Tema: La probabilidad de que Japón y Corea del Sur sufran atentados terroristas, la vulnerabilidad de sus tropas, aún en fase de despliegue parcial en Irak, y la relación que verían los electorados entre el envío de soldados y una venganza de la red de al-Qaeda, como ocurrió tras el 11-M, son nuevos factores valorados también por los miembros asiáticos de la coalición en Irak. A la vez, Corea y Japón se enfrentan a delicados equilibrios políticos internos y a próximas elecciones parlamentarias. Ambos países se cuentan entre los grandes importadores de hidrocarburos del Golfo Pérsico. Por añadidura, Japón y Corea ya han sufrido víctimas civiles en Irak y en la última década Japón ha registrado persistentes atentados terroristas, aunque de origen interno. Por otro lado, la operación en Irak reportaría nuevos márgenes de actuación para la política exterior de ambos países, especialmente importantes para Tokio. Resumen: Si bien es difícil concebir atentados de origen extranjero en Japón y Corea del Sur, el 11-M abre dudas incluso en estos países de diplomacia tradicional más rezagada en el Golfo Pérsico, aunque con antigua presencia comercial e inversora allí. Durante décadas, las políticas exteriores de Tokio y Seúl han estado íntimamente relacionadas con EEUU en el más acotado campo estratégico de Asia-Pacífico, pero ambos dependen en gran medida del suministro de energía procedente del Golfo Pérsico. Allí, por vía de una teórica pax americana de nuevo cuño, tendrían la posibilidad de impulsar nuevos y renovados proyectos multimillonarios y reasentar el horizonte de sus suministros energéticos. Ambas sociedades están más dispuestas a pagar el precio obvio de perder soldados en Irak que a admitir víctimas civiles en atentados terroristas de origen externo en sus respectivos territorios. Análisis: La participación de Japón y Corea del Sur en la coalición internacional que opera en Irak se inscribe en un contexto político particular, que se ha complicado tras los atentados terroristas del 11-M en Madrid. El efecto del 11-M y Japón A la volátil situación se suma una opinión pública que en los últimos meses, con poca variación, es mayoritariamente adversa al envío de 1.000 soldados a Samawah, en el sureste de Irak, a 360 kilómetros de Bagdad. La misión, cuyo despliegue se completará durante el mes de abril, estuvo precedida por una ley especial que va más allá de la Constitución y que autorizó el envío de tropas con la condición expresa de desplegarlas fuera de zonas de combate. Pero la misión implica inevitablemente abrir fuego en caso de ser atacada. La decisión no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial y ha sido objeto de críticas, expresadas en movilizaciones cívicas. Pero también ha sido resistida con métodos violentos. En febrero explotaron dos artefactos, sin causar víctimas, cerca de oficinas del Ministerio de Defensa. Los atentados se los atribuyó Kakumeigun (“Ejército Revolucionario”), una facción radical de ultraizquierda del movimiento Kakurokyo, que en el pasado ha atentado contra bases estadounidenses en Japón y que fue también responsable de colocar bombas incendiarias en varios trenes que unen Tokio con el aeropuerto de Narita, en 1999, sin causar víctimas. Cuatro años antes Japón había sufrido un ataque terrorista de resonancia global perpetrado con gas sarín por la secta La Verdad Suprema. Colocado en varios vagones del metro de Tokio, el gas se cobró 12 vidas y más de 4.000 heridos. Fue el mayor ataque terrorista tras la Segunda Guerra Mundial y está fresco en la conciencia colectiva porque hace pocas semanas se ha condenado a muerte al líder de la secta. Tras el 11-M al-Qaeda ha vuelto a amenazar a los aliados de EEUU en Irak, y ha mencionado expresamente al archipiélago nipón. Sin embargo, hasta la fecha Japón no ha sido atacado. A diferencia de España y de otros países europeos, la insularidad geográfica y el carácter poco multicultural, con inmigración claramente diferenciada del resto de la población, podrían a primera vista minimizar el riesgo, pero no hacen a Japón un blanco imposible para que terroristas fundamentalistas, por ejemplo de otras nacionalidades asiáticas, se infiltren en su territorio. Tokio ha reforzado al máximo la seguridad de los aeropuertos, las centrales nucleares y las oficinas gubernamentales. El despliegue coreano en medio de una crisis política No hay ninguna amenaza creíble de al-Qaeda contra Corea del Sur, aunque sí preocupación y prevención. El país se puso en estado de alerta al inicio de la guerra hace un año y se informó de que se controlaría a los 2.800 extranjeros residentes de países que, según las autoridades, apoyan el terrorismo. Sí ha habido una alerta concreta en noviembre ante el informe de la llegada de un barco mercante procedente de Australia, que debía atracar en el puerto suroccidental de Kunsan y que supuestamente transportaba agentes de la red terrorista, dispuestos a atacar