América Latina y la invasión de Ucrania: su incidencia en la economía, la geopolítica y la política interna

Plaza de la independencia Ucrania

Tema

La invasión rusa de Ucrania lejos de ser extraña a América Latina, tan alejada del escenario europeo, ha incidido directamente sobre sus países. Lo ha hecho en, al menos, tres ámbitos: (1) en la economía, debido al alza en el precio de las materias primas, incluyendo hidrocarburos, y al rebote inflacionario; (2) en la pugna geopolítica mundial por el control y acceso a los recursos energéticos, que ha revalorizado a algunas potencias petroleras (Venezuela); y (3) en la situación política interna de los países.

Resumen

Los países de América Latina, si bien desde una posición periférica, han cumplido un papel en la crisis desencadenada por el ataque ruso contra Ucrania. Económicamente, el incremento de los ingresos para los países productores de materias primas, especialmente hidrocarburos, ha convivido con el rebote inflacionario causado por la subida de los precios de la energía y la escasez de importaciones de Rusia (fertilizantes) y Ucrania (cereales). Desde un punto de vista geopolítico, la región se ha mostrado, una vez más, desunida para definir una postura común y ha carecido de una voz única en los foros internacionales, OEA y ONU. Ni siquiera la CELAC se ofreció para cumplir un papel mediador. Finalmente, han existido importantes desacuerdos dentro de cada país sobre la posición ante el conflicto, enrareciendo aún más la política interna en medio de una creciente incertidumbre sobre el futuro de la economía mundial y regional, con un posible incremento del malestar social.

Análisis

La agresión rusa contra Ucrania generó un profundo cambio geopolítico, que ha transformado la agenda internacional y condicionará la realidad mundial por largo tiempo. Algo similar ocurrió con la caída del Muro de Berlín (1989) y la desaparición del bloque soviético (1991), el 11-S (2001) y la crisis de 2008. Estos sucesos, junto con la agresión rusa y sus derivadas geopolíticas, marcaron una nueva coyuntura en las relaciones internacionales. Hoy emerge un mundo más incierto, tanto económica como geopolíticamente, aunque con ventanas de oportunidad para terceros países, como los de América Latina.

La invasión rusa tiene y tendrá repercusiones globales, al involucrar no sólo a Rusia, la UE, la OTAN y EEUU, sino también a zonas periféricas, como América Latina. El impacto es geopolítico, económico y, en menor grado, de política interna. La nueva coyuntura ha vuelto a conceder cierto protagonismo a los países latinoamericanos, que ya lo habían tenido entre diciembre de 2021 y febrero de 2022, cuando Vladimir Putin empezó a acumular tropas en su frontera, amenazando a Ucrania. Entonces, el Kremlin reforzó sus alianzas (Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia), amagó con algún tipo de despliegue militar en territorio latinoamericano y mostró su influencia recibiendo a Jair Bolsonaro y a Alberto Fernández en plena escalada de la tensión previa a la invasión.

(1) Los efectos de la crisis ucraniana en América Latina: inflación y malestar social

América Latina ha sufrido tres tipos de consecuencias, la mayoría indirectas, tras la invasión y la guerra posterior. Desde el punto de vista económico, la crisis ucraniana desencadena consecuencias heterogéneas tanto positivas como negativas: ha subido el precio de los hidrocarburos y de otras materias primas, lo que ha beneficiado a los países productores (Venezuela, Brasil, Ecuador, México y Colombia); castigado a los no productores (caribeños, centroamericanos y Chile); y provocado tensiones inflacionarias que afectarán a todos. Sin embargo, habrá que ver cómo el alza de otros productos primarios (minerales y alimentos) incidirá sobre las economías regionales y si, como en ocasiones anteriores, estimulará al alza el PIB.

La invasión ha avivado la incertidumbre mundial, deteriorando las expectativas de crecimiento económico. La coyuntura dificulta aún más la salida de la crisis post pandemia en América Latina, que, tras el repunte de 2021 (+ 6,2%), afrontaba un año de bajo crecimiento (2,1% según CEPAL). Las primeras previsiones apuntan a que la región crecerá menos de lo previsto a causa del conflicto en Ucrania: la Conferencia de la ONU para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) bajó en tres décimas (del 2,6% al 2,3%) sus perspectivas para la región respecto a las de hace seis meses por los efectos de la guerra sobre la economía global.

