambos partidos tienen sus bases en la región de la Cabilia, de habla bereber, si bien también cuentan con simpatizantes en Argel y otras ciudades del país, así como en aquellos lugares del exterior en los que se asentaron las comunidades de la diáspora cabil. En la Cabilia, tanto la RCD como el FFS realizaron una campaña activa a favor del boicot. El FFS, concretamente, convocó impresionantes manifestaciones que congregaron a varios miles de participantes (las estimaciones oscilan entre los 3.000 y 5.000) en Tizi Uzu y Beyaia, las principales ciudades de la región, el día 2 de abril. Sin embargo, en otros puntos del país, algunos de los votantes habituales de dichos partidos consideraron el boicot como una táctica demasiado agresiva y expresaron cierto recelo en torno a su idoneidad, especialmente a la luz de la hostilidad mostrada por el frente pro-Buteflika y el Gobierno.
Esta hostilidad creció hasta alcanzar mayor intensidad si cabe tras la funesta decisión de la RCD de reemplazar la bandera nacional argelina que ondeaba en su sede de Argel y en el resto del país por una bandera negra, símbolo de duelo nacional. Este gesto histriónico desencadenó una oleada de denuncias del frente de Buteflika, más concretamente del Partido del Frente Nacional de Liberación (Parti du FLN, PFLN) y la Unión Nacional Demócrata (Rassemblement National Démocratique, RND), así como la Unión General de Trabajadores Argelinos (Union Générale des Travailleurs Algériens, UGTA, la organización sindical estatal). También fue condenado por la teóricamente neutral Comisión Política Nacional para la Supervisión de las Elecciones Presidenciales (Commission Politique Nationale de Surveillance de l’Élection Présidentielle, CPNSEP). Su enfado se debió no ya al hecho de que se izara la bandera negra, sino más bien al acto previo de retirar la bandera nacional, un gesto interpretado como un ultraje deliberado a la bandera y, por tanto, como una manifestación de agravio a la patria (si no directamente anti patriótica). Algunos sectores de la RCD, que promovió el boicot, empezaron a tambalearse debido a la presión. En Relizana, al oeste del país, ocho miembros del gobierno local adscritos a la RCD decidieron desmarcarse públicamente de la campaña pro boicot y anunciaron sus desavenencias con la política del partido en los siguientes términos:
“Es evidente que luchamos políticamente por la democracia y la diversidad de ideas, pero consideramos que ultrajar la bandera nacional e izar una bandera negra es ir demasiado lejos, de ahí que rechacemos frontalmente el gesto… Indignados como lo estamos con esta posición, hemos decidido trabajar por el éxito de estas elecciones, a las que reafirmamos nuevamente nuestra adhesión”.[1]
La palabra adhesión es un término fundamental en el léxico político argelino. No significa apoyo en el sentido de soutien o appui, es decir, un apoyo que se es libre de prestar, sino que se refiere más bien a la lealtad o pleitesía. Como cualquier Estado, el argelino necesita la lealtad de sus ciudadanos. No obstante, a diferencia de las democracias occidentales, se vale consciente y manifiestamente de las elecciones para movilizar dicha lealtad. Exige, por tanto, que la ciudadanía demuestre activamente su pleitesía al Estado mediante su participación en las elecciones; votar, por tanto, se concibe como un deber ciudadano, patriótico y colectivo más que un derecho civil individual.
En los tiempos del partido único (1962-1988), cuando había un único candidato a la presidencia (Ahmed Ben Bella, Huari Bumedián, Chadli Benyedid), todo estaba meridianamente claro: se pedía a los argelinos que expresaran su lealtad al régimen demostrando en las urnas que “se adherían a” –o, lo que es lo mismo, aceptaban– la decisión adoptada por los encargados de la toma de decisiones. La llegada del pluralismo formal en 1989 complicó las cosas, si bien en realidad solo modificó el sistema, que no fue sometido a una reforma significativa ni mucho menos sustituido. Se brindó así al electorado la posibilidad de elegir entre una pluralidad de “candidatos”, pero su decisión consiste, sencillamente, en decantarse bien por el individuo previamente designado por el colegio electoral informal de “decisores”, bien por alguno de los candidatos restantes, que están muy lejos de ser verdaderos contrincantes (en realidad tiene poco sentido llamarles contrincantes, puesto que jamás llegan a competir, en la medida en que no existe ningún tipo de carrera presidencial).
