Tema: Numerosos analistas de la realidad latinoamericana hablan de una nueva oleada de gobiernos populistas en la región y de la probable conformación de un eje populista que incluiría a los gobiernos de Caracas, Quito y Brasilia, que se sumarían al régimen castrista. ¿Son fundados estos temores?
Resumen: Los triunfos electorales de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil y del comandante Lucio Gutiérrez en Ecuador han hecho sonar demasiadas alarmas sobre el futuro político de América del Sur. Numerosos observadores y analistas estiman que se puede conformar un eje populista con graves consecuencias para la estabilidad y la gobernabilidad de la región, una situación estimulada, y agravada, por la crisis de numerosos partidos políticos, tradicionales o no. Sin embargo, más allá de la protesta del electorado latinoamericano contra una particular situación política, económica y social y a favor de ciertas opciones alternativas, las diferencias entre los tres casos mencionados son extremas, por más que en bastantes circunstancias estas comparaciones sean alentadas por el presidente venezolano Hugo Chávez para reforzar sus propuestas rupturistas en relación con la política hemisférica de Estados Unidos y con la proyección internacional de la República Bolivariana.
Análisis: El presidente Chávez señalaba en unas recientes declaraciones a CNN+ que en América Latina se había producido un vuelco en el sentir de la opinión pública que favorecía la existencia de gobiernos no adictos al sistema. Sus palabras se dirigían al conjunto de políticas definidas genéricamente como neoliberales, que en la década pasada implicaron diversos procesos de ajuste (generalmente incompletos) y un cierto rigor económico en el manejo de las cuentas públicas. Buena parte de ellas fueron definidas por el Consenso de Washington y algunas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus negociaciones con los gobiernos de la región, aunque todos ellos tenían un enorme grado de discrecionalidad, que sería más perceptible si alguien se tomara la molestia de estudiar los sistemáticos incumplimientos de los compromisos asumidos con el FMI.
Con sus manifestaciones, Chávez barría para casa, al estimar que su papel contestatario (como intentó demostrar una vez más con su presencia en el Foro Social de Porto Allegre) se vería reforzado con la llegada al poder de Lula y del comandante Lucio Gutiérrez. Sin embargo, las posturas de unos y otros han demostrado no ser tan monolíticas, como quedó reflejado en el fracaso cosechado por Chávez en Brasilia, cuando intentó infructuosamente que Lula lo ayudara a modificar la composición del Grupo de Países Amigos de Venezuela, para poder incluir en el mismo a Cuba, China, Rusia o algún otro país más proclive a sus posturas.
La idea de que Chávez representa a la izquierda latinoamericana no es sólo una ensoñación, producto de la imaginación bolivariana. Una cierta izquierda regional, que ancla sus señas de identidad en el antiimperialismo y la antiglobalización, ha hecho de la revolución bolivariana uno de sus ejes programáticos e ideológicos, algo que según los parámetros europeos puede parecer increíble y habla claramente de la desorientación de dichos círculos. Esta línea argumental se refuerza si se tiene presente la exégesis que el mundo de ETA y Batasuna ha hecho del bolivarianismo.
Una prueba de esta toma de postura a favor de Chávez es la declaración final del XI encuentro del Foro de Sâo Paulo, conocido por sus inclinaciones ultraizquierdistas. En su punto 9 señala que “el proceso de consolidación de la revolución democrática popular en Venezuela y la redefinición hacia unas relaciones más soberanas en América Latina, constituye un mejor escenario para la lucha de nuestros pueblos”. Esta afirmación se vincula claramente con el punto anterior, que dice: “Al triunfo de Lula se suma la victoria de Lucio Gutiérrez, candidato de la alianza Sociedad Patriótica 21 de enero y el movimiento Pachakutik, con el apoyo del Movimiento Popular Democrático, de partidos de izquierda y movimientos sociales. Se suman también el resultado electoral sin precedentes alcanzado por el movimiento indígena, campesino, popular y de izquierda boliviano a través de la candidatura de Evo Morales y el desarrollo de nuevas formas de organización y lucha popular en Argentina”. Según la misma interpretación, los 52 millones de votos que obtuvo Lula en la segunda vuelta expresan «el amplio apoyo de fuerzas de izquierda, progresistas y democráticas”.
