Tema
Un análisis sobre la situación socioeconómica y geopolítica alemana ante las elecciones federales y la duda de si el país virará más hacia el nacionalismo o el europeísmo.
Resumen
Desde hace unos años, Alemania está sufriendo varias crisis que minan tanto su situación socioeconómica como geopolítica. Las elecciones federales del 23 de febrero prometen ser decisivas ante un contexto convulso y con un país necesitado de reformas estructurales. A la profunda crisis de identidad, se le suman un modelo alemán que ya no funciona y una dirección estratégica inexistente que ha provocado que Berlín se aleje de sus aliados tradicionales en Europa.
Se prevé que el nuevo canciller alemán provenga de las filas de los democristianos (la CDU), siendo su candidato Friedrich Merz. Aunque Merz ha defendido públicamente una mayor integración europea, los últimos mensajes hacen pensar que Alemania pueda replegarse sobre sí misma. Una decisión errónea que minará su influencia como país y debilitará a Europa.
Análisis
El 23 de febrero se celebrarán en Alemania las elecciones federales en un momento de fuerte convulsión tanto para el país como para Europa. El nuevo contexto geopolítico ha cogido a Alemania a contrapié resquebrajando los pilares del modelo alemán debido al aumento de la seguridad económica y la militarización de las relaciones económicas en detrimento del libre comercio y el “mundo basado en reglas”.
Los próximos comicios se tornan determinantes para el futuro de una Alemania en crisis. El cristianodemócrata, Friedrich Merz, líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán) y candidato por la Unión (la CDU más la Unión Social Cristiana de Baviera, CSU), se postula como el principal favorito con una postura muy dura contra la inmigración, así como un enfoque discursivo hostil frente a China y Rusia. Fruto de la fragmentación política se espera que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por sus siglas en alemán) y/o los Verdes puedan volver al gobierno, pero esta vez desde una posición subalterna. La extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) ve su oportunidad de conseguir un resultado histórico ayudada por el magnate estadounidense Elon Musk. Alemania se enfrenta a un momento decisivo y una de las preguntas que saldrán de los comicios es si el país se sumirá en un repliegue nacionalista o, por el otro lado, apostará por una mayor integración europea.
1. Crisis de identidad de la sociedad alemana
La sociedad alemana está padeciendo una crisis de autoestima e identidad, muy similar a la vivida por los países del sur de Europa durante la crisis del euro. Alemania ha sufrido crisis económicas anteriores. A finales de los años 90 y principio de los 2000 incluso se llegó a acuñar el término de que Alemania era “el enfermo de Europa”, pero quizá el cambio estructural más significativo en el ámbito social es la sensación de que el Estado ya no funciona. Realizar trámites es laborioso y tedioso, porque la administración no está digitalizada. La infraestructura pública es vieja y decadente, los trenes no llegan a tiempo y hasta los puentes se caen. Esto para los alemanes es vergonzante y chocante. La pregunta para muchos es: ¿cómo hemos llegado a estar tan mal?
A estos problemas internos, se unen además las grandes transformaciones que se están dando internacionalmente. La visión en Alemania después de la caída del Muro de Berlín era que el resto del mundo haría la misma transición hecha por el este de Europa: pasar de sociedades autoritarias a sociedades libres y democráticas. Pero no ha sido así. Rusia ha retornado a sus ansias imperiales y China se ha vuelto cada vez más asertiva y amenazante, no sólo políticamente, también desde el punto de vista económico, porque ya no compra los productos alemanes, sino que los produce ella misma y hasta son mejores. Lo que está pasando con el coche eléctrico es muy significativo. El coche es el símbolo del milagro económico alemán después de la Segunda Guerra Mundial. Por eso sorprende tanto que Volkswagen despida por primera vez a empleados en la propia Alemania.
La llegada de Donald Trump al poder otra vez es una nueva sacudida. Estados Unidos (EEUU) siempre ha sido el garante de la libertad y protección de los alemanes, y que ahora su presidente (que tiene raíces teutonas, como muchos otros millones de americanos) quiera imponer impuestos a los productos alemanes es incomprensible. Y lo mismo se puede decir del shock de la revolución digital. En 2019, en su estrategia industrial 2030, el que fuera ministro de Economía, Peter Altmaier, ya escribía que en todas las revoluciones industriales hubo tecnologías fundamentales que había que dominar para poder competir. En la primera, fueron el vapor y el tren; en la segunda, la electricidad y el motor de combustión; en la tercera, el ordenador y el internet; y en la cuarta y actual, lo son las plataformas digitales y la inteligencia artificial (IA). Pues bien, Alemania, no ha desarrollado estas últimas hasta ahora. Otra vergüenza nacional.
Y después está Europa. La Unión Europea (UE) ha integrado a Alemania con sus vecinos y le ha proporcionado un mercado único de más de 400 millones de consumidores para sus productos. Esto ha resuelto el “problema alemán” en el continente europeo. Pero la sensación de muchos alemanes es que tienen que pagar las facturas de los demás y que, cada vez que hay una crisis, la factura se hace más grande, porque siempre la solución es “más Europa” y “más dinero para Europa”. La creación del fondo NextGenerationEU tras la pandemia es el último ejemplo. Para muchos alemanes, la Comisión Europea tiene demasiado poder.
Paradójicamente, el creer que el mundo liberal era el presente y el futuro, y no apostar decididamente por la integración europea con una mayor unión fiscal y política, se ha vuelto en su contra a raíz de la invasión rusa de Ucrania. Alemania ha sido el ejemplo paradigmático de la excesiva dependencia hacia la energía rusa, un error geopolítico que ha tenido consecuencias en todo el continente. Asimismo, la excesiva dependencia alemana de las exportaciones a países como China ha sido expuesta como una de las grandes debilidades del país. Berlín tampoco ha apostado nunca por una unión de la defensa en la UE. Es decir, el modelo alemán ya no funciona y tampoco lidera, y eso ha generado una desconfianza tanto internamente en Alemania como en sus socios europeos.
Todo esto es un caldo de cultivo para que surjan fuerzas populistas que propongan soluciones fáciles para problemas complejos. No hay que olvidar que AfD fue formada por un grupo de economistas conservadores que querían que Alemania se saliese del euro. Ahora es un partido reaccionario que se alimenta del miedo de los alemanes, sobre todo en la antigua Alemania Oriental, a la inmigración. Y justamente ese rechazo al otro es un claro síntoma de la falta de confianza en uno mismo. Muchos alemanes temen ese mundo exterior que tanto y tan rápido está cambiando, y su reacción instintiva es encerrarse en sí mismos y levantar muros. Ese sentimiento está tan expandido que incluso alguien considerada de extrema izquierda como Sarah Wagenknecht también se ha subido a la ola antiinmigración.
Alemania se enfrenta pues a algo que muchos otros países llevan tiempo sufriendo. La fragmentación y la polarización política que hace muy difícil la gobernanza. Está por verse si la sociedad alemana se adapta a esta nueva era de la incertidumbre y la imprevisibilidad crónicas. No va a ser fácil. Pero no le queda más remedio que hacerlo y seguir siendo una sociedad abierta al exterior porque sus intereses e identidad así lo exigen. Por todo esto, lo más probable es una gran coalición después de las elecciones.
2. Los siete males de la economía alemana y sus siete curas
La economía alemana está estancada. Lleva dos años en leve recesión y el gobierno alemán acaba de revisar a la baja de nuevo su pronóstico de crecimiento para el año 2025 del 1,1% al 0,3%. Las causas de este enfriamiento del motor alemán son múltiples, pero se podrían resumir en siete males. Siete males, sin embargo, que no son tan letales para Alemania como se asume en muchos análisis. Se podría pensar que también hay siete curas para el recurrente enfermo de Europa.
El primer mal de Alemania, como se ha comentado antes, tiene que ver con su sobredependencia del sector exportador. Siempre que la economía mundial y, sobre todo, las dos grandes economías –China y EEUU– crecen menos, Alemania sufre. La pandemia y sus efectos inflacionarios trajeron una subida de tipos y una contracción del crédito mundial y, por lo tanto, de la actividad económica, y eso ha afectado sobremanera al sector exportador alemán.
Este problema se podría ver como simplemente cíclico y, consecuentemente, es probable que se pueda subsanar una vez que China y EEUU vuelvan a crecer con ímpetu. Pero también tiene un sustrato estructural: el denominado como “China Shock 2.0”. China se está haciendo cada vez más competitiva en bienes de alto valor añadido y eso está afectando a la competitividad alemana. Un buen ejemplo son los coches eléctricos, pero se podría extender a todo tipo de maquinaria industrial.
Sin embargo, también es verdad que Alemania está empezando a producir muchos vehículos eléctricos y podría pasar como sucedió en los años 80 con Japón y Corea, cuando se pensaba que la industria alemana iba a sufrir mucho por estos competidores asiáticos más baratos y al final no fue el caso. Obviamente, el coche eléctrico no es el de combustión, pero, aun así, sería un error pensar que la industria alemana del automóvil va a dejar de competir por el coche del futuro.
Relacionado con este mal está también el hecho de que después de la pandemia se ha dejado de consumir tantos bienes y se ha intensificado el consumo de servicios, donde Alemania es mucho menos competitiva. Estamos además observando una servitización de la industria, lo que trae malos augurios para la industria alemana. Pero también aquí hay otra cara de la moneda. Muchas empresas medianas alemanas, las conocidas como Mittelstand, piensan que la introducción de la IA en la industria va a traer muchas oportunidades. Mientras que los estadounidenses son buenos en la IA para el consumidor, las empresas alemanas, que producen maquinaria para determinados nichos de mercado, serán las que adapten y customicen esa IA para sus clientes. O eso es lo que creen.
El segundo gran mal ha sido el de la inflación y la subida de precios, sobre todo en la energía. La invasión rusa de Ucrania ha eliminado el gas barato ruso para la industria alemana. Esto ha sido un golpe duro: la inflación en Alemania fue alta durante el periodo 2022-2024 llegando al 8%, pero también ha generado una reestructuración de esa industria. Los procesos intensivos en energía, que solían generar pocos márgenes de beneficio, se han eliminado y eso ha dado lugar a que, si bien la producción industrial ha bajado en Alemania, el valor añadido de esa producción se ha mantenido. Lo cual significa que se han perdido muchos puestos de trabajo, pero la industria se ha hecho más eficiente.
También hay que destacar que, aunque algunos sectores industriales como el acero, el vidrio, la cerámica, el caucho y la propia automoción (que son intensivos en energía) han despedido a muchos trabajadores, hay sectores como la aeronáutica y el espacio –y todo lo relacionado con la defensa–, que están creando muchos puestos de trabajo. Es decir, el conflicto de Ucrania y el rearme de muchos países está siendo positivo para Alemania.
De todas formas, el shock de Ucrania, por el momento, es un duro golpe para la sociedad alemana. Como se ha comentado, el orden liberal abierto y relativamente pacífico post-Guerra Fría, que tanto beneficiaba a Alemania, se ha venido abajo con el Brexit, con Donald Trump, con una Rusia más agresiva y con una China más asertiva, y el ciudadano alemán vive con mucha incertidumbre el futuro. El tercer mal: la sensación de inseguridad se ve reforzada por el fracaso de la coalición a tres liderada por Olaf Scholz y por la fragmentación y polarización política, lo que finalmente lleva a una disminución de la confianza y a un bajo consumo. La posible solución a esto no es fácil, pero parece que pasaría de nuevo por una gran coalición entre democristianos y socialdemócratas después de las elecciones, con la posible inclusión de los Verdes (lo que se conoce como la coalición Kenia por las tres franjas horizontales de color negro, rojo y verde). Esto podría dejar a la AfD como la única oposición real al gobierno particularmente si Die Linke (la izquierda), el FDP (liberales) y la BSW (escisión de Die Linke) quedan fuera del Bundestag al no llegar al umbral del 5% del voto.
El cuarto mal es la falta de inversión pública y privada. Durante los largos años del reinado de Angela Merkel, que estuvieron marcados por la crisis del euro, Alemania crecía y la obsesión era reducir la deuda para ser un ejemplo para el resto de Europa (incluso se cambió la Constitución en 2009 para que el gobierno no tuviese un déficit por encima del 0,35% del PIB estructural), pero eso hizo que se descuidase la inversión en infraestructuras y la digitalización del país. En Alemania todavía hoy es difícil pagar con tarjetas de crédito, los trenes tienen retrasos contantes y hasta se caen los puentes, como pasó en Dresde el año pasado. La cura a este mal es clara: eliminar el freno a la deuda recogido en la Constitución. Los socialistas y los verdes están a favor, y Merz parece que ha hecho guiños a la idea, pero todavía está por verse si se consigue. Sería sin duda un remedio muy positivo para Alemania y para Europa.
El quinto mal es la enorme burocracia que hay en Alemania. El país supuestamente de la eficiencia se hunde en el papeleo y la tramitología. El afán por evitar el gasto, el abuso de poder, la corrupción y las malas prácticas genera enormes cargas administrativas que retrasan los proyectos y socavan la innovación y la audacia. Paradigmático de este mal es el nuevo aeropuerto de Berlín, que tardó 14 años en construirse desde que se puso la primera piedra, y 29 años desde que se empezó con su planificación. Otro ejemplo es la falta de digitalización de la administración pública. La obsesión por la privacidad de los datos hace que la administración sea muy poco ágil y flexible. La solución de este problema no es sencilla. Para empezar, se necesita mayor inversión pública, lo que nos lleva al mal anterior, y estos cambios encuentran siempre mucha resistencia. Merz ha anunciado que reducir la burocracia va a ser una prioridad. Pero eso es más fácil decirlo, que hacerlo.
La sexta dolencia, que también es muy estructural, es el envejecimiento de la sociedad alemana. Más de una quinta parte de la población tiene más de 65 años y la tasa de sustitución de las pensiones con respecto a los salarios es de menos del 50%, cuando en España está en torno al 80%, lo que conduce a que el alemán medio ahorre más de lo que economiza la media en la UE y que, lógicamente, consuma también menos, lo que refuerza la dependencia del sector exterior. Este es un mal difícil de resolver, pero una mayor productividad en el trabajo gracias a la adopción de nuevas tecnologías, mayor inmigración, mayor inversión pública en guarderías con el fin de aumentar la natalidad, así como una mayor participación de la mujer en el mercado laboral, serían posibles remedios a adoptar.
Finalmente, el séptimo mal tiene que ver con la falta de mano de obra cualificada. Un tercio de todas las empresas alemanas manifiestan sufrir de esta dolencia. Este es el caso principalmente en el sector servicios, con una escasez especialmente aguda en la educación, los servicios sociales, los cuidados y la venta comercial, así como en logística y transporte, donde hay una gran demanda de personal. En este caso, el remedio sería orientar el sistema educativo hacia estas carencias y aumentar la inmigración –y no sólo la cualificada–, aunque a este respecto el contexto actual de Alemania no es muy propicio. Merz ha hecho campaña a favor de parar la inmigración ilegal y reducir el número de refugiados. De nuevo, la pregunta es si Alemania puede crear canales de inmigración legales que cubran sus necesidades de empleabilidad y que la sociedad alemana asimile esa integración.
Para resumir, se podría decir que la economía alemana está pasando por un momento difícil y que el tan manido concepto del “enfermo de Europa” es aplicable –por sus muchas dolencias estructurales–, pero también es cierto que Alemania tiene gran capacidad de superación y precisamente esa capacidad de reforma es la que previsiblemente haga que no se apueste por aumentar el gasto público en exceso para desarrollar una política industrial a la francesa. Merz más bien ha señalado que quiere bajar impuestos y reducir las prestaciones sociales. Si uno toma como referencia el Informe Draghi, un posible gobierno liderado por Merz estaría de acuerdo en toda la agenda referente a las reformas estructurales, la desburocratización y simplificación de la regulación para estimular la inversión privada, pero no en establecer una capacidad fiscal central para competir con EEUU y China como pide, por ejemplo, España. Merz ha dicho que quiere hacer Europa grande otra vez, pero será a la alemana.
3. La política exterior alemana en un mundo más geopolítico
La cuestión de la identidad y el estado de la economía han marcado de forma profunda la política exterior alemana en un contexto inestable y, sobre todo, con una realidad geopolítica cambiante con hechos como la invasión rusa de Ucrania y la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca. Lo cierto es que el liderazgo del canciller alemán, Olaf Scholz, ha quedado muy cuestionado en un momento que se podría catalogar como crítico para Europa. Al contrario que su antecesora en el cargo, Angela Merkel, Scholz no ha buscado ejercer como actor primario de un bloque europeo necesitado de referentes y de dirección estratégica. Así, las alianzas tradicionales alemanas, como la francesa, han quedado debilitadas debido a la falta de sintonía con el presidente francés, Emmanuel Macron, y los numerosos desacuerdos en áreas como la energía, la deuda y el apoyo a Ucrania.
Por su parte, el previsible nuevo canciller, Friedrich Merz, tiene un enfoque distinto. El líder democristiano ya ha anunciado que sus primeras visitas oficiales tendrán como destino Francia y Polonia, señalando el deseo de una mayor interacción y cooperación con ambos Estados miembros. De esta manera, Merz parece apostar por una Europa más interestatal centrándose en los principales países europeos. Por lo que se refiere a España, las consecuencias son mixtas. Por un lado, es una nota positiva ya que reforzaría la interlocución de Alemania con los distintos Estados miembros de su entorno, pero por otro lado no parece que España sea una prioridad para el previsible futuro canciller alemán. En este sentido, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, había conseguido reforzar sus vínculos con el socialdemócrata Scholz debido a la afinidad ideológica y a la cuestión energética, pero eso puede cambiar con Merz. Sin embargo, una posible victoria del Partido Popular (PP) en España sí podría resultar en un escenario interesante ya que permitiría reforzar los vínculos entre ambos países.
Este enfoque, que se podría considerar más europeísta, no exime que el mismo Friedrich Merz, en un discurso sobre política exterior en la Fundación Körber, habló claramente de “intereses alemanes” y de una Alemania que debe tener capacidad y “asumir su responsabilidad” como actor internacional. Esta declaración de intenciones nos podría mostrar un Berlín que va a reflexionar y actuar según sus intereses nacionales.
Más allá de eso, la cuestión de Ucrania marcará de manera significativa el futuro de la política exterior alemana. A pesar de que Alemania ha sido uno de los países que más ha apoyado el esfuerzo de guerra ucraniano (15,69 mil millones de euros en ayuda, sólo por debajo de EEUU), la narrativa ha mostrado a un país reticente en su apoyo a Kyiv. Esto se explica mayormente por un discurso más cauto de Scholz en cuanto a escalar la guerra contra Rusia, además de su reticencia en enviar los misiles de crucero Taurus a Ucrania. Merz también piensa romper con esto, con un discurso más duro hacia Rusia además de apoyar el aumento de la ayuda a Kyiv, es muy posible que dé luz verde al envío de los Taurus.
Las relaciones con EEUU es otro de los puntos más importantes para Alemania. Una de las principales críticas que se puede hacer al mandato de Scholz es la excesiva dependencia que ha ejercido el liderazgo estadounidense en su toma de decisiones. Para muestra, la decisión del canciller alemán allá por 2023 de no dar luz verde al envío de los tanques Leopard 2 a Ucrania si Washington no enviaba sus tanques Abrams. En cualquier caso, fiel a la tradición democristiana, Merz apuesta por un acercamiento a Washington, pero desde una posición realista. Es decir, el líder de la CDU es consciente de lo estratégica que es la alianza con EEUU, pero eso no debe ir en detrimento de Europa. Merz ha mostrado ser un ferviente defensor del rearme europeo con el objetivo de que la UE alcance un menor grado de dependencia con Washington. La cuestión es saber si Berlín podrá evitar las represalias de un Trump que presionará, a su juicio, por el bajo gasto en defensa alemán, además de nivelar la balanza comercial. Por otro lado, veremos si el liderazgo alemán aceptará sufrir el coste de una confrontación con EEUU para reforzar la autonomía estratégica europea.
Por último, cabe resaltar las relaciones sino-alemanas. Con Olaf Scholz, y a pesar de la oposición de los Verdes, Alemania ha buscado mantener las buenas relaciones con China en cuestiones comerciales. Esta posición ha sido muy criticada por los elementos más atlantistas de Alemania y de Europa al considerar que Berlín cae en los mismos errores que llevaron al exceso de dependencia energética con Rusia. En contraposición, Merz propone una mayor confrontación con Pekín a nivel discursivo. Sin embargo, cabe preguntarse si en la práctica esto se mantendrá debido a lo expuesta (y necesitada) que está la economía alemana de China. ¿Puede Berlín plantearse desacoplarse a la vez de Rusia y China, con un EEUU previsiblemente más hostil?
Fiel a su historia reciente, lo más probable es que la política exterior alemana tenga un enfoque ambivalente. Es decir, que convivan tanto elementos europeístas (reforzamiento del eje franco-alemán) como nacionalistas (profundización de vínculos con China, apaciguamiento de Trump, control de fronteras). En este sentido, la ambivalencia ha desempeñado un papel relevante en la política alemana hacia Israel. Berlín ha sido una de las capitales que más ha apoyado a Tel Aviv, a pesar de las múltiples violaciones de derechos humanos y del derecho internacional que ha cometido el ejército israelí en Oriente Medio. Ello ha provocado la crítica del llamado “sur global” que ha acusado a Alemania de dobles estándares, ya que tradicionalmente siempre ha defendido un mundo “basado en reglas”. Justamente, esta falta de coherencia debilita la capacidad de influencia y acción de Europa en múltiples regiones.
La realidad es que Berlín debe resolver muchas problemáticas estructurales de su acción exterior que mayormente pasan por su escasa dirección y credibilidad estratégica. Como muestra está el inmovilismo ante la voladura del gaseoducto Nord Stream, una infraestructura estratégica. Asimismo, la profundización de la irrelevancia europea, y por ende alemana, se muestra en que es poco probable que la UE se siente en la mesa de negociaciones sobre el futuro de Ucrania. Eso muestra a las claras que Europa es más un tablero de juego de las potencias que un jugador. Las consecuencias de esto pueden ser significativas en lo concerniente al futuro geopolítico europeo.
Conclusiones
Alemania está inmersa en una crisis de identidad profunda. El mundo abierto y liberal que ha sido clave para su milagro económico se está desmoronando y los posibles aranceles de EEUU, la agresión rusa en Ucrania y la creciente competencia de China asustan a muchos alemanes. La revolución digital y de la IA que estamos viviendo también genera mucha ansiedad. A esto hay que añadir que, a nivel doméstico, la falta de inversiones durante la época de Merkel ha provocado que mucha de la infraestructura se haya quedado anticuada y que la administración esté anquilosada. Empieza a haber una sensación de que el Estado alemán no funciona (un sentimiento preocupante) y que el sistema político no es capaz de resolver los problemas del país. La coalición del semáforo se ha roto por las divergencias ideológicas y no ha acabado su legislatura y la fragmentación y polarización política no casan bien con el anhelo de estabilidad alemán. Frente a esto, el ansia por controlar las fronteras es un reflejo de que los alemanes se quieren proteger de las amenazas que vienen del exterior.
Ante la pregunta de si Alemania se va a volver más europeísta o nacionalista después de estas elecciones, lo más probable es que haya un repliegue nacionalista y aislacionista, aunque ello vaya en contra de sus intereses nacionales. Mayormente, siendo no sólo una economía dependiente de las exportaciones sino por la cuestión geopolítica de la incapacidad de que Berlín por sí sola pueda enfrentarse a grandes potencias como EEUU, Rusia y China. Actuar en coordinación y en bloque con los otros Estados miembros de la UE es la vía más razonable a la hora de poder asegurar la relevancia de Alemania en el mundo y su bienestar económico.
Sin embargo, lo más probable es que Alemania salga de su crisis económica a través de reformas estructurales dolorosas y, tras ese esfuerzo a nivel nacional, que intente que los demás países de la UE hagan esas mismas reformas. Un déjà vu. De nuevo Alemania se resistirá, por tanto, a una mayor integración fiscal e incluso política, e intentará defender sus intereses nacionales en Europa y el resto del mundo sin darse cuenta de que para lograr eso necesita que la Unión sea más fuerte. En definitiva, Alemania será más nacionalista, pero no sabrá o no querrá usar la Unión como palanca para proyectar sus intereses. Cuanto antes la clase política alemana se dé cuenta de este error estratégico, y se lo pueda explicar a su población, mejor le irá al resto de la UE.
(Actualización 20/02/2025)