Los argelinos son plenamente conscientes de la realidad de estos comicios; de los candidatos sin opciones que difícilmente pueden considerarse rivales dicen con frecuencia que “están en las listas por mero formalismo”.[2] Ahora bien, dichos candidatos cumplen algunas funciones que son relativamente importantes y que son valoradas por el régimen. Dichas funciones incluyen:
- Servicios cosméticos: la participación de otros candidatos permite al régimen mantener viva la ilusión o ficción de que el pluralismo político es una realidad en Argelia; aunque esto ya no impresiona ni lo más mínimo a los argelinos, es importante de cara a la comunidad internacional, puesto que da una buena imagen del régimen entre sus socios occidentales y contribuye a los acuerdos entre dichos socios y Argel.
- Válvula de seguridad: algunas posiciones políticas fuertemente defendidas que no encuentran salida en el apoyo al “candidato de consenso”[3] impuesto por el régimen encuentran una vía de escape en el apoyo a uno u otro de los candidatos con importante carga ideológica; de ahí que los candidatos sin opciones siempre incluyan un islamista y un cabil y, en esta ocasión (como en 2004), un candidato de la izquierda (que en este caso es también mujer).
- Movilización secundaria o auxiliar: los candidatos sin opciones, especialmente los que destacan por su marcada carga ideológica, programa o identidad regional, son capaces de captar votantes que el candidato-electo impuesto por el régimen es incapaz de captar y de movilizar circunscripciones que dicho candidato no logra atraer. De esta forma, realizan la inestimable labor de incrementar el índice de participación y maximizar la pleitesía, garantizando así una legitimación suplementaria. (A los candidatos que pueden quitar votos al candidato del régimen, considerados por lo tanto como rivales verdaderos, sencillamente no se les permite concurrir a las elecciones).[4]
Por estos motivos, la actitud del Gobierno hacia los cinco candidatos no contrincantes ha sido bastante distinta a la mostrada hacia los partidarios del boicot. Evidentemente, si comparamos el trato prestado a Buteflika con el prestado a los cinco candidatos suplementarios salta a la vista que estos últimos no fueron tratados en igualdad de condiciones; más concretamente, el espacio en directo que se les concedió en la radio y televisión públicas fue escaso si lo comparamos con el espacio concedido a Buteflika y a su campaña. Pero al menos al resto de candidatos se les concede una cierta cobertura en los medios, sus reuniones fueron autorizadas y se les mostró una cierta, si bien mínima, consideración. Muy diferente fue el caso de quienes promovieron el boicot, que fueron combatidos y denunciados activamente. Peor aún, no se les otorgó ni un minuto de cobertura en directo, las reuniones públicas que trataron de organizar fuera de la Cabilia fueron prohibidas y se arrestó a una serie de activistas que se disponían a distribuir folletos. Además, la campaña fue denunciada con severidad, sobre todo cuando el primer ministro Ahmed Ouyahia, que es también el líder de la RND, declaró que “quienes apoyan el boicot son traidores, criminales”.[5]
Sería un error interpretar estas palabras como un mero exceso lingüístico pronunciado en el fulgor de la batalla electoral. El Sr Ouyahia es una persona contenida que mide bien sus palabras y sus gestos. El hecho de que empleara esta expresión tan radical refleja claramente la opinión real del régimen. Esta opinión es, al menos en este sentido, una prolongación de la actitud del ex partido único FLN que reinstauró el Estado argelino. El FLN no buscaba apoyo popular en forma de un partido político, sino que exigía la pleitesía del pueblo argelino en forma de un Estado (no olvidemos que el ex partido único FLN fue un Estado en ciernes de finales de 1956 en adelante). Los argelinos que rechazaron o desafiaron la autoridad del FLN o que apoyaron a organizaciones rivales fueron tachados de traidores y denunciados y castigados como tales.