El fervor de algunos por Chávez no se debe exclusivamente a cuestiones políticas e ideológicas, sino también al posible apoyo económico que desde Caracas se estaría prestando a otros movimientos políticos o sociales latinoamericanos, autodefinidos de izquierda o revolucionarios. Entre los posibles beneficiarios de tal apoyo habría que incluir al movimiento de los cocaleros bolivianos, liderado por el dirigente indígena y campesino Evo Morales, y a los piqueteros argentinos.
Desde diversas posiciones del espectro ideológico, tanto dentro como fuera de la región, se ha utilizado el término neopopulismo para englobar todas estas manifestaciones. Es un término que, por cierto, nadie se ha molestado en definir, probablemente a causa de su complejidad y del gran número de situaciones que se ajustan a una definición tan amplia, versátil y equívoca. El neopopulismo no alude únicamente a gobiernos o políticos de izquierda, sino también de derecha. Éste es el caso del chileno Joaquín Lavín, el líder de la oposición al gobierno de la Concertación y probable candidato en las próximas elecciones presidenciales. En la campaña anterior no se recató en realizar grandes promesas, que no tenían en cuenta las posibilidades económicas del país. Esta denominación también podría aplicarse, con ciertos matices, a Carlos Menem, aunque para otros personajes, claramente definibles como populistas, la ubicación a derecha o izquierda es más difícil. Esto ocurre con Adolfo Rodríguez Sáa, uno de los tres candidatos peronistas a las elecciones argentinas del 27 de abril, quien por un lado proclama su adhesión a los planteamientos bolivarianos de Chávez, presumiendo de su amistad, y por el otro incorpora al coronel Aldo Rico, famoso carapintada golpista durante la presidencia de Alfonsín.
Pese a sus grandes diferencias, las nacientes expresiones neopopulistas tienen, aquí y allá, su principal punto en común en su cerrado nacionalismo, una constantedel movimiento popular latinoamericano durante todo el siglo XX. Precisamente sobre ese nacionalismo, el viejo populismo, desde 1930 en adelante, sentó sus bases organizativas y políticas. Otro aspecto importante del neopopulismo es su profundo desprecio por los valores de la democracia representativa, aunque sus dirigentes no tengan más remedio que respetar las reglas de juego si quieren acceder al poder. De este modo, suelen apostar por conformar amplios movimientos políticos (no es el caso de Chile ni de Brasil), en vez de partidos estructurados y programáticos, una opción que al mismo tiempo les permite reforzar sus fuertes liderazgos, algunos más carismáticos que otros.
Dado su profundo componente antipolítico, y, a veces, anti sistema, hoy pasa con el neopopulismo lo que ayer con el populismo, que suscita temores por doquier. En el pasado, muchos de esos temores condujeron a que los gobiernos en el poder cerraran las puertas del sistema a muchas manifestaciones populistas, generalmente por el mecanismo de la proscripción o la ilegalización de sus opciones políticas. Está clara la responsabilidad de las elites entonces gobernantes, lo que sin duda supuso el retraso de algunos procesos de consolidación democrática de la región. Sería deseable que no se volviera a cometer el mismo error del pasado.
Por eso, la mejor arma para enfrentarse a unos movimientos tan vagos, erráticos y contradictorios es el refuerzo de las instituciones democráticas y la consolidación de partidos bien estructurados, tanto de derecha como de izquierda, con posiciones y posturas coherentes y que aboguen por el interés general. Sin embargo, la fragmentación social creciente observable en buena parte de los países de América Latina hace cada vez más difícil encontrar partidos que representen ese interés general. No hay dudas, como se está viendo en Ecuador, que al contrastar al líder populista con la realidad, ésta suele pasar factura, limitando las promesas desbordantes en función de lo real y materialmente posible.
Una prueba más de la preocupación creciente por el neopopulismo se ve en la declaración fundacional de la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), presidida por Mario Vargas Llosa, que dice: “para FIL, el neopopulismo creciente constituiría un grave retroceso en el proceso de modernización de Iberoamérica”. De ahí la importancia de profundizar en el tema, ya que si la mencionada comunidad de intereses entre Venezuela, Brasil y Ecuador funcionara como un bloque más o menos orgánico, el futuro de América del Sur, y de la región en su conjunto, no podría ser más frustrante y desesperanzador. De este modo, el porvenir latinoamericano estaría signado por el peso demoledor de un populismo desatado e inoperante, que en cuatro años sólo ha sabido llevar a Venezuela por la senda de la corrupción, el desgobierno y el desprecio por la oposición. Más allá de algunas similitudes, las diferencias en el estilo de los líderes y en la realidad de sus respectivos países nos permiten no ser tan derrotistas al respecto, ya que las diferencias, las divergencias y los compromisos que unos y otros están dispuestos a adquirir son considerables.
