Tema: El presente análisis aborda las posibles opciones de Sadam ante una eventual intervención armada para derrocarle en relación a las capacidades militares que dispone, a su visión de cómo va a reaccionar el mundo occidental ante sus acciones y su propia esperanza de luchar y prevalecer en el conflicto.
Resumen: Se analizan las diferentes opciones a las que Sadam puede recurrir para frustrar una intervención militar o hacerla más costosa. Sobre el análisis y evaluación previa de sus capacidades militares se construyen escenarios y cursos de acción de intensidad variable y que van desde acciones encaminadas a ganarse a la opinión pública occidental, hasta la destrucción voluntaria del propio Irak, pasando por opciones intermedias como el recurso al terrorismo. Así y todo, a pesar de la amplia panoplia de opciones que se le abren a Sadam, se concluye que ninguna de ellas podrá evitarle la derrota. Lo máximo que puede conseguir es encarecerle la victoria a las fuerzas que lo derroquen.
Análisis: Cualquier escenario de intervención en Irak encaminado a derrocar a Sadam Husein debe tener en cuenta a qué debe enfrentarse, en términos de fuerzas e instrumentos militares, y cuáles son las posibles opciones con las que cuenta Sadam para su propia defensa. En un análisis anterior (Rafael L. Bardají, Guerra en Irak (II): Las capacidades militares de Sadam, ARI 12-2003) se han abordado las capacidades militares de Sadam y a continuación se derivan las opciones estratégicas de las mismas.
En 1991, Sadam confió en el paso de los días, en el disgusto moral de las opiniones públicas occidentales ante el horror de la guerra y en las divisiones entre los aliados como factores relevantes en la gestión de su defensa. Es altamente probable que en la actual situación vuelva a intentar incidir sobre las diferencias entre los aliados y que explote las imágenes de destrucción que acompañan a todo conflicto. Sin embargo es dudoso que, una vez iniciadas las hostilidades, el tiempo juegue esta vez a su favor, pues las operaciones pueden verse muy comprimidas sin perder por eso eficacia militar.
Al mismo tiempo, sus opciones podrán variar en función de cómo evalúa el desarrollo de los acontecimientos. Es probable que todavía crea que no va a haber guerra y que, incluso, si ésta llega a desencadenarse, pueda detenerla antes de sufrir una derrota total. Sea como fuere –y sabiendo que la diabólica mente de Sadam puede deparar todo tipo de sorpresas- a continuación se describen las opciones más probables que le quedan a Sadam. Se describen de manera individualizada, pero eso no quiere decir que no opte por varias de ellas simultáneamente. Todo dependerá de lo cerca que perciba su derrocamiento.
Impedir el despliegue
La primera cosa en el tiempo que podría hacer Sadam es tratar de impedir o complicar el despliegue de las tropas americanas y aliadas en el teatro de operaciones. Esto podría llevarlo a cabo de tres maneras: la primera, con su aviación, en un ataque a los buques en la zona o, más fácil aún, bombardeando los puertos y áreas de acogida. Es dudoso que pueda ejecutar ya a estas alturas dicha opción sin poner en peligro a sus aviones, dada la capacidad de defensa aérea norteamericana en el Golfo; la segunda, con una salva de misiles de largo alcance destinada a mantener inoperativos los puertos y bases de acogida. Tampoco parece una opción decisiva porque tendría que sacar de su escondite a los Scuds modificados y desplazarlos esencialmente hacia el Sur, donde estarían expuestos a los aviones que patrullan la “no fly zone”. Incluso aún cuando fuera capaz de dispararlo y alcanzar los puntos de desembarco, estos podrían ser reparados en cuestión de días, por lo que Sadam debería repetir los ataques. Si contase con medio centenar de Al Hussein y necesitara dispararlos, al menos, a nueve objetivos distintos, con dos misiles por objetivo, significaría que apenas tendría fuerzas para tres salvos. No paralizaría el despliegue, aunque lo retrasaría unas semanas. Es más, presentaría con sus ataques un casus belli incuestionable; un tercer método consistiría en acciones terroristas o golpes de mano contra las instalaciones de acogida. Esto siempre es una posibilidad, pero en la medida en que todas las precauciones de autodefensa han sido reforzadas, es difícil imaginar que los agentes iraquíes serían tan eficaces como para impedir un despliegue en la zona.
Atacar a Israel
Siguiendo su estela de 1991, Sadam podría intentar repetir su apuesta de involucrar a Israel en la guerra a fin de azuzar el antisionismo, el antiamericanismo y la solidaridad árabe hacia su figura. Habida cuenta de la debilidad y vulnerabilidad de su fuerza aérea, el mejor instrumento para una acción de este tipo serían, de nuevo, los misiles balísticos. Pero al igual que en 1991, a fin de asegurarse una cierta precisión, éstos tendrían que ser disparados desde zonas cercanas a la frontera con Jordania. En la medida en que ésta es una zona alejadas de las principales bases militares iraquíes y con escaso control sobre la misma, la posibilidad de que unidades de operaciones especiales aliadas frustren la libertad de movimientos y los disparos de los misiles no es desdeñable, particularmente cuando se disponen, como tienen las tropas americanas, de aparatos no tripulados que pueden observar y vigilar extensas zonas de manera permanente, cosa que no sucedía en 1991.
Por otro lado, y como una consecuencia directa de los ataques que sufrió en 1991, Israel ha desarrollado durante la pasada década un sistema de defensas antimisiles balísticos, el sistema Arrow, cuyas pruebas han sido exitosas, destruyendo en vuelo cuatro misiles en su último ensayo hace apenas unas semanas. Teniendo en cuenta que Sadam no tiene los cientos de misiles de 1991, sino como máximo unas pocas docenas, atacar a Israel en estas circunstancias no conlleva automáticamente una entrada en la guerra de ese país, ni una acción de represalia que levante al mundo árabe contra Tel Aviv y Washington.
Ofensiva sobre los kurdos
Sadam Husein ha aplicado sin compasión el desplazamiento forzado de parte de su población, muchas veces como represalia por su falta de apoyo al régimen (ver Rickard Sandell, Iraqi Forced Population Movements, ARI 8-2003). A finales de los años ochenta, las tropas de Sadam lanzaron una ofensiva contra los Kurdos, bajo el nombre de Al Anfal, cuyo resultado fue la destrucción de cerca de medio millar de poblados y el desplazamiento de más de medio millón de kurdos hacia las montañas del Norte. Esta operación tuvo su repetición tras la guerra de 1991, en un intento de aplastar la resistencia al régimen de Sadam. Hoy hay en el Norte un millón de desplazados.
En 1991 la situación humanitaria fue tan desesperada que Naciones Unidas se vio obligada a intervenir y con la aprobación de la resolución 688 la comunidad internacional puso en marcha la operación Provide Comfort de protección y ayuda de la población kurda a través de la creación de santuarios regionales y zonas protegidas. A pesar de ello, Sadam ha seguido expulsando de sus casas a miles de integrantes del pueblo Kurdo, así como a los shiíes del Sur y hoy el volumen total de desplazados dentro de Irak supera el millón de personas.
Sadam, consciente de los efectos sobre la opinión pública occidental de los movimientos masivos de población, podría intentar imitar las acciones de Milósevic de Kosovo, cuando el éxodo generado por su limpieza étnica puso dramáticamente de relieve las contradicciones de la operación bélica de la OTAN, complicando su ejecución y abriendo un frente crítico en la opinión pública que restó credibilidad a la intervención. Sadam sabe que la presión sobre los kurdos obligaría a una intervención humanitaria en la zona que haría muy difícil el sostenimiento de una campaña militar contra él desde la misma y que, además, exigiría un nuevo foco de atención por parte de las autoridades aliadas. No conseguiría cambiar el curso de la guerra, pero la volvería más difícil, larga y costosa, pues no sólo detraería fuerzas aliadas, sino que fijaría geográficamente un importante contingente terrestre con todo lo que eso conlleva en términos de incremento de su vulnerabilidad e imposibilidad para ejecutar otras misiones ofensivas.
Empleo de armas de destrucción masiva
Sadam, en el convencimiento de que las sociedades occidentales no resisten las bajas numerosas en las guerras, podría sentirse tentado de recurrir al empleo de los sistemas de destrucción masiva desde los primeros momentos de la campaña. Tiene armas químicas y con toda probabilidad también dispone de armas biológicas de diverso tipo. Sin embargo, los problemas asociados con su utilización, sobre todo lo concerniente a los vectores de lanzamiento y a los sistemas de dispersión, hace que estos sistemas cuenten con una efectividad relativa en un campo de batalla fluido y en el que las tropas disponen de medios de protección contra estos sistemas.
Al tratar más arriba de estas armas ya se han mencionado algunas de las carencias y problemas para el empleo en batalla de las armas químicas y biológicas. Esencialmente, la debilidad y vulnerabilidad de los vectores portadores, misiles o aviones, y la preparación para operar en un ambiente NBQ de las tropas norteamericanas.
El mayor impacto de estos sistemas se produciría si Sadam ordenase atacar no a las tropas, sino a centros de población y otras concentraciones humanas no protegidas. Aún así, la capacidad de alcanzar ciudades en Kuwait, Israel o Arabia Saudí es muy limitada. Otra cosa sería si Sadam contara con una bomba nuclear, pero ese, afortunadamente, no parece ser el caso. Incluso armas radiológicas tendrían muy poco impacto sobre el campo de batalla en la medida en que su efecto se reduciría a la contaminación de un área reducida.
El uso de niños como combatientes
Continuando con su lógica de explotar lo que considera debilidades de la opinión pública occidental, Sadam podría intentar crear un conflicto moral mediante la utilización de niños como fuerza de choque, en la confianza de que las imágenes de críos de 10 y 12 años sería devastadora sobre el apoyo público a la campaña militar.
Movido por su deseo de control interno y extensión de la disciplina militar, el régimen iraquí tiene establecidas diversas organizaciones de jóvenes milicianos a los que da entrenamiento en armas ligeras, enseña tácticas básicas militares e indoctrina emocionalmente. La llamada “Vanguardia de la Juventud” (Futuwah) dio formación paramilitar a jóvenes de secundaria para enviarlos y utilizarlos en la guerra con Irán durante los años ochenta. Desde mitad de los noventa, la organización Ashbal Saddam ha encuadrado en campos de entrenamiento a niños de edades comprendidas entre los 10 y los 15 años y se estima que unos 8.000 niños formarían parte activa de esta organización.
La capacidad de combate de estos niños y jóvenes es discutible, pues realmente en la mayoría de los casos son utilizados como delatores de los servicios secretos y de policía del régimen de Sadam y no como combatientes o integrantes de unidades militares. Aunque siempre cabe la posibilidad de que sean empleados, como lo fueron las juventudes hitlerianas al final de la Segunda Guerra mundial, como resistentes en terrenos urbanos, es más probable que Sadam aspire a poder presentar imágenes de cadáveres impúberes y para ello necesita ponerlos en primera línea de fuego o alrededor de instalaciones que piense van ser destruidas en los primeros momentos de la guerra.
Guerra urbana
El combate en las ciudades es siempre costoso y sangriento y los atacantes no siempre cuentan con la ventaja de la iniciativa. La experiencia de los rusos en Grozny y de los propios americanos en Mogadisco dan testimonio de los problemas tácticos que presenta el medio urbano.
Sadam es consciente de que en campo abierto sus unidades tienen muy poca posibilidad de sobrevivir los ataques aéreos, de artillería y terrestres y podría pensar que su atrincheramiento en las grandes urbes, especialmente en Bagdad, dificultaría o impediría una victoria americana sobre su régimen.
Es cierto que una campaña que tuviese que liberar ciudad a ciudad resultaría muy complicada, si no imposible, para las fuerzas occidentales; pero al mismo tiempo, Sadam no debería confiarse en sus capacidades de resistencia en un ambiente urbano. Con la posible excepción de su Guardia Especial, entrenada y preparada para defenderle en todo terreno y momento, sus fuerzas de la Guardia Republicana y del ejército regular no han recibido una preparación especial para este tipo de combate. Y el combate urbano exige un entrenamiento peculiar, una moral de combate muy robustecida y unos sistemas de armas particulares. El francotirador o los reducidos comandos de hostigamiento deben ser capaces de golpear con precisión, huir, esconderse, aguantar aislados y tener una capacidad de iniciativa, flexibilidad y resistencia notables. La cantidad de tropas en las que Sadam puede confiar para esta guerra de guerrillas urbanas no puede ser muy alta. Sadam puede también dispersas sus equipos pesados en torno a instalaciones dentro de las ciudades, pero eso no le otorga ninguna ventaja operativa, sino que los condena a golpes de precisión.
Es más, Bagdad no tiene por qué ser una repetición de Mogadisco, donde el objetivo estratégico era capturar a un señor de la guerra, no un cambio de régimen. Además, desde entonces, la preparación para las llamadas Operaciones Militares en Terreno Urbano (MOUT) se ha desarrollado mucho en las fuerzas de Estados Unidos y la infantería cuenta ya con sistemas muy apropiados, en armas, sensores y comunicaciones seguras, para estas operaciones.
El recurso al terrorismo
Sadam podría intentar llevar el campo de batalla a una guerra no convencional sobre suelo occidental gracias a la acción de algunos de sus comandos y agentes de los servicios especiales o, simplemente, a través de grupos terroristas. En 1991, los intentos de atentados se vieron notablemente incrementados en número en los tres primeros meses del año, aunque los servicios secretos y las policías occidentales lograron impedir la mayoría de las acciones.
Aunque Sadam ha cultivado la amistad de numerosos terroristas, su estilo de mando centralizado y personal no ha hecho que esas relaciones se mantengan estables. El caso más representativo es el de Abu Nidal, a quien tuvo acogido durante los años más sangrientos de su actividad, le expulsó y cerró sus oficinas de Bagdad a comienzos de los años ochenta, para admitirle de nuevo tras 1991. Todo apunta a que la negativa del terrorista de plegarse a los deseos de Sadam fue la causa de su muerte hace apenas unos meses
La imposibilidad de controlar por completo a las redes terroristas, así como su imagen laica y que chocaba con el islamismo radical (no olvidemos que Bin Laden querrá colaborar con la coalición internacional en 1991 para derrocar al “infiel Sadam”), forzó a Sadam durante muchos años a confiar casi exclusivamente para sus actos terroristas en agentes de su propia policía secreta. Y en la mayoría de ocasiones se trataba de atentar contra disidentes de Saddam huidos y afincados en el extranjero.
Esta situación ha venido cambiando durante la última década. En primer lugar porque se ha producido una deriva importante de Sadam Husein y del partido Baath hacia el islamismo religioso, ya por oportunismo, ya por convicción personal de Sadam, y esto ha promovido un nuevo acercamiento entre radicales islámicos y Sadam; en segundo lugar, airear la bandera de la causa palestina y su deseo de desplazar a Yassir Arafat de su liderazgo, ha hecho que Sadam promueva grupos radicales en los territorios palestinos y que financie a las familias de los terroristas suicidas que atenten contra el pueblo israelí. Esta línea de acción hace que Sadam entienda ya el terrorismo como un instrumento más de su política; por último, tras la caída del régimen talibán en Afganistán, muchos islamistas radicales han encontrado refugio en parte del Kurdistán, y entre ellos un número significativo de activistas de Al-Qaida (ver Manuel Martorell, Al Qaeda en Irak, ARI 10-2003). Aunque de momento todo apunta a una connivencia entre éstos y Sadam (quien busca dividir más a los kurdos), no deja de representar una amenaza si Sadam consolida dicha relación y la instrumenta a su favor.
Hundir al país
La principal fuente de riqueza de Irak son sus reservas de petróleo. En 1979 Irak logró la mayor producción de crudo de toda su historia, con 3’5 millones de barriles/día. La guerra con Irán redujo su capacidad de producción, que no se recuperó hasta el término de la misma y en 1990 producía ya 3 millones de barriles/día. La guerra de 1991 y la negativa de Sadam durante 6 años de aceptar la venta de petróleo bajo control de Naciones Unidas, llevó al punto histórico más bajo de la capacidad petrolera iraquí, con algo menos de 500.000 barriles/día entre 1992 y 1998. A partir del acuerdo sobre el programa “Petróleo por Alimentos” bajo supervisión de la ONU, Irak retomó su producción que hoy se estima ronda entre 2’5 y 2’8 millones de barriles/día.
Sadam podría pensar equivocadamente que el interés último de Estados Unidos es hacerse con el control directo de sus instalaciones de petróleo y que una buena forma de frustrar sus objetivos, por tanto, pasaría por la destrucción de los principales pozos. Ya hizo algo similar cuando se vio forzado a retirar sus tropas de Kuwait en 1991, cuando dio la orden de incendiar o volar todos los pozos kuwaitíes, cosa que logró en un 90%, con más de 370 pozos incendiados o inutilizados.
La peculiar estructura espacial de las reservas iraquíes no hacen muy complicada una acción de este tipo, pues el grueso de la producción petrolera se concentra en dos zonas: Kirkuk al Norte; y Rumiala, al Sur, con 700.000 y 1’25 millones de barriles/día respectivamente. Destrozar estas dos zonas provocaría una interrupción del flujo de petróleo iraquí. El impacto, más que en el precio del crudo, pues con un ligero aumento de la producción se podría paliar la pérdida temporal del crudo iraquí, una pequeña proporción de la venta total de crudo en el mundo, se haría notar en la factura de la reconstrucción y modernización del Irak post-Sadam. Con las segundas reservas de petróleo del mundo, sólo tras Arabia Saudí, Irak tiene el potencial de desarrollarse sin problemas a partir de sus propias ganancias. Con inversiones para modernizar sus refinerías, modos de prospección y extracción, así como los oleoductos, Irak podría llegar a producir, si quisiera, 5 o 6 millones de barriles/día en un plazo, según calculan los expertos, no superior a 7 años. Perder o retrasar ese potencial es lo que pondría en juego un incendio deliberado de sus pozos.
Una acción de esta naturaleza, no obstante, puede ser disminuida con una ocupación temprana de los principales pozos, todos ellos en zonas poco propicias a Sadam y bajo el manto de la exclusión de vuelos. Además, se puede intentar ejercer una disuasión sobre aquellos militares que intenten cumplir y ejecutar la orden de destruir las instalaciones, amenazándoles con represalias más fuertes en caso de ser capturados.
Acabar con Irak
En un acto de extrema locura, Sadam podría plantearse desmembrar Irak él mismo, a sabiendas de que el mantenimiento de la integridad territorial del país es un objetivo estratégico de Washington y cuyo incumplimiento le supondría numerosos quebraderos de cabeza, empezando por Turquía y el Kurdistán. Pero aunque delirase con una salida de este tipo, los medios para poder llevarla a cabo no parece que estén en sus manos. Es muy dudoso que los kurdos acepten su independencia de un Sadam a punto de ser barrido. La única posibilidad de acelerar las fuerzas centrípetas de Irak pasaría por atacar a Irán y forzar a que sus tropas entraran en el Sur, en la zona de Basora, donde se encuentra la mayoría shií de Irak. La presencia militar iraní en parte de Irak complicaría las operaciones americanas y aliadas. Ahora bien, para lograr esa reacción iraní, Sadam tendría que descargar contra ese país un golpe devastador, algo que no parece que sea capaz de hacerlo hoy por hoy.
Conclusión: Sobre el papel, Sadam cuenta con numerosas opciones y nunca se puede descartar una sorpresa. Sin embargo, los instrumentos para poder hacer realidad esas opciones son muy limitados, lo que les resta credibilidad y eficacia. Con los medios a su alcance es impensable que pueda hacer frente a una intervención norteamericana y mucho menos si las tropas estadounidenses se ven acompañadas por británicas, australianas y de otros países. Lo que sí podría es encarecer la victoria aliada y complicar la transición y reconstrucción del Irak post-Sadam. De ahí que las operaciones aliadas deban tener en cuenta los posibles escenarios de actuación de Sadam e intentar anularlos cuanto antes.
Rafael L. Bardají
Subdirector Investigación y Análisis, Real Instituto Elcano