Dado que lo único que estaba en juego el día 9 de abril era el índice de participación, es decir, la medida en que el Estado argelino bajo su batuta actual sigue siendo capaz de evocar y garantizar la lealtad y pleitesía del pueblo, las organizaciones que promovieron el boicot fueron los únicos contrincantes reales del frente Buteflika. Básicamente, el régimen le estaba diciendo al pueblo argelino que disponía de cuatro opciones:
- Rendir máxima pleitesía y lealtad al votar por Buteflika, el candidato del régimen.
- Expresar una lealtad con reservas –pero no por ello poco relevante– al Estado al participar en las elecciones sin votar a favor de Buteflika, sino de uno de los candidatos sin opciones, si así lo deseaban.
- Pasar por el trámite de votar expresando los sentimientos de forma individual, emitiendo votos nulos.
- Por último, si se empeñaban, quedarse en casa y abstenerse de votar con la condición de que lo hicieran con discreción y de que se abstuvieran de darle a su abstención –o lo que es lo mismo, el incumplimiento del deber ciudadano– un significado político y de dar mal ejemplo a sus conciudadanos.
Lo que el régimen no estaba dispuesto a tolerar era un acto público y deliberado de abstención como un gesto con carga política, ni mucho menos contribuir a la campaña pública a favor del boicot, puesto que la abstención desafiaba y ponía en tela de juicio los comicios propiamente dichos. Por consiguiente, quienes promovieron el boicot fueron percibidos como unos contrincantes de un orden bien distinto; no ya como alternativas al candidato electo, sino como personas que se oponían a la movilización de lealtades al Estado, de ahí que se les tachara de traidores.
Dinámicas de legitimación y deslegitimización que se retroalimentan entre sí
El acontecimiento ocurrido en Argelia que se denomina erróneamente elecciones presidenciales es fundamentalmente un ejercicio de legitimación. Como tal, no es una cuestión sencilla; de hecho, es un fenómeno muy complejo, si no enrevesado. El voto legitima la decisión de la oligarquía y dignifica dicha decisión a ojos de la comunidad internacional, legitimando así la permanencia de Abdelaziz Buteflika en el poder y su potestad para presidir y discernir cuestiones a nivel interno y para negociar con sus homólogos en el exterior. Al mismo tiempo, al legitimar a Buteflika, el candidato del régimen, el gesto de los votantes legitima (o relegitima) el régimen propiamente dicho. Los votos depositados a favor del resto de candidatos no legitiman la candidatura del régimen directamente pero sí indirectamente, puesto que dan legitimidad al proceso electoral del que sale victorioso el candidato del régimen. Lo hacen a pesar del hecho de que los candidatos sin opciones –y por tanto inevitables perdedores– suelen denunciar la injusticia del proceso tras los comicios: la desigual asignación de cobertura en directo en los medios de comunicación, los porcentajes sospechosamente bajos de votos que les son atribuidos según el ministro del Interior, etc. Dicho Ministerio, por cierto, no tiene problemas para desmarcarse de dichas críticas y, de hecho, desafía a los candidatos a que presenten quejas formales si tienen pruebas contundentes de fraude electoral, algo que en la mayoría de los casos renuncian a hacer.
