Tema: Una concienciación pública sobre lo que al-Qaeda y sus grupos u organizaciones afines siguen pretendiendo hacer en Europa occidental no debe suscitar la alarma ni minimizar el problema.
Resumen: Expresiones de atención respecto al terrorismo internacional como las hechas en septiembre de este año por algunos ministros y altos cargos europeos competentes en materia de seguridad, algunas de ellas reiteradas este mismo mes de octubre, no deberían entenderse como ejercicios de manipulación política. Evitando alertas como la emitida por el Departamento de Estado el 3 de octubre, que por lo difuso e inespecífico de sus contenidos puedan ser mal interpretadas, y sin necesidad de alarmar con concreciones que no sean estrictamente necesarias, lo razonable es informar a los ciudadanos, en sus justos términos, de una amenaza que es real y a corto plazo no puede ser anulada por completo, pero sí contenida y aminorada, como se ha podido hacer en los últimos cinco años, mediante adecuadas políticas gubernamentales y una óptima cooperación intergubernamental.
Análisis: Una reflexión acerca de qué decir o qué no decir a los ciudadanos europeos sobre el actual terrorismo internacional ha de distinguir entre alertas, alarmas y amenazas. A menudo, estos tres conceptos se entremezclan y confunden, tanto en los contenidos de los medios de comunicación como en el lenguaje de la gente corriente e incluso a veces también en el propio discurso de las elites políticas acerca de dicho fenómeno. Esto puede acabar convirtiendo lo que inicialmente son meras alertas en alarmas de hecho o terminando por cuestionar, en base a una crítica de lo que se percibe como formulación manipulada de las segundas, que realmente existan aquellas amenazas terroristas de las que se habla. Pero una concienciación pública sobre lo que al-Qaeda y sus grupos u organizaciones afines siguen pretendiendo hacer en Europa occidental no debe suscitar la alarma ni minimizar el problema.
Alertas
Alertar a los ciudadanos europeos sobre un problema público como el del actual terrorismo internacional es, o debería ser, llamar su atención sobre la realidad de dicho fenómeno y la nada inverosímil posibilidad de que, a corto o medio plazo, en alguna futura ocasión se produzcan de nuevo, en uno u otro de los países que constituyen un mismo escenario geopolítico occidental, atentados comparables por sus consecuencias a los de Madrid el 11 de marzo de 2004 y Londres el 7 de julio de 2005. Llamar su atención para, entre otras cosas, que exista un mínimo suficiente de concienciación que permita a la gente, llegado el caso, colaborar adecuadamente con las fuerzas de seguridad en la prevención y represión de esa forma de violencia; o para que, cuando ocurra algún nuevo acto de terrorismo yihadista, la opinión pública no se desoriente ni incurra en la transferencia de culpabilidad que siempre buscan los terroristas. A pocos extrañará, por tanto, que las autoridades políticas y los responsables de la lucha contraterrorista lo hagan de vez en cuando, aunque quizá no siempre en sus justos términos y en el momento más oportuno. El pasado mes de septiembre fueron varios los altos cargos alemanes, británicos y franceses que se pronunciaron públicamente al respecto.
Primero fue Joerg Ziercke, jefe de la oficina federal alemana de investigación criminal, conocida por las siglas BKA, quien admitió, el 6 de ese mes, que la probabilidad de atentados terroristas en Alemania estaba creciendo. Jonathan Evans, director general del servicio de inteligencia británico, el llamado MI5, dijo apenas 10 días después que la posibilidad de un atentado en el Reino Unido es seria, sin que nada indique que esta situación vaya a variar en breve. De hecho, el nivel oficial de amenaza terrorista en dicho país fue elevado el 22 de enero de 2010 de sustancial a grave, lo que técnicamente significa que la ejecución de un atentado dentro de sus fronteras es altamente probable. Coincidiendo casi en la fecha, Bernard Squarcini, máximo responsable de la agencia francesa de seguridad interior, DCRI, afirmaba que Francia nunca antes se había enfrentado a una amenaza terrorista mayor de la que tiene ante sí en la actualidad. El ministro francés del Interior, Brice Hortefeux, declaraba el 19 de septiembre que “la amenaza es real”, al comentar la posibilidad de que a corto plazo ocurriese un atentado de carácter yihadista en Francia y confirmar al mismo tiempo el reforzamiento de los dispositivos institucionales de vigilancia para tratar de impedirlo.