Es evidente el deseo del presidente Chávez de hacer realidad dicho eje del mal, lo que le permitiría reforzar su actual situación de debilidad, tras casi dos meses de huelga general, que afecta tanto al frente interno, en su lucha contra la oposición, como al externo, especialmente en su enfrentamiento con Estados Unidos. En esa línea fueron sus gestos y declaraciones durante la toma de posesión de Lula en Brasilia, a comienzos del presente año. En dicha oportunidad, Chávez no sólo se vio con Fidel Castro y con Lula (en un acto profundamente descortés llegó 45 minutos tarde a su cita con el nuevo presidente), sino también reclamó la ayuda brasileña para abortar los efectos que la huelga tiene sobre la producción petrolera venezolana. Dado el bajo nivel de numerosas delegaciones presentes, buena parte del protagonismo mediático fue acaparado por Castro y Chávez.
Hubiera sido deseable que el presidente Aznar hubiera encabezado la representación española, logrando así un doble efecto. En primer lugar, reforzar el mensaje del gran interés de España por América Latina en general, y por Brasil en particular, con independencia del color ideológico de los gobiernos, un hecho que adquiere mayor importancia a la vista del escaso interés que muestra actualmente Estados Unidos por la región y la percepción existente en algunas naciones, como Argentina, de que hay otros países europeos (como Francia e Italia) más sensibles a lo que allí ocurre. En segundo lugar, la presencia de Aznar hubiera restado protagonismo al tándem Castro-Chávez, que supo aprovechar la ocasión.
Más allá del voluntarismo y de ciertas semejanzas, hay diferencias importantes que vale la pena poner sobre la mesa a fin de valorar en su justa medida el posible impacto continental de esta nueva oleada populista. No vale sólo señalar que Brasil no es Venezuela o que las diferencias entre esta última y Ecuador son considerables. Habría que comenzar recordando las condiciones en que fueron electos los tres mandatarios sudamericanos. Cuando Chávez llegó al poder en 1998 lo hizo en medio de la quiebra absoluta del sistema tradicional de partidos (Acción Democrática -AD- y Copei), dos agrupaciones totalmente desprestigiadas y en franca disolución. Esta situación permitió a Chávez ganar ampliamente su primera elección, tras lo cual pudo cambiar radicalmente las reglas del juego político, sancionar una constitución a su medida y gobernar sin casi ninguna oposición.
En poco tiempo, como recordó Lula en una entrevista al The Washington Post, Chávez se enemistó con prácticamente todos sus antiguos aliados (políticos, sindicalistas, medios de comunicación, la Iglesia, importantes sectores del ejército, etc.), y su gobierno empezó a perder fuerza de forma imparable. Lula dijo: “Un presidente no puede pelearse con todo el mundo al mismo tiempo. Es necesario tener más sabiduría política. Chávez está pagando el precio de su falta de experiencia política”. Por paradójico que parezca, y pese a tener una abrumadora mayoría parlamentaria, el control de la mayor parte de las instituciones decisivas del Estado y una constitución (bolivariana) a su imagen y semejanza, Chávez se sintió tentado a vulnerar la ley para algunas de sus iniciativas políticas más comprometidas, como la reforma agraria. Esta situación ha provocado una erosión muy grande de la legitimidad de ejercicio del actual gobierno venezolano (la legitimidad de origen no la discute nadie). Por eso es importante recordar que no es la actual oposición quien está contra la Constitución, como sostienen algunos, sino que es el propio gobierno quien no tiene inconveniente alguno en ningunearla, si su acatamiento le acarreara perjuicios políticos.