Por tanto, el grado en que las denuncias del resto de candidatos ensombrecen el proceso y minan su legitimidad es limitado. Por muy indignados que se muestren, no hay motivos serios para pensar que los candidatos en cuestión realmente esperaran resultados mejores. Sabían el resultado de la carrera antes incluso del pistoletazo de salida. No se presentaron porque pensaron en algún momento que tenían posibilidades de alzarse con la victoria o al menos de acariciarla; lo hicieron como un ejercicio de autopromoción, para reforzar el perfil de sus propios partidos, ampliar sus circunscripciones y preparar a sus equipos con miras a mejorar sus resultados en aquellas elecciones en las que sí esperan conseguir algo, es decir, las elecciones a las asambleas nacionales, regionales y municipales. El hecho es que, dado que siempre hay candidatos potenciales que no concurren, candidatos a quienes se les prohíbe presentarse o partidos que hacen un llamamiento a la abstención, los candidatos que tomaron parte en la carrera necesitan protegerse de las acusaciones que les califican de meros títeres del régimen, buscando así su propia legitimación. Por tanto, denuncian una y otra vez las irregularidades de las “elecciones” para protegerse a sí mismos. Al hacerlo, alimentan implícitamente el espejismo de que los comicios fueron casi –o podrían haber sido– unas elecciones reales, una posibilidad que sin embargo jamás existió. Por tanto, contribuyen al aura de mistificación que rodea al proceso.
Asimismo, los partidos y los individuos que condenan y boicotean vehementemente el proceso están también implicados en una forma enrevesada de política de legitimación. El Dr Sadi fue candidato en 1995 y 2004 y Hocine Ait Ahmed en 1999. Los líderes de los dos partidos principales que han promovido el boicot en estos comicios se han unido al baile en el pasado. En otras palabras, han tenido que legitimar su cambio de actitud al sugerir que las “elecciones” de este año han sido bastante diferentes a las precedentes; de ahí la histriónica bandera negra de la RCD en señal de duelo. De hecho, la regla fundamental del juego nunca ha cambiado, y no hay motivos serios para pensar que el Dr Sadi y Ait Ahmed no fueran conscientes de ello.
Igualmente relevante es el hecho de que al promover el boicot se han centrado inevitablemente en la función legitimizadora del proceso; en lugar de legitimar al régimen y a su candidato, su finalidad era deslegitimar a ambos. Y, que se sepa, no se ha perseguido ninguna otra finalidad. Por tanto, los partidarios del boicot, en igual medida que los partidarios de los comicios, se han empecinado en su obsesión con la legitimidad (¿quién tiene derecho a gobernar?), dejando así de lado el resto de cuestiones (por ejemplo, ¿qué políticas deberá promover nuestro Gobierno?). Como apuntó el analista político argelino Nacer Djabi, una característica decepcionante de la campaña ha sido la ausencia de un debate político serio.[6] Dicha ausencia se ha debido tanto a los boicoteadores como al régimen, el frente de Buteflika y el resto de candidatos. Al hacer un llamamiento al boicot, la RCD y el FFS exacerbaron claramente la ansiedad del bando de Buteflika en torno a la posible participación en los comicios e hicieron que dicha preocupación terminara prevaleciendo sobre otras consideraciones. La obsesión con la legitimidad es en sí misma un factor inhibidor fundamental del debate político abierto en Argelia. Esta obsesión inútil que se ha impuesto sobre los mensajes de unos y otros partidos políticos es tan propia de los supuestos partidos de la “oposición” como del régimen. La obsesión de unos nutre la obsesión del otro, dando pie a un círculo vicioso interminable.
Lo más irónico de todo esto es que esta obsesión con la legitimidad no ha estado acompañada, en ninguno de los casos, de un deseo de abordar seriamente uno de los aspectos fundamentales de la legitimidad que ha de ser necesariamente abordado. Este no es otro que el problema que mencionó el propio presidente Buteflika en un discurso a los veteranos de la guerra de Argelia a finales de 2004, cuando sugirió que la “legitimidad revolucionaria” sobre la que se asentaban los regímenes desde 1962 estaba lejos de estar agotada, una sugerencia que planteaba de forma implícita la siguiente pregunta: ¿de qué otras fuentes de legitimidad dispone el régimen a partir de ahora? Parece que ni el régimen ni la oposición tienen una respuesta convincente a esta pregunta, es decir, una posibilidad de que se imponga una política práctica, y la reciente campaña electoral ha sido una ocasión perdida para plantear un debate serio sobre este tema tan crucial. Pero la reconstrucción del sistema de gobierno argelino a medio plazo depende inevitablemente de que se encuentre una respuesta satisfactoria a esta pregunta sin excesiva demora. Mientras, el desencanto de la población con el sistema político actual, dada su incapacidad para garantizar una representación adecuada de la sociedad, se manifiesta a través de los altercados que se producen con frecuencia a nivel local, mientras que la renovación rutinaria del estado de emergencia cada año refleja la imposibilidad de volver a la normalidad política sobre la base del statu quo ante. A la luz de estas realidades, la decisión de la oligarquía de mantener a Buteflika en el poder puede interpretarse ante todo como una estrategia para ganar tiempo, dado que los aspectos más problemáticos del periodo post-Buteflika siguen sin estar perfilados.