objetivos estadounidenses. Pero no se confirmó la información y tampoco se sabe mucho más sobre otras informaciones sobre grupos terroristas que supuestamente han entrado a Corea del Sur en el pasado y que han sido mencionados en debates en el Parlamento. El envío de tropas a Irak es contemplado desde los dos ángulos de la política tradicional de defensa surcoreana: EEUU y Corea del Norte. A quienes en Corea del Sur se preguntan por qué los soldados coreanos deben arriesgar su vida en un lugar tan alejado contestó el secretario de defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, en noviembre, durante una visita a Seúl, quien esgrimió la histórica solidaridad interaliada y citó a los 33.000 soldados norteamericanos muertos en la Guerra de Corea (1950-53). Además, con 37.000 tropas norteamericanas actualmente resguardando la frontera con Corea del Norte y una crisis larvada con Pyongyang, los funcionarios de la administración Bush han presionado a Seúl, señalando que Washington podría desplazar tropas desde la frontera intercoreana hacia Irak, para aminorar la necesidad de movilización de efectivos de la Guardia Nacional dentro de EEUU, obligados a movilizarse en número creciente ante la eventual necesidad de más fuerzas en Irak y Afganistán. En suma, han afirmado que las tropas en Corea permanecen allí en gran medida en virtud del tratado de defensa bilateral, que beneficia en primer lugar a Seúl. Pero los coreanos no quieren correr riesgos. Una semana tras los atentados de Madrid, el 19 de marzo, los Ministerios de Defensa de EEUU y de Corea del Sur anunciaron que las tropas ya no se instalarían en la peligrosa zona de Kirkuk, sino en el centro u oeste del país. Un punto probable sería Nayaf, a 160 kilómetros al sur de Bagdad. Esto implica retrasar el grueso del despliegue, planeado originalmente para fines de abril, hasta fines de mayo. La resolución aprobada por el Parlamento coreano dispone el envío de un contingente total de 3.600 soldados (la mitad de ellos tropas de combate) para sumarse al contingente de 600 médicos e ingenieros ya desplegados desde mayo pasado. La misión, bajo mando propio, consiste en dedicarse exclusivamente a tareas de reconstrucción y así se lo reafirmó el teniente general surcoreano en Irak al jefe del Estado Mayor Conjunto norteamericano ante una invitación para lanzar una operación combinada contra fuerzas hostiles. La negativa se suma al anuncio del presidente Roh Moo-hyun, que en su momento se negó a comprometer más tropas. Según ha trascendido, EEUU tenía interés en lograr el despliegue de por lo menos 5.000 soldados surcoreanos. Sin embargo, el margen de maniobra de Seúl es hoy menor. Al anuncio de Roh ha seguido su propia suspensión de funciones por diversos motivos (implicación directa del presidente en la campaña electoral, corrupción, supuesta incapacidad para gobernar), sobre la que se habrá de pronunciar el Tribunal Supremo en un plazo de seis meses y que ha sido una medida altamente impopular. Su sustituto interino, el primer ministro Goh Kun, tendrá que resistir presiones, pero también hacer frente a la parálisis relativa en política exterior. Y en lo inmediato todo se complica más con las elecciones parlamentarias del 15 de abril. Misiones y escenarios posibles Por su parte, el ejército japonés está obsesionado con garantizar la seguridad de sus fuerzas, hasta el extremo de que el Departamento de Defensa lanzará una campaña publicitaria en los medios de comunicación iraquíes para explicar su misión, que incluye la purificación de agua, la reconstrucción de escuelas y la ayuda médica. La muerte de dos diplomáticos japoneses en el norte de Irak el pasado noviembre es una señal más de una violencia indiscriminada que no excluye a los asiáticos y un aviso a la seguridad de las tropas que ya han comenzado a desplazarse a una ciudad, Samawah, que dista sólo 100 kilómetros de Nasiriya, donde hace meses un ataque suicida mató a 18 polícias y soldados italianos, dejando decenas de heridos. La población de Samawah, con grandes índices de desempleo, ha recibido con entusiasmo a las tropas niponas, al parecer convencida de que su llegada significará una gran oportunidad de creación de puestos de trabajo, como lo ha señalado el alcalde del lugar. La previsible entrada de automóviles Mitsubishi a Bagdad, Basora y Mosul, que contará con representante local a partir de abril, ha venido precedida por una ayuda directa con la que Irak ha podido comprar 1.150 coches para la policía. Es una medida de buena voluntad para ganarse la confianza local y supone una inversión a futuro. En octubre pasado el Ministerio de Exteriores y el Ministerio de Economía, Comercio e Industria (METI) reunieron a más de cien empresas y recibieron para su aprobación proyectos de éstas por valor de varios billones de yenes. A nivel más global, Tokio se comprometió en la Conferencia de Madrid, el pasado octubre, a un préstamo en dos fases por valor