A excepción de cierta polémica suscitada en Francia, que coincidió con la difusión de noticias referidas a la existencia de una presunta terrorista suicida dispuesta a inmolarse en el país y a falsos avisos sobre bombas en la Torre Eiffel, esas manifestaciones autorizadas de alerta en relación con el terrorismo internacional no han generado un significativo desasosiego entre los ciudadanos concernidos. Ni se formularon como advertencia de un atentado inminente, ni fueron percibidas en tal sentido. Además, la institución comunitaria a la que se encomienda elaborar anualmente un producto de concienciación pública sobre el terrorismo, es decir la agencia de policía de la UE, Europol, había presentado en abril de 2010 su informe TE-SAT, en el que pueden leerse afirmaciones que están en línea con las aludidas declaraciones de los responsables de la seguridad nacional de tres países europeos. Dicho informe concluye que “el terrorismo islamista es todavía percibido como la amenaza más grande para la mayoría de los Estados miembros” de la UE. En el prefacio al mismo, Rob Wainwright, director de Europol, subraya que “los terroristas islamistas dentro y fuera de la UE continúan con el propósito de ocasionar víctimas indiscriminadas en masa”.
Alarmas
Pero la línea que separa informar o alertar de alarmar es muy fina, especialmente cuando se trata de terrorismo. Así, algunas frases bastante similares a las contenidas en el mencionado informe de Europol, e incluso menos contundentes de lo manifestado por aquellos destacados responsables europeos de la seguridad nacional durante el pasado mes de septiembre, pero procedentes en esta ocasión de la Administración de EEUU y emitidas no con la regularidad de aquel reporte periódico o de las llamadas a la atención hechas por esos altos cargos, sino excepcionalmente, a modo de una alerta de viaje emitida oficialmente por el Departamento de Estado con fecha 3 de octubre de 2010, suscitaron alarma. Es decir, el aviso que normalmente se asocia con la inminencia o proximidad de algún atentado sobre cuyos preparativos se tiene fundada información pero se admite que es difícil pueda llegar a ser desbaratado a tiempo por los servicios contraterroristas. Una alarma de hecho favorecida tanto por los contenidos genéricos y las recomendaciones inasequibles que contiene ese documento como por la poco ponderada interpretación del mismo hecha por muchos medios de comunicación europeos.
Y es que en dicha alerta de viaje, dirigida a ciudadanos estadounidenses, breve y en vigor hasta el 31 de enero de 2011, habla concretamente “del potencial de atentados terroristas en Europa” y de que la información disponible “sugiere que al-Qaeda y organizaciones afiliadas continúan planeando atentados terroristas”. Asimismo, se alude como posibles blancos a “los sistemas públicos de transporte y otra infraestructura turística”, recordando que en el pasado han atacado o intentado atacar metros y trenes, así como servicios de aviación y marítimos. Una primera valoración acerca de tan inusual alerta invita a subrayar, por una parte, que no aporta novedades sobre una realidad ya conocida y, por otra, que con idénticos razonamientos puede ser utilizada para advertir a cualquier ciudadano, estadounidense o no, que tenga la intención de viajar no ya por Europa sino por Estados Unidos, donde en los últimos dos años se ha registrado un número de incidentes relacionados con el terrorismo yihadista sin precedentes desde los atentados del 11-S, incluyendo tentativas como las de atentar contra el metro de Nueva York, hacer estallar un coche bomba en Times Square o destruir una aeronave de pasajeros cuando se disponía a aterrizar en Detroit.