Conclusión: Más allá de los círculos diplomáticos y de los imperativos de la cortesía, sólo existen malos motivos por los que describir lo ocurrido en Argelia como unas elecciones. Quizás el más importante de ellos es la obsesión por criticar los comicios por no ajustarse a los exigentes estándares occidentales de lo que deberían ser unas elecciones, si no totalmente, al menos sí parcialmente. La obsesión de muchos medios occidentales de criticar a otros países les lleva a denominar este peculiar ejercicio que el Estado argelino convoca periódicamente “elecciones”, en el mejor de los casos para desacreditarlo, criticarlo o manifestar su desprecio hacia dicho proceso. En este sentido, los medios de comunicación han seguido por lo general el ejemplo de los gobiernos occidentales, que están igualmente obsesionados por inmiscuirse, al menos verbalmente si no de forma más contundente, en asuntos ajenos. Por tanto, resulta interesante que en esta ocasión las reacciones de los gobiernos occidentales hayan sido por lo general neutrales y se hayan limitado a felicitar al presidente Buteflika, apenas mencionando el proceso que le ha brindado al presidente su tercer mandato presidencial. La ausencia de un mensaje moralizador en las reacciones, sobre todo por parte de de los gobiernos europeos, ante lo acontecido en Argelia sugiere que dichos gobiernos están comprendiendo al fin la realidad del país. Y es posible que los medios europeos terminen haciendo lo mismo.
Esto sin duda sería un cambio positivo. Lo más constructivo que pueden hacer los observadores occidentales para promover el progreso político en Argelia es reflejar con fidelidad lo que está ocurriendo en el país. Al hacerlo, desmitificarían la realidad política argelina y promoverían la emergencia de una nueva forma de pensar entre los argelinos, requisito previo fundamental para el tipo de reforma sustancial que, tarde o temprano, será necesaria para garantizar la estabilidad del Estado argelino.
Hugh Roberts
Especialista en política e historia del norte de África
[1] “Nous militons, certes, pour la démocratie et la diversité des idées, mais arriver à berner l’emblème national et hisser un étendard noir, c’est ce que nous rejetons avec force… Outrés par cette position, nous sommes tous décidés à œuvrer pour la réussite de cette élection à laquelle nous confirmons notre adhésion”. Véase “Les élus du RCD de Relizane se démarquent de leur direction”, El Watan, 5/IV/2009.
[2] “Ils ne font que de la figuration” (no son más que una figuración), es un comentario que escuché repetidamente durante mi labor de observador de las elecciones presidenciales de 1999 y 2004.
[3] Expresión frecuentemente utilizada para referirse a Bouteflika en 1999, si bien el término se aplica a todas las elecciones presidenciales, siendo el consenso el del escalafón superior de la oligarquía reinante.
[4] Esta práctica fue aplicada en detrimento de Redha Malek en 1995, Mahfoud Nahnah en 1999 y del Dr Ahmed Taleb Ibrahimi en 2004.
[5] “Ceux qui appellent au boycott sont des traîtres, des criminels”. Véase Hanafi Taguemout, “La Kabylie résiste aux manœuvres du Pouvoir: Drapeaux noirs, carton rouge”, Le Soir de Bruxelles, 8/IV/2009.
[6] “Algérie: la campagne pour la présidentielle du 9 avril s’achève dans l’indifférence”, Associated Press, 6/IV/2009.