Tema: Los dirigentes europeos hace tiempo que se están esforzando por ensanchar la rendija en la barrera que el referéndum irlandés opone al paso del Tratado de Lisboa. Pero a la par de dicho esfuerzo deben poner los medios para preparar mejor el cuerpo europeo a fin de que el franqueo de la angosta apertura resulte más fácil. Una cuestión urgente que hay que afrontar es el de las próximas elecciones europeas que deberían ofrecerse a los ciudadanos de una forma mucho más atractiva que como hasta ahora ha venido haciéndose.
Resumen: El Parlamento Europeo ha estado y sigue estando formado por una cantidad desmesurada de partidos políticos. Se trata de un número de partidos tal que desconfigura la autenticidad democrática de las elecciones europeas. Esa es, entre otras, causa de que, en las seis elecciones celebradas al Parlamento Europeo a lo largo de su historia, la participación haya evolucionado constantemente a la baja. La solución a dicha deficiencia es la formación de genuinos partidos políticos europeos. Los partidos políticos europeos así denominados son, por el momento, demasiado rácanos en cumplir una serie de condiciones para extender la transnacionalidad que consiguen para sí, como elites, a toda la extensa masa electoral de los ciudadanos. Por lo que parece, se va a intentar suplir dicha carencia con esfuerzos propagandísticos para hacer que la ciudadanía se acerque más a las urnas. Existen, sin embargo, otros métodos más sinceros y más eficaces para conseguir legitimidad.
Análisis: El problema que analizamos ya fue hace mucho tiempo abordado por Ortega y Gasset en su conocido libro La Rebelión de las Masas. En una determinada parte de su obra nos dice Ortega que “la salud de las democracias, cualquiera que sean su tipo y su grado, depende de un mísero detalle técnico: el procedimiento electoral. Todo lo demás es secundario. Si el régimen de comicios es acertado, si se ajusta a la realidad, todo va bien; si no, aunque el resto marche óptimamente, todo va mal… Sin el apoyo de auténtico sufragio, las instituciones democráticas están en el aire”. Aunque al escribir sobre esta cuestión estuviese pensando Ortega en realidades muy distintas a la nuestra, no por ello este texto deja de tener valor como trasfondo iluminador de la cuestión.
El Parlamento Europeo cuenta en la actualidad con 199 partidos políticos, todos ellos provenientes de los Estados miembros singularmente considerados. En unas elecciones, un ciudadano europeo de España que vote a uno de los dos partidos mayoritarios españoles, el Partido Socialista Obrero Español o el Partido Popular, sólo puede tener como máximo la esperanza de conseguir con su partido votado una efectividad cercana a la treintena de diputados, es decir, algo así como el 3,8% de una Cámara en este momento compuesta por 785 parlamentarios –que se convertirán en 752 a partir de las próximas elecciones–. ¿Qué hace un partido político con tan minúsculo porcentaje? ¿Qué confianza puede tener un ciudadano europeo al votar a un partido tan pequeño? Si en lugar de ser un ciudadano europeo de España es un ciudadano europeo de Portugal dicho porcentaje baja aproximadamente a un 0,9% y si es un ciudadano europeo de Estonia o de Letonia desciende a, más o menos, el 0,3 o el 0,2%. El elector europeo, pues, lo que tiene en su mano para elegir a su Parlamento es un voto de notable impotencia. Si en las elecciones al Parlamento Europeo se estableciera un listón –tan común en muchos parlamentos– para eliminar a los partidos políticos que no alcanzan el 5% de los escaños, el organismo se quedaría vacío.
Modera la impotencia de los electores el hecho de que, en el Parlamento Europeo, los partidos formen grupos políticos. Grupos que tienen los escaños contiguos, cuentan con un órgano de dirección y pueden conformar su actuación en el marco de una ideología común. Pero siendo ello así, ¿por qué el cabeza del grupo no es dado a conocer a los electores como candidato antes de las elecciones?, ¿por qué no presenta el programa concreto del grupo que pretende presidir a los ciudadanos con derecho a voto?, ¿por qué cuando los líderes nacionales de los partidos forman las listas para Estrasburgo no lo hacen en consonancia con los demás líderes de los Estados para formar bloques más homogéneos y coherentes desde el punto de vista europeo? Para los ciudadanos el ámbito de lo europeo empieza cuando han tocado su techo nacional y ya nada pueden hacer.