Sin embargo, la subida del precio del petróleo es un balón de oxígeno para los países productores con problemas de inflación o caída de recursos (Venezuela), o que han experimentado un deterioro de sus cuentas fiscales (Ecuador). De alargarse el conflicto, el Brent podría alcanzar los 130 dólares/barril y la mezcla mexicana los 115, cuando hace dos años estaba por debajo de los 50. Simultáneamente, algunos países pueden ganar cuota de mercado exportando sus productos agrícolas (como cereales), ante la escasez causada por un conflicto que afecta a dos grandes productores (Rusia y Ucrania). España, por ejemplo, ha flexibilizado temporalmente los requisitos para importar maíz de Argentina y Brasil y así paliar la escasez.

El alza del petróleo convive con unas economías afectadas por el aumento de la gasolina y de los productos de consumo ante el encarecimiento del transporte, alimentos y fertilizantes. Es un problema global que afecta a la UE y EEUU. La Reserva Federal (Fed) aumentó en marzo 0,25 puntos porcentuales su tasa de interés, por primera vez desde 2018. Las tensiones inflacionarias, presentes desde 2021, serán reforzadas en una región que, a diferencia de otras épocas, había logrado desde los años 90 y, salvo casos muy concretos (Venezuela y Argentina), mantener la inflación en un dígito. El incremento del precio del dinero por parte de la Fed afecta el contexto económico latinoamericano acelerando la salida de capitales hacia EEUU, buscando mayores rentabilidades y también elevando el precio de las importaciones.

La subida de precios y la posible reactivación de las tensiones sociales (ha habido protestas en El Salvador –se militarizó el transporte público– y Brasil) condujo a varios gobiernos a tomar las primeras decisiones a comienzos de marzo, dos semanas después de la invasión. Luis Arce dio a conocer varias medidas para “precautelar” el precio de los alimentos en Bolivia y el salvadoreño Bukele impulsó un paquete más ambicioso, con suspensión de impuestos a los combustibles por tres meses y del arancel de importación de alimentos, y control de la tarifa del transporte público de pasajeros.

Petrobras anunció un fuerte aumento de la gasolina y el diésel por la crisis en Ucrania, pese a la oposición de Bolsonaro, que quería contener su precio temiendo un posible efecto castigo en las presidenciales de octubre. México puso en marcha un programa de subsidios a la gasolina, mientras espera decisiones sobre el incremento del trigo, que ha subido un 50% en 2022, mientras el maíz acumula alzas del 27,7% desde enero. Prueba de la importancia de la lucha contra la inflación son las expresiones de Alberto Fernández, quien prometió, en un símil poco afortunado, “empezar otra guerra, la guerra contra la inflación”. Argentina cerró 2021 con un incremento de los precios del 50,9% y en febrero marcó un 4,7%, por encima incluso de Venezuela, que no superó el 3%.

La región podría estar a las puertas de un nuevo boom de hidrocarburos (gas y petróleo), cuya duración dependerá no sólo de la duración del conflicto, sino también de la “nueva guerra fría” y su pulso geopolítico. Este incluye la pugna por los recursos energéticos, partiendo de la sustitución de Rusia como proveedor de gas a la UE. En este punto tampoco se debe olvidar a los biocombustibles, comenzando por el papel que juega Brasil.

El nuevo auge del precio de las materias primas, de carácter coyuntural, refuerza la capacidad fiscal de los países productores (a la vez, que castiga de los consumidores), pero no será, en ningún caso, un factor que permita eludir las reformas estructurales necesarias para modernizar las matrices económicas nacionales. Como norma general se podría decir que las economías latinoamericanas se verán más afectadas por el empeoramiento económico mundial que por el alza de los hidrocarburos y de otros productos primarios, aunque esto permitiría paliar la situación de forma considerable. Así, México estará más condicionado por la ralentización de la economía de EEUU, a causa del cambio de coyuntura global, que por el alza del petróleo.

La nueva bonanza petrolera y el papel que la región pueda cumplir como proveedor estratégico contribuirá a modernizar las infraestructuras energéticas ecuatorianas, a reinsertar a Venezuela en el tablero petrolero internacional y a atraer inversiones hacia Brasil. La inversión extranjera estará muy pendiente de la evolución política en México y Colombia. Por un lado, para ver quién será el sucesor o sucesora de López Obrador y si su actitud respecto a las empresas seguirá el actual derrotero nacionalista e intervencionista. Por el otro, ¿quién será el nuevo presidente colombiano? Gustavo Petro, hasta ahora favorito, ha prometido que cesará con las prácticas “extractivistas”. Su promesa, dadas las necesidades financieras colombianas, es difícil de concretar.