La situación de Brasil y Ecuador es diferente. Dado el carácter minoritario de sus opciones (más claro en Ecuador que en Brasil), Lula y Lucio Gutiérrez tuvieron que esperar una segunda vuelta para confirmar sus aspiraciones presidenciales, lo que de alguna forma los convierte en presidentes de menor legitimidad de origen y mayor debilidad política, que sin embargo ha sido contrarrestado en el caso de Lula por la voluntad de cambio de la sociedad brasileña. Esta situación deberá ser abordada con una buena gestión de gobierno y el diálogo y la negociación con las restantes fuerzas políticas, ya que ambos gobiernos son débiles en el parlamento, lo que contrasta con el poder casi omnímodo del MVR (Movimiento por la V República) en los períodos iniciales del gobierno de Chávez. Por eso vale la pena recordar, más allá de los deseos del presidente venezolano, que ni Lula es Chávez, ni Brasil es Venezuela, ni el PT (Partido de los Trabajadores) es el MVR (el bolivariano Movimiento por la V República).
Hay un último elemento, igual o más importante que los anteriores, y es la diferencia entre la elección que ganó Lula en Brasil y los comicios en que se impuso Chávez en Venezuela. En Brasil asistimos a un claro ejemplo de seriedad democrática, con un sistema maduro y en pleno funcionamiento, con instituciones controladas por la oposición o con escasa implantación del oficialismo, lo que implica que el gobierno tiene que hacer de la necesidad virtud, negociando, dialogando y consensuando con el Parlamento (Congreso y Senado) y con los gobernadores estaduales, unos y otros verdaderos poderes fácticos en el complejo sistema político brasileño. Lucio Gutiérrez, el presidente ecuatoriano, comparte con Chávez algunos ítems de su curriculum, comenzando por su condición de militar -es también comandante- y golpista. Ambos, en algún momento de su carrera castrense, intentaron desalojar por la vía rápida al gobierno legítimamente elegido en sus respectivos países. Sin embargo, parece que, más allá de la retórica de unos y otros, y de las presiones de sus propias bases, como los movimientos y partidos indigenistas ecuatorianos, Gutiérrez ha tomado buena nota de los errores de Chávez y pareciera que no quiere repetirlos. En este sentido, destaca su firme compromiso por mantener el esquema de dolarización vigente, así como sus giras por Washington y Europa, previas a su toma de posesión, en las cuales intentó separarse de la trayectoria bolivariana y apostar por el pleno respeto de las libertades individuales y el sistema democrático.
Es posible que el triunfo de Lula comience a cambiar la vida política de América del Sur de una forma importante, ya que son varios los mensajes enviados a la opinión pública latinoamericana dotados de una retórica de seriedad, trabajo y responsabilidad. Por eso, habría que esforzarse en distinguir aquellas posturas que forman parte de una clara y legítima postura de izquierda de aquellas otras definibles a priori como neopopulistas. La experiencia de Lula ha demostrado de forma contundente, en primer lugar, que ni los liderazgos ni los partidos se improvisan y que para lograr el triunfo electoral es necesario conquistar al electorado de centro. Para ello, en condiciones normales, el discurso populista y victimista ya no sirve más. Sin embargo, no todos los países de la región en estos momentos atraviesan condiciones normales, como claramente lo demuestra la experiencia argentina. Allí sí hay quienes, como el ex presidente Menem, anhelan la catástrofe, pensando que les ayudará a conquistar los votos de los que carecen. También es el caso del igualmente ex presidente, aunque por un período bastante más breve de tiempo, Adolfo Rodríguez Sáa, que ha sabido darle mayor color y contenido a su campaña electoral con un claro mensaje populista.
Conclusiones: El escenario político latinoamericano está ocupado, en buena parte, por líderes y opciones políticas definidas como neopopulistas. Se trata de un concepto demasiado amplio que analíticamente aporta poco y que permite meter en el mismo saco a dirigentes tan contrapuestos como Lula y Carlos Menem; o Lucio Gutiérrez y Joaquín Lavín; o Evo Morales y Alberto Fujimori. Por eso se hace necesario trascender el tópico para analizar con mayor detalle los distintos casos nacionales, separando las propuestas de izquierda de las nacionalistas y de las puramente populistas.
Como no todos los procesos son iguales, no se gana nada, sino todo lo contrario, poniendo en el mismo saco a Chávez y a Lula. Las circunstancias de uno y otro, los apoyos con que cuentan y sus propuestas internas y externas no son en absoluto comparables. Chávez apostó desde el comienzo por un extraño magma que denominó revolución bolivariana y desde entonces sigue prácticamente anclado en el mismo sitio. Lula moderó su lenguaje para ser presidente y apunta a algunos cambios importantes para el futuro de Brasil. De su éxito también depende buena parte del porvenir de América del Sur.
Carlos Malamud
Analista principal, área América Latina,
Real Instituto Elcano