de 5.000 millones de dólares a Irak. Japón es el segundo mayor donante tras EEUU. Además, la administración Koizumi ha aceptado cancelar las deudas contraídas en época de Sadam Husein por un monto total de 7.750 millones de dólares. Ni a Tokio ni a Seúl se les escapa que Irak constituye la única fuente con potencial adicional para satisfacer la creciente demanda de petróleo prevista en los próximos decenios. Según el especialista en Oriente Medio William Polk, ésta se situará en torno a los 30 a 40 millones de barriles diarios suplementarios de petróleo. Y si EEUU pudiese controlar la producción petrolera iraquí e influir decisivamente en la del Golfo desde sus bases en Irak, dominaría el panorama mundial de la energía. Las opciones de oleoductos, carbón y energía hidroeléctrica desde Siberia oriental a Asia siguen siendo costosas y, en cualquier caso, aún lejanas en el tiempo. Por otra parte, el despliegue de tropas surcoreanas y japonesas no debería suponer grandes problemas para Pekín. En el ámbito de lo que aún se podría denominar como seguridad, Corea y Japón actúan de alguna manera en nombre de Asia oriental, que importa de la región del Golfo Pérsico en su conjunto tres cuartas partes de la energía que adquiere en el exterior. Cosa distinta es naturalmente la de los contratos específicos que cada país obtenga. Una mayor presencia internacional de Tokio Esto ha de entenderse en clave interna, como contrapartida a la decisión nipona de fiarse de sus aliados y enviar tropas a un país sin mandato expreso de Naciones Unidas y por una causa principal hasta ahora invisible; causa en la que Koizumi fundamentó públicamente la misión. Pero la clave externa es decisiva. La aspiración nipona precede en pocas semanas a la más expresa declaración de Gerhard Schröder ante el Bundestag para que Alemania y Japón (y otros tres miembros) ocupen un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Así, la crisis de Irak puede acabar suponiendo un reconocimiento político de la dimensión económica internacional que Japón tiene desde hace décadas. A lo anterior se agrega la solicitud hecha el 25 de marzo por el embajador de Yibuti en Tokio en representación de los países árabes acreditados en Japón para que la administración Koizumi, en su calidad de aliada de Washington, interceda ante Bush para contribuir a calmar la situación en Oriente Próximo tras el asesinato del jeque Ahmid Yassin, líder de Hamás. Lo más probable es que la diplomacia japonesa no se inmiscuya en lo inmediato, por tradición, en virtud de los precarios equilibrios de su política interna, y por sus posibilidades de engrandecer su perfil internacional desde Naciones Unidas cuando llegue su hora y sin alterar la relación con Washington. Conclusiones (1) Los temores compartidos son más globales que nunca y los acontecimientos posteriores al 11-M demostrarían que las opiniones públicas han visto una relación directa la intervención en Irak y un ataque en el propio país. Corea del Sur celebrará unas elecciones parlamentarias en abril, con un presidente en proceso de destitución, y Japón unas análogas en julio, con un primer ministro con mayoría relativa y con opositores al envío de tropas tanto en la oposición como dentro de su partido. (2) En el medio plazo, si la situación se estabiliza en Irak, la presencia de Japón y Corea del Sur deja puertas abiertas para que sus grandes empresas participen en los proyectos de reconstrucción y aseguren con su presencia bélica la buena voluntad norteamericana. La pregunta de más largo plazo, hoy poco escuchada, es qué ocurriría si más países de la zona se iraquizan o desestabilizan. (3) Los costes de la ocupación de Irak y de otros procesos de reconstrucción, como Afganistán y en otras zonas, más el combate contra el terrorismo difuso, podrían conducir a un multilateralismo con Tokio aspirando seriamente a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. De la misma manera, el desacuerdo entre Seúl y Washington sobre la cantidad y las funciones de las tropas coreanas enviadas a Irak puede anticipar una disminución, a largo plazo, si se soluciona la crisis intercoreana, del esfuerzo militar norteamericano en la península. (4) Entretanto, ambos gobiernos toman medidas preventivas para evitar unas eventuales represalias terroristas extranjeras, de nuevo cuño y que nunca han sufrido en su territorio. Si al-Qaeda lograse perpetrar un atentado de importantes proporciones en Japón o en Corea del Sur, confirmaría a la opinión pública mundial la relación causa-efecto entre las intervenciones en Irak y los ataques terroristas, además de demostrar una sorprendente ubicuidad de la organización. Tal cosa demostraría ser lo más devastador para la seguridad y confianza globales, pues aterrorizar en esas latitudes indicaría que la red podría atacar nuevamente en zonas mucho más vulnerables, entre ellas Europa.
Augusto Soto |
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