Todo apunta a que los ingresos extras por el alza del precio del petróleo y los cereales no compensará la subida de los precios de las gasolinas y los alimentos, pues obligará a todos los gobiernos a aumentar el gasto y el esfuerzo fiscal en subvenciones para evitar que se extienda el malestar social o estallen nuevas oleadas de protestas como en 2019. Ni siquiera compensará a los productores de petróleo, como evidencian los casos mexicano y brasileño. La UNCTAD ha bajado 1,5 puntos sus perspectivas para México (del 2,8% al 1,3%) y medio punto para Brasil (del 1,8% al 1,3%). Además, en México los mayores precios del petróleo, como apunta un informe del BBVA, si por un lado ayudan a las finanzas públicas, por otro las ponen en tensión. El incremento de los precios internacionales de combustibles lleva al Gobierno Federal, para evitar los efectos de la inflación, a incrementar los subsidios a los productos energéticos y a los cereales. La mayor inflación y el incremento de los riesgos alcistas a futuro ha provocado un aumento de los tipos de interés, desincentivando la inversión y afectando el crecimiento económico. El 24 de marzo el Banco de México (Banxico) subió en medio punto el tipo de interés.

A medio plazo, hay una nueva ventana de oportunidad para una región productora de algunas commodities clave, especialmente para la revolución tecnológica. La escasez de materias primas que podría golpear a Occidente revalorizará los yacimientos de níquel de Colombia y Guatemala; de litio de Bolivia, Argentina y Chile; de cobre de Chile y Perú; y de fosfatos de Venezuela. A esto se suma la producción de alimentos en países como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que atraen la inversión extranjera directa.

La transformación verde, la economía circular o la sostenibilidad a la que apuestan los países desarrollados requiere materias primas presentes en la región, como el litio. Es significativo que la empresa alemana Wintershall Dea haya decidido invertir 350 millones de euros en el gas argentino y que planee a largo plazo desarrollar el hidrógeno azul. La pugna entre China y EEUU ha provocado que la Administración estadounidense apoye procesos de deslocalización cercana (el nearshoring) como estrategia frente a la dependencia de China y a los actuales problemas de suministro, logística e interrupción de las cadenas de abastecimiento.

Esto podría beneficiar a América Latina en tanto receptora de inversiones. Todo ello, sin embargo, obliga a modernizar las matrices productiva, energética y económica, implementando mejoras en las infraestructuras físicas y digitales, en el mercado laboral y en la capacitación del capital humano. Dependiendo del desenlace de la guerra y si se concreta la mayor dependencia de Rusia respecto a China, el papel del mercado chino para muchas exportaciones latinoamericanas, como hidrocarburos y cereales, podría debilitarse. Esto revalorizaría el papel de Occidente, tanto de EEUU como de la UE, algo que los líderes regionales deberían comenzar a considerar, especialmente de cara a las futuras definiciones en torno al enfrentamiento entre las dos grandes potencias, China y EEUU.

(2) América Latina en el tablero geopolítico mundial

Desde un punto de vista geopolítico, la invasión rusa ha removido el tablero hemisférico, como muestra el acercamiento, con muchos interrogantes, entre EEUU y Venezuela. Una delegación de alto nivel de la Casa Blanca viajó a Caracas para sondear un posible acuerdo que supla parte de la demanda energética estadounidenses, tras las sanciones a Rusia. La iniciativa buscaba no sólo reducir la influencia geopolítica rusa entre sus aliados latinoamericanos –Caracas juega un papel decisivo– sino también encontrar una alternativa a los 500.000 barriles diarios de crudo pesado y derivados que Washington compraba a Rusia y que hasta 2019 procedían de Venezuela.

La reunión fue discreta y sin declaraciones oficiales. Más allá de algunos hechos que apuntan al acercamiento, se desconocen los resultados, como la liberación, 24 horas después de la cita, de dos estadounidenses presos en Venezuela. Todo acompañado de expresiones inhabituales en Maduro, que confirmó su reunión en el Palacio de Miraflores con funcionarios estadounidenses, describiéndola como “respetuosa, cordial y muy diplomática. Estaban las banderas de EEUU y Venezuela, se veían bonitas las banderas unidas”. Todo apunta a que la Administración Biden buscaría relajar algunas sanciones, permitiendo, por ejemplo, que Chevron expanda sus operaciones, siempre que avancen las negociaciones con la oposición (de momento bastante complicado). Washington sostiene que en su reunión con Maduro los diplomáticos “resaltaron lo que sería posible en términos de alivio de la presión internacional en caso de que las negociaciones produzcan resultados importantes, concretos e irreversibles”.

Para el régimen chavista, la crisis ucraniana es una ventana de oportunidad para romper su aislamiento político y apuntalar la incipiente mejora económica de los últimos meses tras controlar vía dolarización la hiperinflación y empezar a crecer. Con las nuevas sanciones al Kremlin, Venezuela no encuentra en su alianza con Rusia una forma de eludir y saltarse aquellas que la afectan directamente desde hace tres años. Por eso, contempla el acercamiento a EEUU y la UE como una vía para acabar con las sanciones. El alto representante Josep Borrell tuvo contactos con el canciller Félix Plasencia. Caracas, que juega a dos bandas entre Washington y Moscú, lo ve como un medio para reconstruir su deteriorada industria petrolera, que de producir 3 millones de barriles diarios al comienzo del siglo XXI ha pasado a no superar los 800.000. De momento, Maduro ha dicho que la meta de producción petrolera en 2022 es de 2 millones diarios. Esta afirmación parece poco creíble, al suponer un incremento de más del 150% respecto a febrero: 788.000 barriles. Venezuela tendría graves dificultades para suplir a Rusia como abastecedora, pues entre 2014 y 2022 la producción cayó más de un 80%, con PDVSA extrayendo entre 600.000 y 700.000 barriles diarios. Tampoco existe la infraestructura necesaria para aumentar el bombeo, ni siquiera para el refino. Si bien cuenta con las mayores reservas mundiales de petróleo, éste es mayoritariamente extra-pesado.

El régimen tiene fines no sólo económicos (aumentar sus ingresos vendiendo petróleo más caro) sino que su objetivo político es el reconocimiento internacional y que EEUU rechace a Juan Guaidó como presidente legítimo. Plasencia fue claro respecto al quid pro quo: “Tenemos una relación de negocio petrolero con EEUU de 100 años. Nosotros no los hemos sacado a ellos del negocio, se fueron ellos para poner medidas coercitivas. Ahora quieren regresar. Bueno, si aceptan que el único y legítimo Gobierno de Venezuela es el que lidera el presidente… Maduro, bienvenidas las empresas petroleras estadounidenses y europeas”. Sin embargo, EEUU ha asegurado que no ha cambiado su política hacia Venezuela (sigue reconociendo a Guaidó).

La apuesta venezolana interroga sobre un posible efecto arrastre y si Cuba y Nicaragua podrían seguir un camino similar y romper su vínculo con Rusia para acercarse a EEUU. Todo hace pensar que esto no ocurriría ni a corto ni medio plazo, ya que ambos cuentan con menos margen que Venezuela. Para Washington, un posible acercamiento a La Habana y Managua tendría más costes (políticos y de imagen) que beneficios. Ninguno posee petróleo y los dos dependen más de Rusia. Esto se vio dos días antes de la invasión, cuando la Duma (la cámara baja de la Asamblea federal rusa) ratificó el proyecto de reestructuración de la deuda cubana de 2.300 millones de dólares la víspera de la llegada a la isla de su presidente, Viacheslav Volodin. El proyecto “prevé la reestructuración de la deuda de Cuba con Rusia, en el marco de cuatro acuerdos de préstamos intergubernamentales”, otorgados entre 2006 y 2019. Nicaragua, en plena deriva autoritaria, cambió sus alianzas internacionales, al romper con Taiwán para vincularse a China, y reforzó sus lazos con Rusia, que desde 2007, cuando Ortega regresó al poder, se ha ido asentando en las áreas militar, de inteligencia y de intercambio comercial.

A escala regional, la crisis ucraniana ha vuelto a poner en evidencia tres déficit que lastran América Latina y limitan su margen de acción en el tablero internacional, en especial ante crisis de alcance global. La región ha evidenciado falta de unidad, déficit de liderazgo y, como consecuencia de lo anterior, ausencia de peso internacional.

(2.1) Falta de unidad latinoamericana

América Latina sigue sin hablar con una sola voz, lo que limita su capacidad de influir y tener peso internacional. Eso se ha visto en tres momentos diferentes de esta crisis: cuando se produjo la invasión (el 24-25 de febrero), en la votación de condena en la Organización de Estados Americanos (OEA) (el 27 de febrero) y en las dos votaciones de rechazo a la agresión rusa en la ONU (el 2 y el 24 de marzo).

Al producirse la entrada de las tropas rusas en Ucrania, el 24 de febrero, los países latinoamericanos oscilaron entre el silencio, el rechazo –con distinto grado de contundencia– y el respaldo a Moscú. Las condenas más fuertes provinieron de gobiernos de centro-derecha (Chile, Colombia y Uruguay). Mientras Sebastián Piñera e Iván Duque condenaban “la agresión armada de Rusia y su violación a la soberanía e integridad territorial de Ucrania” y Luis Lacalle Pou, a través de Twitter, rechazaba que “fuerzas militares rusas lanzar(a)n una ofensiva contra Ucrania”, Guatemala iba más lejos y ordenaba retirar a su embajador de Moscú.

En algunos países ha predominado cierta ambigüedad y ciertas disonancias entre la presidencia y la diplomacia. México mostró su rechazo a la guerra sin hablar de “invasión” y apeló al acuerdo y la negociación. El canciller Marcelo Ebrard declaró que “México rechaza el uso de la fuerza, reitera su llamado a una salida política al conflicto en Ucrania y respalda al secretario general de Naciones Unidas en pro de la paz”. El presidente Andrés Manuel López Obrador rechazó la invasión: “No estamos a favor de ninguna guerra, México es un país que siempre se ha pronunciado por la paz y por la solución pacífica de las controversias”.

La ambigüedad argentina fue más marcada, especialmente por la prudencia calculada del presidente Fernández, que lamentó “profundamente la escalada bélica”, solicitando “diálogo y respeto a la soberanía, la integridad territorial, la seguridad de los Estados y a los derechos humanos [que] garantizan soluciones justas y duraderas a los conflictos”. Más claro fue el comunicado del Ministerio de Exteriores expresando su “firme rechazo al uso de la fuerza armada” y llamando a Rusia a “cesar las acciones militares en Ucrania”. La vicepresidenta Kirchner no condenó la invasión y criticó la “doble moral de las potencias” y el sistema de vetos en la ONU. En Uruguay, Lacalle Pou ordenó a su representación diplomática en la OEA adherirse “de forma expresa a la carta de condena” por la invasión. Inicialmente, el representante uruguayo, el embajador Abdala, no apoyó la declaración contra la agresión rusa.

Los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba, tradicionales aliados de Moscú, le expresaron su apoyo. El ministro de Relaciones Exteriores venezolano, Plasencia, respaldó la lucha de Putin contra el deseo de guerra de la Alianza Atlántica. Cuba criticó a Washington por imponer “la progresiva expansión de la OTAN hacia las fronteras de la Federación Rusa”.

La invasión rusa desveló las profundas divisiones que fracturan a la izquierda regional: La Habana, Managua y Caracas se posicionaron a favor del Kremlin, al igual que otros referentes continentales como Evo Morales (“La OTAN es una seria amenaza a la paz y a la seguridad internacionales, su historial de invasiones y agresiones lo demuestran. Ahora, su pretensión expansionista es una de las grandes responsables de la situación en Ucrania”). Sin embargo, el candidato presidencial brasileño Lula da Silva y Gabriel Boric, entonces presidente electo chileno, se distanciaron de esta postura. Lula rechazó la invasión en Twitter: “Nadie puede estar de acuerdo con la guerra, los ataques militares de un país contra otro. La guerra sólo conduce a la destrucción, la desesperación y el hambre”; y Boric, a diferencia de López Obrador y Fernández y en las antípodas de Morales, no tenía problema en hablar de “invasión”, subrayando como “desde Chile condenamos la invasión a Ucrania, la violación de su soberanía y el uso ilegítimo de la fuerza”.

El segundo capítulo que evidenció ese déficit de unidad se vivió en la OEA, que aprobó una declaración condenando “enérgicamente la invasión ilegal, injustificada y no provocada de Ucrania por parte de la Federación rusa” y se exigía “la retirada inmediata de la presencia militar”. No se adhirieron los aliados tradicionales de Rusia (Bolivia y Nicaragua) ni los dos países cuyos presidentes habían viajado a Moscú (Argentina y Brasil) así como El Salvador y Uruguay –que finalmente acabaría votando a favor–. Brasil, mediante su embajador Otávio Brandelli, criticó el uso de la fuerza, pero afirmó que debían tomarse en consideración las preocupaciones rusas, “principalmente en lo que respecta al equilibrio de tropas y armas estratégicas en el contexto europeo”. Y Argentina, pese a expresar el “más firme rechazo” al uso de la fuerza, alegó la “falta de pertinencia” de la OEA para abordar un conflicto fuera de los límites continentales. La declaración fue apoyada por EEUU y otros 20 países: Antigua y Barbuda, Bahamas, Barbados, Belice, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Granada, Guatemala, Guyana, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Surinam, Trinidad y Tobago, y Venezuela, representada por el gobierno de Guaidó.

Cuando el 25 de marzo la OEA aprobó una resolución pidiendo el cese “de actos que pueden constituir crímenes de guerra” en Ucrania, de nuevo la gran mayoría (28 de 34 países) votaron a favor, ninguno lo hizo en contra y cuatro se abstuvieron: Bolivia (aliado de Rusia), El Salvador de Bukele –como una nueva muestra de rechazo a EEUU–, Honduras y San Vicente y las Granadinas. Nicaragua estuvo ausente porque su embajador Arturo McFields fue destituido tras calificar de “dictadura” a su gobierno.

El tercer capítulo de la desunión latinoamericana se desarrolló en la ONU. La sesión especial de emergencia de la Asamblea General sobre Ucrania fue convocada por el Consejo de Seguridad, tras vetar Moscú una resolución que condenaba sus acciones. La mayoría de América Latina (14 de 18) votaron a favor mientras el resto se abstuvo. En la votación del 24 de marzo se repitió el sentido del voto de la sesión anterior. A favor: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay. Las cuatro abstenciones fueron de los tres aliados de Putin (Bolivia, Cuba y Nicaragua) y El Salvador.

Los votos de Cuba, Nicaragua y Bolivia fueron una consecuencia lógica de su cercanía y alianza con Putin, mientras El Salvador responde al creciente distanciamiento con Washington. Bukele ha sostenido una absoluta neutralidad: no ha pronunciado un solo discurso condenando la invasión ni apoyado a Moscú. Su vicepresidente ha declarado que los “pequeños países” no deberían tomar “partido por uno y otro bloque”.

La falta de coherencia en el voto fue muy elevada y sólo 11 países mantuvieron el mismo voto en la OEA y en la ONU, si bien Cuba está autoexcluida de la OEA y Venezuela no vota en la ONU por falta de pago.

Voto idéntico en OEA y ONU (11 países)Voto a favor de Rusia en OEA o abstención en la ONU (7 países)Cambio de voto en OEA y ONU (6 países)
Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y UruguayArgentina, Bolivia, Brasil, Cuba, El Salvador, Nicaragua y VenezuelaArgentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Nicaragua y Venezuela
Figura 1. Votos latinoamericanos en la OEA y la ONU, 2022. Fuente: elaboración propia.

Esas divisiones o falta de coherencia con respecto a la agresión rusa se han visto también en foros tan representativos de la izquierda regional como el Grupo de Puebla (GP), que reúne y coordina a dirigentes “progresistas” latinoamericanos y españoles. El GP emitió dos comunicados. El primero, del 24 de febrero, eludía hablar de invasión (lo llamaba eufemísticamente “curso de los acontecimientos en Ucrania”) y criticaba a EEUU y a la UE, instándolos a abandonar “la vía de la intervención militar” y las “sanciones económicas unilaterales… contra Rusia”. El texto equiparaba a los actores del drama ucraniano al hacer “un llamado cordial a (negociar) a las partes involucradas en el mismo, Rusia, EEUU y la UE”, olvidando al agredido (Ucrania).

Dos días después, cambió el fondo y las formas: el segundo comunicado ya hablaba de “uso unilateral de la fuerza” y “ataques realizados… por… la Federación Rusa a… Kiev”. No sólo cambiaron las formas y el fondo, sino también los firmantes. La primera declaración la firmaron 18 (con algún nombre repetido) y la segunda sólo 14, cuando el GP está compuesto por más de 50 personalidades de 16 países. Es decir, no fue firmada ni por el 50% de los integrantes. Entre quienes ratificaron una y no la otra destacan los ecuatorianos Rafael Correa y quien fuera su canciller, Ricardo Patiño. Por contra a la segunda se adhirió José Luis Rodríguez Zapatero junto con figuras como los expresidentes Ernesto Samper y Fernando Lugo o Celso Amorim que firmaron ambas.

(2.2) Déficit de liderazgo

En segundo lugar, los países latinoamericanos con más peso internacional no han tenido una postura coherente ni coordinada, evidenciando la falta de liderazgo que explica su decreciente peso global. Los tres miembros del G20 (Brasil, México y Argentina), capaces de dar visibilidad a América Latina, no han coordinado su respuesta y han transitado derroteros diferentes para abordar la crisis, como viene siendo habitual ante otros desafíos globales, como la pandemia.

Los presidentes de México y, en especial, de Brasil coquetearon con la neutralidad y la equidistancia. Su postura ha sido incoherente. Brasil se abstuvo en la OEA y se negó a imponer sanciones, aduciendo su alta dependencia de los fertilizantes rusos. Brasil importa el 85% de los fertilizantes, el 23% de Rusia. De ahí que Bolsonaro dijera que “para nosotros, el tema de los fertilizantes es sagrado” y esto explica su neutralidad y la ayuda “en lo posible, [en] la búsqueda de una solución”. Su gestión de la crisis ha evidenciado la descoordinación existente en el gobierno. Desautorizó al vicepresidente Hamilton Mourão por condenar la invasión y pedir el “uso de la fuerza” en apoyo a Kiev. “Quien habla sobre esas cuestiones se llama Jair Mesías Bolsonaro y quien tenga dudas, que consulte la Constitución”, replicó, prefiriendo situarse en el ámbito de la “cautela”, negando cualquier tipo de masacre y diciendo que la culpa es de los ucranianos por haber elegido a un comediante como presidente.

Argentina y México mostraron una visión estrecha y localista. La vicepresidenta Kirchner estableció ciertos paralelismos entre Ucrania y las Islas Malvinas (Falkland). López Obrador comparó la invasión rusa con la conquista española, uno de sus temas favoritos: “Nos invadieron los españoles e impusieron un sistema colonial que dominó tres siglos nuestro país. Luego nos invadieron dos veces los franceses”. El canciller Ebrad estuvo más enérgico al condenar el ataque ruso: “Por historia y tradición, por nuestra formación como nación, tenemos que rechazar y condenar enérgicamente la invasión de un país como Ucrania de parte de una potencia como Rusia”. Finalmente, Brasil y México votaron contra Rusia en el Consejo de Seguridad, del cual son durante 2022 miembros no permanentes, pronunciándose a favor del proyecto de resolución contra la invasión.

(2.3) Ausencia de peso internacional

En tercer lugar, y como consecuencia de la falta de unidad y liderazgo, América Latina acabó siendo un espectador periférico de un conflicto del cual sólo recibe coletazos geopolíticos y económicos. La crisis ucraniana muestra los peligros que conlleva la alianza de algunos países (Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia) con Putin, e incluso echa por tierra el intento de otros de coquetear con él, como se vio en febrero cuando Fernández y Bolsonaro viajaron a Moscú.

Desde finales de la primera década del siglo XXI, Rusia buscó reconstruir los lazos con América Latina con el triple objetivo de reforzar su proyección internacional, conseguir aliados en su pulso geopolítico con EEUU y hallar nuevos mercados para sus exportaciones, sobre todo militares. Los países más antagónicos con la hegemonía continental de Washington y crecientemente autoritarios se vincularon a Moscú. Pero esta alianza tendrá un coste. EEUU, Canadá, el Reino Unido y la UE han impuesto diversas sanciones contra el gobierno y dirigentes rusos, incluido Putin, con un impacto directo sobre el sector financiero, cuyos bancos han servido para que Venezuela y Cuba eludieran las sanciones internacionales.

De igual manera, queda debilitada la credibilidad de la estrategia internacional de figuras como Fernández, quien ofreció que Argentina fuera la “puerta de entrada [rusa] a América Latina”. En cuanto a Brasil, la en su día una sólida y coherente política exterior dirigida desde Itamaraty pierde fuerza ante un errático Bolsonaro. Si el 25 de febrero Brasil votó, a pesar de las reticencias del presidente, a favor de un proyecto de resolución del Consejo de Seguridad que habría condenado a Rusia, dos días más tarde Bolsonaro dijo que Brasil se mantendrá neutral en el conflicto, señalando que Rusia y Ucrania eran “prácticamente naciones hermanas”.

La falta de unidad, déficit de liderazgo y ausencia de peso internacional durante la guerra en Ucrania no va a tener costes políticos internos, al darse en países donde la población vive de espaldas a unos sucesos percibidos como ajenos y lejanos, pese a que las consecuencias económicas terminarán llegando vía inflación y alimentando el malestar y desafección presentes desde 2019 y que no ha sido canalizado en estos años.

Conclusiones

La invasión rusa a Ucrania es otra señal de que el tablero internacional se ha hecho más complejo, dando lugar a un mundo más volátil e inseguro. De ahí proviene una primera enseñanza para América Latina: para tener peso o para ser relevantes, los países latinoamericanos necesitan diseñar estrategias coherentes, hablar a la comunidad internacional con una sola voz y contar con liderazgos regionales sólidos y respaldados social y políticamente. El reverso de lo que es la región desde hace un cuarto de siglo. Esto se ha visto tanto con la pandemia y como con la crisis ucraniana.

En apenas un mes se ha visto la irrelevancia de los organismos de integración regional (de la CELAC a Unasur pasando por Prosur o el Alba) que no han tenido el más mínimo papel ni han dado a conocer su posicionamiento en la crisis. Este papel suprarregional inexistente ha ido de la mano de una amplia heterogeneidad sobre la posición a tomar por cada país ante la agresión rusa: mientras Colombia daba los pasos para ser un aliado estratégico de EEUU no miembro de la OTAN, Argentina se ofrecía a Putin como puerta a América Latina y Bolsonaro se declaraba neutral. Unos mantenían un silencio sepulcral (El Salvador) y otros mandaban mensajes contradictorios (México). Además, el compromiso latinoamericano, incluso de los más próximos a EEUU, ha sido muy acotado y no ha superado a las votaciones en los foros internacionales. Ninguno ha ida más allá ni ha dado paso alguno para sancionar a Rusia, como EEUU y la UE.

En el ámbito interno, la herencia que deja este conflicto es más inflación e incertidumbre sobre la ya de por sí débil recuperación económica. El crecimiento anémico y las renovadas tensiones inflacionarias sobre alimentos y energía importados se convierten en el principal desafío para los gobiernos y en caldo de cultivo para incrementar el malestar ciudadano y la desafección que, ya en 2019, desembocaron en una oleada de protestas que sólo paralizó la pandemia. La población mayoritariamente informal y con bajos ingresos será tensionada por la espiral inflacionista y un escenario macroeconómico de baja expansión, a la que no ayudarán los elevados tipos de interés para contener la subida de precios.

A la región se la abre una ventana de oportunidad para cumplir un papel relevante en la geopolítica mundial y para vincularse a la IV Revolución industrial como abastecedora de materias primas tradicionales (petróleo y gas) y de las vinculadas al cambio tecnológico (litio). Su ventaja comparativa es la de ser un socio confiable y no agresivo ni perturbador del statu quo internacional y compartir mayoritariamente los valores occidentales. Algunos países europeos buscan reducir o romper su dependencia energética de Rusia y América Latina puede cumplir un papel destacado, como señalaron el ministro José Manuel Albares y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen, quien subrayó que “habrá que buscar otros mercados donde abastecerse y América Latina, por supuesto, lo es”. A corto plazo América Latina no es una opción viable para que Occidente sustituya el petróleo ruso, pero sí a medio. No sólo le ocurre a Venezuela y a México. Brasil, en un lustro, poseerá mayor capacidad de producción de petróleo y se espera que en 2026 su producción llegue a 4 millones de barriles diarios. Ecuador puede aumentar la producción de petróleo y cumplir su objetivo de duplicarla, alcanzando el millón de barriles diarios, siempre que mejore su vetusta infraestructura.

Sin embargo, todo indica que América Latina dejará pasar una nueva oportunidad para convertirse en un actor internacional relevante. Como mucho volverá a actuar de forma reactiva, siguiendo a remolque de los acontecimientos y de las decisiones adoptadas por terceros. El futuro de la relación entre China y Rusia puede tener graves consecuencias para los países latinoamericanos. Por eso, nuevas respuestas reactivas tampoco facilitarán las cosas frente al enfrentamiento global entre China y EEUU, que cada vez los afecta más y de forma más directa.


Imagen: Plaza de la independencia en Kyiv, Ucrania. Foto: Gleb Albovsky