El Departamento de Estado, en la referida alerta de viaje, indica que “los ciudadanos estadounidenses deberían tomar precauciones para ser conscientes de sus alrededores y adoptar medidas de seguridad apropiadas para protegerse cuando estén viajando”. Es decir, a los contenidos genéricos y difusos de dicho documente se añaden recomendaciones así de escuetas, e indiferenciadas de, por ejemplo, los efectos de la delincuencia común u otros riesgos de índole no terrorista, que, en la práctica, son inaplicables por quienes se desenvuelvan por cualquier país europeo, salvo, según parece, que no utilicen medios públicos de transporte o renuncien a visitar lugares de interés turístico. Pero ello, dado lo excepcional del documento, favoreció que lo que formalmente se presentaba como una alerta terminase por ser percibido como una alarma. Además, muchos medios de comunicación diseminaron una interpretación exagerada de la alerta que igualmente contribuyó a que fuese entendida así. Esto se vio a su vez facilitado por el hecho de que la UE tardase en hacer llegar a la ciudadanía comunitaria un mensaje unívoco en relación al asunto, de suerte que incluso hubo países que emitieron alertas referidas a otros vecinos.
Amenazas
Ahora bien, criticar las alertas que por unos u otros motivos son propensas a efectos contraproducentes o las alarmas formuladas en términos inapropiados no significa subestimar la amenaza del terrorismo internacional en Europa. Esto es, la verosimilitud de nuevos atentados yihadistas que ocasionen víctimas e incidan tanto sobre los procesos políticos como sobre la cohesión interna de las sociedades europeas. Se trata de una amenaza persistente que, si bien afecta al conjunto de la UE, no se distribuye de manera uniforme a lo largo y ancho del territorio comunitario ni del europeo en general. Ello obedece a un conjunto de factores cuya significación varía de unos países a otros. Entre ellos cabe aludir a antecedentes históricos de relevancia, la mayor o menor proximidad geográfica a zonas que son foco de yihadismo, el tamaño de las comunidades islámicas y, en particular, las dinámicas de radicalización observables en su seno, así como circunstancias propias de la política nacional o exterior, sin olvidar otros asuntos temáticos igualmente susceptibles de ser manipulados en la propaganda terrorista para señalar a determinados países. En todo caso, se encuentran especial pero no exclusivamente afectados los del centro, oeste y sur del subcontinente.
Por otra parte, de la información deparada por las principales operaciones contraterroristas desarrolladas a lo largo de los últimos años en el ámbito europeo y de lo dicho por las autoridades que se han manifestado al respecto recientemente, se deduce que la amenaza del terrorismo internacional es de naturaleza compuesta y se corresponde con el carácter polimorfo que dicho fenómeno revela en nuestros días. Aun cuando es posible la acción terrorista aislada de individuos y células independientes en el territorio europeo, la eventualidad de atentados mayores, complejos y quizá incluso innovadores respecto a otros episodios espectaculares ejecutados con anterioridad en países occidentales está asociada a la implicación, combinada o no, de grupos y organizaciones dotados de estructura, liderazgo y estrategia. Entre ellos se encuentra la propia al-Qaeda, si bien, debido a que sus capacidades operativas serían limitadas, sobre todo entidades afines a dicha estructura terrorista, como el Movimiento Islámico de Uzbekistán, Laskhar e Toiba, Tehrik e Taliban Pakistan y al-Shabaab, al igual que extensiones territoriales de la misma, casos de al-Qaeda en la Península Arábiga y al-Qaeda en el Magreb Islámico.
El hecho de que estos actores colectivos del terrorismo internacional estén asentados en Pakistán, Afganistán, Yemen, Somalia o Argelia, entre otros países, no significa que la amenaza que suponen para Europa sea sólo de origen exógeno. Tras esta amenaza hay, sí, extremistas que son extranjeros y con frecuencia residentes legales entre nosotros. Pero los hay también que son ciudadanos con pasaporte de países europeos, a menudo descendientes de inmigrantes o nacionalizados tras una estancia más o menos prolongada en ellos. Más allá de afirmar que normalmente son varones entre 20 y 40 años, no es fácil elaborar una caracterización sociodemográfica de estos individuos, dada su diversidad, ni tampoco es siempre fácil saber si hicieron suyo el ideario terrorista dentro o fuera de las sociedades europeas. Pero, una vez radicalizados, tienden más a buscar ligámenes con algún grupo u organización yihadista en el exterior que a desenvolverse por su propia cuenta. A este respecto, suscitan una singular inquietud los individuos procedentes de Europa occidental y que se han trasladado para recibir entrenamiento o desarrollar actividades terroristas en el Sur de Asia, la franja del Sahel o el Cuerno de África.