Insistamos un poco sobre el estatalismo de los partidos. Bien claro está lo que acaba de suceder en España con el Partido Popular. La designación de Mayor Oreja como cabeza de lista para las elecciones al Parlamento Europeo no tiene que ver principalmente con Europa. Es de la política interna de donde ha venido la orientación. Incluso de la política personal de Mariano Rajoy. Lo mismo hubiera sido si en lugar de Mayor Oreja hubiera salido Ruiz Gallardón. ¿Qué sentido europeo tiene que un alcalde de Madrid ocupe el escaño cabeza de un partido en el Parlamento Europeo? A decir verdad, ninguno. Y lo que decimos del Partido Popular español podemos decirlo de muchos otros partidos de prácticamente todos los países. Existe todo un amplio marco de representantes, formado por unos grupos que, junto a los intereses del ámbito que los engloba, está para saciar intereses de fuera de tal marco. No infrecuentemente hemos visto que cuando un partido ha perdido las elecciones, aquellos de sus favorecidos miembros que no han podido cubrir el cargo político que tenían reservado en el Estado han sido compensados con un escaño en el Parlamento Europeo.
Los textos jurídicos de los derechos humanos que hacen referencia a los derechos políticos hablan de elecciones “auténticas” (Declaración Universal; Pacto de los Derechos Civiles y Políticos) y explicitan la nitidez de la expresión ciudadana con respecto “al cuerpo legislativo” (Convenio Europeo de los Derechos Humanos). Pero con tal sistema de elecciones, ¿no parece que la autenticidad queda de facto un tanto desdibujada?, ¿no parece que la enorme compartimentación del cuerpo legislativo encorseta el espíritu de la libre voluntad popular europea? De esa forma, la potencia del elector que en un encuadramiento ideológico más transversal podría ser fuerte, pierde mucha capacidad de influencia y los ciudadanos de los Estados no hallan forma de superar la limitación que tal realidad les impone.
Aclaremos nuestras afirmaciones con un ejemplo. Si en el Congreso de los Diputados español tuviéramos dos, tres o cuatro partidos provenientes de cada una de las Comunidades Autónomas, con su propio líder, su propio programa, sus propias listas independientes, y ofreciéramos a los electores los resultados parcelados por territorios, la ineficiencia propia del caos se instalaría en nuestro país. Es cierto que hay una importante diferencia entre los ámbitos que comparamos: España es un Estado y la UE ni lo es ni puede serlo, estando, a su vez, formada por Estados. Pero no por ello debe dejar de hacerse un gran esfuerzo en ofrecer a los ciudadanos de los Estados que lo consideren conveniente un cierto poder electoral transnacional directo.
La respuesta histórica al problema ha sido la abstención, el desplazamiento de objetivos y, a veces incluso, la reacción pintoresca. Aquel 63% de participación en las primeras elecciones de 1979 ha ido bajando indefectiblemente en las cinco elecciones siguientes hasta llegar al 45,7% de participación en 2004. En 1984, 61%; en 1989, 58,5%; en 1994, 56,8%; en 1999, 48,9%.
Mientras los textos del Parlamento Europeo nos hablan de que los ciudadanos están ahora más cerca de los procesos decisorios de la UE, la matemática de la credibilidad no lo registra así.
Hace unos años, el empresario español José María Ruiz Mateos, muy afectado por la frustración que le produjo la expropiación de sus empresas por parte del gobierno, decidió –tras haber utilizado otros medios de recurso y protesta– llegar como diputado al Parlamento Europeo. Su aspiración se vio coronada por el éxito. Tiempo después intentó llegar al Congreso de los Diputados de España y cosechó un gran fracaso. Es la forma de ser de las elecciones al Parlamento Europeo la que propicia actuaciones exitosas como la descrita. Ahora se acusa a los blogs y a los SMS pero ni los blogs ni los SMS existían entonces. Mientras tal estructura persista, la democracia representativa seguirá siendo deficiente. Hasta ahora, el Parlamento Europeo ha sido la recámara de lujo de los partidos políticos estatales. Es necesario un cambio.
Ante el temor de que las próximas elecciones al Parlamento Europeo se vean afectadas por el desinterés y la abstención, la comisaria de Relaciones Institucionales y Comunicación de la Comisión Europea, Margot Walström, dijo en Madrid que se procuraría hacer por todas partes una gran propaganda. Pero es necesaria una fórmula más genuina, Al ciudadano debe dársele un voto con más poder, es decir, con más poder europeo. La tensión entre el europeísmo y el estatalismo no se debe solventar negando transnacionalidad de opción al poder ciudadano, sino por una delimitación de las competencias. Si la mayoría de los ciudadanos quiere pocas competencias europeas, que vote al programa que así lo proponga. Si quiere muchas que vote al programa contrario. La solución no está en favorecer a lo nacional sobre lo europeo castigando a los electores con el voto de impotencia que actualmente tienen.
Con una consulta en la que la intervención directa de los ciudadanos aboca a una parcela tan pequeña de un tan gran número de parlamentarios, las elecciones vienen a convertirse de hecho, un tanto, en unas elecciones indirectas. Porque en el Parlamento Europeo los que pueden arrastrar el peso de la decisión no son los pequeños partidos políticos sino los grandes grupos formados por ellos. Y a estos grandes grupos los ciudadanos no tienen acceso directo con su voto.
Por miedo de que en las próximas elecciones al Parlamento Europeo se produzca una fuerte abstención, algunos dirigentes de la Europa Unida han comenzado a curarse en salud. Empiezan a decir que la crisis económica que padecemos va a ser la causa de un rechazo de los posibles votantes a los comicios. Niegan, a priori, la potencialidad que una gran crisis tiene para llevar a los ciudadanos a las urnas. ¿Es que no se ha mostrado así en EEUU cuando la elección de Obama? ¿Por qué no se prepara para las elecciones al Parlamento Europeo un sistema que, aunque diferente del estadounidense, tenga parecido atractivo? Hacerlo, o por lo menos intentarlo, es posible.
La solución adecuada para superar tal problema son los partidos políticos a escala europea con tal de que se cumplan unas condiciones en relación con los ciudadanos. Estos partidos, que actualmente son 10, no se presentan como tales a las elecciones. Aquellos de sus miembros que quieren ser candidatos lo hacen, obviamente, en su marco nacional. La normativa que les regula hace referencia a que sean miembros del Parlamento Europeo o de otros parlamentos y exige que hayan participado o deseen participar en las elecciones europeas.
En el momento en que estamos debe aplicarse la estrategia de Jean Monnet de las solidaridades de hecho. Si al inicio de la construcción europea la solidaridad se basó en el hecho del carbón y del acero, no parece que haya nada más adecuado hoy que establecer la solidaridad en el hecho de los partidos políticos europeos con programas compartidos para las elecciones, con compromisos comunes y con líderes previamente conocidos como candidatos por los votantes. Elegir al presidente a posteriori puede ser más cómodo para los diputados pero rebaja las posibilidades de los ciudadanos, que son lo más importante. Es esencial que se ofrezca también a los ciudadanos, en la noche de las elecciones y desde Bruselas, los resultados de todos los países a la par, por grupos políticos parlamentarios. Si se hace en el festival de la canción de las televisiones, ¿no podría hacerse también de alguna forma tras las elecciones políticas? Dado que los parlamentarios elegidos se acomodan, nada más llegar al hemiciclo, por grupos políticos, ¿por qué no presentarles así, en el escrutinio, a los ciudadanos que les acaban de elegir? ¿Hay alguna razón para rehuir tal presentación? Puede dar a veces la impresión de que los parlamentarios no se esfuerzan en romper la barrera existente entre el hemiciclo y la ciudadanía. Como decía Jean Monnet, “las cosas más importantes son sencillas si se quiere que lo sean. Si se desdeñan es porque, a menudo, resultan molestas”. En los dos Reglamentos del Parlamento Europeo y del Consejo relativos al Estatuto y a la Financiación de los partidos políticos a escala europea, se muestra haber dado un paso importante en la transnacionalidad que, en el Parlamento Europeo, las elites siempre tuvieron. Si en dichos textos la palabra “financiación” sale 69 veces y la palabra “ciudadanos” solamente cuatro, son necesarias otras disposiciones en donde el detalle exhaustivo incida también en la variada gama de posibles matices electorales de los ciudadanos europeos.
Conclusión: La transnacionalidad urge ser trasladada a los ciudadanos. Como dice Monnet, “la gente sólo se interesa por las ideas cuando las ve impulsadas por la acción”. Lo más importante de todo, que tiene aquí carácter absoluto, es que los votos de tantos millones de ciudadanos estén tan lastrados de impotencia.
En el pasado referéndum irlandés, la mayoría de los “noes” provinieron de los obreros, de los jóvenes y de las mujeres. Son éstos los sectores que en los siglos XIX y XX forzaron a que el sufragio censitario se convirtiera en sufragio universal. Tal vez sea mera coincidencia. Pero sí que tendría que darse un serio paso a favor de sólidas interconexiones ciudadanas de partidos nacionales para las próximas elecciones al Parlamento Europeo. De esa forma, los obreros, los jóvenes y las mujeres de toda Europa, como punta de lanza de la Historia, actuarían como motor impulsor eficaz y no al revés, mostrándose como ejemplo para el posterior referéndum de Irlanda. Siendo el lema del Parlamento Europeo “democracia, transparencia y eficacia”, los dirigentes europeos tendrían que estar moviéndose más en el sentido que hemos dicho para no desfavorecer el proceso irlandés. Por el momento, contrasta su gran pasividad, sobre todo si lo comparamos con el dinamismo de EEUU, de China y de la misma Federación Rusa.
Santiago Petschen
Catedrático emérito de Relaciones Internacionales de la UCM