Conclusión: Europa, pese a la retórica antioccidental de al-Qaeda o de los grupos y organizaciones relacionados con la misma, es un escenario secundario del terrorismo yihadista, que incide sobre todo, incluso cotidianamente, en regiones del mundo con poblaciones mayoritariamente musulmanas. Además, los ciudadanos europeos comparten problemas públicos seguramente más graves y apremiantes que la amenaza inherente a ese fenómeno en sus variadas configuraciones, ante cuyos embates nuestras sociedades se han revelado hasta ahora muy resilientes. Pero expresiones de alerta o atención al mismo como las hechas en septiembre por algunos ministros y altos cargos europeos competentes en materia de seguridad, algunas de ellas reiteradas en octubre, no deberían entenderse como ejercicios de manipulación política. El 17 de octubre de este último mes, el ministro francés del Interior volvió a referirse al tema, aludiendo a advertencias transmitidas desde terceros países a los servicios de inteligencia europeos en relación a planes para atentar en Europa y, en particular, en Francia. Al día siguiente, funcionarios británicos de rango elevado en materia de seguridad y defensa insistían en que al-Qaeda continúa suponiendo “la más potente amenaza” para el Reino Unido.
Una concienciación pública sobre lo que al-Qaeda y sus entidades afines siguen buscando hacer en Europa occidental no debe suscitar innecesariamente la alarma, ni tampoco debería ocurrir con las alertas. Tras una inusual pero genérica, de las características de la emitida por el Departamento de Estado de EEUU, un atentado puede ocurrir o no ocurrir. Si ocurre es que ya se avisó y si no ocurre es muy posible que el coste de la advertencia sea considerado bajo por parte de quienes la difundieron, que probablemente actúan de este modo tras los fallos en la diseminación de una verdadera alarma que en 1988 no impidió el atentado contra el Pan Am 103 cuando sobrevolaba la ciudad escocesa de Lockerbie, aunque en aquel caso la información disponible era específica e incluso apuntaba, semanas antes, a itinerarios transoceánicos de la compañía aérea finalmente afectada. Salvo que, si llega a cundir un estado más o menos generalizado de ansiedad y miedo en la población, lo paradójico de las alertas tornadas en alarmas es que terminan por asemejarse, en sus consecuencias, a las que buscan los terroristas cuando pretenden intimidar con anuncios de las atrocidades que desean ejecutar.
Evitando alertas que puedan ser malinterpretadas, y sin necesidad de alarmar con concreciones innecesarias, quizá a excepción de casos fundados en que los ciudadanos puedan adoptar precauciones efectivas o quepa disuadirlos de modificar puntualmente su conducta, es razonable que las autoridades informen a la población, en sus justos términos, de una amenaza que es real y no va a remitir en breve. Cierto que, en los últimos años, responsables de la seguridad de algunos países europeos han expresado su inquietud por actos de terrorismo que no se han materializado. Pero las atrocidades de Madrid y Londres ocurrieron sin previo aviso y tras haber sido mal valorada la situación. Además, las policías y los servicios de inteligencia europeos han conseguido desde entonces impedir varios serios atentados de terrorismo internacional en suelo comunitario. Por ello, al oportuno recordatorio de que el terrorismo relacionado con al-Qaeda está ahí y persiste debe añadirse otro mensaje. El de que, si bien se trata de una amenaza que no puede ser anulada por completo a corto plazo, es posible contenerla y aminorarla, como se ha hecho con éxito en Europa durante más de cinco años, mediante adecuadas políticas gubernamentales y una óptima cooperación intergubernamental.
Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos